viernes, 3 de agosto de 2018

«Yo me voy por mi izquierda, yo me voy por mi izquierda, yo me voy por mi izquierdaaaaa...»

Estimado editor; dos puntos.

Me temo que uno de los dos está en un terrible malentendido.

Te daré una pista:

Eres tú.

Imagínate mi sorpresa cuando me encontré en el correo electrónico un mensaje tuyo mostrándote moderamente entusiasmado con el libro que te había enviado y expresando tu deseo de leer más novelas mías.

Mi sorpresa, y en esto me darás la razón, estimado editor, estaba más que justificada: no tenía ni puñetera idea de quién coño eras ni a qué libro aludía tu correo. Llevo algún tiempo sin hacer buzoneo por las editoriales (una vez agotada mi breve producción actual en todas las del orbe) y ni tu nombre ni la razón social de la tuya evocaban eco alguno en mi memoria. No te extrañará que llegase a considerar la posibilidad de un error por tu parte; o bien habías equivocado el destinatario de tu mensaje, o bien reenviado a varios contactos un correo privado.

Intrigado, me puse a hacer arqueología en mi cliente de correo y, tras llenarme hasta las pestañas de polvo de momia, chinches peludas y telarañas caducadas, fui capaz de resolver el misterio. Y no me hizo falta un destornillador sónico ni nada.
Déjame que te anticipe mi respuesta:

vete a la mierda.
Indeed I am.
Ahora que sé quién eres, cuándo me puse en contacto contigo y qué libro, de los varios que me atribuyo, te gustó tanto, esto es lo primero que pretendo dejar muy claro:

vete a la mierda.
(Y diles que vas de mi parte. He enviado a tantos allí que te harán descuento).
¿Sabes ese libro que te gustó tanto (aunque no te parezca oportuno publicarlo pero sí haya despertado tu curiosidad hacia mis otras obras)?, pues estuve a punto de no mandártelo. Y estuve a punto de no mandártelo porque la primera vez que indagué sobre ti y tu puñetera editorial pinché en todos los enlaces de tu página web y fui incapaz de averiguar, porque escogiste deliberadamente ser muy ambiguo en este punto, si la admisión de originales seguía abierta o, como todas las demás editoriales del universo, la habías cerrado sine die a la espera de que alguien te ofrezca las próximas Sombras de Grey.
«¡Más best-sellers potorreros escritos con el orto! ¡Más!»
(Algo que, ya te cuento, no va a pasar).
Tampoco me produjo ninguna satisfacción descubrir que, aparte de la dirección de correo electrónico, no ofrecías ninguna otra forma de contacto a tus posibles escritores. No había una dirección postal, ni una página de Facebook, ni un teléfono en el cual yo pudiese resolver mis dudas y descubrir si merecía la pena o no el esfuerzo de hacer un clic de ratón y enviarte una muestra de mis novelas. Desde el principio, me negaste toda posibilidad de hablar con un ser humano que me informase si tenía siquiera sentido intentar enviarte una de mis novelas o si el mero atrevimiento me iba a hacer quedar como un papanatas, un desinformado y un inoportuno.

Tampoco ofreces, en tu única ventana al mundo, información alguna acerca de los plazos que consideras razonables para responder a una oferta de publicación. Ni te comprometes a proporcionar respuesta alguna, dicho sea de paso, aunque tampoco la descartas abiertamente. Ni das unas mínimas indicaciones acerca de cómo prefieres que se te hagan llegar esos libros rechazados que prometes leer; solo sinopsis, sinopsis y primer capítulo, obra completa, en formato .DOC, .PDF, .XDOC, .BDSM...

Esto debería haber sido suficiente para desanimarme.

Pero como la ilusión es lo último que se pierde, justo antes de perder la vida, como a los escritores nos tira una editorial más que un par de esponjosas teturcias bien plantadas y como en tu página web pintas unos coloridos mundos de Yupi en los cuales todos los autores con oficio, y a ser posible algo de talento, rechazados por las editoriales corrompidas por esos grandes grupos editoriales que solo buscan el multimillonario beneficio inmediato, tendrán la oportunidad de ser al menos leídos, creí que merecía la pena el esfuerzo si con ello dejaba más o menos dilucidada la duda de mi pertenencia o no a ese exclusivo club. 
«Publicar, publicar, publicar».
Así que, incapaz de obtener más información, porque de forma muy ladina escogisteis negármela, decidí jugármela (con vosotros, estimado editor, a veces vale más pedir perdón que pedir permiso) y te envié una carta de presentación, un bochornosamente breve currículo literario, una sinopsis de una de mis novelas y la novela en sí.

Y me olvidé de ti.

No, no es que haya sufrido un infarto cerebral ni tenga ningún problema de memoria.

Es que, mi muy estimado editor, intenté ponerme en contacto contigo en diciembre del año pasado.

Diciembre

del

año

pasado.

Hace ocho meses que me puse en contacto contigo para ver si podíamos trabajar juntos.

