viernes, 15 de abril de 2022

Vendrá la muerte y tendrá tus ojos


Berta Vázquez, o sea a Birtukan Tibebe, vamos a La Rizos, Espasa le ha publicado un libro de poemas.

La damos nuestra enhorabuena por ello. Bueno, le damos la enhorabuena por su publicación y las gracias porque nos ha resuelto la presente entrada del Paratroopers.

Vamos a ello. Con un poco de envidia, hay que decirlo, que todo escritor atesora su mejor veneno para los éxitos de los otros escritores, y esto es una ley del universo tan innegable como el electromagnetismo.


Con la publicación de su poemario, Berta Vázquez ha conseguido, inconscientemente, que Espasa le prestase un gran servicio al público no iniciado en las sentinas mediáticas, poniendo de relieve los criterios de selección escogidos por las editoriales a la hora de actualizar sus catálogos. Criterios que tienen bien poco que ver con la calidad de las obras que se les ofrecen.

Que conste que en esta casa a Berta Vázquez se la respeta, por guapa, salada y por buena actriz. Y si decir que es guapa nos retrata a tus ojos como rabiosos machistas es mejor que dejes de leer inmediatamente, que además de no hacerte daño nos ahorrarás el perder nuestro tiempo con gilipollas como tú.

Pero todo nuestro cariño y respeto no puede empañar la evidencia de que a Berta Vázquez le han publicado su A veces soy la noche en base a las mismas razones por las cuales a Belén Esteban le publicaron «su» Ambiciones y reflexiones, al Rubius sus cómics y a Ana Rosa Quintana su reconocido plagio.

Y esas razones están completamente divorciadas de la calidad literaria o mérito artístico de las obras arriba citadas, y de otras muchas que han seguido paralelos y vergonzantes caminos hasta las librerías.

Un selfie de portada. ¿Por qué no nos sorprende?
Yo quiero una imagen viva
De un Jesús Hombre sufriendo,
Que ilumine a quien la mire
El corazón y el cerebro.
Que den ganas de bajarlo
De su cruz y del tormento,
Y quien contemple esa imagen
No quede mirando un muerto,
Ni que con ojos de artista
Solo contemple un objeto,
Ante el que exclame admirado
¡Qué torturado mas bello!
Publicar un libro ha sido, siempre y desde que existe una industria editorial o algo que se le parezca, una tirada de azar. No hay manera de saber qué se venderá, ni si lo que se va a vender dará pingües beneficios o se convertirá en una ruleta rusa con las seis recámaras cargadas y llevará al editor a la ruina, el escarnio y el jachondeo público. Y por eso doce editoriales diferentes rechazaron Harry Potter y cuarenta millones de subnormales compraron El código Da Vinci.

Pero esto es así y hay que ajoderse, aguantarse y arresinarse. Las reglas son las mismas para todos y si escoges jugar, tienes que asumir que puedes caerte con todo el equipo. Digamos que la posibilidad de acabar viviendo bajo un puente y comiendo rata putrefacta de albañal cancerígeno regurgitada por un perro sarnoso de Chernobil es parte del atractivo de ser editor.
Y eso da un estrés que no veas, pero hay entre pocas y ninguna herramienta que permita minimizar los riesgos.

Con la llegada de la sociología y los estudios de mercado, la cosa empezó a cambiar. Un poco. Ahora era posible elaborar métricas que permitían analizar los hábitos de consumo lector, descomponer los aparentes elementos de cada nuevo récord de ventas e incluso desglosar esos ingredientes de éxito en función de sus públicos objetivos. El libro infantil con aspiraciones de best-seller debía componerse de los ingredientes A, B y C (hace mucho que no leo libros infantiles, así que desconozco esos ingredientes; ¿gatitos parlantes? ¿Niños marisabidillos y padres mongólicos?). La novela de espada y brujería debía tener sus elfos arqueros (y a ser posible una elfa cimbreña y pechugona), sus enanos gruñones, su Señor Oscuro y sus dragones, y así nos dieron Eragón (lo siento, Cristopher Paolini; lo hemos intentando pero eres el primer ejemplo que nos vino a la cabeza, y es que eres un muy buen mal ejemplo). La novela mojabragas debía tener su doncella aplatanada y su doma y castración simbólica de su macho dominante heteropatriarcalmente tóxico y a ser posible millonario (¡ja!, como si a las mujeres les gustasen los machos domados), y así fue como cien millones de retrasados compraron 50 sombras de Grey.

