lunes, 5 de febrero de 2018

Su tiempo terminó

"You cannot buy the revolution. You cannot make the revolution. You can only be the revolution. It is in your spirit, or it is nowhere."
Creo sinceramente que no tenemos salvación.

Creo sinceramente que estoy predicando en el desierto.

Creo sinceramente que somos cada día un poco más imbéciles. Y el más imbécil de todos soy yo, que sigo adelante aunque solo sea por reservarme el placer de decir en voz bien alta, cuando todo esto se vaya a la mierda, «que os follen a todos: os lo advertí.»

Hoy quiero hablar de una mujer que me conmovió hasta los huesos con un mensaje de amor, respeto y tolerancia. Que era un grito de justicia. Que era una declaración de principios. Que era una promesa de un mundo mejor, donde hombres y mujeres vivirían en auténtica igualdad, no se tolerarían los abusos de poder ni la discriminación por razones de sexo.

Esta mujer me hizo sentir realmente incómodo y puso a prueba mi propia identidad. A través de sus palabras, me obligó a observarme a mí mismo desde fuera. Y lo que vi no me gustó. No me reconocí. Descubrí sobre mi carne mortal muchas impurezas que no me pertenecían, que me habían llovido encima mientras atravesaba esta inmunda bola de barro. Impurezas de las cuales, a partir de aquel momento, he hecho un esfuerzo por desprenderme. Y estoy convencido de que salí (saldré) de la experiencia convertido en una persona mejor.

Y si has creído, aunque solo fuese por un momento, que estaba hablando de Oprah Winfrey y su lacrimógeno y cínico discurso en el estrado de los Golden Globes, mándame tu dirección. Porque te mereces una paliza. Y pienso cobrártela.

Por cierto que Oprah no llegó a decir su nombre, pero todos los que escucharon el discurso entendieron que se dirigía a Harvey Weinstein, quien, durante años, habría abusado de su posición como todopoderoso productor de cine para manosear, besuquear y violar a las actrices que aspiraban a trabajar en las películas de su productora y arruinar las carreras de aquellas que le denunciaron o se le resistieron.

Éste Harvey Weinstein:
O sea, éste rollizo señor, al que Oprah besa en la siguiente foto tomada, no hace tanto tiempo, durante la entrega de los Critic's Choice Awards:
Que es el mismo fornido gañán que acompaña a Oprah en esta otra foto:
Sí, ése Harvey Weinstein. El mismito.

Uno de los mejores amigos de Oprah, que, hay que joderse, ha tenido realmente mal ojo para escoger sus amistades: Harvey Weinstein, Terry Richardson, Bill Cosby...

El discurso de Oprah podría ser el típico caso de «save my own ass now before it isn't too late.»

Pero todos (salvo los racistas y machistas bitacoreros como el menda y algunas de las víctimas) han comprado ese discurso de mierda. Y ya está. Problema resuelto. Nadie volverá a abusar de una mujer en la industria del cine, ni en ningún otro ámbito. Se avecina una nueva aurora de justicia para la humanidad.
"It is very hard for evil to take hold of the unconsenting soul."
¿A qué coño viene todo esto?

A que ha muerto Ursula Kroeber Le Guin. La autora de La mano izquierda de la oscuridad.
(Entre otras cosas.)
La mano izquierda de la oscuridad se publicó en 1969, cuando la Ciencia-Ficción vivía su Segunda Edad Dorada, dominada por los tecnócratas, si se me perdona el término. Los protagonistas de todas esas novelas de Asimov, Clarke, Heinlein... eran a menudo científicos que afrontaban problemas científicos y/o los resolvían recurriendo a la ciencia. Sus relatos, particularmente sus historias cortas, solían tener un colofón didáctico en el cual uno de los personajes explicaba los principios físicos desarrollados en el argumento, y normalmente se los explicaba a otro personaje menos dotado para las ciencias.
(Tardé en darme cuenta de lo condescendiente que era ese formulario, porque, por supuesto, para el escritor de la Segunda Edad Dorada de la ciencia ficción, ese otro personaje era yo.)
Y todos esos autores eran hombres. Y todos sus protagonistas eran hombres. Y si salía algún personaje femenino era una hembra mollar y alelada, o sea el alivio testicular del protagonista masculino.

