sábado, 7 de septiembre de 2019

No te llamo Trigon por no llamarte Rodrigon (y II)

En la anterior entrada vimos la cara; hoy presentamos la cruz de los motivos por los cuales siempre es una buena noticia que cancelen una serie de televisión. Particularmente si nos gusta mucho.

La ficción televisiva no se rige por las mismas normas que una novela o una película (aunque las películas se parecen cada vez más a series de televisión, y si no entiendes, oh excelso lector, mi argumento, tal vez te ayude imaginarte toda la trama de las gemas del infinito del MCU como la primera temporada de una serie de televisión con 23 capítulos). A los guionistas de televisión les gustaría que sí, pero ellos no pintan nada en el sistema. Son los mercenarios de la productora y, encima, si no escriben no ganan, si no ganan no comen, si no comen no cagan y si no cagan se ponen de una mala hostia insoportable. Por mayor prurito de dar un buen final a las tramas y los personajes que les produzca su vocación, vergüenza torera u honrilla profesional, estirarán los argumentos hasta el bochorno y darán tantos giros absurdos a la trama como sean necesarios para mantener el interés del público un capítulo más, un mes más, una temporada más, aunque acaben destruyendo el interés de ese mismo público, que total yo aquí soy el último mono y esa hipoteca no se va a pagar sola y además hay otras series en las que pueden contratarme.

Ya mencioné en la entrada precedente que me había metido entre pecho y espalda la primera temporada de Allí abajo. Sí, ¿qué pasa? Yo veo ficción española si la propuesta me parece lo bastante atractiva. ¿Te vale o lo resolvemos a hostias? También vi La casa de Papel, Merlí y Sin Identidad. A otras les di una o dos oportunidades (La embajada, Presunto culpable...) y, por el motivo que sea, no acabaron de seducirme. Decía que vi, y que la disfruté lo digo ahora, la primera temporada de Allí abajo. Lo que no mencioné es el motivo por el cual solo me vi la primera temporada: Allí abajo va de un tímido, algo estirado y cuadriculado vascón, ¡kabenzotz!, que se enamora de una desenfadada, impulsiva y algo caótica andalusa, y de la colisión entre dos personalidades contrapuestas y dos culturas tan extremadamente disímiles. Fin. La serie concluye con El Triunfo del Amor A Pesar De Todo™ y, al final de la primera temporada, a mí se me antojó que la premisa de la serie estaba más que satisfecha y que no había manera de mejorar el resultado. Una vez concluido ese ciclo argumental, yo tenía exactamente cero interés en lo que pudiera pasar a continuación, y que solo podía ser, como así fue, una sucesión de rupturas, reencuentros, triángulos amorosos, cuernos, embarazos...

Vamos, la vida real.

Señores guionistas: la vida real es una puta mierda.

Por eso leemos novelas.

Por eso vemos series de televisión.

Por eso compramos cómics.

Por eso nos bajamos porno.


De Allí abajo se hicieron cinco temporadas que seguro que están muy bien, pero ni me interesan ni es probable que llegen a interesarme nunca. Ya vi la historia que quería ver, ya sé cómo acaba y me la trae al fresco lo que los guionistas quieran contarme a partir de ahora. Pura y simplemente, me la cruje.
A veces está claro desde el principio que hacer una segunda temporada, secuela o lo que sea, es una mala idea. Buscando documentación para la entrada descubro que Héroes llegó a tener cuatro temporadas. No puedo evitar preguntarme cómo y por qué. No conozco serie a la que le pudiera sobrar más una continuación que Héroes. El capítulo vigésimo tercero y último de la primera temporada fue el cierre perfecto de todas las tramas y personajes que se habían empezado a desarrollar desde el piloto. Pura y simplemente, Héroes era una estructura narrativa perfecta. Cuando supe que iban a rodar una continuación me temí lo peor. En cuanto vi en los primeros capítulos de la segunda temporada que algunos personajes a los que habíamos dado por, no es un chiste, heroicamente muertos en la temporada anterior, estaban vivitos y coleando (con lo cual la nobleza de su sacrificio quedaba reducida a nada), me di cuenta de que había más niveles de peoridad en el cielo y en la Tierra, Horacio, de las soñadas en tu filosofía. Y, ya que mencionamos la Tierra, aprovecho para insistir en que The man from earth no necesitaba una segunda parte. Y si la necesitaba no era ésta. Y si era ésta que se pare el mundo porque yo ya no entiendo nada.
Los albañales de ignominia por los que un equipo de guionistas puede estar dispuestos a arrastrarse en nombre de una injustificada longevidad de las series en las que trabajan no conocen Dios. ¿Recordáis cómo los guionistas de Los Serrano, atrapados entre la espada y la pared, hicieron tirarse por un puente a Resines y luego le despertaron en su cama, donde acababa de tener una larga pesadilla (ocho temporadas de pesadilla, nada menos) y le mandaron de vuelta al minuto uno del primer capítulo? O sea que todo lo que habíamos visto a lo largo de seis años no había sucedido. O sea que nos habían estado tomando el pelo. O sea que la pobre Natalia Sánchez, que estaba a punto de explotar de fajada que iba para que no se le notase (tanto) que ya no tenía trece años, casi revienta por nada, y sí, estoy hablando de tetas. De tetas y del probre Resines, que no se merecía ese maltrato.