Curiosamente, estos nuevos recursos, estas métricas modernas no han reducido el componente ruleta rusa del negocio editorial en una proporción significativa. Y eso lo saben los atolondrados que han tenido la osadía de escribir (y los ilusos que tuvieron la inconsciencia de publicar) sus clones de Los juegos del hambre, de El señor de los anillos o de 50 sombras; aunque de la baja calidad de los pocos que han caído en mis manos empiezo a pensar que estos mancos plagiarios ni siquiera conocen los referentes originales y se dedican a copiar a sus alumnos más tontos y peor dotados (¿Veronica Roth, Kirill Eskov y Meghan March, por ejemplo?). A fin y al cabo cien mil billones de moscas no pueden equivocarse y siempre habrá gente dispuesta a comer mierda, pero aún no existe una receta infalible para el éxito editorial. Publicar sigue siendo un tiro a ciegas, la fórmula de Coca-Cola está guardada a buen recaudo y, salvo Pepsi, nadie ha tenido éxito en replicarla.
A ver si adivinas el argumento.
Tu voz regó la duna de mi pecho
en la dulce cabina de madera.
Por el sur de mis pies fue primavera
y al norte de mi frente flor de helecho.
Pino de luz por el espacio estrecho
cantó sin alborada y sementera
y mi llanto prendió por vez primera
coronas de esperanza por el techo.
Dulce y lejana voz por mí vertida.
Dulce y lejana voz por mí gustada.
Lejana y dulce voz amortecida.
Lejana como oscura corza herida.
Dulce como un sollozo en la nevada.
¡Lejana y dulce en tuétano metida!
Así que los editores han llegado a un estado de frustración comprensible. Obligados a esnifar coca cortada con diarrea seca de gaviota, vender el segundo Bugatti Veyron de sus limpiabotas y uno de los dos castillos en la Provenza, follar con prostitutas mayores de edad y alquilar sus yates de cien metros de eslora a la producción de la próxima película de Bond, decidieron que ya era momento de coger el toro por las huevas y ahorrarse futuros disgustos.

Antiguamente, una editorial recibía un libro, se lo entregaba a su equipo de lectores, si lo tenía, que le daban un repaso, elaboraban un informe (a menos que no hubiesen pasado de la primera página, cosa que sucedía, y aún sucede, más a menudo de lo que crees, oh lector) y, si recomendaban su publicación, lo pasaban a un escalafón superior (a veces el editor mismo) para que diese su visto bueno.

Con este sistema, en ocasiones se les colaba mierda impublicable (y a veces ese excremento impreso daba la campanada y vendía una cantidad bochornosamente elevada de ejemplares), a menudo hacían llegar a las librerías libros decentes, o incluso muy buenos, de los que no se enteraba ni el Tato y que no vendían ni para pagar un sello, y la mayor parte del tiempo iban capeando el temporal y pagando facturas mes a mes.

Pero todo editor quiere decaer, como todo escritor, por otra parte, y más aún desde el momento en que los pequeños sellos han prácticamente desaparecido y todas las editoriales pertenecen a gigantescos conglomerados mediáticos cotizados en bolsa y obligados a presentar cuentas de resultados y rendir explicaciones a sus consejos de administración y accionistas mayoritarios.

Así que déjame decirte cómo funciona ahora el negocio:

Antes el editor trabajaba contigo y con tu libro. Le buscaba acomodo en su catálogo o te decía, con mayor o menor dulzura, que no tenía sitio en él. En caso de que estuviese dispuesto a jugársela, el editor te diseñaba una estrategia de lanzamiento y una campaña de publicidad.