Ursula K. Le Guin no era científica ni tenía el menor interés en convertirse en una. Sus padres eran reputados antropólogos. Su madre, entre otras cosas, escribió Ishi in Two Worlds: a biography of the last wild Indian in North America, que es exactamente lo que dice el título: la biografía de Ishi, el último indio de la tribu yahia, que pasó sus últimos años de vida en un edificio de la universidad de Berkeley, estudiado como un bicho palo cualquiera.

Ursula K. Le Guin no era científica. No entendía de física, sino de personas.

Por eso sus obras son tan desgarradoramente humanas; porque están protagonizadas por seres humanos que tienen problemas humanos, flaquezas humanas y virtudes humanas.
"The 'hard'–science fiction writers dismiss everything except, well, physics, astronomy, and maybe chemistry. Biology, sociology, anthropology—that’s not science to them, that’s soft stuff. They’re not that interested in what human beings do, really. But I am. I draw on the social sciences a great deal. I get a lot of ideas from them, particularly from anthropology. When I create another planet, another world, with a society on it, I try to hint at the complexity of the society I’m creating, instead of just referring to an empire or something like that."
(Extraído de ésta entrevista.)
El incombustible Harlan Ellison y la insobornable Ursula K. Le Guin.
La mano izquierda de la oscuridad enfrenta a su protagonista, Genly Ai, embajador de la federación galáctica, a un planeta, Invierno, cuyos nativos son sexualmente neutros durante tres semanas y, cada cuarta semana del mes, entran en una especie de celo llamado kemmer y desarrollan las características físicas de uno u otro sexo. Al azar. No es posible predecir qué sexo le va a tocar a cada uno, en un momento dado, aunque la proximidad de una posible pareja puede determinar que esa persona desarrolle el sexo opuesto al de su eventual compañero.

Leer ese libro es darle una patada al taburete sobre el que hacían equilibros todas tus ideas preconcebidas sobre los roles sexuales.

En el planeta Invierno, donde transcurre la acción de La mano izquierda de la oscuridad, hay toda clase de conflictos salvo una: de naturaleza sexual. Desde el punto de vista del sexo, la sociedad de hermafroditas de Invierno es una civilización completamente igualitaria.

Ninguna obra, de ficción o ensayo, me había obligado jamás a hacer semejante examen de mis prejuicios.

Ursula K. Le Guin, hace ya algunos años, me hizo un regalo de valor incalculable:

Me obligó a verme a través de los ojos de otra persona.
(Aunque esa persona fuese un personaje de ficción.)
Y me hizo replantearme muchas cosas de las que creía estar seguro, y otro buen montón de las que ni siquiera era consciente que estaba seguro.
"The creative adult is the child who has survived."
Pero puede que mi torpe y parcial descripción de La mano izquierda de la oscuridad haya logrado que Ursula K. Le Guin parezca demasiado intimidante para ti.

Bien. ¿Qué otros temas te interesan?

¿El pacifismo?

Entonces deberías leer El nombre del mundo es bosque (Premio Hugo a la mejor novela corta de 1976). La novela que algunos fans de K. Le Guin acusan a James Cameron de haber plagiado para su Avatar.
(Que, dando esto por cierto, supondría que Cameron se habría aprovechado ya del trabajo de dos monstruos de la Ciencia Ficción, pues también Harlan Ellison pidió su cabeza en una bandeja de plata después de ver Terminator. Se conoce que Cameron no debía estar informado de lo rápido que  le sube la bilirrubina al bueno de Harlan. Que este es el hombre que llamó a Gene Roddenberry «desecho» por editar su guión para el mejor capítulo de toda la historia de Star Trek en este universo o en cualquier otro, y dijo de William Shatner que «se follaría a una cabra en el escaparate de Bloomingdale's si le daban ocasión». Con decir que en el banquete de los Premios Nebula del 84 le dio un carro de hostias a Charles Platt, que era amigo suyo de los de toda la vida, está todo dicho.)
Oh, ¿que eso tampoco te va? ¿Que en esta novela hay como batallas y eso, y a ti todo lo que huela a militar como que te repele, porque eres un pelín anarquista?

Lee Los desposeídos (premios Hugo, Nebula y Locus de 1974). Si tienes huevos. Es una novela tan anarquista, tan lancinantemente anticapitalista como anticomunista, que hace sentirse incómodos hasta a los más recalcitrantes anarquistas.
Ah, que no, que lo tuyo es más el ecologismo.

