sábado, 8 de octubre de 2022

Todo lo que creías saber probablemente sea mentira (VII)

Ni fueron sólo trescientos, ni todos eran espartanos, ni todos murieron en las Termópilas.

Hay siempre más de una forma de pelar un gato y más de una versión de la misma historia. Si nos vamos a las fuentes primarias, esto es a Heródoto, el llamado «padre de la historia» nos cuenta que, reunidos en las Termópilas para hacer frente al inmenso ejército de Jerjes I:

«Era el número de los Griegos apostados para esperar al rey [Jerjes] en aquel lugar: de los espartanos 300 hoplitas; de los tejeos y mantineos 1 000, 500 de cada uno de estos pueblos; de Orcómeno, ciudad de la Arcadia, 120; de lo restante de la misma Arcadia, 1 000, y este era a punto fijo el número de los arcades; de Corinto 400; de Fliunte 200, y de los miceneos 80, siendo estos todos los que se hallaban presentes venidos del Peloponeso; de los beocios y tespienses 700, y 400 los tebanos. A más de los dichos, habían sido convocados los locros opuncios con toda su gente de armas y mil soldados más de los focenses».

A mí me salen 5 200 sólo con las cifras que da el de Halicaranaso y 11 200 si tenemos en cuenta a Pausanias, que precisa la cantidad de locros opuncios en 6 000 lanzas. Bastante más de los trescientos espartanos que tú, que has estudiado ese episodio de la historia por el cómic de Frank Miller, o la película de Fracasz Snyder creías hasta este momento que riñeron el grueso de la batalla de las Termópilas frente al ejército medo.

11 200 almas sólo si ignoramos a Plutarco, que nos recuerda que cada hoplita espartano se hacía acompañar por seis o siete ilotas para que le curasen las heridas, le preparasen la comida y le secasen el sudor de los cojones, hecho del cual Heródoto era muy consciente pero que omite en su relato. Dando por buena la cifra menor, estaríamos añadiendo otros 1 800 hombres al contingente griego. No soldados propiamente dichos, ni siquiera hombres libres, pero hombres a fin y al cabo.

Uno de los capítulos más importantes, mejor estudiados y más trascendentales de la historia de Occidente sigue hoy, dos mil quinientos años más tarde, siendo objeto de controversia. Ningún historiador moderno se cree las cuentas de Heródoto, que con su griego papo escribe «la suma de tropa que del Asia venía [...] se componía de 264 miríadas con el pico de 1 610 hombres, que hacen 2 641 610», a los que habría que sumar «la chusma en la comitiva de criados y de marineros en las embarcaciones de trasporte, en especial en otras naves del convoy que al ejército seguían». Los historiadores modernos descartan como fantasiosas e imposibles esas cifras, reduciéndolas a un rango de 360 000 a 250 000 hombres como mucho. Nuestro conocimiento actual sobre la economía, la productividad agrícola y la población de la antigua Persia es muy superior a la que tenía en su tiempo el historiador de Halicarnaso y los investigadores que han picado los números declaran materialmente imposible que con los medios a su alcance (básicamente los de una sociedad agrícola y preindustrial) Jerjes pudiese reunir y mantener en campaña un contingente de más de cinco millones, por muy emperador que fuese, cuando sólo mediante los medios actuales de producción en masa un país puede alcanzar cifras semejantes. A la China actual se le atribuyen más de dos millones de tropas en activo, a los Estados Unidos poco más de un millón trescientos mil y a Rusia algo más de un millón; y durante la Segunda Guerra Mundial, el mayor esfuerzo bélico jamás realizado, un acojonante 11% de la población estadounidense, que era de 140 millones en 1945, es decir casi dieciséis millones de americanos, dos millones de ellos ya sólo en Europa, sirvieron en las diferentes ramas y unidades de las Fuerzas Armadas estadounidenses; eso sí, al precio de subordinar al esfuerzo de guerra toda la economía nacional y todos sus recursos.
Sí, has leído bien.