Hoy todo eso te lo tienes que traer tú de casa.

Que sí.
Cuántas veces, Don Quijote,
por esa misma llanura
en horas de desaliento
así te miro pasar…
y cuántas veces te grito:

Hazme un sitio en tu montura
y llévame a tu lugar;
hazme un sitio en tu montura
caballero derrotado,

hazme un sitio en tu montura
que yo también voy cargado
de amargura
y no puedo batallar.
Lo primero que hará tu editor cuando le ofrezcas un libro, si tu nombre no le suena, es buscar tus redes sociales y contar tus seguidores. A continuación sacará la calculadora: «Si a este tío/tía/tíe/bípedo no binario de género fluido con tatuajes patibularios, una sien y una ceja afeitadas y pelos de gato en el jersey le siguen 25 000 sietemesinos, con que sólo uno de cada tres le compre el libro eso son ocho mil ejemplares colocados... Sí, aquí hay negocio. De ésta no nos jubilamos en Bali pero tampoco nos vamos a tener que comer toda la tirada».

Hace muchos años que la calidad literaria, la amenidad de la historia, el interés coyuntural del tema o el carisma de los personajes dejaron de tener importancia a la hora de decidir el calendario de lanzamientos de una editorial. En lo que respecta a los «argumentos de venta» (traduciendo: los incentivos para publicar un libro y no otro) hace ya décadas que la carga de la prueba recae del lado del autor. ¿Es famoso? ¿Tal vez se la ha chupado a algún torero? ¿Es finalista o semifinalista de La isla de los putos y las furcias vicevérsicas? ¿Ha protagonizado algún escándalo del cual se haya hecho eco la prensa generalista? ¿Ya ha vendido los derechos para la película, que, curiosamente, se estrena este mismo año?

Ahora se ha unido a estos argumentos de venta el factor Facebook. ¿Cuántos seguidores tiene el escritor? ¿Cuánta gente está suscrita a su canal de Twitch? ¿Cuántos retuits generan sus posts? ¿Cuántos miles de indocumentados ansiosos por comprar cualquier producto que lleve su nombre puede traernos?

Al editor del apocalipsis Millennial no le lleves libros. Él prefiere que le lleves directamente los lectores.

Y no he podido evitar este pensamiento desde que
a) me enteré de que a Berta Vázquez, a quien en esta bitácora se la sigue respetando, le habían publicado un libro y b) le eché un vistazo a sus primeros poemas.
The line it is drawn
The curse it is cast
The slow one now
Will later be fast
As the present now
Will later be past
The order is rapidly fadin'
And the first one now
Will later be last
For the times they are a-changin'

La poesía es, de todos los géneros literarios, el más personal y acaso el más disputado. Todo el mundo tiene una idea propia y a menudo insobornable de lo que es y no es poesía. Para algunas personas, este soneto de Quevedo sería poesía y para otros no:
Puto es el hombre que de putas fía,
y puto el que sus gustos apetece;
puto es el estipendio que se ofrece
en pago de su puta compañía.

Puto es el gusto, y puta la alegría
que el rato putaril nos encarece;
y yo diré que es puto a quien parece
que no sois puta vos, señora mía.

Mas llámenme a mí puto enamorado,
si al cabo para puta no os dejare;
y como puto muera yo quemado

si de otras tales putas me pagare,
porque las putas graves son costosas,
y las putillas viles, afrentosas.
Para otros, aquellos versos de Pemán son una maravilla:
Por eso, Dios y Señor,
porque por amor me hieres,
porque con inmenso amor
pruebas con mayor dolor
a las almas que más quieres;
porque sufrir es curar
las llagas del corazón;
porque sé que me has de dar
consuelo y resignación
a medida del pesar;
por tu bondad y tu amor,
porque lo mandas y quieres,
porque es tuyo mi dolor...,
¡bendita sea, Señor,
la mano con que me hieres!
y para otros un rosario analmente doloroso de ripios infumables y Pemán un payaso pretencioso y un mediocre arruinacuartillas (Y en este caso entran en juego otras consideraciones como por ejemplo que, digamos, Pemán fuese un señor eeeh uuh muy pero que muy de derechas).
Los seminarios de Literatura cuando se habla de Pemán.