Que no creáis que los guionistas de Los Serrano inventaron la mortadela. Ni la filemona. Este truco para cerrar en falso y dar un golpe de picha en la cara de tus espectadores existe desde que el mundo es mundo. Los fans de St. Elsewhere  no daban crédito a sus ojos en el capítulo final de la serie cuando los personajes y el escenario con los que se habían familiarizado a lo largo de seis temporadas empezó a disolverse ante sus ojos, en plan Ubik, y acabaron descubriendo que toda la trama de St. Elsewhere, todas las historias, todos los protagonistas, no eran más que las fantasías de un niño autista. En fin, ¿qué puedo decir? En los ochenta se cometieron muchos crímenes (darle un micrófono a Kylie Minogue, rodar Supermán 4...) y éste no fue el más nefando de todos ellos (lo de Kylie Minogue fue exponencialmente más peor).

El mamífero no extinto con más dientes del planeta.
Tratar a tus espectadores como si fuesen soplapollas, recibe en la profesión, el nombre «hacerse un Bobby Ewing»™, que, para variar, no es nada porno, sino un personaje de la serie Dallas, cuyas catorce temporaditas de nada nos metimos en vena en los años 80 a.N. (antes de Netflix). El personaje de Bobby Ewing, interpretado por Patrick Duffy, fue asesinado en el último capítulo de la octava temporada. En estos casos yo siempre sospecho que el actor pidió más dinero y la productora se lo quitó de en medio para demostrar quién mandaba, pero el propio Duffy afirma que fue él quien pidió ser «asesinado» porque estaba harto de interpretar al «buen chico», y es que las tramas más interesantes y las mejores frases eran para su hermano en la ficción, el malvado J.R. interpretado por Larry Hagman.
Se paraba el mundo cuando echaban esto. Lo juro.
(Como si los productores supiesen qué quiere el público).
Puesto que estaba previsto desde el principio que Bobby Ewing debía morir (el plan original de los guionistas era darle fierro al final de la primera temporada, pero se acojonaron después de ver cómo el personaje atraía masivamente las simpatías del público), al final de la octava temporada, ¡zas!, ¡pum! ¡A la luna! Luego, por esas cabriolas del destino, Patrick Duffy pidió regresar a la serie, en sus propias palabras:
I never intended to come back, which is why Leonard and I decided that the heroic death of Bobby was the best way to go, by saving a life and then dying.

Why did you leave?

I left because I had done the show for seven years. My contract was for seven years. It was obviously an ensemble show and I thought if it was ever a time at the height of the popularity of that show, that I might be able to launch into something that was more of a single, starring venue, that that would be the time to do it. I left the show and that did not happen — typical Patrick Duffy business decision fiasco. I went back on the show because they asked me to and I realized that was the best place to work and I was back with my best friend.
Y ahí fue cuando, oh Dios mío, acuñamos el término:
Whose idea for the dream scene?

That was Leonard Katzman. My wife, oddly enough, had the same instinctual decision. When I said to her I think they’re going to ask me to come back on the show, her first response was you can only do that if the whole last season was a dream. Then when I talked to Leonard, that was indeed what he wanted to do and so we went ahead and did it.

