viernes, 28 de mayo de 2021

Dinámicas de grupo: por qué hasta el Llanero Solitario tiene un colega

Johan Falk (Jakob Eklund) es un oficial de la policía de Gotemburgo, ex operador de la 202.ª Compañía de Exploradores de la Marina sueca (202. kustjägarkompaniet, unidad especial anfibia de la marina sueca perteneciente al Amfibiekåren, Cuerpo Anfibio, responsable de la defensa costera de Suecia) y miembro de la Fuerza de Operaciones Nacional (Nationella Insatsstyrkan o NI, unidad táctica del departamento de Operaciones Nacionales de la Policía sueca).


De permiso por Navidades, Falk interviene en un robo a una joyería de Gotemburgo, hiere a uno de los ladrones y acorrala a otro, que toma rehenes y dispara a un civil para crear una distracción y fugarse. Los testigos identifican al gánster y dueño de un restaurante Leo Gault como uno de los ladrones de la joyería, pero al día siguiente todos los testigos se retractan de su testimonio.

Johan, que tiene su propia forma de hacer las cosas (raras veces se hacen dramas sobre polis que lo hacen todo siguiendo las reglas, y cuando se hacen suelen ser aburridísimos), visita extraoficialmente a Gault para tratar de intimidarle y éste le denuncia por agresión. Con sólidas pruebas en su contra, Falk huye de la policía, sus propios colegas, y pasa a la clandestinidad para reunir evidencias a que demuestren su inocencia y lograr que los testigos admitan que han sido intimidados y confirmen sus declaraciones iniciales, poniendo a Leo Gault entre rejas.

Acabo de resumirte, mi muy amado lector, el argumento de Noll tolerans, la primera película de la serie de Johan Falk, estrenada en cines en octubre de 1999.


A cualquiera que le guste el cine de acción, los thriller policiales o incluso el drama, no me cansaré nunca de recomendarle la serie de Johan Falk. Me tomo casi como una ofensa personal que no se vayan a hacer más largometrajes de la serie, pero, claro, es que Jakob Eklund tenía el pelo castaño en Noll tolerans y completamente blanco en Slutet. Ser Johan Falk se cobra su peaje y, además, parece que las audiencias de los últimos títulos tampoco acompañaban, por no mencionar que los creadores quizá habían llegado ya al límite de lo que se podía exprimir este universo.
(Eso sí, no esperes combates de artes marciales estilo John Wick, ni tiroteos de millones de balas, ni absurdas tramas con armas biológicas, bombas atómicas u otras polladas propias de novela de Tom Clancy o película de Michael Bay. Si lo que te van son la intriga, las historias de detectives y los personajes sólidos, todo ello salpicado con un poquito de acción, algunas persecuciones de coches y, de vez en cuando, una balacera modesta, pero no por ello menos espectacular, ésta es tu serie).
Y a cualquier escritor le recomendaría también que se viese las películas de Johan Falk, porque aprenderá una valiosa lección sobre la construcción del drama y el desarrollo de personajes.

A priori, le tengo un poco de manía a las series personalistas. Y no por ningún prejuicio (como el de aquella lectora de cierta editorial que me rechazó una novela sin leerla porque estaba escrita en primera persona «y la ficción larga no soporta la primera persona»), que a fin y al cabo adoraba las pelis de Tarzán de Johnny Weismuller y estoy dispuesto a verme cualquier largometraje de Bond independientemente del actor (salvo ese espanto protagonizado por Georges Lazenby), sí, hasta las de Roger Moore, que son casi autoparódicas (las pelis de Moore como Bond son a la franquicia de 007 lo que la serie de Batman de los sesenta lo es a la del Caballero Oscuro). Lo que realmente me cabrea de centrar todo el peso de la acción en un único personaje es que ese personaje suele ser, demasiado a menudo, un imbécil lanzallameable, una masa crítica de defectos de carácter o un abierto soplapollas.

Como Ally McBeal, esa abogada anoréxica, narcisista, infantiloide y alucinada a la que todos los demás personajes de la serie lamían el huesudo culo a dos carrillos y ponían como pináculo de virtudes que de ninguna manera se habrían podido deducir de sus diálogos ni de sus acciones. Da igual lo maravillosa que me la pintasen sus compañeros de bufete, jamás fui capaz de ver en esta abogada (a la que no recuerdo jamás preparando un caso ni buscando precedentes legales) nada más que una niñata torpe, ilusa y caprichosa.

