jueves, 31 de octubre de 2019

La mochila

Tolkien era racista.
«¡Racista, racista!».
Lo siento, Elfolas. Es lo que hay. Tolkien era racista y ni siquiera inventó a los elfos; solo los blanqueó. Ahora vas y lo meneas.

Tolkien, nuestro amado Tolkien, el autor de la divertidísima y emocionante El Hobbit y de la épica, oscura y fabulosa El señor de los anillos, era un racista de tomo y lomo, y sus obras son reflejo de ello.

Pero Tolkien no era racista todo el rato, y ya fue más racista de lo que acabó siendo, y a veces ni siquiera era consciente de ser racista, y a lo mejor no era tan racista como crees.


Y todo eso es posible en la misma persona y al mismo tiempo.

En la Enciclopedia de Tolkien, que NO, repito, NO es un bonito libro con ilustraciones de John Howe y Alan Lee, sino una obra erudita, donde una docenita o así de académicos, estudiosos y doctores de lengua y literatura inglesas y especialistas en la obra de J.R.R. reflexionan, desde un punto de vista académico, sobre la obra de Tolkien, sus influencias, biografía y trabajos «serios», si se me permite el chiste. En la Enciclopedia de Tolkien, repito, la profesora Christine Chism distingue tres tipologías de acusaciones a la obra de Tolkien, relativas al tema que nos ocupa: racismo intencional, sesgo eurocéntrico inconsciente y evolución del racismo latente de las obras tempranas del autor a rechazo expreso del racismo en sus últimos trabajos.

Las pruebas están ahí.

«¿Che apechese un ché, querido?»
Ya no hablo del pestufo anglosajón que tienen todos los protagonistas «buenos» de El Hobbit y El señor de los anillos (de Bilbon Bolsón se ha llegado a decir que es un terrateniente inglés, un ocioso rentista de la gentry, solo que más bajito, más gordo, más flemático y con más pelos en los pies), porque es tan evidente que no debería ser necesario.

Hablo de que los orcos son descritos como «negros» o «de piel negra» (ESDLA 2 Cap 5: "some are large and evil: black Uruks of Mordor" y Apéndice A: "In the last years of Denethor I the race of uruks, black orcs of great strength, first appeared out of Mordor") y "de ojos rasgados". O sea, tal y como el propio Tolkien señala en su correspondencia, «versiones degradadas y repulsivas de los, para los europeos, menos adorables tipos mongoloides» ("...squat, broad, flat-nosed, sallow-skinned, with wide mouths and slant eyes; in fact degraded and repulsive versions of the -to Europeans- least lovely Mongol-types", Carta 210 de junio de 1958 a Forrest J. Ackerman). Y la buena de J.K. Nemisin (que, por si no lo sabes, querido lector, es una hermosota escritora estadounidense de origen africano, vamos, que es negra como el carbón) se quejaba precisamente de ello en su bitácora en respuesta a la carta de un lector, tan bienintencionado como desorientado, que arremetía contra la etiqueta de «fantasía épica» bajo la cual se venden sus libros cuando en ellos no había runas, ni dragones, ni elfos, ni un mal orco que echarse a la boca.

"Think about that. Creatures that look like people, but aren’t really. Kinda-sorta-people, who aren’t worthy of even the most basic moral considerations, like the right to exist. Only way to deal with them is to control them utterly a la slavery, or wipe them all out.

Huh. Sounds familiar.

So maybe now you can understand why I’m not very interested in writing about orcs."
Y no, no voy a entrar a comentar cómo Tolkien, se lo propusiera o no (y yo creo que no se lo propuso), o más bien el éxito de ventas de los libros de Tolkien ha condicionado el concepto mismo que tenemos de Fantasía Épica, como desvela el atolondrado lector al que alude J.K. Nemisin. Estoy hablando del estigma del pecado original cometido por ese escritor blanco, anglosajón y británico, que sugiere en su universo imaginario la existencia de razas orgánicamente malvadas, en contraposición a otras genéticamente bondadosas, a las que se puede diezmar sin sentimiento. En palabras de J.K. Nemisin:
"[...]  I realize the whole concept of orcs is irredeemable. Orcs are fruit of the poison vine that is human fear of “the Other”. In games like Dungeons & Dragons, orcs are a “fun” way to bring faceless savage dark hordes into a fantasy setting and then gleefully go genocidal on them. In fiction, even telling the story from the dark hordes’ PoV, or explaining why they’re so… orcish… doesn’t change the fact that they’re an amalgamation of stereotypes."
Con su blanca palidez.
Y este racismo explícito de la obra de Tolkien transpira también a través de los «malos» de El señor de los anillos, los que luchan en el bando de Sauron, que son los orientales y los sureños o haradrim, a los que se nos describe tirando a oscuritos de piel. Los haradrim, además, que acuden a la batalla montados en sus elefantes de guerra, se parecen tantísimo a los indios que, con la historia que tiene el imperio británico con sus colonias, lo mínimo que consiguen con su aparición es hacernos fruncir una ceja.
Hablo de que la amistad entre Gimli y Legolas se presenta como algo excepcional. Lo nunca visto. Casi un acontecimiento contra natura.