Pero es que sobre el relato del de Halicarnaso sobre la batalla de las Termópilas ya no había consenso entre los historiadores de la antigüedad. Dice Heródoto que, descubierto por los persas el paso secreto que permitía rodear las Termópilas y atacar a los griegos por la espalda en campo abierto, sus aliados abandonaron el campo de batalla, bien por voluntad propia bien porque «como viese Leónidas que no se quedaban los aliados de muy buena gana, ni querían en compañía suya acometer aquel peligro, él mismo les aconsejaría que partiesen de allí, diciendo que su honor no le permitía la retirada, y haciendo la cuenta de que con quedarse en su puesto moriría cubierto de una gloria inmortal, y que nunca se borraría la feliz memoria y dicha de Esparta». Según Heródoto, sólo se quedaron para hacer frente al ejército persa los lacedemonios, los tespios y los tebanos, los tebanos muy a contragusto («por cuanto Leónidas quiso retenérselos como en rehenes») pero los tespios con unos cojones como planetas «diciendo que nunca se irían de allí dejando a Leónidas y a los que con él estaban, sino que a pie firme morirían con ellos juntamente».

Y es sobre este pasaje donde Diodoro Sículo, que toma como fuente principal la obra de Éforo de Cime y la Pérsica de Ctesias de Cnido, hoy perdida, dice que Heródoto delira, que todos los aliados desampararon a Leónidas y sus trescientos hoplitas, salvo los tespios; Pausanias dice que el padre de la Historia chochea y que con los espartanos no se quedó ningún tebano, sino ochenta hoplitas de Micenas, y Plutarco le recuerda a Heródoto lo de los ilotas espartanos que hemos mencionado más arriba. Así que ya en la antigüedad había gresca acerca de algunos detalles de esta batalla. O cuando menos mala baba y mucho troleo, puesto que Plutarco, por ejemplo, denunciaba el esfuerzo de Heródoto por mantener una postura neutral y ecuánime en su ensayo llamándole philobarbaros, «Amante de los Salvajes», por no barrer más para casa al escribir su relación sobre las guerras médicas.
Así veía el cine a los espartanos en 1962.

Hubo pataletas entre los autores de la antigüedad por el relato de los persas que Heródoto hace en sus libros... pero curiosamente son autores griegos o romanos helenófilos que reprochan a Heródoto haber retratado a los medos como seres humanos, no como monstruos, y señalado las miserias y rivalidades entre las poleis griegas, en vez de describir a los griegos como depositarios de todas las virtudes cívicas y viriles. Ctesias refuta a Heródoto en los veintitrés volúmenes de su Pérsica, obra monumental de la que hoy sólo conservamos algunos fragmentos copiados por Diodoro, a partir de su experiencia personal durante su estancia en Persia y de los basilikai diphterai, los «pergaminos reales» en los que supuestamente los persas escribían sus anales y cuya existencia no ha sido confirmada por ninguna otra fuente.
Y así en 2006. Homoerotismo y baja saturación.

Sin embargo, de la lectura de su Historia, podemos extraer algunas conclusiones innegables:

Las cifras que da Heródoto son irreales.

Hubo unos cinco mil hombres de varias naciones griegas defendiendo las Termópilas.

Los tespios no fueron menos valientes que los Espartanos por más que los de Lacedemonia hiciesen «prodigios de valor, mostrándose en todo guerreros peritos y veteranos».