Como la depresiva, acomplejada, insegura y autolesiva doctora Meredith Grey, de Anatomía de Grey, a la que, de no ser por el soporte de sus maravillosos compañeros de reparto, no habría soportado ni una sola vez más después del capítulo piloto (y una de las razones por las cuales abandoné la serie fue porque ya prácticamente no quedaba ninguno de los personajes que me hacían menos impresentable a la Grey y estaban introduciendo caras nuevas que no me decían nada y con los que no simpatizaba).

Siendo como es Johan Falk una serie de largometrajes extraordinariamente personalista, centrada en la figura del intrépido policía de Gotemburgo (a partir del cuarto título ya todo es Johan Falk dos puntos, para que nos quede bien claro), de entrada tenía todos los papeles para caerme como el culo, y, si hubiese empezado a conocerle por las primeras películas, tal vez lo hubiese hecho, porque Noll toleransTolerancia cero»), Livvakterna  («Los guardaespaldas», a menudo traducido por «Protección ejecutiva») y Den tredje vågenLa tercera ola») remachan en ese estereotipo del policía-héroe solitario-un único hombre honrado contra el sistema que es realmente en sí mismo un tropo del género.

Y no, no estoy diciendo que esa trilogía fundacional sea mala. Para nada. Como noir nórdico está entre lo mejor que he visto, pero en esta primera entrega de la serie el abusivo monopolio de la trama por parte del personaje de Johan Falk me lo habrían hecho casi indistinguible de cualquier otro detective solitario motherfucker con voluntad de hierro y la razón de su parte.

Por suerte, no empecé la serie por la primera película. Me fue imposible, hasta hace relativamente pronto, echarle mano a ninguna de las nueve primeras películas. Sí, aunque el primer título de la serie que conocí (antes incluso de saber que pertenecía a una serie) fue Livvakterna, aclamada en su momento como «la mejor película sueca de acción de la historia», aunque ya os digo que no es para tanta pirotecnia, la primera película de Johan Falk que pude ver fue la décima, Spelets reglerLas reglas del juego»), en la que Johan y Frank Wagner (Joel Kinnaman, sí, ése Joel Kinnaman, que como es de madre estadounidense puede trabajar a ambos lados del charco) tienen que volver a colaborar, a desgana, para salvar al hermano de su ex novia, que se ha buscado la ruina con sus deudas de juego.
Cada vez que este tío sale en pantalla se come el puto show.

Y fue una bendición empezar la serie por aquí, con las tramas ya establecidas, con un trasfondo sólido, con las personalidades y las interacciones entre los personajes fijadas y desarrolladas, porque, aunque en ocasiones me perdiese un poco al aludir los protagonistas a hechos y personas de las anteriores entregas de la serie, esa momentánea confusión quedaba sobradamente compensada por el espectáculo de esa maquinaria dramática trabajando, o al menos intentándolo, en la trama. Las diferencias de carácter entre los personajes y los choques entre el GSI y los otros departamentos de la Policía sueca. Las debilidades del sistema legal sueco, quizá excesivamente garantista, que pone en manos de los delincuentes herramientas para salir impunes de sus crímenes e incluso tomar ventaja sobre la policía y la fiscalía. Las martingalas políticas en despachos a puerta cerrada. La paradoja de que el GSI, la más exitosa unidad de la policía de Gotemburgo, roce la ilegalidad y eluda la supervisión de sus jefes a cambio de obtener detenciones y condenas. Todos esos temas extraordinariamente ricos para la historia no podrían haberse desarrollado con la dignidad y exhaustividad que merecen si la serie hubiese sido sólo otro policial y estuviese centrado en la figura de Johan Falk.

