viernes, 14 de mayo de 2021

Escuela de escritores: notas para una historia de Batman


Soy fan de los cómics desde antiguo por razones que serían largas de explicar incluso en una entrada de la bitácora en varias partes y que supondrían tal strip-tease emocional que no me siento cómodo con la idea.

Leo todo tipo de cómics, pero los cómics de superhéroes, con su sabor a arquetipo y su naturaleza de nueva mitología, me son especialmente queridos. Me gusta Spiderman por motivos diferentes a los que me gusta El Motorista Fantasma y leo con el mismo placer una buena historia de Los Cuatro Fantásticos que una de Supermán (aunque éste sea un personaje especialmente repelente para un escritor porque ¿cómo coño pones en apuros, es decir creas drama, historia, a un semidiós invulnerable y casi todopoderoso?).

No entiendo las estúpidas y estériles polémicas entre fans de DC que se dividen en «fans de Supermán» y «fans de Batman», y la mala sangre que se traen entre ellos me parece pueril. Es como si te pidiesen que escogieras entre tu padre o tu madre (suponiendo de ambos sean buena gente). Las razones por las que me gusta Supermán son diferentes a las razones por las que me gusta Batman. Ambos representan dos facetas diferentes de la naturaleza humana (y el hecho de que Supermán sea un extraterrestre no hace sino revalorizar de los ideales que encarna, y que ha adoptado como propios en virtud de la educación recibida de sus padres adoptivos), en absoluto contrapuestas, y me cabreó bastante aquel Elseworlds en el que Supermán es adoptado por Thomas y Martha Wayne, los ve morir, se convierte en Batman pero acaba pensándoselo mejor y abandona a Batman y se convierte en Supermán. Historia odiosa y castrada en la que se sugiere que Batman sobra en el universo DC pero Supermán es imprescindible (parafraseando aquel diálogo de Amanece que no es poco, «Batman, tú eres contingente y Supermán necesario»), falacia que demuestra la inexperiencia o la desgana del guionista.

Porque Batman simboliza la oscuridad del alma humana frente al optimismo casi ingenuo de Supermán y escoge una forma productiva, y hasta noble (debate ético en curso aquí), de encauzar el dolor, el resentimiento, la cólera y los deseos de venganza; por su código de honor y su compromiso insobornable con la justicia y la vida, porque tiene que superar su frágil y mortal condición humana a fuerza de voluntad, entrenamiento y claridad mental, por follarse a Catwoman y Talía al Ghul y por el coche, no olvidemos el coche, siempre que me exigen escoger, prefiero a Batman a Supermán, al que ya he dicho que es realmente complicado escribirle historias interesantes sin nerfearlo miserablemente.
Que no se nos olvide el coche.

Digamos que, a lo largo de mi vida, me he leído unos cuantos cómics de Batman. Mi Batman es el de Jim Aparo, Norm Breyfogle, Dough Moench, Mike W. Barr, Alan Davis. Ellos sentaron para mí el molde de lo que es un cómic de Batman, hasta el punto de que la primera vez que eché mano a las historietas originales de Bob Kane (y sus negros no sindicados ni acreditados) me llevé un desengaño comparable al del día que descubrí que las mamurcias de Mia Khalifa no eran de verdad. Aquel dibujo desganado y sucio, aquellos guiones de una simplicidad idiotizante, aquellos villanos de plastilina no movían más que a piedad e impotencia.

Pero no nos vayamos por las ramas, que en esta bitácora somos mucho de irnos por las ramas. Quédate con esto, querido lector: hemos leído muchos cómics de Batman, y hemos hecho un doloroso descubrimiento:

Casi todas las historias de Batman están mal.

No. Lo digo muy en serio. No sé a quién responsabilizar de este fenómeno, si a los despiadados plazos de entrega, que impiden incluso a los escritores más veteranos y mejor dotados entregar un buen relato del Caballero Oscuro y les obliga a atenerse a los formularios, a las plantillas preestablecidas e híper-abusadas («villano raro + pelea inicial + persecución + pelea final + fin»), a la contaminación de los guiones de ciertas iteraciones cinematográficas del personaje, a decisiones corporativas de algún directivo sobrado de tiempo y escaso de cocaína... no lo sé. Sé que la mayoría de las historias de Batman que he leído, sobre todo de unos años a esta parte, son de aburridas y olvidables a malas con ganas. Todas incurren en los mismos errores de concepto, algunas en más de un error, unas pocas, e infames, en todos ellos.

A ver, chicos, como escritores de ficción se espera de vosotros que resolváis problemas. De ficción. Que no digo yo que todos los autores de ficción sean capaces de resolver todos los problemas que, a nivel de argumento, trama, diálogos o personajes, pueda presentar una novela, un cuento o un guion cinematográfico. Eso sería mucho pedir.