Y no todos los espartanos fueron valientes. Heródoto señala  a Eurito y Aristodemo, hoplitas lacedemonios «que con licencia de Leónidas se hallaban ausentes del campo [...] por enfermos gravemente de los ojos». Enterados de la emboscada que habían sufrido los espartanos, Eurito «mandó que le trajesen sus armas, y vestido, ordenó al ilota su criado que le condujese al campo de los que peleaban, y [...] metido en lo recio del combate, murió peleando», mientras que Aristodemo por su parte decidió ponerse a salvo en Esparta, donde fue recibido con el mayor desprecio. «Si sólo Aristodemo hubiera podido por enfermo restituirse salvo a Esparta, o que si enfermos entrambos hubieran dado la vuelta, no habrían mostrado los Espartanos contra ellos el menor disgusto. Pero entonces, pereciendo el uno y no queriendo el otro morir con él en un lance igual, no pudieron menos los Espartanos de irritarse contra dicho Aristodemo». Según otra versión de los hechos que el propio Heródoto recoge, Eurito y Aristodemo se hallaban ausentes del campo de batalla no por enfermedad sino porque Leónidas les habría enviado con un mensaje a Esparta, aunque en dicho supuesto igualmente Aristodemo «estando aún a tiempo de intervenir en el combate que se dio, no quiso concurrir a él [...] pero que su compañero de viaje, retrocediendo para hallarse en la batalla, quedó allí muerto».

De regreso en Esparta, Aristodemo hubo de sufrir que sus conciudadanos le llamase «Aristodemo el desertor» y lo proclamasen atimos, «infame», condenándole al ostracismo. Heródoto dice que Aristodemo se redimió de su cobardía en la batalla de Platea, donde «supo pelear de modo [...] que borrase del todo la pasada ignominia», redención a la que no tuvo opción otro desertor de las Termópilas, Pantites, que, enviado como mensajero a Tesalia mientras sus compañeros morían en las Termópilas, «como de vuelta a Esparta se viese públicamente notar por infame, él mismo de pena se ahorcó».
¡Molla! ¡Chicha! ¡Caaaaaaaaaaaaaaaaaaachas!

Además te conviene saber, amado lector que estudias Historia en las películas de Holywood, que Leónidas I de Esparta se parecía muy poco a Gerard Butler. Leónidas había picado unos sesenta tacos de calendario cuando llevó a sus hombres al encuentro del medo. Seguro que estaba a sus sesenta en mejor forma física de lo que lo estuve yo a mis veinte, pero tampoco creo que tuviese el cuerpo para demasiadas alegrías. Y, por cierto, según Heródoto, Jerjes le tenía tales ganas al rey de Esparta por la humillación a la que acababa de someterlo que «dio orden que cortada la cabeza de Leónidas, de quien sabía ser rey y general de los Lacedemonios, fuera levantada sobre un palo», profanación de la que Heródoto se horroriza, pues «no sé que haya en todo el mundo gente ninguna que haga tanto aprecio de los soldados de mérito y valor, como los persas», y el de Halicarnaso así lo ha sugerido páginas antes, cuando nos ha relatado el caso de Pites, hijo de Isquenoo, el cual «al ser apresada su nave, resistió con las armas en la mano, hasta que todo él quedó acribado de heridas. Pero como al cabo cayese, los persas que en las naves servían, viéndole respirar todavía, prendados del valor del enemigo, procuraron con sumo empeño conservarle la vida, curándole con mirra las heridas [...]. Cuando volvieron a sus reales iban mostrándolo a toda la gente, pasmados de su valor y con mucha estima y humanidad, siendo así que trataban como a viles esclavos a los otros que en la misma nave habían cogido».

Quizá por señalar estos rasgos de bonhomía y humanidad en una cultura como la de los medos, un imperio absolutista opuesto por su propia naturaleza a la civilización griega, es que algunos historiadores de la antigüedad le hicieron la higa a Heródoto y se coaligaron para desautorizarle. Sea como fuere, tenemos un mismo relato expuesto por diferentes autores que a grandes rasgos tuvieron acceso a las mismas fuentes pero las interpretaron de diversas maneras o escogieron, fuesen cuales fuesen sus razones, legítimas o espurias, señalar unos datos y omitir otros, profundizar en unos capítulos y soslayar otros (a Heródoto se le nota su predilección hacia Artemisia de Caria, quizá porque era halicarnasia, como él, pero esa admiración del padre de la Historia le convertía en sospechoso a ojos de sus colegas, y es que ya en la antigüedad regía lo de «o conmigo o contra mí», «o full griego o full persa pero tibiezas no, gracias»). Heródoto jugó con las herramientas a su disposición como Larkin Love juega con sus... eh... gemelas.

