jueves, 29 de abril de 2021

Amaxofilia: un caso clínico-editorial

amaxofilia del griego ἄμαξα, «carro», y φιλία, «afición o amor a algo».

¿Ya te has subido al carro? A mí me lo han sugerido un par de veces. Antes o después todos los artistas pasan sus cuarenta días en el desierto y San Tanás se les aparece y les tienta con subirse al carro. A algunos, más de una vez.

Yo no me he subido al carro. Y no por integridad, ¿eh?, que la integridad está bien pero yo necesito comer todos los días. De niño, mis padres me inculcaron ese vicio y ahora es tarde para remediarlo. Nunca me subí a él (aunque todavía estoy a tiempo de intentarlo). Lo he visto, de lejos, un par de veces, y cuando lo ves de lejos ya es demasiado tarde para subirte. Es más, una de las dos veces que lo vi ni siquiera supe que era el carro, y es que ese puñetero carro es como el de Manolo Escobar, que se lo robaron y lleva ya cincuenta y un años buscándolo, y yo sospecho que don Manuel se cruzó con su carro más de una vez y no lo reconoció.

Porque ahí está la gracia. ¿Cómo reconocer el carro cuando lo veamos, si es que tenemos la suerte de verlo? Decir «el carro» es tanto como decir «el feo de los hermanos Calatrava», apriorismo que da por cosa hecha la existencia de un guapo en la familia Calatrava y tu capacidad para distinguirlo.

Hay gente que parece que haya nacido con una flor en el culo. Me refiero a los que se suben al carro a tiempo, o que ya estaban subidos a él. No importa que el carro sea feo, sucio y no te lleve a ninguna parte. Una vez que te subes al carro, el carro, o al menos una parte de él, es tuyo y le puedes sacar todo el partido que seas capaz con tu ingenio y tu, a menudo, desvergüenza. Y ojo, que subirse al carro no es garantía de nada. Puedes subirte y, poco después, estrellarte con él. Pocos son los que se han subido al carro y han durado mucho tiempo subidos a él, disfrutando del viaje, y estos suelen ser aquellos a los que he aludido al principio de este párrafo: los que ya estaban subidos al carro cuando lectores, agentes editoriales y editores se dieron cuenta de que era un carro y, por consiguiente, se han constituido en carro ellos mismos y otra gente se les ha subido encima.

Si no entiendes a qué me refiero, piensa en el carro del realismo mágico. Desde sus más honorables exponentes, los más afamados de ellos hispanoamericanos, (García Márquez, Juan Rulfo, La casa de los espíritus de Isabel Allende...) ha pasado a convertirse en un cajón de sastre en el que meter cualquier obra con elementos irreales que los personajes no se cuestionan. Y así es como, de repente, Gunther Grass, Haruki Murakami y Salman Rushdie son realismo mágico. Y así es también como, hoy, «realismo mágico» ha acabado significando «tediosa historia turboprovinciana y sin embargo presuntuosa, tullida de desarrollo alguno y saturada de diálogo interior, más o menos inconexo, además de salpicada de elementos alucinógenos que un crítico literario demasiado vago, aturdido o mariquita para admitir que le ha gustado una fábula, novela de fantasía o ciencia-ficción ha dicho que es realismo mágico» y como autores como el colombiano Álvaro Mutis califican de «truco artificial literario» (y yo iría aún más lejos y, sin ánimo de enmendarle la plana a don Álvaro, añadiría a su definición «y milonga de editores sin escrúpulos»).

Durante la última mitad de la década de los 50 y todos los años 60, «realismo mágico» fue la etiqueta que académicos sin imaginación, críticos mercenarios y editores desvergonzados le pusieron a autores que no tenían absolutamente nada en común ni temática, ni estilística ni literariamente. Porque era el carro del momento. Porque todo el mundo decía que era un carro maravilloso, con clavos tan limpios que parecían de oro y paja perfumada con sándalo en la batea, un carro que te llevaba al Nirvana. Y por eso todo el mundo quería subirse a él, y por ese motivo, de repente, todo lo que llegaba de Hispanoamérica era «realismo mágico», lo fuese o no. Porque meter a patadas a tal o cual autor a este o a este otro libro en el carro del realismo mágico era ahorrarse el trabajo de buscarle otro encaje, negarse a admitir que quizá la obra en cuestión era su propia categoría; porque los mensajes sencillos son los más directos y «realismo mágico» eran dos palabras mágicas que te daban media campaña publicitaria ya hecha. Y los editores cabronías siguieron vendiéndonos realismo mágico cuando ya hacía tiempo que ese carro se había estrellado, roto los ejes y desnucado a los bueyes que tiraban de él.