Pero, copón, por lo menos intentadlo. No me hagáis como los guionistas de The Dark Knight Rises, que, tras la muerte de Heath Ledger y la negativa de Christopher Nolan a contratar a otro actor, pasaron olímpicamente del Príncipe Payaso del Crimen en la película (literalmente lo hicieron desaparecer de la continuidad de la franquicia) y, a la hora de sacar la novelización del libreto, su «solución» fue de una cobardía y una incongruencia inadmisibles.

Básicamente, Bane y Talia al Ghul secuestraron una ciudad entera, liberaron y armaron a los convictos de Blackgate, impusieron un régimen de terror, juicios sumarísimos, ejecuciones de civiles a los que, además, planeaban atomizar con un arma nuclear... pero al Joker lo dejaron encerrado en su celda de Arkham porque liberarlo ya habría sido pasarse de la raya.

En fin...


Para evitar ocurrencias como ésta (y a la espera de ver lo que logra Matt Reeves con su The Batman), y a fin de facilitar el trabajo de los escritores de Batman en el futuro, y en consonancia con nuestro compromiso de servicio público, en esta entrada del Paratroopers hemos resumido las meteduras de pata más flagrantes que todo escritor de Batman debería evitar y algunos puntos susceptibles de investigación y desarrollo.

De nada.

Nota número uno: los superpoderes de Batman

El mejor Batman ever.

Uno de los mayores patinazos de los escritores de Batman, de prácticamente todos ellos, es la sobrecompensación. A la hora de escribir para el confundador de la Liga de la Justicia, compañero de Wonder Woman, Supermán y Linterna Verde, a la mayoría de los guionistas de Batman parece pesarles en exceso que Batman no tenga superpoderes, aunque sean superpoderes mierder como los de Dazzler o Jubilee de La Patrulla X o, en el universo DC, Matter-Eater Lad (¿un tío cuyo superpoder es que puede «comer cualquier cosa»? ¿Pero qué me estás contáiner?) o Polka Dot Man.

(O Snowflame, que, ay, que me da algo, obtenía sus superpoderes, lo juro, ay aaayayayayay, ¡esnifando cocaína!)


A estos escritores no les basta con que Batman sea un atleta en la plenitud de la perfección física, un maestro de artes marciales, la mente analítica mejor amueblada del universo DC y un hombre con una voluntad a prueba de bombas atómicas. No saben qué hacer con todo eso.

¿Y qué hacen con Batman? Sobrecompensar. De la peor de las maneras. Enterrando las cualidades de Batman bajo toneladas de estiércol randiano y criptofascista y haciéndole patológicamente dependiente de sus bat-juguetes. El equivalente a escribir una película de James Bond en la que el 50% del metraje sea Bond usando los cachivaches del Departamento Q o las armas ocultas de su Aston Martin.

(Ay, perdón, que esas pelis ya existen. Son casi todas las de Roger Moore).

Cuando leo una novela de Don Winslow leo la obra de un escritor que claramente ha pasado mucho tiempo con policías, que les ha escuchado y tomado buena nota y que, mejor o peor, los entiende y puede llegar a simpatizar con ellos, incluso comprender algunas actitudes que, desde fuera, puedan parecernos inadmisibles (el infame «código azul», esa especie de omertá entre policías que viven en el filo de la ley). Cuando leí Almas robadas, de Emelie Schepp, me quedó claro que esta señora ha leído muchas novelas y visto muchas series de policías, que ha copiado todos los tropos más llamativos del género, pero no me quedó tan claro que haya visto a un policía de cerca ni que entienda una mierda de los procedimientos policiales.

Y eso nos lleva a la naturaleza misma de Batman y a sus superpoderes, que sí, los tiene.

La mayoría de los escritores de Batman no parecen tener puñetera idea de cómo escribir una historia de detectives, no son capaces de concebir un caso policial tan complicado, un enigma tan abstruso que sólo la mente del mejor detective del mundo pueda resolverlo.

Porque ésa es la naturaleza de Batman: Batman es un detective. El mejor del mundo, con permiso de Sherlock Holmes, si nos creemos la propaganda de la propia DC. Batman ha consagrado su adolescencia y juventud a convertirse en el detective perfecto, en una implacable máquina analítica instalada en un cuerpo apto para el combate y animado por una resolución invencible, capaz de descubrir la verdad detrás de cualquier crimen oscuro.