Pero, por increíble que te parezca, amado lector, no hemos venido aquí a hablar de Heródoto de Halicarnaso, de Jerjes, de las Termópilas o de Leónidas y sus 300. Lo que precede a este párrafo es sólo uno de los innecesariamente largos proemios marca de la casa para introducir el tema de la presente entrega de la bitácora: como hay más de una manera de interpretar las fuentes históricas, hay más de una forma de pelar un gato, creativamente hablando, y obtener buenos resultados. Y, al igual que los refutadores de Heródoto, la manera más inteligente y productiva de afrontar el proceso creativo es respetar el argumento, la historia y los personajes por lejos que quieras llevar tu enmienda a los detalles meramente adjetivos; porque en última instancia son el argumento, la trama y los personajes, más que los materiales con los que trabajajes, los que decidirán si tu mensaje conmueve a tu público o es mayoritariamente rechazado por él.

No me gusta la idea de volver a darle patadas en el hígado al derroche, al desperdicio de mil millones de dólares de Los anillos de poder de Amazon Studios porque queda feo maltratar un cadáver, pero no me podía sacar de la cabeza este capricho multimillonario de Jeff Bezos mientras veía Calls, de Apple TV, serie de 10 capítulos creada por Fede álvarez, director de la Posesión infernal de 2013 y de No respires (y del ruinoso reboot de la saga Millennium de 2018, con una Claire Foy a la que su acento británico convertía en una imposible Lisbeth Salander; y es que no se puede mejorar la perfección), serie a la que, por perversas razones que no tienen justificación salvo que tengamos en cuenta la misteriosa y alambicada circuitería de mi cerebro, tampoco podía evitar comprar con Counterpart.
Lo siento, Claire, pero no eres mi Lisbeth.

¿Que en qué se parecen estos tres productos? En nada. Ahí está la gracia.
Éstas son mi Lisbeth.

Empecemos a pelar el gato:

Calls es una serie de diez mini-episodios (ninguno llega a veinte minutos y la mayoría apenas pasa de quince) a lo largo de los cuales asistimos a un drama y un misterio: una serie de extraños fenómenos están sucediendo a lo largo y ancho del planeta. Por motivos desconocidos (hasta el capítulo final, del cual no voy a hacer espóilers), diversos individuos están siendo capaces de entablar conferencias telefónicas con personas de otras líneas temporales.

Mark (Aaron Taylor-Johnson) descubre que su novia, Rose (Riley Keough), está embarazada y, conmocionado por la novedad (Mark nunca quiso ser padre), coge el coche y sale a conducir por el desierto. Recibe y hace varias llamadas desde su teléfono móvil, pero entre cada una de ellas sus interlocutores le dicen que han pasado días, meses o incluso años desde la anterior aunque Mark sólo lleva unos pocos minutos conduciendo.

Patrick (Mark Duplass) recibe una llamada de su vecino Pedro (Pascal), al que apenas ha tratado, que va camino del aeropuerto, pidiéndole que se haga cargo de una bolsa que Pedro guarda en su dormitorio. Cuando Patrick la abre, descubre que está llena de fajos de billetes. Llama a su mujer, Alexis (Judy Greer), que trabaja en un banco y comprueba que el dinero ha sido robado de su propia sucursal y le pide a su marido que la destruya para evitar que las sospechas recaigan sobre ella. Cuando Patrick se encara con Pedro por este asunto, su vecino le dice que lleva meses acostándose con su mujer, que han ejecutado el golpe juntos pero ella se ha arrepentido y que Pedro huyó de su casa antes de que llegase la policía porque el propio Pedro, llamándose a sí mismo desde el futuro, le alertó de la traición de su cómplice.