Al final de la novena temporada, Pamela Barnes-Ewing se despierta en su cama, oye correr el agua en la ducha, se levanta, abre la mampara y su marido muerto está allí, vivito y coleando. Todo lo sucedido desde su supuesta muerte hasta ese preciso momento solo había sido una pesadilla y los espectadores de Dallas son todos unos estómagos agradecidos que se chuzarán en vena cualquier cagarro que les tiremos.

 ¡Magia!
(De Dallas han hecho un remake cancelado en su tercera temporada, y es que no dan el mismo morbo el fornicio y las rivalidades a muerte entre despiadados magnates del petróleo que entre malcriados billonarios puntocom).
El Bobby Ewing™ es el más sucio, abyecto e insultante de los trucos de un escritor. Pluguiera a Dios que los guionistas en apuros no recurriesen a él con tanta frecuencia. Y ojalá tampoco estirasen las series hasta agotar todos los trucos de la caja de escritor, salvo precisamente aquellos que no debería usar nunca. Mira, al menos en Magnum, P.I. fueron más valientes: mataron, por los motivos que fuese, al teniente Mac McReynolds, el personaje de Jeff MacKay, y luego permitieron al actor reincorporarse a la serie interpretando a un personaje nuevo; Jim Bonnick, un estafador que, por esas extrañas macumbas de la genética, era físicamente idéntico a Mac.

El Doble Mac™ es un ejemplo de buena escritura, de inteligente solución a un problema narrativo.

El Bobby Ewing™ es un cáncer intelectual.

Los hombres de Paco (una deliciosa parodia de las series policíacas de toda la vida: Baretta, Starsky & Hutch, Canción triste de Hill Street, Brigada Central, Corrupción en Miami...) nos proporciona otro ejemplo de serie que ha sobrevivido a su propia naturaleza. Los protagonistas de la serie son unos gañanes, unos ganapanes, unos inútiles de tal calibre que solo resuelven sus casos por accidente y obligan a su jefe a hacer horas extra para presentar como éxitos policiales lo que son cagadas de marca mayor. Yo no seguía la serie, pero más de una vez me he sentado a ver algún que otro capítulo suelto y me he roto el finstro vaginar de tanto reír.

Y de repente Los hombres de Paco empezó a dejar de hacer gracia. En un cuarto de vuelta al Efecto The Big Bang Theory™, Los hombres de Paco pasó a ser una serie dramática. O sea otro policíaco televisivo más. O sea, que le dio completamente la espalda a sus orígenes (al menos TBBT siguió siendo una comedia).

Como si eso no fuera lo bastante grave, en otro giro copernicano, de repente Los hombres de Paco empezó a meter tramas que ni follarte a tu abuela en su velatorio delante de toda la familia. Como MacGyver, que pasó de James Bond de Bricomanía, capaz de desactivar bombas nucleares con una Victorinox y un chicle usado, a Indiana Jones de saldo, que exploraba ruinas de civilizaciones perdidas o se iba a buscar La Atlántida, ante los ojipláticos ojos de sus espectadores, que no nos atrevíamos a pestañear por no perdernos el plano en el que nos explicaban que todo había sido un sueño, que nos habían colado un
Bobby Ewing.

La ruina del crédito de Los hombres de Paco se resume en dos palabras: fenómenos paranormales.


Sí. Estoy de acuerdo.
Para entonces, ya algunos de los actores originales (Hugo Silva, Jimmy Castro, Aitor Luna) habían abandonado la serie, llevándose a sus personajes con ellos, y las audiencias daban pena. Ah, pero uno volvió, porque en las series de televisión nadie se muere del todo, no jodas. Oh, que se me olvidaba: también se cargaron al cincuenta por ciento de las lesbianas de la serie. Pero seguro que fue por accidente.
Arrow también acabó convirtiéndose en una infamia estilo Paco's Men™. Arrow, para quien no siga la serie, es la adaptación televisiva de Flecha Verde, superhéroe de DC (editorial que tiene fijación con lo verde: Linterna Verde, La cosa del pantano, El detective marciano, la pilila de Batman...), miembro fundador de La liga de la justicia con Batman, Supermán, Wonder Woman, Aquamán y Linterna Verde.