La mayoría de los escritores de Batman, incluyendo a alguno de los mejores, no parecen conocer ni siquiera superficialmente las convenciones de la novela negra, así que ni siquiera lo intentan. ¿Qué hacen en lugar de construirle a Batman un buen noir, un caso desafiante, un crimen inexplicable? Convertirle en un fascista. En un poli digno de película de Abel Ferrara. Y así tenemos a Batman aterrorizando robaperas y torturando yonquis que de ninguna puta manera pueden saber absolutamente nada del próximo plan de Dos Caras o el paradero del Joker.

Para estos escritores torpes, vagos o ineptos, Batman es el equivalente a un policía a la vieja usanza; de los que obtenían confesiones a base de hostias, reventaban huelgas a porrazos y «limpiaban las calles» llenando las salas de urgencias (y los cementerios). Y de esa manera, Batman legitima a todos los malos policías de Gotham, a todos los picoletos corruptos que emplean sus mismos métodos y a los que, se supone, intenta inspirar para alejarse de la venialidad y el delito.

Y, aunque Batman surgió en una época histórica en la que los policías se comportaban poco menos que como una banda de sicarios al servicio de la clase dirigente, con códigos de silencio y comportamientos propios del crimen organizado, un héroe llamado a inspirar a otros a plantar cara a la injusticia no puede asumir esos comportamientos. Si le das a un policía una máscara para que no le reconozcan y le prometes impunidad legal a todos sus actos, siempre y cuando te ofrezca resultados, obtienes más o menos al Batman que vemos en la mayoría de los cómics. Qué coño, dale una placa a Joe Chill y obtendrás el mismo resultado.

El superpoder de Batman no puede ser que una ciudad entera mire para otro lado mientra él viola los derechos constitucionales de los delincuentes de Gotham. El superpoder de Batman no puede ser que se le permita romper huesos para conseguir arrestos, que tenga carta blanca para herir a la gente mientras sólo hiera a cierta gente, porque eso convierte al Caballero Oscuro en un matón, un torturador, un icono überfascista, no un héroe. Y ése no es, no debe ser Batman.

Batman no puede ser igual a un poli violento sólo que peor, porque entonces ser Batman es igual a no ser nada y Batman, efectivamente, no tendría poderes.

Batman tampoco puede ser la alternativa a un cuerpo de policía profesional y honrado, por mucho que este aturdido usuario de Twitter así lo crea. Nada de «defund the police» ni «Volunteers going door to door to help their neighbors». Los voluntarios no tienen por qué saber cómo desescalar una situación potencialmente violenta, las buenas intenciones y las buenas palabras no paran las balas ni amedrentan a las bandas organizadas, darle autoridad a Juan Pueblo es normalizar la ley de Lynch y, además, el ciudadano promedio, en Gotham, en todos los Estados Unidos, aquí y allá, es profundamente gilipollas. ¿Por qué crees si no que los fabricantes de lejía siguen poniendo en la etiqueta de su producto «no ingerir»?

Batman debería inspirar con su ejemplo a los policías honrados y acojonar a los corruptos, no reemplazarlos a todos. Pero volvamos al tema de la violencia parapolicial, que te veo con ganas de hablar de la violencia parapolicial.

El sendero que deberían recorrer los escritores de Batman a la hora de crearle tramas literarias o cinematográficas no pasa por convertirle en el mejor amigo de los dentistas y quiroprácticos de Gotham, sino en explotar sus cualidades de investigador proponiéndole retos intelectuales a la altura del Mejor Detective del Mundo, y si esos escritores no son capaces de idear una investigación policial tan jodidamente difícil que sólo Batman pueda resolverla, deberían hacerse a un lado y dejar que lo intenten otros. Y no, no me estoy ofreciendo para reemplazarlos.

Batman no puede depender de la violencia, la intimidación y la tortura para obtener resultados, como tampoco puede depender de todos esos juguetes de turboalta tecnología, otro error en el que los escritores del Caballero Oscuro incurren constantemente. No debemos consentir que Waynetech se convierta en un Devs ex machina listo para sacar al guionista de un quilombo argumental en el que él solito se ha metido y del que no sabe cómo salir. La tecnología de la batcueva, los gadgets y armas de Batman deben estar al servicio de la historia, no convertirse en el equivalente a varitas mágicas de hado padrino a las que recurrir cuando no sabemos cómo sacar al héroe de una situación difícil, un impasse narrativo o una investigación que se ha complicado.

La armadura Hellbat es un ejemplo de ello. Como Batman no tiene la invulnerabilidad de Supermán ni la fuerza de Wonder Woman, a algún escritor listillo se le ocurrió dotarle de una armadura semimágica que casi le de a Batman superpoderes. Y la armadura mola escala Sara Sampaio Dominátrix, pero es un ejemplo sangrante de impotencia creativa.