Y como todo el mundo parece saber cuanto necesita acerca de la lírica, es realmente difícil poner de acuerdo a dos personas sobre este tema. Así que somos muy conscientes de estar a punto de dar una opinión subjetiva, cuestionable y, quizá, falsa.

Berta Vázquez ha publicado un poemario de unas setenta composiciones en las cuales no hemos sido capaces de encontrar un sólo poema.

Y es que desde nuestro punto de vista hay una serie de características imprescindibles que una composición literaria debe tener para poder ser considerada poesía. Y desde nuestro humilde y probablemente desinformado criterio (no se trata aquí de escribir un tratado de lírica o estética, objetivo para el cual nos confesamos particularmente mal dotados), si una obra literaria no cumple con al menos uno de esos requisitos, no puede pretender ser poesía.

La métrica es aquel componente poético con el cual estamos dispuestos a ser más flexibles, porque aunque nos gusta un soneto más que a Mel Gibson enseñar el culo, caer esclavo de la métrica (y presumir de vocabulario) puede convertir tu poema en una suela de zapato casi imposible de roer:
Mientras Corinto, en lágrimas deshecho,
La sangre de su pecho vierte en vano,
Vende Lice a un decrépito indïano
Por cient escudos la mitad del lecho.

¿Quién, pues, se maravilla deste hecho,
Sabiendo que halla ya paso más llano,
La bolsa abierta, el rico pelicano,
Que el pelícano pobre, abierto el pecho?

Interés, ojos de oro como gato,
Y gato de doblones, no Amor ciego,
Que leña y plumas gasta, cient arpones

Le flechó de la aljaba de un talego.
¿Qué Tremecén no desmantela un trato,
Arrimándole al trato cient cañones?

Que si por métrica es, preferimos obras menos oscuras y ambiciosas, pero al menos legibles:
All that is gold does not glitter,
Not all those who wander are lost;
The old that is strong does not wither,
Deep roots are note reached by the frost.

From the ashes a fire shall be woken,
A light from the shadows shall spring;
Renewed shall be the blade that was broken,
The crownless again shall be king.
They're coming.

La rima es otro de los ingredientes de la poesía que más fácilmente se reconocen. Pero no todo lo que rima es poesía, aunque lo parezca porque tiene ritmo, otro de los atributos de la poesía:
Desde la mañana hasta el atardecer
me paso el día corriendo hasta más no poder.
Ho Chi Minh eres un hijoputa.
La tienes con ladillas y diminuta.
Aunque si para ser poesía quieres ritmo, toma dos tazas, negro:

Tumba los cocos, negro; tumba los cocos.
Túmbalos, túmbalos, túmbalos, negro.
Tumba los cocos, tumba los cocos.
Verdes por fuera, blancos por dentro.
Dulce es la pulpa del coco de agua.
Dulce es el agua del coco, negro.

Tumba los cocos, negro; tumba los cocos.
Túmbalos, túmbalos, túmbalos negro.
Danza en el aire, con los pies prontos
al salto sobre los cocoteros.
Danza en la vasta y azul hoguera
del medio día Caribe, negro.

Pero, puesto que no todo lo que rima y tiene ritmo es poesía, cabe concluir que la rima y el ritmo no son imprescindibles para hacer versos, lo cual lamentablemente ha convertido el verso libre en el refugio de los poetas vagos, de los escritores ineptos que creen que desentenderse de la métrica, el ritmo y la rima los va a convertir en el nuevo Whitman:

Oh me! Oh life! of the questions of these recurring,
Of the endless trains of the faithless, of cities fill’d with the foolish,
Of myself forever reproaching myself, (for who more foolish than I, and who more faithless?)
Of eyes that vainly crave the light, of the objects mean, of the struggle ever renew’d,
Of the poor results of all, of the plodding and sordid crowds I see around me,
Of the empty and useless years of the rest, with the rest me intertwined,
The question, O me! so sad, recurring—What good amid these, O me, O life?