En todo ese tiempo, y hasta ayer por la mañana, no supe ni media mierda de ti, estimado editor. No supe si recibiste mi libro. No supe si tenías tiempo o intención de leerlo. No supe si te gustó. No supe si lo incluiste en tus planes editoriales. No supe absolutamente nada.

En ocho meses no encontraste un momento para acusar recibo de mi novela. En ocho meses no te pareció necesario comunicarme que el libro estaba a la espera de lectura ni pedirme un poquito de paciencia. En ocho meses me tuviste en una nebulosa de incertidumbre y me permitiste creer que mi correo no había llegado, que había sido descartado o que mi libro te parecía tan penoso que tuviste que lavarte los ojos con salfumán después del primer párrafo. Y no, Salfumán no es el mago chungo del Señor de los anillos.
Ni éste uno de tus ojos.
En ocho meses, permitiste que me olvidase de ti.

En ocho meses, me dejaste muy claro que me consideras basura y me dispensaste el trato que reservas a los pedófilos, los contertulios del corazón y los atorrantes.

¿Y ahora quieres leer otro de mis libros, por si te gusta más que el primero y decides publicarlo?

Vete a la MIERDA.

No sé si hay un plazo máximo innegociable para contestar un mensaje, pero ocho meses está mucho, muchísimo más allá del mío.

Vete a la mierda.

Si has tardado ocho meses en sacarte el puño del recto, limpiarle las heces y teclear tu respuesta a un correo en el cual, básicamente, te preguntaba si (como sugería casi falazmente un artículo en prensa publicado pocas semanas antes de ponerme en contacto con vosotros) seguís aceptando originales y podía enviaros el mío, no imagino cuánto tiempo te llevaría contestar a una reclamación sobre unas galeradas o la liquidación de mis derechos de autor.
Vete a la mierda.

No sé qué chiringuito de los cojones es ése que diriges, mi estimado editor, pero si no puedes permitirte el lujo de mantener una línea de teléfono (aunque siempre estuviese descolgado o fuera de cobertura) o el sueldo de una persona que resuelva las dudas de tus posibles autores; si has tardado ocho meses bisiestos en leer un puto manuscrito (yo no necesito pasar de la primera página para saber si merece la pena el esfuerzo), porque no tienes suficientes lectores editoriales (o porque no tienes ninguno, ya que no te alcanza para sueldos, y te curras los originales tú solito); no es un bisnes que me ofrezca demasiada confianza y creo que prefiero mantenerme alejado de él por más que te hayan sorbido el cipote en un par de periódicos de difusión nacional.

Vete a la mierda.

Me ha quedado muy claro el absoluto desprecio que sientes hacia mí como persona y como escritor y la repugnancia que te inspira el mero hecho de mostrarme incluso una cortesía protocolaria que a nada te comprometía e incluso redundaría en beneficio de tu imagen pública. Imagínate lo diferente que podría haber sido esta entrada de Paratroopersdon'tdie (que no cunda el pánico; esto no lo lee nadie), mi estimado editor, si hubieses configurado una respuesta automática en tu servidor de correo, algo que hasta un retrasado mental podría haber hecho, donde agradecieses mi interés por tu empresa (aunque te la sude ese interés), prometieses leer el libro recibido (aunque no tuvieses la más mínima intención de hacerlo) y dieses un plazo razonable, digamos tres meses, para ofrecer una respuesta a mi solicitud.

Imagínate qué diferente tono tendría este texto que ahora estoy escribiendo.
«¡Que me publican! (o casi) ¡Que me publican! (o casi)».
Vete a la mierda.

No, mi estimado editor, no voy a enviarte ningún otro libro mío.

No, mi estimado editor, no vamos a publicar nada juntos; por todo lo expuesto más arriba y porque te has ganado a pulso que te llame a la cara impresentable, aficionado, grosero y gilipollas. Y yo puedo manejar a los impresentables, apiadarme de los aficionados y esquivar a los groseros, pero no pierdo el tiempo con gilipollas.
Vete a la mierda.

No, mi estimado editor, no vas a volver a ver otro libro mío, salvo que (espacio para risas del público) algún día lo compres en una librería o alguien te lo regale. Y espero que ese libro te guste todavía más que el primero, y te digas a ti mismo, «¿seré gilipollas?» (lo eres) «¿Por qué no até bien atado a este ternasco cuando tuve oportunidad?» (precisamente porque eres un maleducado gilipollas).

Vete a la mierda.

Mi estimado editor, si no sabes tratar no digo ya a los escritores, que lo creas o no tenemos nuestra dignidad y nuestro corazoncito, sino simplemente a las personas, quizá, y mira que me duele decírtelo, no deberías tener una editorial.

Pero mira, puede que saques algo en limpio de esta experiencia: en contra de la impresión que puedas haberte llevado cuando les servías la coca en bandejitas de plata a los capitalistas con chistera y puro de Planeta, Penguin-Random House y Spectra, los escritores son seres humanos y merecen que se les trate con un mínimo de respeto.

Ah, y por si no te ha quedado claro, estimado editor:

VETE A LA MIERDA.

Atentamente, bla, bla, bla y toda esas polladas.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Ni SPAM ni Trolls, gracias. En ese aspecto, estamos más que servidos.