Reconoces a un mal escritor de Batman, o al menos a un escritor agobiado y con la espada de Damocles de los plazos de entrega colgando sobre su cabeza, cuando El Cruzado de la Capa obtiene una información decisiva para resolver un caso dándole capa y media de hostias a un gothamita random (o a uno de los villanos serie B de su amplia agenda) o escapa de una situación realmente peliaguda echando mano de un juguete diseñado por Harold Allnut o Lucius Fox que, mira tú, casualmente llevaba en las cartucheras sin fondo de su cinturón de herramientas y que todavía no había probado.

Pese a su constitución de gladiador, sus habilidades marciales y su instinto estratégico, Batman es, fundamentalmente, un personaje cerebral. Su capacidad de observación y razonamiento, su fuerza de voluntad sobrehumana, sus conocimientos enciclopédicos de Criminología, Psiquiatría y técnicas forenses son sus mejores armas; no los batarangs, no las cápsulas de humo, no sus puños, no su obscena megafortuna, no el coche blindado y artillado como un helicóptero Apache. Batman es un intelecto y sus escritores deberían ofrecerle desafíos intelectuales. Batman da lo mejor de sí mismo cuando se anticipa a las intenciones del Joker, descifra los acertijos del Riddler o consigue hacer aflorar, con kung-fu psicológico, a la mitad buena de Dos caras; no cuando le rompe el espinazo a un homeless en un mugriento callejón de Los Narrows. Y naturalmente que entiendo que ese desafío exige tiempo, esfuerzo, exige una elaboración mucho más intensiva pero, eh, si escribir fuera fácil, todo el mundo lo haría.

Escribir una historia de Batman es escribir sobre las limitaciones de Batman y sobre los superpoderes de Batman: su mente analítica y su voluntad indomable. Batman es un estratega genial, un puñetero paranoico con planes de contingencia para sus planes de emergencia y, encima, siempre gana. Incluso cuando encaja una derrota, regresa tras una retirada estratégica con un nuevo plan, una nueva pieza de equipo o una nueva habilidad para alcanzar la victoria definitiva. Batman derrotó a Supermán. Batman derrotó a Bane después de que éste le rompiese la espalda. Batman tiene planes y armas especiales para vencer a todos los miembros de la Liga de la Justicia en caso de que se desmadren. Joder, Batman derrotó a la puta muerte.

En Crisis final, con Darkseid triunfante, la tierra condenada y sometida a su poder, Supermán buscando en el futuro una cura para la agonizante Lois Lane, Batman prisionero, Hal Jordan arrestado por sus compañeros Lanterns, Mary Marvel poseída por Desaad, Wonder Woman corrompida por Morticcocus y Black Lightning, Green Arrow y otros héroes doblegados por la Ecuación de la Antivida, Batman se liberó e hirió al señor de Apokolips con la bala que había matado a Orion (si el apocalipsis no es un buen momento para revisar tu «no guns policy», ¿cuál lo es?), dejándolo fino para que lo acogotase el Black Racer que seguía a los Flashes, cayó víctima de la Sanción Omega y fue enviado a la prehistoria, amnésico, de donde regresó al presente, reencarnándose una y otra vez, haciendo una paradita en el Final del Tiempo, para asumir de nuevo el manto del Caballero Oscuro.

Como muy bien escribió Nick Pizzolatto (guionista de True Detective y The Killing), al que volveremos a citar en esta entrada, con tiempo para diseñar una estrategia, Batman podría subir al cielo y derrotar a Dios.

Batman debería estar en la reserva hasta que la policía de Gotham se tropiece con un caso tan complicado y oscuro (los asesinatos de Un largo halloween, por ejemplo) o un supercriminal tan correoso (El Pingüino, El Espantapájaros, Ras al Ghul, El Joker) que sólo Batman le pueda plantar cara. Batman no está, no debería estar, para partirle la mandíbula a yonquis desnutridos y carteristas esquizofrénicos.

Dadle una pensada. Y no miro a nadie, Frank Miller.

Nota número dos: la cosa ésa de no matar

La mayoría de los escritores no captan la verdadera esencia del código de comportamiento de Batman. Algunos incluso lo desprecian, lo consideran una debilidad. Me parece que fue Peter Bagge (que jamás ha escrito una historia de Batman; él hace otro tipo de cómics) el que dijo algo así como que Batman era directamente responsable de los miles de víctimas del Joker, por ejemplo, por no haberlo desnucado la primera vez que se enfrentó a él.

Curioso sentido ético el de Peter Bagge, que exculpa al criminal de sus pecados y responsabiliza de ellos al detective que, una y otra vez, lo pone a buen recaudo en Arkham.