Lee la descripción que, en La rueda celeste (Premio Locus a la mejor novela de 1972), se hace de una civilización destruida por el calentamiento global.

 «No, no, no, no, hombre. Que yo solo leo clones de El señor de los anillos

Terramar.
(A la que nunca nadie se atreverá a llamar «clon del señor de los anillos.» Al menos, no en mi presencia.)
O, si todos estos libros te parecen demasiado largos, lee Los que se alejan de Omelas, y quizá empieces a entender por qué algunos sentimos que, con la muerte de K. Le Guin, el mundo es un lugar más frío, hostil y pobre.
"I do not care what comes after; I have seen the dragons on the wind of morning."
Quizá la mera idea de leer cualquiera de estos trabajos, de la longitud que sean, para comprobar si tía Ursula realmente molaba tanto, te produzca fatiga. Quizá necesites que te lo de un poquitín más masticadito.

¿Qué tal esto?: en Un mago de terramarK. Le Guin describe a Ged, su protagonista, con los rasgos de un indio americano. ¿Qué hicieron los responsables de adaptar el libro en forma de telefilm? Contratar a un actor blanco. ¿Qué hizo Ursula?: denunciar esa mentalidad racista y la prostitución de su obra. Largo rato. Y a gritos.
¿Qué tal esto otro? Cuando La cofradía de autores de América, en una bajada de pantalones histórica, llegó a un acuerdo extrajudicial con Google (que estaba, y está, digitalizando miles de libros y poniéndolos a disposición del público sin pagar a sus correspondientes autores las regalías a las que son acreedores por su trabajo), renunciando, de facto, a proteger los derechos de esos mismos autores a los que afirma representar, Ursula les dijo que se fuesen a la mierda y que dejasen de contar con ella.
"I am not going to rehearse any arguments pro and anti the 'Google settlement.' You decided to deal with the devil, as it were, and have presented your arguments for doing so. I wish I could accept them. I can’t. There are principles involved, above all the whole concept of copyright; and these you have seen fit to abandon to a corporation, on their terms, without a struggle."
Hay al menos dos cosas que están mal en esta página web.
¿Qué tal esto otro? En las manifestaciones del movimiento Occupy Oakland, en 2011, se vio a manifestantes portando escudos en forma de libros. Uno de esos libros era Los desposeídos.
(Cuando se lo contaron a Ursula, rejuveneció de golpe cuarenta y dos años bisiestos.)
No me crees, ¿verdad?

Primer libro por la izquierda.
Dicho lo cual, ¿has oído que algún medio de comunicación tradicional, a raíz de su muerte, haya reivindicado la figura de Ursula K. Le Guin como azote del clasismo y la corporatocracia, portavoz del ecologismo, defensora de los débiles o campeona del feminismo?

No, ¿verdad? La lloramos en Internet. La lloramos en esta bitácora; pero nuestra pérdida, que es la pérdida de toda la humanidad, no cuenta para los amos del mundo. Para ellos, el foco ha de ponerse en la insustituible Oprah Winfrey, esa multimillonaria que no vio al monstruo en uno de sus mejores amigos, y cuyo discurso oportunista y cínico fue portada de todos los periódicos, abrió todos los telediarios, ha sido retuiteado hasta la saciedad y recibido apasionados elogios, tributos a la valentía de esta mujer harta de abusos y de que los hombres impongan su tiranía a las mujeres.

Hombres como Harvey Weinstein

Ése Harvey Weinstein con el que Oprah se muestra tan cariñosa en fotos como la siguiente:
Así que ya tenemos campeona del feminismo y tonante voz femenina que denuncie los atropellos contra las mujeres y nos conduzca a una nueva era de comprensión y auténtica igualdad entre los sexos.

No esa vieja siniestra, anarquista, ecologista y seguro que lesbiana reprimida de Ursula K. Le Guin, sino la multimillonaria presentadora de televisión y actriz Oprah Winfrey, hasta ayer por la mañana una de las mejores amigas de Harvey Weinstein.