Y la transformación de la franquicia no es gradual en modo alguno. Johan Falk: GSI – Gruppen för särskilda insatser  («Johan Falk: GSI - Grupo de Operaciones Especiales»), el primer título en el que Falk se integra con sus nuevos compañeros de trabajo, no es una historia de orígenes, y eso se agradece. No tenemos que ver cómo se desarrollan las interacciones entre los personajes. No nos presentan, uno por uno, a los componentes de GSI y su trasfondo (nada de voice over y puñeteros flashbacks, muchas gracias). Todas esas relaciones, todas esas biografías ya han sido establecidas off-camera, y es Falk el que, recién llegado de la unidad de Crimen Organizado después de su servicio de cinco años en la Europol y sintiéndose, como el espectador (excelente decisión narrativa, por cierto), un poco intruso, tiene que encontrar su lugar en la unidad y en las dinámicas del grupo.

¿Por qué Patrik Agrell (Mikael Tornving), el director del GSI, actúa como si tuviese algún secreto inconfesable que ocultar acerca de las actividades de su unidad? ¿Es o no es el marido de Sophie (Meliz Kargel en un papel que la hace casi elegible para una película de Wonder Woman) un maltratador y por qué Tommy (Reuben Sallmander) se toma un interés personal en ello? Nada de eso importa en la trama. Esas preguntas sólo se nos plantean para proporcionarnos la sensación de mundo completo, para hacer más sólidos y cercanos a tierra el escenario y los personajes y si se contestan, en algún momento, no son decisivas para la historia ni deben serlo. Las preguntas que realmente cuentan en el argumento de GSI son las del estilo de: ¿Por qué, en la escena del ascensor, Frank parece reconocer a Tommy y Tommy a Frank? ¿Quién demonios se oculta tras el nombre del clave «Lisa» y por qué Tommy ha llegado a tales extremos para protegerlo?
¡Peaso carisma, Patrick, copón!

Johan Falk no da lo mejor de sí mismo como personaje cuando se pone en modo llanero solitario, da lo mejor de sí mismo a través de la interacción con sus compañeros del GSI (a los que a veces tiene que mentir), con los criminales a los que investiga (con los que en ocasiones tiene que cerrar alianzas coyunturales, cuando no sacarlos de líos), con su mujer (a la que ha puesto las perchas un par de docenas de veces), con sus hijos (con los que no pasa tiempo suficiente y a los que, por su trabajo contra el crimen organizado y sus operaciones contraterroristas, convierte más de una vez en objetivos de sus enemigos).

Y esta dinámica es tan provechosa que pronto todos los demás personajes protagónicos de la serie comienzan a beneficiarse de ella, establecer sus propias relaciones paralelas y crecer dentro de ellas, haciendo que el mundo de Johan Falk sea mucho más complejo, más rico, más consistente y más real, si procede emplear tal adjetivo en una obra de ficción. Seth Rydell (Jens Hultén, cuya presencia imponente y físico amenazador ha conseguido cameos en Skyfall y Misión Imposible: nación secreta), el jefe de la banda para la que trabaja Frank Wagner, comienza una relación extraña, llena de tensión sexual no resuelta, con Sophie. En ese intercambio, las sombras del personaje se oscurecen todavía más y sus luces brillan con más fuerza, haciendo de Seth Rydell un personaje más humano, más interesante y realista. Las tácticas policiales en el filo de la legalidad, la manipulación de criminales para obtener detenciones, y las víctimas colaterales de esa práctica operativa llevan a uno de los miembros del GSI a renegar de sus compañeros y perjudicarlos activamente convirtiéndose en informador de la Kavkaz, la mafia de Europa Oriental que lleva varias películas dando por saco al GSI. Patrick descubre que está gravemente enfermo y delega su autoridad en Sophie, que ahora pasa a ser la jefa del GSI y debe no solo dar órdenes a los que hasta hace poco eran sus compañeros, y que por ese mismo motivo tienen problemas en verla como una figura de autoridad, sino demostrar que la unidad que ahora dirige no se ha resentido de la baja de Patrick. Johan descubre que has estado compartiendo el finstro vaginar de su mujer con otro hombre y se cabrea mil aunque él mismo ha estado haciendo maniobras venéreas nocturnas con Anja.
Chispas saltan aquí. Chis-pas.

