martes, 2 de agosto de 2016

La primera media hora: Los sucedáneos de editorial.

«Así es el juego: si no distingues al primo en la primera media hora de partida, es que el primo eres tú».

Mike McDermott (o lo que es lo mismo, el personaje de Matt Damon en Rounders).




Vaya por delante que la autoedición, como el sexo anal, no tiene a priori nada de malo... siempre y cuando ambas partes sepan dónde se están metiendo y nadie salga herido. Y por nadie quiero decir tú. 

¿Tienes un ego del tamaño de Saturno, te sobran unos cuantos miles de euros y te hace ilusión ver impresa tu mierda de libro? Pues adelante, tío. No lo dudes: la autoedición es lo tuyo. Puede que en un futuro artículo nos ocupemos en profundidad del asunto. Ahora no toca. Ahora toca hablar de esas presuntas editoriales que presuntamente se han leído tu libro y presuntamente están deseando publicarlo, que presuntamente te dan toda clase de facilidades, te ponen ante los pies una presunta alfombra roja, te sirven presunta cocaína y traen a una presunta señorita de compañía para que te deleite con exquisitas piruetas linguales importadas de Francia; y todo es una presunta maravilla, un presunto sueño hecho realidad hasta que toca hablar de quién va a pagar todo eso, momento en el que los presuntos editores se revelan como unos hijos de puta confesos.

Hablemos de los lobos con piel de cordero, o sea de las empresas de autoedición disfrazadas de editoriales.

Recuerda esta norma fundamental:
[...] «si no distingues al primo en la primera media hora de partida, es que el primo eres tú».
Si tu presunto editor...


...tiene una dirección de correo electrónico gratuita.

Mal empezamos. ¿A este tipo que, presuntamente, va a pagarme un tanto por ciento de cada ejemplar vendido y, tal vez, un sustancioso adelanto sobre mis derechos de autor, no le alcanza la pasta para sufragarse una dirección de correo corporativo?

Puede que la editorial sea pequeña, que esté empezando, que sólo tenga un puñado de empleados, que incluso funcione desde la cocina del editor. ¿Eso te transmite confianza? ¿Te parece profesional que la razón social de tu editor sea el comedor de un cuarentón obeso que todavía vive con papá y mamá? ¿De verdad puedes fiarte de este tío?

 


...presume de su gigantesca cartera de autores.

La cosa empeora. Y de qué manera. Una editorial seria no alardea de la cantidad de autores que han publicado con ella, sino de su calidad. Una verdadera editorial selecciona manuscritos, no publica toda la mierda que le envían. Un editor honesto presume de sus lectores, de los miles, centenares de miles, millones de ejemplares vendidos. Métete en la página web de esa presunta editorial, picotea algunos nombres de presuntos escritores, haz una búsqueda en Google y descubrirás que, fuera de ese catálogo, no los conoce ni Dios.


Hace unos años me pasaron el contacto de un «editor independiente mexicano» (palabras textuales) que podría estar interesado en mi obra. Puesto que, a raíz de experiencias previas, yo ya empezaba a tener calvas en la tapicería de los huevos, me metí en su página web y ¡sorpresa!, el «editor independiente mexicano» (insisto: palabras textuales) alardeaba de  que más de ocho mil personas habían publicado su libro a través de él.

Ocho mil.

(Después pasaba a desglosarte sus tarifas).

Ocho mil.

No creo ni que Planeta tenga tantos autores en cartera.




...pregona desde su página web su honorabilidad y profesionalidad.

Las editoriales serias no necesitan decir que son  honradas y profesionales. Este ponerse la venda antes que la herida, o, si tienes formación humanística, este típico caso de excusatio non petita acusatio manifesta, debería bastar para hacerte correr como alma que lleva el diablo, a ser posible pegando alaridos tan fuertes como te lo permitan tus pulmones.

En el mundillo de la autoedición hay ternascos con una jeta de cemento armado, tan cínicos y fariseos que incluso publican en su página web una serie de recomendaciones dirigidas a sus futuros autores; una especie de «decálogo para distinguir una editorial de una empresa de autoedición» cuyos preceptos, no tardarás en comprobarlo, incumplen sistemáticamente. Así de cabrones pueden llegar a ser.

 

...carece de un artista de la casa o un freelance que se ocupe del diseño del libro.

Me encanta el olor a cuerno quemado por las mañanas.

¿A ti te parece normal que todas las portadas de los libros de tu presunto editor hayan sido ilustradas con fragmentos de pinturas clásicas, libres de derechos de autor, o fotografías de la colección Getty? ¿Te parece admisible que todas sus encuadernaciones empleen las mismas tipografías y la misma paleta de colores? ¿No te mosquea que, salvo por el título del libro y el nombre del pobre desgraciado que lo ha escrito, todos y cada uno de los volúmenes de este presunto editor sean indistinguibles?