¡Joder, que se presente a la presidencia ya!
"Children know perfectly well that unicorns aren’t real, but they also know that books about unicorns, if they are good books, are true books."
La muerte de Ursula K. Le Guin mereció un discreto lugar en la sección de cultura de algunos periódicos.

Yo no estoy en la industria del cine. A ningún nivel.
(Y sabiendo lo poco que sé de ella, no me acercaría a esa cloaca ni escoltado por mis amigos Vengadores y llevando puesta la Mark 46.)
Que es más o menos así.
No he estado más cerca de Harvey Weinstein de lo que lo pueda estar cualquier persona que haya visto alguna de sus películas.

Y hasta yo sabía, desde hace años y años, que este hombre tenía reputación de putero, tirano, abusador y violador; que se le atribuía la destrucción de las carreras de muchas actrices renuentes a plegarse a sus lascivos deseos, como Mira Sorvino. Bastaba con leer entre líneas algunas entrevistas a actores, guionistas, directores y, sobre todo, actrices. Bastaba con estar más o menos al día del «quién es quién» de Hollywood.

¿Yo lo sabía, y Oprah, su querida amiga, no?

Pero el discurso de Oprah ha abierto telediarios. Su fariseo discurso en los Golden Globe Awards ha sido repetido hasta la náusea.

¿Cuántos telediarios ha abierto la muerte de Ursula K. Le Guin?

¿Cuántos de los pocos medios de comunicación no especializados que se hicieron eco de su muerte la señalaron como una campeona del femininismo, una incansable e insobornable defensora de la igualdad entre hombres y mujeres?

Te desafío a encontrar una foto de Ursula K. Le Guin besando a Harvey Weinstein.
En 1987, el editor de una antología de Ciencia-Ficción se puso en contacto con ella para que le escribirse el texto promocional de la sobrecubierta, lo que en inglés suena a retortijón (blurb) y que no es sino la clásica comida de polla en la que un escritor recomienda, con elogiosas palabras, el libro de un colega a sus posibles lectores. A veces, hasta sin reírse.

La respuesta de doña Ursula es una puta gozada y un retrato psicológico perfecto de su autora:

«Estimado señor Radziewicz,

puedo imaginarme promocionando un libro en el cual Brian Aldiss, previsiblemente, haría escarnio de mi trabajo, porque luego podría enorgullecerme de mi magnanimidad. Pero no puedo imaginarme promocionando un libro, el primero de una colección nueva y por eso mismo presumiblemente representativo de la colección, que no solo no contiene textos escritos por mujeres, sino cuyo tenor es tan orgullosa, exclusivamente masculino, como un club, o un vestuario. Eso no sería magnanimidad, sino estupidez. Caballeros, simplemente yo no pertenezco a este lugar.

Suya sinceramente,

Ursula K. Le Guin
La prueba documental.
Ursula K. Le Guin ha hecho más por la justicia social, el progreso del feminismo y la igualdad entre mujeres y hombres de lo que Oprah Winfrey hará en mil vidas. K. Le Guin literalmente consagró su existencia y la práctica totalidad de su obra a tan noble causa.

Pero, naturalmente, a Ursula K. Le Guin la relegamos a las páginas de cultura, que este país, o en cualquiera, absolutamente nadie lee ya, y Oprah Winfrey va en primera plana.

Porque eso es exactamente lo que se necesita para lograr un mundo mejor: más Oprahs y menos Ursulas. Más multimillonarias hipócritas y menos mujeres honestas con sus principios, insobornables e inflexibles. Sí, inflexibles. Porque hay cosas que no admiten negociación. Porque hay momentos en los que tienes que trazar una línea en el suelo y decir «la pregunta no es por qué estoy a este lado de la línea; la pregunta es ¿qué cojones hacéis vosotros al otro lado?»

Porque teníamos una auténtica Madre de Dragones.
(Una que no necesitaba enseñar las tetas para mantener altas las audiencias.)
Y la hemos perdido.
Que Dios nos ayude, Ursula.

No te merecíamos.

No me extraña ni un tanto así que al fin hayas decidido largarte.
"Books aren’t just commodities; the profit motive is often in conflict with the aims of art. We live in capitalism, its power seems inescapable – but then, so did the divine right of kings. Any human power can be resisted and changed by human beings. Resistance and change often begin in art. Very often in our art, the art of words."
Ursula K. Le Guin (1929-2018)
 

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