Y no es sólo de la interacción con otros personajes que Johan Falk sale beneficiado y la serie que protagoniza gana en valor dramático, complejidad y atractivo. Todos los demás personajes también se enriquecen de esta dinámica de grupo. Puede que Seth Rydell sea un gánster violento y un asesino, pero adora a su hermano, venera a su hija y no está exento de su propio sentido del honor. Su propia marca de nobleza. Patrick es un policía cabal, pero su compromiso con la misión que le han encomendado es tan grande que está dispuesto a ir mucho más allá de las instrucciones de sus superiores y de lo previsto en las leyes mismas con tal de conseguir los resultados que le exigen, de los que toda la sociedad sueca se beneficiará.

Pero lo que estoy contando aquí sobre la serie de Johan Falk no debería sorprender a nadie que tenga los cojones un poco pelados por la vida. La regla del «solo no puedes, con amigos, sí» que nos enseñaban en La bola de cristal, también es de aplicación en el mundo real y deberían tomar buena nota de ella todos esos autores desnortados que intentan vendernos la idea del hombre honrado y decidido solo contra el sistema que triunfa pese a la oposición de todo el mundo, falacia capitalisto-randiana de origen calvinista que se desmorona a poco que se la someta a la luz de la evidencia.

Ni siquiera Jimmy Stewart en Caballero sin espada derrota a los obstruccionistas y la corrupta estructura de poder en Washington en absoluta soledad y con sus dos cojones. Tiene el respaldo del personaje de Jean Arthur y de los críos de su grupo de Boy-Scouts. Pretender que un lobo estepario pueda prosperar en sociedad pero al mismo tiempo mantenerse al margen de la sociedad, es absurdo. E ideológicamente peligroso.

Como personas, no somos sólo nuestra biografía y nuestro carácter, sino también nuestras interacciones con otras personas. Lo mismo podría decirse de los personajes de ficción. Los mejor construidos evolucionan, perfeccionan sus virtudes, y sus defectos, cambian y se transforman en contacto con otros personajes. Como Quijote y Sancho, ejemplo paradigmático de novela moderna, que  actúan el uno como catalizador del otro.

La falacia del «hombre hecho a sí mismo» (cuya apoteosis es la del «millonario hecho a sí mismo») conduce a la del «personaje de ficción hecho a sí mismo» que nos entrega historias anémicas, novelas y películas estereotipadas e incongruentes, personajes abúlicos. Da igual lo sólido y acabado que te parezca tu protagonista, si no experimenta ninguna transformación a raíz de sus interacciones con otros personajes, tu personaje no es un personaje, es un cadáver. A Johan Falk no le queda otra, al final de la serie, que cuestionarse algunas de sus decisiones, que poner en la balanza algunos de sus actos, que en el momento en que los acometió, azuzado por la hubris del detective, del cazador de criminales, le parecieron justificados, pero que ahora ve, demasiado tarde, que comportaban unos riesgos inasumibles.


(En algún momento entre estos cinco párrafos debería haber colado alguna imagen, ya sabes, para aligerar tanta verborrea, pero Google, a quien obviamente le resopla los dos nakasones ofrecer un servicio de calidad, ha decidido, por mí, que la presente entrada ya es lo bastante pesada y me peta todos los intentos por colar un archivo de imagen más. ¡Gracias, señor Google! Le dejo el recuadro gris, para escarnio suyo).
Verse entera la serie de Johan Falk, las veinte películas, es no sólo una lección de cómo mejora una historia, un personaje, a partir de la interacción entre personajes, sino una muestra de las nuevas avenidas dramáticas, las nuevas tramas que esta dialéctica engendra. Y las más ricas bifurcaciones, las subtramas más interesantes de desarrollar y explorar proceden del intercambio, mejor dicho de la colisión, entre personajes con trasfondos y objetivos diferentes.

Lo cual, querido lector, constituye una excelente lección en escritura creativa de la cual, a raíz de la lectura de esta entrada del Paratroopers, espero que puedas beneficiarte cuando escribas tu libro de mierda.


Serie de Johan Falk:

a. La trilogía original (1999-2003):
Rodada entre 1999 y 2003 como tres películas independientes, en las que los personajes de Falk, su compañera de trabajo-amante Anja (Jacqueline Ramel) y su jefe el comisario Ola Sellberg (Lennart Hjulström) y la lucha contra el crimen organizado son las únicas constantes de la serie, aunque el personaje de Helen (Marie Richardson) acabará incorporándose como uno de los habituales en calidad de esposa de Johan y madre de su hijo.
1. Noll tolerans («Tolerancia cero»), octubre de 1999. Dirigida por Anders Nilsson.
Ya sabes de qué va, que te lo hemos dicho más arriba: atraco a una joyería, testigos intimidados, bla, bla, bla.