Hablo de que los enanos, que son representados como seres huraños, gruñones, misántropos que evitan en lo posible relacionarse con otras razas, barbudos y codiciosos ávidos de oro, son estereotipos. Concretamente el estereotipo de usurero. Y quiero decir de usurero judío ortodoxo. Como los judíos, los enanos sufrieron una diáspora, se consideran extranjeros en las tierras que habitan, mientras sueñan con regresar a la tierra prometida, y hablan un lenguaje de tipo semítico, algo que el propio Tolkien no se molestó en ocultar ("The dwarves of course are quite obviously - wouldn't you say that in many ways they remind you of the Jews? Their words are Semitic obviously, constructed to be Semitic").

Y solo dos de los Nazgûl son explícitamente de piel clara.

¿Soy el único al que este plano le parece pelín kukluxklánico?
También huele un poco a cuerno quemado esa concepción, presente a lo largo de toda la obra de Tolkien, de que las razas primitivas son moralmente mejores, más fuertes, socialmente más cohesionadas y más pujantes. Los rohirrim, que prácticamente viven sobre las sillas de sus caballos y por no tener no tienen ni cristales en las ventanas de sus barracas, son mejores que los numenóreanos, corrompidos por las comodidades de la civilización. Théoden es mejor rey de lo que Denethor es senescal de Gondor. Bueno, esta idea tiene su excepción: hay un límite inferior a partir del cual una cultura primitiva reduce a sus componentes a poco más que animales parlantes; límite marcado por los salvajes (woses, en el original), que se visten con hierbas y hablan como un indio de película de John Wayne. Uno muy tonto.

Pero creo que lo más siniestro en la obra de Tolkien es esa concepción, denunciada por gente como Andy Duncan en su podcast, de que la vileza se hereda con la sangre. De que hay razas intrínsecamente buenas, por genética, y razas orgánicamente malas. Antropología victoriana acientífica e imperialista. Freca, noble de Rohan bajo el rey Helm Hammerhand, y Wulf, su hijo, son presentados como seres malvados por su herencia dunledina (baja estatura, cabellos castaños y tez trigueña). Los orcos, por el mero hecho de ser orcos, son malvados. Los haradrim y los orientales se ponen del lado de Sauron... porque son haradrim y orientales, supongo; mientras que los elfos son siempre buenos, excelsos, irreporchables, bondadosos y que hasta mean colonia.

A las pruebas me remito.
Pero, como casi todo en esta vida, la respuesta a la pregunta de si Tolkien era o no era racista no se puede responder con un simple sí o no.
Digamos que era racista, pero se avergonzaba de ello e intentaba dejar de serlo.

Tolkien cuenta que los rohirrim cazan a los Hombres Salvajes como si fuesen bestias, como los elfos cazaron en su día a los enanos, a los que no reconocían como personas (y esto es en parte causa de la mala sangre que hay entre elfos y enanos, además de aquel asunto del Nauglamír), y Tolkien saca a un personaje (me parece recordar que es Gandalf) condenando esa práctica. De hecho, la superación de las diferencias físicas o culturales en aras a obtener un bien superior es consustancial al argumento de El señor de los anillos. Buena parte de las interacciones entre Gimli y Legolas están marcadas por su inusitada amistad y por sus mutuos esfuerzos por comprender al otro y sobreponerse a las diferencias que los separan y a los siglos de mala hostia entre elfos y enanos que los enfrentan.

Además, no todos los «malos» de sus obras son oscuritos de piel. Grima, Saruman, Gollum (un ex hobbit) y Lotho Sacovilla-Bolsón son blancos.

Además, ¿que los elfos eran intrínsecamente buenos? A mí Fëanor y sus hijos me parecen cualquier cosa menos unos dechados de virtudes: vengativos, impulsivos, arrogantes, coléricos y asesinos. Vamos, que Fëanor sería casi el Pablo Escobar Gaviria de la Tierra Media, y su familia el puto Cártel de Medellín. Los desmanes de Fëanor llegaron a tal punto que atrajeron la maldición de Mandos sobre todo su clan. ¡Todo un clan de elfos maldito por los propios dioses!