Una editorial que no invierte ni un céntimo en el diseño de sus libros.

¿Dónde hay que firmar?



...promete poner tu libro en Amazon, Barnes & Noble y cuarenta sitios más.

Bueno ¿y qué?

Tú puedes poner tu libro en Amazon desde casa, sin intermediarios. También puedes recurrir a NookPress (antes Pubit!), el servicio de autoedición de Barnes & Noble, a Tagus (es decir, si quieres), que es el de Casa del Libro, y cuarenta más. Si el trabajo del editor se limitara a eso ¿para qué cojones necesitarías uno?

Pero supongamos que el «editor» cumple su palabra y sube tu mierda de libro a Amazon, Casa del Libro y todas las demás librerías on-line del orbe.

¿Te garantiza eso alguna venta?

No.

¿Le convierte a él en editor?

Contesta tú, que a mí me da la risa.

 

...te da toda clase de facilidades para que le envíes tu manuscrito.
(Y además contestan en veinticuatro, cuarenta y ocho horas)

Anda, capullín, vuelve a leerte esto.

¿Ya?

No necesito añadir nada más, ¿verdad?




...es un personaje infame en los foros de Internet. De hecho figura en una lista de crowfunding elaborada por unos admiradores que buscan sicario para partirle las piernas.

Huye.

¡Huye!

Y da gracias al señor Internet.

¡Gracias, señor Internet!

 

...se niega a mostrarte un modelo de contrato de edición.

¿Por qué? ¿Qué es lo que tiene que ocultar? ¿Qué puede haber de malo en que estudies un contrato-tipo, incluso que te asesores por tu cuenta, sugieras posibles modificaciones y decidas, con toda esa información en tus manos, si te interesa o no firmar?

¿Por qué el editor insiste en que, si quieres ver el contrato, debes desplazarte a su oficina? ¿Por qué no puede enviarte una copia ni por correo electrónico ni por el otro? ¿Por qué se inventa excusas («es que nuestras cláusulas son secreto de empresa», «es que no tenemos un contrato tipo sino que lo personalizamos para cada uno de nuestros autores»)? ¿Por qué confía en que la presión del entorno (su despacho, donde se siente seguro) te impedirá ver que te está ofreciendo un contrato de autoedición?




...le encanta tu libro...
...y lo compara con algunas de las obras fundamentales del canon occidental...

...pero no dice de él más que generalidades, como si no hubiese pasado de las primeras páginas...

...además elogia tu estilo, tu domino de la gramática, tu talento, tu imaginación...

...pero es incapaz de resumirte el argumento o describir el carácter de los personajes...

...y a continuación te pide pasta por publicarlo.


¡Aaaaaaaaaah! ¡Conque era eso!

 


...promete hacer una presentación pública de tu obra...
...pero no te dice que la publicidad corre por tu cuenta, que tendrás que reunir en la puta presentación a toda tu familia, amigos, vecinos y simples conocidos; ni que te hará firmar un contrato por el cual te comprometerás a vender un mínimo de ejemplares y a pagar de tu bolsillo los que se queden sin vender. Tampoco te dice que, en su opinión, con esa presentación pública él ya ha cumplido con su compromiso de promoción de la obra, y que a partir de ahora tendrás que buscarte la vida para liquidar el resto de la tirada.




...te ofrece toda clase de «servicios editoriales» adicionales. De pago, por supuesto.

Ejem...

 


Resumiendo:

Si tu presunto editor satisface alguna o la mayoría de estas condiciones (y el que suscribe se ha encontrado con algunos ejemplares de bípedo sin plumas que las cumplían todas), que no te quepa duda: el primo eres tú.

Podría contarte verdaderas historias de terror protagonizadas por estos lobos con piel de cordero. A mí me han llegado a insistir en que tomase in-me-dia-ta-men-te el primer vuelo a Barcelona para firmar el contrato que ya tenían redactado.

Un contrato para editar un libro que ya habían rechazado todas las editoriales del país. Algunas de ellas incluso después de leerlo.

Les contesté de forma categórica: exigí ver un modelo del contrato de edición que ofrecían a sus autores, me declaré decidido a no desembolsar ni un euro de madera por sus servicios, cerré la puerta a la posibilidad de llegar a un acuerdo con ellos para publicar mi libro bajo cualquier modalidad de autoedición o coedición y les invité, si seguían interesados en mi novela, a emprender una relación profesional seria.

Una semana más tarde me devolvieron mi libro.

Escarmentado en cabeza ajena, y gracias a unas cuantas búsquedas en Internet, hasta el momento he tenido suerte. Estos desalmados sólo me han costado tiempo. Otros pobres ilusos también perdieron dinero, incluso mucho dinero.

Hasta la fecha, me han bastado e incluso sobrado esos treinta minutos para distinguir al primo de la partida.

Era yo.

Siempre era yo.

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