(Eh, que me encanta Peter Bagge; en serio. Adoro Odio y Mundo idiota y me flipa su elástico y dinámico estilo de dibujo, pero que me guste Peter Bagge no quita para que me de cuenta cuando dice alguna tontería).

En un país en el que multitudes consideran que la pena de muerte es una fuerza disuasoria para los criminales violentos (no lo es) y que el derecho a portar armas de fuego sin supervisión del Estado está, y está bien que así esté, por encima del derecho a la vida y a la seguridad personal (lo cual sólo demuestra que los partidarios de la 2ª Enmienda  leen correctamente la frase «a milita» pero se vuelven disléxicos con el «well regulated» que va en medio) no es extraño que a algunos guionistas de cine y cómic, la negativa de Batman a usar pistola lo convierta en una especie de comunista mariquita. Ese prejuicio podría estar detrás de la primera persona a la que se le ocurrió militarizar el Batmóvil, que, de ser un cupé rojo supermodificado que permitía a Batman ir de un lugar a otro a la máxima velocidad y con relativa discreción, pasó a convertirse en un monstruo negro, blindado y artillado, con aletas de murciélago para que todo el barrio sepa que El Caballero Oscuro ha llegado.
(Cómo demonios se supone que Batman va a conseguir no matar a nadie, aunque sea por accidente, cuando dispara las ametralladoras o los lanzamisiles de su coche es algo que todavía no me han explicado).

A Frank Miller, uno de los guionistas clásicos de Batman, autor de algunas de las más celebradas historias del Cruzado de la Capa (pese a que, lastrado por su transparente compromiso con la alucinada e infantilista filosofía gugutatá de Aynd Rand, nunca llegó a entender al personaje ni a los superhéroes en general), le escuece tanto este particular que en su seminal The Dark Knight Returns hace usar a Batman armas de fuego como mínimo, que yo haya contado, tres veces (en una de las cuales directamente mata a una persona), freirle los tímpanos a Supermán con un cañón sónico y pilotar un Batmóvil convertido en un puto tanque armado, eso sí, con balas de goma.
(Y, naturalmente, como Zack Snyder ha leído los cómics de Miller, y le han sentado mal, el momento «I believe you» entró en BvS: Dawn of Justice y el puto Bat-tanque tuvo una aparición estelar al final de su Zackstice League).
Definición de sutileza, por Zack Snyder.

No lo entienden.

No se trata de una mera cuestión ética. No es un reflejo del trauma sufrido de niño cuando sus padres fueron asesinados a tiros ante él. El hecho de que Batman no use armas de fuego es que con ellas resulta demasiado fácil matar, incluso por accidente, y Batman no quiere convertirse en un asesino. Ni siquiera para detener a otro asesino. Porque el enemigo de Batman no es el crimen. El enemigo de Batman, y aquí volvemos a citar a Nick Pizzolatto, que parece haber reflexionado mucho y bien sobre el Murciélago, es la muerte.
«Mata a un asesino y el número de asesinos en el mundo permanecerá constante».
El enemigo de Batman es la muerte. Batman lucha contra la muerte. Batman quiere salvar a los padres de toda Gotham y proteger la inocencia de sus hijos porque nadie salvó a los suyos ni le protegió a él. Si Batman usase pistolas y matase a alguien, la muerte ganaría. Si Batman emplease armas de fuego y, sólo por accidente (un rebote, una bala que atraviesa una pared o el cuerpo de un criminal y alcanza a un inocente peatón), alguien muriese, la muerte ganaría. Batman se ha entrenado en técnicas de combate cuerpo a cuerpo y emplea armas no letales, sobre las cuales posee control absoluto, porque no puede permitir que la muerte gane.

Una vez la bala abandona la boca de fuego de un arma, no hay control alguno sobre ella, y conserva su poder letal durante cientos de metros, incluso después de haber incapacitado a su objetivo, el proyectil puede seguir adelante y herir o matar a alguien más, alguien a quien no se pretendía alcanzar. Hay demasiadas cosas que pueden salir mal cuando usas un arma, sobre todo a corta distancia, y puesto que el enemigo de Batman es la muerte, Batman prefiere no usar armas.

Y sin embargo...