Además, hasta la consideración de los enanos a lo largo de la obra de Tolkien fue mejorando progresivamente, pasando por Mim, el enano mezquino, hasta llegar a la figura de Gimli, el más noble y honesto de ellos, auténtico modelo para su raza.

Aunque un pelín marrano. ¡Aféitate, hippy!
Y su idea de que los rohirrim son mejores que los numenóreanos porque (aún) no se han dejado corromper por los vicios de la civilización no solo está en consonancia con los mitos sobre la Edad de Oro, comunes a todo el occidente europeo, sino que responde también a la fascinación erudita que Tolkien sentía por los pueblos primitivos, a cuyo estudio, a través de la lengua, dedicó su vida. Tolkien era un nostálgico de la imagen literaria del pasado, que probablemente no se correspondía con la realidad, y deploraba los defectos de la sociedad moderna. Creía que la industrialización, la máquina, no solo había destruido la magia, sino corrompido el espíritu humano, y tal vez no estuviese del todo desencaminado.

¿Entonces...? ¿Estamos a Rólex o estamos a setas?


Ay, amigo millennial, me temo que no hay una respuesta sencilla a tu pregunta.
Añadir leyenda
Tolkien no era perfecto, pero no era un malvado.

Tolkien, como todos los escritores, era un fruto de sus experiencias tanto como de la sociedad de su época y estaba, lo supiese o no, condicionado por ambas influencias. La literatura medieval europea en la que se inspira para escribir El Hobbit y El señor de los anillos es claramente racista y clasista. La concepción tardovictoriana y pre-eduardiana de la raza, que, según una mala digestión de los trabajos de Darwin, condicionaría no solo las habilidades físicas, sino también las cualidades intelectuales y espirituales de los individuos, también está presente en la obra de Tolkien.

Pero nada de eso impidió a J.R.R. polemizar en 1938 con Rütten & Loening, que aspiraban a editar El hobbit en alemán siempre y cuando antes de «arriesgarse» a promocionar a un autor de apellido tan obviamente germánico (el tatarabuelo de Tolkien emigró de Alemania a Inglaterra en el siglo XVIII) en el Reich de Hitler pudiesen asegurarse primero de que Tolkien no tuviese nada de judío:

"I do not regard the (probable) absence of all Jewish blood as necessarily honourable; and I have many Jewish friends, and should regret giving any colour to the notion that I subscribed to the wholly pernicious and unscientific race-doctrine." (Cartas, p. 37)
Antes que someterse a facilitar a su editor alemán un Bestätigung (literalmente una «confirmación» de su pureza racial, de sus orígenes no judíos), Tolkien estaba dispuesto a renunciar a que El hobbit se publicase en Alemania. De hecho, el libro no se publicó en Alemania hasta 1957.
"I regret that I am not clear as to what you intend by arisch. I am not of Aryan extraction: that is Indo-Iranian; as far as I am aware none of my ancestors spoke Hindustani, Persian, Gypsy, or any related dialects. But if I am to understand that you are enquiring whether I am of Jewish origin, I can only reply that I regret that I appear to have no ancestors of that gifted people". (Cartas, pp. 37-38).
Y, pese a que toda la mitología tolkieniana está innegable y claramente inspirada en las sagas nórdicas, la repugnancia que le inspiraba la doctrina racial nazi y el desprecio que sentía por Hitler llevó a Tolkien a rechazar incluso ese concepto:
"Not Nordic, please! A word I personally dislike; it is associated… with racialist theories." (Carta de 1967 a Charlotte y Denis Plimmer).
Y si Tolkien parece ocasionalmente algo, o incluso muy racista, en sus primeros libros y algo menos en sus últimos trabajos, o si su correspondencia privada y actitudes personales desmienten ferozmente cualquier sospecha de confraternización con ideologías raciales e imperialistas, pero El hobbit y El señor de los anillos siguen ahí para escarnercerle, es porque Tolkien, además de un lingüista fuera de serie y un escritor superdotado, era un ser humano; y todos los seres humanos llevamos LA MOCHILA.

Todos llevamos LA MOCHILA, pero a algunos se les nota más que a otros. A los escritores, que vomitamos miles de palabras en nuestras mierdas de sobrevalorados libros, cuentos, guiones, columnas de prensa, se nos acaba notando. Y déjame decir, querido lector, que no te puedes sacudir de encima esa MOCHILA. Puedes luchar contra ella, intentar ser consciente en todo momento de que la llevas a tus espaldas, pero no soltarla.