Quienes oímos hablar de esta serie, nos alicatamos los cojones con hormigón armado, porque la cosa no pintaba nada bien.

La primera temporada nos dejó buen sabor de boca.

La segunda tampoco fue una tontería.

La tercera moló mazo, con toda la trama de Ra's al Ghul y el viaje de Oliver al lado oscuro.

En la cuarta nos dimos cuenta de que los guionistas habían empezado a repetir las tramas más de lo que repite un bocadillo de mierda con cebolla y Arrow, una serie de superhéroes, con acción, hostias como panes, muchas flechas y algunos desequilibrados en mallas, se había convertido (en realidad lo había sido desde el principio) en una serie romántica: ahora te quiero, ahora no, ahora te vuelvo a querer, pero es mejor que no estemos juntos porque así no te harán daño, ahora quiero más a esta otra, ahora me doy cuenta de que esta otra es una petarda y te vuelvo a más querer mucho a ti, ahora te desquiero otra vez...

Fue muy, muy extraño descubrir que Arrow me llevaba dos temporadas de ventaja y no tenía ninguna prisa por ponerme al día porque me fatigaba hasta la molicie la perspectiva de tener que sufrir todo ese merengue romanticón que frenaba la trama y, encima, era cansino de morirse ver a Oliver salir de la isla, y volver, y salir de nuevo, y volver a volver... Pero de morirse bien muerto, ¿eh?

Hablando de muertos: lo de Bones es... es...

Bueno, es «lo de Bones™».

Bones es una serie procedimental. Todos los capítulos son básicamente iguales: aparece un cadáver más bien tirando a pelado, la doctora Brennan determina la causa de la muerte, Zack saca un perfil del homicida, Hodgins determina dónde mataron al muerto o de dónde salió el asesino a partir de los bichos, los minerales o las semillas que aparecen en el cuerpo, Ángela le hace un retrato robot al finado, Booth encuentra al asesino y admite que se te ha puesto un poco dura cuando he escrito «procedimental», que hasta da la impresión de que sé de lo que hablo y todo.

La serie molaba a todos los que disfrutan con los thrillers policiales, con las series de forenses y viendo restos humanos agusanados e imaginándose el olor a putrescina.

Pero en algún momento de la tercera temporada, a la FOX, o al showrunner de Bones, o a los guionistas, o al chichi de la Bernarda se le ocurrió una genialidad del estilo de: «esto empieza a ser un puto coñazo, ¿por qué no hacemos Bones más El código Da Vinci, que ahora está muy de moda?»

Como suena.


Así que se sacaron del ojete una secta del siglo XVIII, los Gorgojones o algo así, obsesionados con la geometría y las sociedades secretas, y con hacer lo mismo que los masones solo que al revés y en plan cabrón; y aparece un asesino en serie que es un Gargajón de esos, y empieza a dejar cadáveres para que las autoridades los encuentren y la doctora Brennan los examine, en un duelo de inteligencia en el cual la desafía a atraparle antes de que tenga tiempo de instruir a su sucesor, el Cagajón aprendiz y más cosas que no me sé muy muy bien porque en el momento en que la subtrama de los Morcojones se convirtió en un hilo argumental recurrente de casi todos los capítulos de Bones yo dejé de ver Bones. Y esa puta serie me encantaba y Emily Deschanel me ponía malo, pero las idas de bolo de sus guionistas acabaron por romper el encantamiento.

Donald Trump antes del afeitado.
Y quisiera poder decir que los pecados arriba descritos son lo peor que un escritor puede cometer en el guión de una serie de televisión.

Pero no.

El peor crímen de un guionista es caer en el tedio, en la fórmula, es repetir y repetir, repetidamente, los repetitivos argumentos que series repetitivas han repetido ya repetidas veces en el pasado y repetirán repetidamente en el futuro.

Dale tiempo suficiente y en tu serie favorita verás:

Un episodio en el que el héroe pierde su magia: a Ralph Hinkley le roban el traje que le da superpoderes. K.I.T.T. se avería. A Richie Adler le formatean el ordenata. A Stringfellow Hawke le roban el helicóptero militar ultrasecreto que previamente había robado él.