Hay momentos documentados en los que Batman emplea armas (arriba hemos citado TDKR), aunque algunos de ellos hayan sido eliminados de la continuidad del Universo DC a través de crisis infinitas y finales, viajes en el tiempo de Booster Gold con cagada incluida, flashpoints y metales oscuros y otros borrones y cuentas nuevas que las editoriales de superhéroes se sienten obligadas a hacer de vez en cuando para darnos la falsa sensación de progreso y renovación cuando, en realidad, todo sigue siendo lo mismo (la última chorrada ha sido quitarle a Batman Empresas Wayne y toda su fortuna; estamos contando los números que faltan para que la recupere). En Año dos, Batman planea matar a Joe Chill, el asesino de sus padres, con la misma pistola con la que él mató a Thomas y Martha Wayne. Ya hemos citado arriba Crisis final, cómic en el que Batman hiere a Darkseid con la misma bala que mató a Orion. En Flashpoint, Batman es Thomas Wayne, traumatizado por el asesinato de su hijo Bruce, el que usa armas de fuego y extrema violencia para limpiar Gotham de criminales (y el Joker es Martha Wayne, desfigurada y enloquecida en el mismo atraco que se cobró la vida de su hijo). En Batman: Odyssey, que Neil Adams obviamente escribió hasta el culo de porros, Batman aleja a tiros a los pasajeros de un tren de la bomba que está a punto de explotar.

Batman es heredero de los justicieros enmascarados de la primera mitad del siglo XX y de los detectives oscuros de los cómics pulp de los años 40. Batman recoge características de El Zorro, hasta el punto de poder decirse que es una actualización del personaje de Johnston McCulley, pero también recoge características de The Shadow, que llevaba esos dos pistolones cromados y resolvía las situaciones acojonando a los criminales y/o pegando cuatro tiros, y del The Phantom de Lee Falk, que no le hacía ascos a usar pistolas. Por eso en muchos números de la serie original, firmados (pero dibujados y a veces también escritos por alguno de sus ghost writers) por Bob Kane, Batman aparece usando una pistola. La «no-guns policy» de Batman es una cosa relativamente nueva y debida, no en pequeña parte, al comics code y al incremento de la violencia juvenil y los delitos con arma de fuego en los Estados Unidos a lo largo de los años 50 y 60 y a las voces tan atribuladas como desinformadas que, buscando una explicación y un remedio a la epidemia de homicidios, comenzó a culpar a los cómics.

No puedo ser el único al que le gustó esta película.

Y eso de que Batman no mata... bueno, es relativamente cierto. En los cómics. Que en las películas hace verdaderas mansacres (sí, he escrito «mansacre») y no hablo de las películas randianas de Zack Snyder, que ésas son ya como un pimpampum, sino de las clásicas de Tim Burton, en las que Batman esmocha a dos carrillos masillas del Joker o esbirros del Pingüino. Que hasta le pega un paquete de dinamita al pecho al forzudo del circo Triángulo Rojo en Batman Returns. ¡Joder, que la peli de Batman de 1989 acaba con Batman matando al Joker

O todas putas o todas vírgenes, pero Batman no puede matar y no matar y usar armas y al mismo tiempo no usarlas. Escoged un bando o dejad de jugar con el lenguaje.

Nota número tres: Edipo y el «continente negro»


Me parece que a nadie se la ocurrido este giro psicoanalítico sobre Batman, y si se le ocurrió lo descartó, y si no lo descartó, lo exploró a desgana.

Porque el hecho de que Bruce Wayne se sienta más cómodo disfrazado, como un niño pequeño camino de una fiesta de cumpleaños, que siempre se enamore de mujeres que no le convienen, o que son inalcanzables, o que antes o después le traicionarán, y que pase tanto tiempo en una cueva oscura y húmeda me parece oro puro para estudiar la relación de Batman con su madre asesinada y cómo ha moldeado su psicología.

La batcueva, ese útero simbólico en el que Bruce Wayne se refugia cuando necesita sentirse seguro, o meditar sobre un caso complicado, al que acude a «morir» ritualmente cuando llega maltrecho, herido, sangrando, para renacer de nuevo, más fuerte, más sabio, más poderoso, es un personaje más, extensión de la pérdida que Bruce Wayne sufrió al perder a su madre ante un atracador, al que no se le ha dado suficiente protagonismo, pese a toda su riqueza argumental.

Que Batman/Bruce Wayne pase tanto tiempo en su base secreta me habla de un niño que no ha superado ni superará jamás el asesinato de su madre, que se «entierra» en vida para estar más cerca de ella, que añora la unión orgánica con la carne ya sepulta de Martha Wayne. Un niño que sale cada noche a involucrarse en peleas, tiroteos, navajazos, que se expone a la mira telescópica de Deadshot, a los disparos del arma congeladora de Mr. Freeze o las nubes de gas mortal del Joker.

Batman lucha contra la muerte, pero al mismo tiempo la corteja, porque en la muerte se reunirá al fin con su madre.

¿Por qué nadie ha comprendido aún esto?