Cuando Tolkien nació, el Imperio Británico todavía era un imperio y ser británico significaba ser ciudadano del imperio y de la más antigua democracia de Europa y no, Suiza no cuenta, que esos son europeos para lo que les interesa y para lo que no les interesa no, Francia va por su quinta república, barajada con restauraciones monárquicas, imperios y ocupaciones teutonas, y la Atenas de Pericles no era una democracia ni vista por abajo, era una oligarquía en la que solo una minoría de notables eran considerados ciudadanos; y ni las mujeres, ni los esclavos, ni los extranjeros.

Tolkien, decía, nació en un imperio orgulloso de sí mismo. Era inevitable que, lo escogiese el bueno de Tolkien o no, algo de ese orgullo y prepotencia blanca, anglosajona y protestante cayese dentro de su MOCHILA. Tan en el fondo que nunca se podría librar de ella por más que le diese la vuelta al costal. Mira si no la diarrea mental de los brexiters, convencidos de que Europa va a perder mucho más que ellos y que acabaremos pasando por el aro y concediéndoles todos los pactos comerciales que nos exijan (y a lo mejor hasta tienen razón, vete tú a saber). Ellos también llevan en su mochila el orgullo del Rule Britannia, Britannia rule the waves, Britons never, never, never shall be slaves; también creen que el último político con un buen par de cojones fue Margaret Thatcher y que Charles, prince of Wales, tiene un buen polvo.

Y eso que se ha abandonado bastante.
Tolkien nació en Sudáfrica, un país en el que una minoría blanca impuso literalmente un estado de terror permanente sobre una mayoría negra. Y, aunque en su discurso de jubilación de la universidad de Oxford el 5 de junio de 1959, Tolkien renegó apasionadamente del apartheid ("I have the hatred of apartheid in my bones; and most of all I detest the segregation or separation of Language and Literature. I do not care which of them you think White."), del cual se consideraba víctima siendo un católico romano criado en un país dominado por los dominees de la Iglesia Holandesa Reformada (la cosa apenas mejoró cuando se instaló en la anglicana Inglaterra), ¿era realmente consciente y estaba en guardia contra las actitudes racistas que le rodearon en su infancia? ¿Podía impedir que ese odio racial y nacionalismo blanco contaminasen, a su pesar, sus palabras? ¿Podemos nosotros hacerlo?

Incluso dando por sentado que hubiese nacido en una burbuja y hubiese sido criado por ángeles, que ya os digo yo que no, Tolkien habría continuado expuesto a las trampas del lenguaje. Piensa en todas las veces que has empleado en sentido negativo expresiones como «oveja negra», «garbanzo negro», «leyenda negra»; piensa en las misas negras de La Voisin, en las pinturas negras de Goya, en la peste negra, en el viernes negro. Piensa en la carga ideológica que la historia, la tradición, los usos, han concedido al lenguaje, o, al menos, a ciertas palabras del lenguaje. Sauron es el Señor Oscuro porque la oscuridad, la negritud, ha sido siempre el marchamo del mal. ¡Y eso que paradójicamente, en nuestra cultura, todo empezó a irse a la mierda con el Portador de la Luz! Incluso en otras culturas, el color negro es asociado con el dolor, la violencia, la guerra... Seguro que Durga tiene la piel de un precioso color salmón, té o caramelo; o puede que hasta fuese blanca, pero Kali es negra, negra como la pez, negra como el infierno, negra como el ojete de un grillo. Y esto es algo grabado a fuego en nuestra memoria evolutiva, desde que éramos bestias desnudas que se arrastraban a sus madrigueras cuando el sol comenzaba a ponerse, conscientes de que la noche les dejaba expuestos, indefensos; de que les privaba de ver acercarse a los depredadores y de buscar una ruta de huída o un refugio más seguro.


A veces la pintan de azul, pero es negra, negra.
Esta mierda está tan arraigada en nuestro inconsciente colectivo que hasta en los cuentos infantiles, con excepciones como Blancanieves, la princesa virtuosa y virginal suele ser rubia, de piel blanca y ojos claros, preferentemente azules, y la mala follatriz y mefistofélica acostumbra a peinar sus negras gedejas y mirar a la heroína del cuento con sus insidiosos ojos negros, herencia envenenada que muchas autoras de novela romántica han estado más que dispuestas a aceptar, y que contamina ¡hasta los westerns!, donde el pistolero malvado suele ser el que lleva el sombrero negro.