Todos los capítulos de Calls cuentan una historia relacionada con paradojas temporales y transmisión de mensajes a través del tiempo, hilada con una subtrama de una relación afectiva o personal malsana o en decadencia: Camila (Lily Collins) y Tim (Nicholas Braun) separados por la carrera de él y el trabajo de ella en costas opuestas de Estados Unidos; la hipocondríaca Layla (Laura Harrier) saboteando con sus neuras y su necesidad constante de atención la última oportunidad de la doctora Beckett (Rosario Dawson) de salvar su matrimonio con su marido Craig (Gilbert Owuor); Floyd (Paul Walter Hauser) llamando al pasado a su novia Darlene (Edi Patterson) mientras acuna su cadáver ensangrentado para avisarla de que se dispone a llegar a casa borracho y armado con una escopeta y suplicarle que se ponga a salvo; cada capítulo de Calls es una pequeña historia de terror o ciencia-ficción sazonada con elementos de drama sentimental y un colosal trabajo de personajes y tramas.

Eso sería suficiente para engancharte a la serie, querido lector, si Calls no tuviese, además, un necesario y agradecido conflicto que acentúa su carácter dramático: en el universo ficticio en el que transcurre la serie es posible llamar o recibir llamadas telefónicas del pasado, sí, e intercambiar información entre ambos interlocutores, pero si dicha información lleva a una paradoja, si cambia la historia, el plan maestro del Universo, la invisible y despiadada máquina del cosmos le pondrá remedio. Al intentar salvar a su madre ya fallecida del accidente de tráfico que la mató, Skylar (Joey King) la condena a ella y su hermano Justin (Jaeden Martell), que seguía vivo en su línea temporal, a una horrorosa muerte termodinámica en el pasado. Daisy (Tessa de Nicola) estaba llamada a morir en un incendio forestal, pero recibió información del futuro previniéndola de ello y escogió apuntarse a una fiesta con sus amigos Sam (Nick Jonas) y Ramona (Tiana Camacho) y su primo Lou (Shane Paul McGhie). A la mañana siguiente, Daisy aparece muerta en la cama en la que, intuimos por lo que sabemos del personaje, acababa de perder la virginidad con Sam. Y no sólo muerta. Mutilada y destrozada. Como si un animal salvaje la hubiese desmembrado y luego alguien hubiese intentado quemar el cadáver. Sam es acusado de homicidio y todas sus protestas de inocencia caen en saco roto. Particularmente cuando Lou recibe una llamada del propio Sam asumiendo toda la responsabilidad por la muerte de Daisy. Llamada que Sam jura que nunca ha hecho.

Cada vez que alguno de los personajes de Calls toma una decisión que cambia su destino, el universo corrige ese «error» de manera dantesca, davidcronenbérgica: la agonía de Layla mientras ve su cuerpo desmoronarse y consumirse dura todo el capítulo 4 de Calls, It's All in Your Head, la madre de Joey y Justin, convertida en un
deforme monstruo mutilado y enloquecido de dolor persigue a su hijo pequeño por toda la casa. Y por si cualquiera de estas pequeñas tragedias no fuese de por sí lo bastante grave, lo peor de todo es que el efecto corruptor de la realidad del intercambio de información entre líneas temporales es acumulativo: cuanta más gente intente cambiar la historia, más debilitarán la estructura del espacio-tiempo, más comprometido quedará el equilibrio causal del universo, hasta el punto de que la existencia de la mera realidad se verá amenazada. Si la gente no deja de luchar contra el destino, todo cuanto existe podría, simplemente, desaparecer hasta la escala cuántica.