La relación entre Batman y Catwoman es la relación disfuncional perfecta; la única que Batman/Bruce Wayne se puede permitir. Además de una delincuente a la que de vez en cuando tiene que perseguir y poner entre rejas (o al menos intentarlo), Catwoman es tornadiza, mentirosa, intrigante, puede ayudar a Batman a salir de una situación apurada o ayudarle a resolver un caso y luego robarle el Batmóvil o convertirse en la jefa del crimen organizado de Gotham, aceptar su propuesta de matrimonio y luego plantarle en el altar, hecho un lío y a merced de sus enemigos. Y aunque Batman sufre por los desplantes y desengaños que le obsequia Selina Kyle, íntimamente ella es la mujer soñada porque mientras este romance caótico e imposible se perpetúe en el tiempo, nunca tendrá una relación adulta, nunca le será infiel a su único y verdadero amor, nunca dejará de ser un niño que perdió su madre antes de que ella tuviese oportunidad de ayudarle a convertirse en un hombre y le enseñase a amar a otras mujeres.

(Y a Frank Miller, sí, otra vez él, que parece haber intuido o comprendido esta verdad fundamental sobre el Caballero Oscuro, le cabrea tanto que, por culpa de Selina Kyle, Batman siga agarrado a la teta de mamá y no pueda ser un macho completo que en Año Uno convierte a Catwoman en una puta que odia a los hombres «porque nunca he conocido a uno» y en TDKR en una puta vieja, alcohólica y gorda. Frank, tío, tus problemas tienen problemas).

La lucha de Batman sólo terminará cuando regrese definitivamente al seno materno.

(Si esperabas una disertación sobre el mito de Edipo o el concepto freudiano de Continente Negro, te jodes y te la buscas por tu cuenta, que ésta no es una página de psicología).

Nota número cuatro (y por el momento última): el horror, el horror


Batman debe ser un personaje ominoso. Al menos para los criminales. Batman es un personaje que acojona. En ese sentido, creo que la presentación del personaje en la, por lo demás fallida, película de BvS (¡ay, Zack!, ¿aprenderás algún día a hacer cine?) es simplemente perfecta. Batman da tanto miedo que hasta los que están de su parte (más o menos), como ese policía novato, se lo hacen todo encima cuando se encuentran con él.

Y es que Batman no tiene un ejército. Robins y miembros de la bat-familia aparte (Batwoman, Batgirl/Oráculo, La Cazadora, Red Robin/Red Hood, Nightwing...) Batman lucha solo y tiene que compensar la diferencia de fuerzas con sus enemigos (básicamente el crimen organizado de Gotham y los superdelincuentes de su Lista A de enemigos, que suelen reclutar grupos más o menos numerosos de masillas sacrificables) de alguna manera. Por eso lucha en la oscuridad, donde puede tender emboscadas y es un blanco más difícil para las armas de fuego, y por eso emplea el terror.
Este plano me arrugó los nakasones.

Batman es un terrorista. El miedo y la intimidación son sus principales armas, y las ejerce adoptando los rituales y patrullas de caza de un depredador dominante y a través de su apariencia.

La idea de que Batman se disfraza de murciélago porque los criminales son cobardes y supersticiosos («a cowardly and superstitious lot») puede que convenciese a un lector de cómics de los años 40, pero tamaña elección de vestuario sólo tiene sentido si la entendemos como parte del arsenal de Batman. Así vestido, el Caballero Oscuro se convierte en una criatura ominosa, casi mítica, que resuena en nuestra memoria racial con la fuerza de los mitos antiguos. Tiene alas membranosas, como un dragón, ojos relucientes de felino, una capucha con orejas que recuerdan a cuernos de demonio, dicen que nadie puede matarle, que se cura de todas sus heridas, que bebe sangre humana, que puede volar.
¿La Catwoman perrrrrrfecta?

Si yo tuviese pasta y aunque sólo fuese un cursillo de una semana en dirección y producción cinematográfica, reuniría a una docena larga de amigos (como si pudiese encontrar a una docena de amigos) y rodaría una película de aficionados con la gramática del cine de terror y Batman como el monstruo que aterroriza a los criminales de Gotham.
Es una lista de candidatas muy pequeña.

Y nadie ha explorado esta vertiente del personaje. O, al menos, no en los cómics y películas que yo he visto, o no con la suficiente profundidad. Lo más parecido que conozco es el final alternativo del videojuego Batman: Arkham Knight, el que desbloqueas cuando te acabas las misiones al 100% y puedes activar el «Protocolo Knightfall».

El mejor Joker de aquí a Plutón.

Al final del juego, Batman es desenmascarado ante las cámaras de El Espantapájaros, todo el mundo descubre que detrás de la capucha del Cruzado de la Capa se esconde Bruce Wayne y Batman pierde su principal arma: el terror que insufla en el alma de los delincuentes, su condición de ser mítico, de leyenda urbana, imbatible, invencible, eterno.