2. Livvakterna («Los guardaespaldas», titulada a veces «Protección ejecutiva»), agosto de 2001. Dirigida por Anders Nilsson. Descontento con el puesto menor que le han dado en la Policía, Johan, que está pensando en dejar el trabajo, acude en ayuda de su amigo Sven Persson, extorsionado por una organización criminal, y colabora con una empresa de seguridad privada para protegerle a él y su familia.

3. Den tredje vågen («La tercera ola»), octubre de 2003. Dirigida por Anders Nilsson. Ola Sellberg, el ex comisario jefe de Johan, es promocionado al cargo de director de la oficina contra el crimen organizado de Europol en La Haya y quiere reclutar a Falk para su unidad. Rebecka Åkerström, una sueca residente en Londres, se pone en contacto con Sellberg y le ofrece información comprometedora obtenida de su abusiva pareja.

b. Primera serie (2009):

Abarca el regreso de Johan Falk a Gotemburgo, después de su servicio en Europol, en La Haya, y su reclutamiento por el GSI. Sólo la primera película se estrenó en cines. Las demás salieron directamente en DVD.

4. Johan Falk: GSI – Gruppen för särskilda insatser («GSI, Grupo de Operaciones Especiales»), junio de 2009. Dirigida por Anders Nilsson. Tras cinco años en Europol, Falk regresa a Gotemburgo como nuevo miembro del GSI, dirigida por sus amigos Patrick Agrell y Tommy Ridders. Tommy es asesinado durante una misión y Falk descubre que el éxito del GSI se basa en el empleo de infiltrados civiles en las bandas organizadas, algo expresamente prohibido a la policía sueca, siendo uno de esos informadores más productivos el que responde al nombre en clave «Lisa».

5. Johan Falk: Vapenbröder («Hermanos de armas»), septiembre de 2009. Dirigida por Anders Nilsson. Una compra de fusiles automáticos por parte del GSI, para retirar esas armas de la calle, sale condenadamente mal y el GSI no sólo empieza a sospechar que tienen un «topo», sino que deben exigirle a «Lisa» una implicación más activa en el desmantelamiento de los planes de la banda de Seth Rydell.

6. Johan Falk: National Target («Objetivo nacional»), octubre de 2009. Dirigida por Richard Holm. Una nueva variedad de anfetaminas, distribuida por una banda rusa cuyo líder nadie ha visto jamás, inunda las calles de Gotemburgo y, una vez más, el GSI exige a «Lisa» que ponga en peligro su cobertura y su vida para detener a los traficantes.

7. Johan Falk: Leo Gaut, octubre de 2009. Dirigida por Richard Holm. Un coche bomba estalla frente a la escuela a la que Patrick lleva a sus hijos. La investigación lleva al GSI hasta Leo Gault, excarcelado tras cumplir diez años de condena y atrapado ahora en medio de una guerra contra un grupo que pretende apoderarse de su restaurante.

8. Johan Falk: Operation Näktergal («Operación Ruiseñor»), noviembre de 2009. Dirigida por Daniel Lind Lagerlöf. El GSI investiga una red de trata de blancas y prostitución forzada.

9. Johan Falk: De fredlösa («Los forajidos»), noviembre de 2009. Dirigida por Daniel Lind Lagerlöf. El atentado con bomba contra una fiscal que investiga a una banda de moteros lleva a la prensa a cuestionar la eficacia de la policía contra el crimen organizado.

c. Segunda serie (2012-2013):

Rodadas entre la primavera de 2011 y los primeros meses de 2012, las cinco primeras películas salieron directamente en DVD mientras que Kodnamn Lisa se estrenó en cines en marzo de 2013 antes de llegar al «cine en casa» en julio de ese mismo año.

10. Johan Falk: Spelets regler («Las reglas del juego»), septiembre de 2012. Dirigida por Charlotte Brändström. La investigación del GSI acerca de un nuevo tipo de droga sintética y los esfuerzos de Frank Wagner por sacar de problemas al hermano de su ex novia llevan a Falk y Wagner a trabajar juntos.