                                       Answer.
That you are here—that life exists and identity,
That the powerful play goes on, and you may contribute a verse.

O en el nuevo Pavese:
Verrà la morte e avrà i tuoi occhi
questa morte che ci accompagna
dal mattino alla sera, insonne,
sorda, come un vecchio rimorso
o un vizio assurdo. I tuoi occhi
saranno una vana parola,
un grido taciuto, un silenzio.
Così li vedi ogni mattina
quando su te sola ti pieghi
nello specchio. O cara speranza,
quel giorno sapremo anche noi
che sei la vita e sei il nulla.
Y todos los iletrados incapaces de rimar un mal serventesio que se lanzan a vomitar vocabulario obvian los atributos que hacen de Whitman y Pavese, al menos en los ejemplos arriba citados, grandes bestias de las letras: las imágenes poderosas, los símbolos universales, la voz que habla a las experiencias comunes de la humanidad. Y el ritmo, al menos en los dos ejemplos arriba presentados.

Así que si no puedes darme métrica, ritmo ni rima, querido poeta de la generación Instagram que está a punto de no poder darme poesía, ofréceme al menos arquetipos, concédeme un pedacito de "common ground" donde podamos encontrarnos ambos y comunicarnos a través de tu poesía.

Y ya me revienta lamentar que Berta Vázquez haya fracasado en conseguir un pleno al quince en su poemario. O al menos un pleno al uno.

Me he leído los cuatro primeros poemas de A veces soy la noche y me han parecido oscuros, fríos, rutinarios. Tan personales que son indescrifrables. Tan sobrecargados de palabrería vana que son desorientadores. Tan huérfanos de imágenes poderosas y viudos de métrica, ritmo y rima que parecen accidentales y vagos. Y no me han quedado ganas de seguir leyendo.

Lo que Berta Vázquez ha hecho en A veces soy la noche se parece casi tanto a lo que en Paratroopers entendemos por poesía como una pared de gotelé mal pintada. Lo más piadoso que puedo decir de sus versos es que son protopoesía. A veces soy la noche es un libro preliterario al que harían falta muchas, muchas reescrituras, horas de elaboración para darle una forma mínimamente lírica.

Pero se ha publicado igual, por supuesto. Por supuesto y por las mismas razones por las cuales ya ha publicado libro David Thegrefg Cánovas. Que son las mismas por las cuales hay libro (libros, de hecho) de Fornite, de TikTok, de Tao Lin y de otras plagas de nuestro tiempo. Señal clara de la llegada del Apocalipsis.

O no.

O yo qué sé.

La verdad es que cada vez como que me importa menos toda esta mierda. Los gilipollas ya han ganado la guerra. Por incomparecencia de las personas sensatas. Toca disfrutar de la paz que nos hemos ganado a pulso.
Stiller Freund der vielen Fernen, fühle,
wie dein Atem noch den Raum vermehrt.
Im Gebälk der finstern Glockenstühle
laß dich läuten. Das, was an dir zehrt,

wird ein Starkes über dieser Nahrung.
Geh in der Verwandlung aus und ein.
Was ist deine leidendste Erfahrung?
Ist dir Trinken bitter, werde Wein.

Sei in dieser Nacht ans Übermaß
Zauberkraft am Kreuzweg deiner Sinne,
ihrer seltsamen Begegnung Sinn.

Und wenn dich das Irdische vergaß,
zu der stillen Erde sag: Ich rinne.
Zu dem raschen Wasser sprich: Ich bin.
(En la redacción de esta entrada del Paratroopers no ha sido maltratado ninguno de los poemas de Berta Vázquez. Básicamente porque no ha escrito ninguno, que sepamos).

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