Reducido a un ser humano con rostro, nombre y apellidos, Batman pasa a ser un simple hombre. Uno al que se puede herir, derrotar, matar, denunciar. Sí, denunciar. Todos los camellos mierdecillas y tironeros de todo a cien a los que Batman puso en el hospital o en la cárcel por llevarle alguna vez los cafés al Sombrerero Loco descuelgan el teléfono y llaman a sus abogados para que hundan a demandas civiles a Bruce Wayne.

Batman sabe que un simple hombre no podrá mantener a raya el crimen en Gotham. Bruce Wayne ha sido derrotado, pero Batman debe sobrevivir. Porque Batman es un producto de Gotham, su sombra más oscura y, paradójicamente, su luz más brillante. Mientras Gotham, sucia, corrupta, violenta, despiadada, exista, existirá el crimen y necesitará un Batman que trace la línea entre los delincuentes y la gente honrada que simplemente intenta sobrevivir.


Así que Batman pide a Alfred, su fiel Alfred, que active el Protocolo Knightfall Caída del caballero», título de la saga en la que Bane derrotó y dejó inválido a Batman y, durante un tiempo, Jean-Paul Vallvey, Azrael, llevó el manto del Señor de la Noche y le dio tres cuartos de hostias y mitad al chuzado de Santa Prisca). Bruce Wayne, desenmascarado pero aún vestido como Batman, entra en su mansión ante todos los periodistas de Gotham y ¡pum!, la mansión vuela por los aires, la batcueva queda destruida y Bruce Wayne/Batman «muere» en directo ante millones de testigos.

Han pasado unos meses. Jim Gordon es ahora alcalde de Gotham. Tim Drake (Robin) y Bárbara Gordon (ex Batgirl, ahora Oráculo) van a casarse. Nadie ha conseguido descubrir quién puso la bomba que mató a Bruce Wayne, cuyo cuerpo tampoco se ha recuperado, y el crimen está creciendo de nuevo en Gotham, porque los delincuentes ya no tienen nadie a quien temer, ya no se preguntan dos veces, antes de cometer sus villanías, si desde las sombras unos ojos feroces les están vigilando, ya no les preocupa acabar en urgencias, con media docena de huesos rotos, si se les ocurre cruzar la línea.

Un joven matrimonio y su hijo atajan por un callejón oscuro en su camino a casa tras asistir a algún espectáculo. Dos cabrones mugrientos, ex matones de Dos Caras armados con pistolas, los asaltan para desvalijarlos. Pero de repente ven una silueta, en lo alto de un edificio, observándoles. Se parece a Batman pero no puede ser él, porque está muerto, ¿verdad? Además hay algo raro a su alrededor. ¿Niebla? ¿Humo? Es como si a ese Batman que no puede ser Batman le faltase consistencia o estuviese hecho de un ectoplasma tenebroso.

Entonces ese Batman que no puede, que no debe ser Batman, porque todo el mundo le ha visto morir, se alza ingrávido y abre unas gigantescas alas de murciélago, y el cielo se vuelve rojo como la sangre, y los ladrones conocen el terror.

Y el murciélago cae sobre ellos.

Lo admito: me corrí.


Bruce Wayne ha muerto, pero Batman, en una nueva y aterradora forma, convertido para siempre en un fantasma, en un espectro amenazador, en un avatar del pánico, vive.

(Y obviamente ha chapuceado una versión hipervitaminada del gas del miedo del Espantapájaros).

Ya no se puede matar a Batman. Ahora es intangible. Aterrador. Indestructible. Legendario. Invulnerable. Eterno.

Gotham vuelve a estar segura. Y los criminales vuelven a tener miedo.

Y yo necesito herramientas para quitarme los calzoncillos y un cubo de hielo para bajarme la trempera.

No todo está contado sobre el Caballero Oscuro, no todas las vías están transitadas en su mitología, no todas sus posibles iteraciones han sido explotadas ya, porque en su condición de arquetipo, Batman es casi inagotable y mientras haya gente que desee leer historias suyas habrá margen para seguir desarrollándolo.

Estimados escritores: si lo mejor que podéis ofrecerme es un Bane con tetas (por muy bien plantadas que las tenga) y un Batman negro en los cuales, para más inri, el sexo y la raza no supongan ninguna diferencia con sus referentes originales, habéis escogido la profesión equivocada.
Echadle un ojo a estos cuatro puntos que acabo de ofreceros como guía para escribir mejores historias. Puede que a vosotros se os ocurra alguno más.

Espero vuestras sugerencias.

Ah, y, una vez más, de nada.

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