Counterpart por su parte es otra serie con un hilo conductor de ciencia-ficción aderezado por otros ingredientes temáticos. En Counterpart, Howard Silk, el siempre cumplidor J.K. Simmons, oscuro empleado de una oscura agencia de las Naciones Unidas con sede en Berlín, descubre que bajo las oficinas en las que trabaja (leyendo códigos incomprensibles) se oculta un portal a una dimensión paralela casi indistinguible de la suya propia. En esa dimensión, una facción de la misma agencia para la que él trabaja en su propio mundo (el «Mundo Alfa»), ha decidido cometer un atentado contra su dimensión espejo, en venganza por una epidemia de gripe que en 1996 mató a cientos de millones de personas en su lado del portal (el «Mundo Primo»), epidemia de la que responsabilizan al Mundo Alfa y por la cual ambas dimensiones llevan tiempo en una tensa Guerra Fría. Howard Alfa tendrá que trabajar en colaboración con su contraparte, Howard Primo, para detectar a los agentes infiltrados y saboteadores durmientes que la agencia del Mundo Primo ha introducido ya en Alfa.

Los elementos propios de novela de espías están tan bien introducidos en Counterpart que el ingrediente de ciencia-ficción prácticamente desaparece. Es un vector de la acción, no el motor de la misma. Ese extraño pasaje subterráneo que comunica ambos mundos paralelos se convierte, por obra y gracia de la ambientación y la temática de la serie, en un punto de control fronterizo como los que conectaban ambos lados del Telón de Acero y pierde así su carácter casi sobrenatural. El excelente trabajo de actores y el minucioso desarrollo de los personajes acentúa la sensación de estar viendo una historia de John le Carré más que una de Gregory Benford. En Counterpart tenemos agentes dobles, traidores, facciones enfrentadas dentro de las mismas agencias secretas, conspiraciones, personajes contradictorios y vivos, que evolucionan capítulo a capítulo, héroes convertidos en canallas por sus propios intereses mezquinos y villanos que lo son a su pesar por deudas contraídas en el pasado.
Howard descubre a Howard.

Counterpart es fabulosa, y bien que lamento que Starz haya decidido descontinuarla y la producción no haya podido encontrar una nueva plataforma en la que consumar su ciclo vital.
(Y quisiera poder decir que Counterpart se ha quedado sin hogar porque las audiencias o las críticas no acompañaban, pero, más allá de que fuese una serie de nicho, su cancelación se debe, en palabras de Jeffrey Hirsch, presidente y Director Ejecutivo de Starz, a que era «demasiado masculina» para su audiencia. Cómo una serie en la que que destaca el trabajo sensacional de tres bestias pardas de la pantalla como Olivia Williams, Sara Serraiocco y Nazanin Boniadi, cuyas aportaciones a la trama son decisivas para el desenlace final, no es lo bastante femenina para un canal de televisión que ha decidido reorganizar su programación sobre la base de una "premium female strategy" es algo que nadie ha logrado explicarme aún).
Al parecer, tres personajes femeninos poderosos no satisfacen a una audiencia femenina.

Sí, hombre, no hace falta que pongas esa cara. Ya sé que estás fracasando en comprender qué demonios tienen en común Calls y Counterpart o cómo coño se relacionan estas dos pequeñas joyas con Los anillos del desastre, toda vez cuando aquellas son series de ciencia-ficción que ni siquiera comparten entre sí el peso que tiene en la trama el elemento de narración especulativa.

¿Que qué tienen que ver Calls y Counterpart entre sí y con Las catástrofes de poder?

La respuesta es nada.

Y todo.

Amazon Studios se ha gastado mil millones de dólares en una completa hecatombe de la que no se puede salvar nada. Nada. Ni historia, ni argumento, ni trabajo actoral, ni fidelidad al material de referencia, ni ritmo, ni ambientación, ni música, ni acción, ni nada. Jeff Bezos quería filmar, a golpe de chequera, la mejor serie de televisión de todos los putos tiempos y ha desembolsado una fortuna para filmar una mierda así de grande.