(Como agua para chocolate, de Laura Esquivel, es del año 1989 y, ¿adivinas, amado lector, cómo se vendió ese libro, al menos en España? Exacto, ¡realismo mágico! Vualá le carró)

Y como ese carro es algo tan etéreo, tan metafísico que no sólo resulta difícil de identificar como un carro, sino que ni siquiera tiene la bonhomía de avisarnos de que ya se le han podrido la lanza, la cadena y los varales, hay quien sigue subido a él cuando lo más sensato habría sido saltar a la cuneta hace tiempo, porque es que algún watusi le ha prendido fuego al carro con nosotros dentro y se nos están quemando los pelillos de los cojones. En el caso del realismo mágico, esto fue particularmente notorio cuando la fuente hispanoamericana se secó y las editoriales, críticos y redactores de suplementos literarios empezaron a encontrar realistas mágicos en tierras exóticas no sólo geográficamente remotas de los precursores originales de la narrativa, sino herederos ellos mismos de tradiciones culturales propias, tal vez análogas al realismo mágico (y me siento generoso al concederles ese tanto a los gafapastas sin tripas) pero imbuidas de sus características distintivas.


Que alguien me diga qué coño tienen en común Los versículos satánicos con Pedro Páramo, o 1Q84 con Bomarzo. Pegarles a esas obras el sambenito de realismo mágico, pecado de etnocentrismo reduccionista absolutamente repugnante, es a la vez ignorarlo absolutamente todo y deplorar el casi inagotable repertorio mitológico indio y el secular patrimonio japonés de cuentos fantásticos. ¿Es realismo mágico Kwaidan, de Lafcadio Hearn? ¿Es realismo mágico el Mahabharata? Porque meter en ese saco cualquier historia realista con sal y pimienta de fantasía nos pone a un paso de decir que Avengers: Infinity War es realismo mágico, y a dos pasos de decir que el realismo mágico es un carro que ni existe ni ha existido nunca.

Sigo esperando.

Junto a los anofloridos, hay otro tipo de amaxofílicos: los que tienen un rostro en el que podrías aterrizar un Antonov AN-225. Esos son los que se curraban los ripoffs de películas Disney y las sacaban en DVD antes que la propia Disney, confundiendo a padres despistados y rompiéndole el corazón a niños inocentes (ahora hacen lo mismo con las de Pixar, que también es Disney, y las de Marvel, que también es Disney, y es que Disney al fin está dejando de disimular sus planes de dominación mundial), los que con un hocico digno de mejor causa secuestran personajes famosos libres de derechos de autor (o confían en que su canallada jamás llegue a conocimiento de los titulares del copyright, o que estos escojan no amargarse la vida con demandas judiciales) y los que son capaces de hacerse un Philip K. Dick (perpetrar una novela en 48 horas a base de café y anfetas) y siempre tienen listo ese libro, a veces trilogías completas, para el carro que sea que esté de moda en ese momento (vampiros, zombies, pandemias mundiales, escoceses, millonarios emocionalmente muertos corruptores de vírgenes intelectualmente lelas), que es el carro al que quieren subirse todos los editores, los grandes, los pequeños y los mediopensionistas (porque, al fin y al cabo, el romanticismo no paga las facturas y una editorial es un negocio sujeto a las leyes de la economía) y, aunque sea por accidente, alguien puede reinventar la Coca-Cola. Y por eso los editores que rechazaban las primeras novelas de Brandon Sanderson le dejaban caer que estarían más dispuestos a plantearse su publicación si el bueno de Brandon hacía un esfuerzo por subirse al carro de GRRRRRR Martin.
«[...] publishers kept telling him that his epic fantasies were too long, that he should try being darker or “more like George RR Martin”»
Que alguien me explique cómo coño se ha rodado esto...