11. Johan Falk: De 107 patrioterna («Los 107 patriotas»), octubre de 2012. Dirigida por Anders Nilsson. El tiroteo entre dos bandas rivales en un parque público e Gotemburgo lleva al GSI hasta un peligroso grupo de neonazis, Los 107 Patriotas.

12. Johan Falk: Alla råns moder («La madre de todos los robos»), octubre de 2012. Dirigida por Anders Nilsson. Sophie consigue reclutar a Seth Rydell como informante. Pero Seth es un puto psicópata impredecible y mucho más espabilado de lo que sugiere su facha de mala bestia. ¿Está Sophie utilizando a Seth o Seth utilizando a Sophie?

13. Johan Falk: Organizatsija Karayan («Organización Karayan»), noviembre de 2012. Dirigida por Richard Holm. Örjan, el padre biológico de Nina, la hijastra de Johan, quiere recuperar los lazos con su hija tras años sin contactar con ella. Pero Örjan debe dinero a la mafia rusa Karayan, que secuestra a Nina para presionale.

14. Johan Falk: Barninfiltratören («Los niños infiltrados»), noviembre de 2012. Dirigida por Richard Holm. Una nueva banda de atracadores, todos ellos muy jóvenes, aterroriza los centros comerciales de Gotemburgo. Y han usado el nombre de Seth Rydell como garantía, metiéndole en problemas con otras bandas.

15. Johan Falk: Kodnamn Lisa («Nombre en clave: Lisa»), marzo de 2013. Dirigida por Charlotte Brändström. Cinco sicarios irrumpen en el apartamento de Frank Wagner, que escapa con vida por los pelos. ¿Ha sido descubierta su tapadera? ¿En quién puede y no puede confiar Frank? ¿He medio conseguido ocultarte hasta aquí quién se ocultaba tras el bnombre en clav «Lisa» o no?

d. Tercera y última serie (2015):

Anders Nilsson y Joakim Hansson, los creadores de la serie, anunciaron que ésta sería la última entrega de las aventuras de Johan Falk. Rodados entre verano y otoño de 2014, los cinco largometrajes salieron directamente a DVD, Blu-Ray y plataformas de VoD entre junio y agosto de 2015.

16. Johan Falk: Ur askan i elden («De mal en peor»), junio de 2015. Dirigida a cuatro manos por Richard Holm y Anders Nilsson. Johan investiga en Letonia quién destapó la cobertura de Frank Wagner. Allí es extorsionado para que cruce un camión lleno de armas a Suecia pero, llegados a Alemania, la banda de Seth Rydell roba la mercancía.

17. Johan Falk: Tyst diplomati
(«Diplomacia silenciosa»), julio de 2015. Dirigida por Peter Lindmark. El GSI descubre que Seth pretende vender parte de las armas robadas en Alemania a un grupo terrorista. Y, lo que es aún más grave, Pernilla Vasquez, compañera de Falk en su pasado como agente privado de seguridad, está implicada en el caso.

18. Johan Falk: Blodsdiamanter («Diamantes de sangre»), julio de 2015. Dirigida por Peter Lindmark. El GSI sigue una pista sobre tráfico de armas hasta el cuartel general de la mafia Kavkaz. Infiltran a Niklas (un sueco negro, y no es coña) en el grupo y le pierden la pista. Paralelamente, la banda de Seth se divide en dos falanges para perpetrar un golpe colosal.

19. Johan Falk: Lockdown
(«Confinamiento», que está de moda), agosto de 2015. Dirigida por Richard Holm. Vijay Khan, Némesis de Seth Rydell, solicita un nuevo juicio en base a la alegación de que el GSI le detuvo empleando métodos ilegales. En la sede de policía de Gotemburgo, alguien dispara a Patrick. El edificio entero queda confinado mientras buscan al pistolero.

20. Johan Falk: Slutet («El fin»), agosto de 2015. Dirigida por Richard Holm. Talmente así. Todas las tramas concluyen en esta película, con el GSI más desesperado y menos dispuesto a seguir las reglas que nunca y Falk hasta las orejas en las intrigas del crimen organizado de Europa del Este, que han puesto en peligro a su propia familia.

PREGUNTA: ¿Y dónde coño las veo?