Aunque cada vez es más difícil encontrar los datos de audiencia y los presupuestos de las producciones audiovisuales, porque todas las productoras de cine y VoD cotizan en bolsa y mantener en nebulosa su contabilidad les ahorra a sus ejecutivos, todos ellos tenedores de paquetes accionariales, el disgusto de ver desplomarse el valor de sus carteras, puedes estar seguro de que Counterpart, rodada a caballo entre Berlín y Los Ángeles, no ha costado mil millones. Seguramente ni el diez por ciento de mil millones. La serie se ve hasta cierto punto lujosa por la sobria y profesional presencia de su reparto y por todas esas localizaciones en la capital alemana, pero la mayor parte de la acción tiene lugar en interiores reproducidos en estudio y no hay un géiser de efectos especiales producidos por ordenador, ni grandes multitudes de extras a los que alimentar (aunque sea con un bocadillo de pan de ayer y una Coca-Cola desbravada), ni batallas masivas, ni naves espaciales.

Los materiales de los que está construido Counterpart son tan sólidos y de tal calidad que la serie podría convertirse en una obra de teatro, con un mismo escenario para todas las escenas, y la historia seguiría funcionando.

Y éste es el vínculo común que comparte con Calls, serie tan humilde, y sin embargo tan poderosa, que por no tener no tiene ni actores en pantalla. Aunque Fede Álvarez logró fichar a estrellas como Aubrey Plaza, Rosario Dawson y el inmenso Clancy Brown, sólo oímos sus conversaciones telefónicas mientras en pantalla se proyectan animaciones como las del viejo Media Player, ondas y espectros de colores que reaccionan a sus voces y se transforman ante nuestros ojos en función de la acción que, oculta a nuestra vista, están protagonizando los personajes. Toda la producción de Calls podría haberse hecho vía Skype y la serie seguiría siendo una maravilla por los mismos motivos por los cuales Counterpart, un concepto muy distinto, es una delicatessen dramática: porque Calls renuncia a alardes y prosopopeyas y se centra en el tuétano de la ficción: la trama, la historia y los personajes.

El trabajo sobre la trama, la historia y los personajes es lo que hace de The Man from earth una de las mejores películas de ciencia-ficción de la historia con un presupuesto de 200 000 dólares y es lo que hará de tu película, novela, serie, cuento o cómic una obra trascendental.

Los detalles son muy relativos y cualquier cosa que apiles sobre unos cimientos mal construidos se vendrá abajo.

¿Permaneció Leónidas en las Termópilas, cuando la batalla ya estaba perdida, por su elevado sentido del honor, porque un oráculo había pronosticado que si moría en combate toda Grecia se uniría contra el persa invasor y lo derrotaría o porque a sus sesenta años le había dado un ataque de ciática y no se vio capaz de emprender el regreso a Esparta?

Pero ¿qué carajo importa por qué se quedó? Se quedó. Ése es el argumento. Y luchó hasta la muerte. Ésa es la historia. Y su nombre sigue siendo alabado, dos mil quinientos años más tarde, como el héroe que se sacrificó, con sus trescientos compatriotas, para darle una oportunidad a las poleis griegas de hacer frente común contra Jerjes. Leónidas, los Trescientos, Jerjes, son personajes que por la significación del argumento y trama que protagonizaron y por las decisiones que tomaron han conquistado un lugar de privilegio en la cultura occidental.

Argumento, historia, personajes. Ésta es la lección de hoy. No exclusivamente la de hoy, porque eres tan imbécil, mi querido lector, que de vez en cuando tengo que recordarte el abecedario, y ya iba tocando. Que pasas demasiado tiempo buscando en TikTok vídeos del perrete motero y la cabra porrera.

Aunque tengas mil millones de presupuesto para gastarte (a ver si pillas la alegoría, que si es que no ya te digo que no deberías intentar escribir), inviértelos en historia y personajes.

Los anillos de poder tiene una historia de mierda que parece escrita por un niño de ocho años subnormal profundo y unos personajes odiosos y caricaturescos. Y eso no lo remedia ni todo el dinero del universo.
Hasta la cabra porrera tiene más carisma.

Y por eso Calls y Counterpart son mejores productos en todos los sentidos.

Argumento, trama, personajes. Deja a un lado los accesorios y trabaja sobre esa santísima trinidad si quieres minimizar las probabilidades, ya abrumadoramente en tu contra, de que tu maravilloso libro acabe siendo una completa mierda.

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