Un episodio en el que el héroe se enfrenta a su propia mortalidad: a James Crockett le pegan un tiro y se casi muere. A Murdock le pegan otro y tres cuartos de lo mismo. Thomas Magnum, ¡ESPÓILER!, la dobla en el último episodio de la serie.

Un episodio en el que el héroe conoce a su dopplegänger (esto es, a grandes rasgos, alemán para «gemelo malvado»): Michael Knight conoce a Garth, Jaime Sommers conoce a Lisa Galloway, K.I.T.T. conoce a K.A.R.R., Cybill Sheppherd conoce a Bruce Willis.

Un episodio en el que un enemigo del pasado aparece para vengarse del héroe: Murdoc regresa de la tumba para hundirle la vida a MacGyver y al final parece que se muere, pero vuelve en otro episodio, donde otra vez parece que se muere, pero vuelve en... Peter Griffin se lia a rijostios de nuevo con el pollo enorme. Maggie se cruza con El Bebé De Una Sola Ceja.

Así nació el krav magá.
Un episodio con niño. Los escritores tienden a pensar que nunca te equivocas si escribes un episodio con niño, pero eso es porque no son ellos los que tienen que trabajar con el niño. Pequeños cabrones. ¡Que venga Herodes!

Un episodio en el que el héroe se vuelve malo, pero no, que era todo un truco, o una fase, o un
Bobby Ewing, ¡pringaos!: Lee Stetson traiciona a la CIA. Buffy roba tiendas, vandaliza escaparates y asesina a inocentes. Willow Rosenberg, por no salirnos de Buffy Esnachavampiros, se vuelve toda loca e intenta provocar el ¡Apocalipsiiiiiisisiis! con sus poderes de bruja piruja.

Un episodio con fantasma, o rollos paranormales, en los que al final te dan a entender que no, pero quizá tal vez, bueno a lo mejor sí, ¿no? Normalmente este episodio se emite por Halloween.

Un episodio-crossover entre varias series de la misma productora o el mismo canal. Los hermanos Simon visitan Hawái y se apalancan en la casa de Robin Masters. Horatio persigue a un delicuente desde CSI Miami a CSI Nueva York y vuelta. Dos médicos de St. Elsewhere se toman algo en la barra de Cheers, adonde suponemos que no regresaron. Iron Fist, Luke Cage, Jessica Jones y Daredevil se encuentran en The Defenders con Elektra y la Teniente Ripley.

«¿Qué krav magá ni que hostias? ¡Patada al pecho y carretera!»
Un episodio en el que el héroe pierde la memoria.

Un episodio con rapto. No, la víctima da más o menos lo mismo. El rapto es lo que cuenta.

Un episodio en el que el héroe, cuya vida ya era lo bastante complicada, se encuentra con un hándicap adicional que se la hace aún más «interesante»: Stingray se queda ciego. A Remington Steele lo incriminan en un delito y tiene que huir de la policía mientras intenta limpiar su nombre. Si el héroe es mujer, los guionistas la dejan preñada y así tienen para varios episodios: Carrie Mathison se queda embarazada en Homeland, Temperance Brennan se queda embarazada en Bones, Jane The Virgin se queda embarazada en... huy, no, espera, que esta serie va precisamente de eso.

Un episodio en el que el héroe tiene que volver a su pueblo natal y descubre un sórdido secreto de familia. Como que sus padres se daban amor anal fumando costo mientras veían The Honeymooners.

Hacer humor con violencia machista. ¡Ah, qué tiempos!
Un episodio homenaje a The Honeymooners.

Un episodio en el que el héroe rememora un trauma del pasado. No necesariamente un acto de sodomía fumeta durante la emisión de The Honeymooners.

Un episodio en el que el héroe golpea la pantalla del televisor desde su lado y dice, con cara de pena: «¡eh! ¿Hay alguien ahí? ¿Adónde se ha ido todo el mundo?»

(Y todo porque en la sala de guionistas no hay un John Bercow que grite):
Un episodio en el que el héroe nos explica lo malas que son las drogas. Un héroe interpretado por un actor que antes de salir a escena se ha limpiado el bigote de coca.