Es casi enternecedor ver los esfuerzos de algunos escritores y editores por subirse al carro, recurriendo a tretas de una simpleza conmovedora, cuando no de una bajeza moral inadmisible. ¿Qué es el carro ahora? ¿Juego de tronos? (no, desde hace tiempo, pero supongamos que sí a efectos comparativos) Pues saquemos algo que confunda y despiste al lector/comprador de libros/virgen de 45 tacos. ¡Nada como un poco de desinformación para montarnos en el dólar! Independientemente del contenido de la novela, llamémosla Canción de llama y nieve, por ejemplo, o Sonata del invierno y la calorina, o Trueno de jogos, o Zorrupias en tetas y enanos fornicadores. Lo que sea, pero que despierte un eco, aunque lejano, a la obra del Gordo Cabrón. ¿Que el carro no es Juego de tronos sino Palmeras en la nieve? Pues ponle de título a tu obra Selvas en la Antártida, Playas en el Himalaya, Aguaceros en Murcia u otro oxímoron ecológico-geográfico-climático-mongólico por el estilo. El libro puede tranquilamente ser EL MISMO y créeme que me he encontrado ejemplos de este descaro editorial, que no cito por pudor, en las librerías.
...porque con dinero ya te digo yo que no.

Todo el mundo quiere subirse a ese puto carro. Porque el carro significa pasta, sin la cual ya no te dan ni los buenos días, significa notoriedad, que para algunos es hasta más importante que el dinero porque con la notoriedad te puedes llamar influencer y exigir cosas gratis, ¡ropa de marca, noches de hotel, viajes a Bali, coches deportivos, furcias de luxe, coca, tabaco, ositos Haribo de color entelequia y con sabor a urea, un Snyder's Cut en el que a Ben Affleck se le marquen los pezones y Henry Cavill enseñe el carallo! ¡Lo que sea!

Durante la lectura de Almas robadas, de Emelie Schepp, no pude dejar de pensar en el carro. Una y otra vez.

Ay.

Ay, Sara Sampaio Dominatrix, cómo sufrimos los lectores de novela de género.
Fotico de nuestra musa, que hacía tiempo que no salía.

Mira que me gusta el noir, ¿eh? (Arthur Conan Doyle, Michael Connelly, Fred Vargas, el Pepe Carvalho de Vázquez Montalbán, Raymond Chandler, Agatha Christie, Elmore Leonard, las aventuras del Padre Brown de Chesterton, Don Winslow, Ellery Queen no, que es un capullo engreído y un pedante presuntuoso; que se joda). El género policial-detectivesco me gusta más o menos lo mismo que la ciencia-ficción y casi tanto como la sonrisa de la angelical Riley Reid. Y mira que me he encontrado mierdas dignas de vigilante de zoo leyendo novela negra y ciencia-ficción, ¿eh?

No insinúo que Almas robadas sea una mierda. Es mala. Muy, muy mala; pero eso no es lo que me molesta de la novela de la señora Schepp. Lo que realmente me agota es su nada disimulado esfuerzo por subirse al carro de Camilla Läckberg y el pedazo HOSTIÓN de proporciones épicas que se ha comido en el intento.

A ver, que el libro me lo compré en un saldo y me costó tres euros. Que tampoco ha sido un desastre completo. Es más, me lo he pasado en grande viendo a Emelie Schepp («la nueva reina del thriller nórdico», reza la portada; ¡joder, las risas que me he echado a costa del eslogan!) intentando clonar con la mano tonta la estructura y los arquetipos de personajes de las novelas de Los misterios de Fjällbacka y fracasando una y otra vez. Como si yo intentase clonar a Eva Green y me saliesen, una tras otra, Cármenes de Mairena.

Perdón. Perdón. Perdón.

(Por cierto, ¿me puede explicar alguien cómo cojones Märkta för livet, «Marcada de por vida», se convirtió en la edición española en «Almas robadas». Es para un amigo).

Y, porque llevo unas cuantas novelas de detectives sobre la chepa, y unas cuantas buenas, e incluso muy buenas novelas de noir nórdico (¿«nóirdico», «nordicóir»?), porque Kurt Wallander y yo ya éramos amigos antes de que Jens Lapidus viniese a presentarme a JW, Mrado Slovovic y a Jorge Salinas Barrio, y todo ello antes de que se pusiese de moda leer al pobre Stieg Larsson, que me dejó listo para abrirle mi corazón a Camilla Läckberg, aunque eso no me salvó de rebotar y casi dejarme la lengua en la aburridísima Åsa Larsson, creo que estoy lo bastante autorizado para afirmar lo siguiente:

Si Emelie Schepp es «la nueva reina del thriller nórdico», el thriller nórdico está a dos telediarios de proclamar la república.

Almas robadas, aparte de morbo gratuito y lugares comunes, sólo sirve para constatar las ganas que tienen algunos editores por subirse al carro y perpetuar el estereotipo de los suecos como robots sin alma, cachos de carne con ojos y carentes de motivación humana alguna.
Para ser autora de novela negra en Suecia es imprescindible CRUJIR.