RESPUESTA: espera, que aún no he acabado de reirme.

Si lo que pretendes es hacerte con los discos, prepárate a sudar. En Amazon España tenían la mayor parte de ellos, pero, en el momento en que escribo esto, no parece haber en stock prácticamente ninguna copia, de ninguna de las películas, en ningún formato.

Hay un box de la trilogía original en DVD que corresponde a la edición británica. Me ha sido imposible averiguar si está doblada al inglés o tiene la opción de oír la pista de audio original con los correspondientes subtítulos para los que no hablamos sueco. Si lo prefieres, también está la edición francesa, aunque los precios de ambas son simplemente absurdos.

También está disponible un recopilatorio en DVD de la primera temporada. En sueco con los subtítulos en inglés.

La otra opción para conseguir las películas en formato físico sería eBay, donde la oferta tampoco es para tirar cohetes, hay muchas ediciones en lenguas que tal vez hables mejor que yo y los precios dan entre miedo y risa.

En lo que respecta a los servicios de VoD, tampoco hay mucho donde rascar. Por lo que he podido averiguar, Netflix tuvo toda o parte de la serie, pero ya no está en su catálogo. Las tres temporadas finales están disponibles en Amazon Prime Video con subtítulos en inglés. No sé cuánto tiempo durarán ahí, así que si tal cosa, date prisita en verlas. También tienen algunas de las películas con audio en español. Lo único malo de esta opción es que, aparentemente, no tienen la trilogía original o he sido demasiado manco buscándola (he escrito «noll tolerans» en la barra de búsqueda de Amazon Prime y me han intentado vender Tylenol. Palabra).
WTFFFFFFF????????

Y no sé qué pensar de otros servicios de streaming, puesto que no tengo cuenta en ninguno de ellos. Ni puedo recomendarlos ni desaconsejarlos.

Y no seré yo el que, desde aquí, aconseje a los que se puedan sentir intrigados por esta serie, pero no tanto que les parezca deseable afrontar los enormes obstáculos que se interponen entre ellos y su visionado, que recurran a servicios  «no oficiales» o métodos dudosamente éticos, que luego vienen los abogados y te amargan la existencia.
«¿Que te has bajado el qué con la mula? ¿Eh? ¿El qué?»

Pues, eso, que si quieres ver la serie y Amazon Prime Video deja caer de su catálogo esta pequeña joya sueca, estás jodido, amado lector.

En fin...

viernes, 14 de mayo de 2021

Escuela de escritores: notas para una historia de Batman


Soy fan de los cómics desde antiguo por razones que serían largas de explicar incluso en una entrada de la bitácora en varias partes y que supondrían tal strip-tease emocional que no me siento cómodo con la idea.

Leo todo tipo de cómics, pero los cómics de superhéroes, con su sabor a arquetipo y su naturaleza de nueva mitología, me son especialmente queridos. Me gusta Spiderman por motivos diferentes a los que me gusta El Motorista Fantasma y leo con el mismo placer una buena historia de Los Cuatro Fantásticos que una de Supermán (aunque éste sea un personaje especialmente repelente para un escritor porque ¿cómo coño pones en apuros, es decir creas drama, historia, a un semidiós invulnerable y casi todopoderoso?).

No entiendo las estúpidas y estériles polémicas entre fans de DC que se dividen en «fans de Supermán» y «fans de Batman», y la mala sangre que se traen entre ellos me parece pueril. Es como si te pidiesen que escogieras entre tu padre o tu madre (suponiendo de ambos sean buena gente). Las razones por las que me gusta Supermán son diferentes a las razones por las que me gusta Batman. Ambos representan dos facetas diferentes de la naturaleza humana (y el hecho de que Supermán sea un extraterrestre no hace sino revalorizar de los ideales que encarna, y que ha adoptado como propios en virtud de la educación recibida de sus padres adoptivos), en absoluto contrapuestas, y me cabreó bastante aquel Elseworlds en el que Supermán es adoptado por Thomas y Martha Wayne, los ve morir, se convierte en Batman pero acaba pensándoselo mejor y abandona a Batman y se convierte en Supermán. Historia odiosa y castrada en la que se sugiere que Batman sobra en el universo DC pero Supermán es imprescindible (parafraseando aquel diálogo de Amanece que no es poco, «Batman, tú eres contingente y Supermán necesario»), falacia que demuestra la inexperiencia o la desgana del guionista.