Un episodio narrativamente absurdo y sin un argumento propiamente dicho, hilado a partir de segmentos de vídeo de episodios previos.
 
Un episodio en el que... anda, sigue tú a partir de aquí.
 
Por todo lo expuesto en estas dos entradas no puedo evitar preguntarme qué me depararán las series que ahora mismo estoy siguiendo. Porque ya me conozco casi todos los trucos sucios del oficio y raras veces me llevo una sorpresa. Porque los guionistas de cine y televisión son unos señores que básicamente viven de manipular nuestros sentimientos, como nos manipularon con la puta muerte de Chanquete, las penurias de ese insufrible mocoso italiano con complejo de Edipo que logró ir de los Apeninos a los Andes (sin que le rompieran el culo diez veces por el camino, lo cual prueba que era una serie de ciencia-ficción) y con la ceguera de Mary Ingalls. Además, se consideran más listos que nosotros y dan por sentado que tenemos unas tragaderas que ríase usted de Sasha Grey y que pueden aprovecharse de ellas.
Y no.
(Joder, mira que lloré con la muerte de Chanquete, ¿eh? No volví a llorar tanto hasta que le reventaron la teta izquierda a Mia Khalifa).
No, Mia, no lo ha merecido. ¿Por que pasan estas cosas tan horribles? ¿POR QUÉ?
Sé que hasta Titans, que me gusta pero a la que ya de entrada veo muchos fallos, a poco que dure en antena acabará por defraudarme. Porque hasta ese tono oscuro, adulto, sucio, es impostado. Porque hay violencia, pero es una violencia en penumbra. Porque hay personajes ambiguos y siniestros, pero no pueden evitar que se les note que son los chicos buenos a pesar de todo. Porque seguro que se liberan del dominio de Trigon, que no de Rodrigon, en el primer capítulo de la segunda temporada. Porque hay sexo, pero es un sexo fuera de plano. Que Dick y Kori trincan como jabalíes, pero no veremos a Starfire en pleno orgasmo aplastándole el cráneo a Nightwing con su superheroico potorro a prueba de balas, como vimos en The Boys, serie rompedora, transgresora, adulta y siniestra que, en realidad, ha tenido mucha menos repercusión de la esperada y, tal vez, de la merecida.
¿Habrá muerto feliz?
(Que no es que «adulto» implique necesariamente erotismo. Aquí hace tiempo que tenemos como inspiración de nuestros pensamientos más impuros a la cobriza y peluquiteñida Jessica Alba y con ella nos sobra).
¿Me lo parece a mí o siempre hace el mismo tipo de papeles?
Si le das tiempo suficiente a un guionista de televisión, acabará por empezar a plagiarse a sí mismo y a sus colegas o alcanzará el temido momento Bobby Ewing™, el momento Bones™, el momento Hombres de Paco™, el momento The Big Bang Theory™; porque no todos tienen las tablas, los cojones y el cerebro de currarse un Doble Mac™ y porque, por nobles que sean sus intenciones, el escritor no es más que un francotirador al servicio de la productora y, encima, pretende comer tres veces al día, el muy cerdo. Por eso, si le piden que escriba una segunda temporada de Héroes la escribirá. Si le piden que mate a Bobby Ewing y luego lo resucite dirá «a la orden». Si tiene que convertir Bones en una parodia de El Vincigo Da Code, ni siquiera pestañeará. Y si le piden que deje preñada a Penny solo preguntará: «¿cuántas veces y de qué especie animal queréis que sea el padre?».
Dudo mucho que veamos algo como esto en Titans.
Y, de verdad, no es malicia, ni desidia, ni existe una conspiración de guionistas para hacer nuestra vida miserable; es tan simple como que el guionista es un ser humano, necesita un techo sobre su cabeza y tiene la fea costumbre de comer todos los días. Puede que sus padres hicieran mal al consentirle de niño ese lujo, pero ya es tarde para subsanar dicho error.
No, va, en serio: ¿cómo coño los elige?
Por eso lo mejor que le puede pasar a una buena serie de televisión es ser cancelada antes de sus escritores y productores la conviertan en una mierda.

Porque es una experiencia desoladora descubrir que los guionistas de tu serie favorita
han pensado toda la vida que eres tonto de solemnidad.