La protagonista, Jana Berzelius, es tan fría e irreal que me resultó absolutamente imposible conectar emocionalmente con ella. Y, en el momento en que descubrí como lector que, además de una fiscal brillante e implacable con daddy-issues, es una especie de Jason Bourne con vagina capaz de matar de un solo golpe a un tiarrón que le triplica el peso, es que me descipoté de la risa ante semejante incongruencia argumental, marcial y anatómica.

Pero es que, encima, Almas robadas está mal escrito.

Almas robadas
podría ser una mala novela entretenida y da un cierto placer culpable leer de vez en cuando uno o dos libros así.

Pero es que está mal escrita, joder. A medida que iba leyendo, iba corrigiendo errores de sintaxis, frases equívocas y muletillas cansinas que no pueden atribuirse sólo a una traducción perezosa. Creo que el libro, simplemente, es así de malo. Porque es un libro para subirse el carro. Porque los editores españoles quieren seguir subidos al carro de la novela negra nórdica (carro que probablemente se despeñó por un barranco hace años) y publican todo, ABSOLUTAMENTE TODO lo que escriban señores y señoras con dígrafos y trígrafos consonánticos, diéresis y øes en el nombre.

Y a veces te sale bien.

Y a veces te sale algo como esto (las negritas son mías):
«Al parecer, la carpeta había sido borrada el domingo a las 18:35. Ola la abrió con un clic del ratón y se llevó una sorpresa al ver la página que apareció en pantalla. Estaba en blanco, salvo por un par de líneas compuestas por letras mayúsculas y números. Eran diez líneas en total». p. 127
(O sea, que esa carpeta que estaba en blanco no estaba realmente en blanco sino que contenía un par de líneas de texto, diez, concretamente. ¿qué pasa? Hay para quien «un par» es lo mismo que «diez» y «estar en blanco» es lo mismo que «no estar en blanco»).
A mí estas cosas me dan como cosica.

O sea, como esto (atentos a la dislocación del marco espacio-temporal y a una bilocación que ríase usted de las del Padre Pío):
«Cuando salió del coche en el aparcamiento de la comisaría eran las siete y media. Observó que había luz en el despacho de Gunnar y en seguida vio a su jefe sentado delante del ordenador, moviendo ágilmente los dedos sobre el teclado»
»    —¿A ti también te estaba costando pegar ojo? —preguntó Henrik.»
p. 209
(¿Eran las siete y media sólo en el aparcamiento de la comisaría, que es lo que la construcción de esa frase sugiere, o la anomalía se extendía a toda Suecia? ¿Qué hora era en el resto de Europa Occidental? ¿Y en Magalluf? ¡Los problemas que nos habría resuelto una sencilla coma! Y ojo a los superpoderes de Henrik: desde el aparcamiento vio a su jefe sentado, suponemos que en su mesa, delante del ordenador «moviendo ágilmente los dedos sobre el teclado», ¿es que la comisaría está hecha de cristal?, pero, además, Henrik estaba en el aparcamiento y al mismo tiempo, ya estaba dentro  del despacho de Gunnar, hablando con él; y sí, sé lo que es una elipsis, y sí, también sé reconocer a un escritor vago).
¡Y encima están empoderadas, las Avengadoras!

Y HarperCollins Ibérica ha publicado esto. Así. Tal cual. Sin cambiar ni una letra.

Bueno.

Podría haber sido peor.

Podrían haber publicado la trilogía de la señora esa, peluquera polaca que dice tener 35 tacos (aunque en sus fotos aparenta sesenta y ocho y demasiadas visitas al cirujano plástico), que se subió al carro de las sombras de Grey.

La peli es muchísimo más cerda y, por difícil que parezca, PEOR que la de la Johnson.

¡Ay, no, perdón, que esos han sido los de Grijalbo!¡La competencia, ansiosa por subirse al carro!

¡Ay, malhadado carro! ¡De cuantos crímenes eres responsable!

2 comentarios:

  1. Y ahora que hablan de algo similar a este género nórdico pero en Galicia, ¿ha caído algo digno en tus manos? Parece ser que el misterio de la isla de Cortegada va a dar el salto a la TV, pero no sé que tal será la historia.

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  2. No tengo ninguna información al respecto. De hecho, ni siquiera he leído el libro. No me llegan las horas del día.

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Ni SPAM ni Trolls, gracias. En ese aspecto, estamos más que servidos.