La tesis que aquí defendemos es que la ideología de un determinado artista, sea o no consciente de ella, la exponga o no en su obra, debería de importarnos más bien poco a la hora de disfrutar de sus creaciones. Porque es la cruz de la misma moneda clasista e ignorante de los gafapastas que no leen best sellers: «yo no leo a Stephen King porque es una mierda, y Stephen King es una mierda porque yo no lo leo».

I know.
Juzgar a un autor por su mochila, y no por su talento o la calidad de su creación, es de vagos, de ignorantes y de cobardes.

Carl Orff era probablemente un asqueroso nazi, y el Carmina burana es una delicia para los oídos. Un auténtico succionador de clítoris melódico.

John Ford era un señor extraordinariamente conservador (y lo único, por debajo de Dios, a lo que John Wayne tenía miedo), por decirlo con tacto, pero no ha hecho una película que no sea una obra maestra y cualquiera de los mojones que cagaba su irlandés ano era mejor director de cine que ninguno de los que hoy en día se ganan el pan con el celuloide.

Robert A. Heinlein era uno de los tíos más siniestros que te puedas echar a la cara: racista hasta decir «supremacismo blanco», ultracapitalista de toda la vida, encarnizado enemigo de cualquier intento de poner límites o normas a la iniciativa privada, o sea que era, básicamente, enemigo del estado. Aparte estaba autoconvencido de que su país, los Estados Unidos de América, se había ganado el derecho de ser el faro moral de la humanidad y que cualquiera que intentase disputarle ese trono era un enemigo de la humanidad. Muchas de sus novelas y relatosestán preñados de veneno contra los comunistas, asiáticos, Estados centralizados, impuestos, extranjeros, receptores de servicios sociales y otros parásitos del Sueño Americano.


Y sin embargo Robert A. Heinlein era un narrador extraordinario, un escritor de quitarse el sombrero, un novelista de los que ya no quedan y un fabuloso contador de historias.
Y su mochila no nos debería impedir disfrutar de sus obras, como las de Tolkien, Orff y Ford no nos deberían impedir gozar de las suyas. Porque el arte debería estar por encima de las ideologías.

Porque cuando cometes el error de juzgar a un artista por sus ideas, y no por sus obras, te pasas más de tres décadas sin escuchar a Wagner, vetas a Enid Blyton, por racista, sexista y homófoba (vamos, por ser una blanca anglosajona, ¡y británica!, de la primera mitad del siglo XX) o intentas prohibir Tintín en El Congo.

Pero por buenas razones, ¿eh? Siempre por buenas razones.

No. El Arte no es inocuo. Pero tampoco es responsable de los pecados, reales, supuestos, justificados o sin confesar de sus autores. Si Tolkien genera controversia, foméntese el diálogo entre sus lectores y permítaseles extraer sus propias conclusiones. Explíqueseles también por qué algunas cosillas que vemos en los libros de Los cinco o los tebeos de Hergé están mal. Y luego póngaseles el O fortuna (que a mí siempre me devuelve a esta secuencia de una belleza que no me atrevo a profanar con palabras), déjeseles derretirse de gusto y luego hábleseles de las sospechas que recaen sobre Orff.

Pero ponerse las anteojeras antes de leer un libro determinado, cualquier libro, ver una película o escuchar una melodía es propio de gilipollas y encima nos arruina la experiencia.
En plan fojete no furado de cajar.
El Arte debe ayudarnos a contruirnos un criterio.

Y también debería ayudarnos a aprender a diferenciar entre la obra y el creador.

Si rechazas el Arte porque no se ajusta a tus prejuicios, si eres incapaz de disfrutar de la cultura sin hacer una lectura ideológica o careces de las mínimas habilidades intelectuales para comprender (que no aprobar ni defender) el trasfondo del autor, de la sociedad en la que se crió y la cultura desde la cual te habla (o sea, de comprender qué llevaba en su MOCHILA) entonces no mereces el Arte ni la cultura y te sugiero lo mejor que puedes hacer con ella:
No te preocupes, alguien mejor que tú la encontrará y gobernará Inglaterra con ella.
Porque todos llevamos nuestra MOCHILA. Tú también. Y los demás no tenemos la culpa de que tu MOCHILA te haga ser un ignorante y un gilipollas cagapoquito.

Así que deja de joder con la pelota y ponte la tele. Creo que están dando Gran Hermano 2331: canibalismo extremo en alguna parte.
Tetas, petardas... ¡esto es lo tuyo, chaval!
Ambos sabemos que no mereces nada mejor.

Y, además,  aquí hace tiempo que nos rendimos con los gilipollas. 

Estoy hablando de ti, gilipollas. Te habrías dado cuenta ya, si no fueses tan gilipollas.

Gilipollas.

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