Porque Batman simboliza la oscuridad del alma humana frente al optimismo casi ingenuo de Supermán y escoge una forma productiva, y hasta noble (debate ético en curso aquí), de encauzar el dolor, el resentimiento, la cólera y los deseos de venganza; por su código de honor y su compromiso insobornable con la justicia y la vida, porque tiene que superar su frágil y mortal condición humana a fuerza de voluntad, entrenamiento y claridad mental, por follarse a Catwoman y Talía al Ghul y por el coche, no olvidemos el coche, siempre que me exigen escoger, prefiero a Batman a Supermán, al que ya he dicho que es realmente complicado escribirle historias interesantes sin nerfearlo miserablemente.
Que no se nos olvide el coche.

Digamos que, a lo largo de mi vida, me he leído unos cuantos cómics de Batman. Mi Batman es el de Jim Aparo, Norm Breyfogle, Dough Moench, Mike W. Barr, Alan Davis. Ellos sentaron para mí el molde de lo que es un cómic de Batman, hasta el punto de que la primera vez que eché mano a las historietas originales de Bob Kane (y sus negros no sindicados ni acreditados) me llevé un desengaño comparable al del día que descubrí que las mamurcias de Mia Khalifa no eran de verdad. Aquel dibujo desganado y sucio, aquellos guiones de una simplicidad idiotizante, aquellos villanos de plastilina no movían más que a piedad e impotencia.

Pero no nos vayamos por las ramas, que en esta bitácora somos mucho de irnos por las ramas. Quédate con esto, querido lector: hemos leído muchos cómics de Batman, y hemos hecho un doloroso descubrimiento:

Casi todas las historias de Batman están mal.

No. Lo digo muy en serio. No sé a quién responsabilizar de este fenómeno, si a los despiadados plazos de entrega, que impiden incluso a los escritores más veteranos y mejor dotados entregar un buen relato del Caballero Oscuro y les obliga a atenerse a los formularios, a las plantillas preestablecidas e híper-abusadas («villano raro + pelea inicial + persecución + pelea final + fin»), a la contaminación de los guiones de ciertas iteraciones cinematográficas del personaje, a decisiones corporativas de algún directivo sobrado de tiempo y escaso de cocaína... no lo sé. Sé que la mayoría de las historias de Batman que he leído, sobre todo de unos años a esta parte, son de aburridas y olvidables a malas con ganas. Todas incurren en los mismos errores de concepto, algunas en más de un error, unas pocas, e infames, en todos ellos.

A ver, chicos, como escritores de ficción se espera de vosotros que resolváis problemas. De ficción. Que no digo yo que todos los autores de ficción sean capaces de resolver todos los problemas que, a nivel de argumento, trama, diálogos o personajes, pueda presentar una novela, un cuento o un guion cinematográfico. Eso sería mucho pedir.

Pero, copón, por lo menos intentadlo. No me hagáis como los guionistas de The Dark Knight Rises, que, tras la muerte de Heath Ledger y la negativa de Christopher Nolan a contratar a otro actor, pasaron olímpicamente del Príncipe Payaso del Crimen en la película (literalmente lo hicieron desaparecer de la continuidad de la franquicia) y, a la hora de sacar la novelización del libreto, su «solución» fue de una cobardía y una incongruencia inadmisibles.

Básicamente, Bane y Talia al Ghul secuestraron una ciudad entera, liberaron y armaron a los convictos de Blackgate, impusieron un régimen de terror, juicios sumarísimos, ejecuciones de civiles a los que, además, planeaban atomizar con un arma nuclear... pero al Joker lo dejaron encerrado en su celda de Arkham porque liberarlo ya habría sido pasarse de la raya.

En fin...


Para evitar ocurrencias como ésta (y a la espera de ver lo que logra Matt Reeves con su The Batman), y a fin de facilitar el trabajo de los escritores de Batman en el futuro, y en consonancia con nuestro compromiso de servicio público, en esta entrada del Paratroopers hemos resumido las meteduras de pata más flagrantes que todo escritor de Batman debería evitar y algunos puntos susceptibles de investigación y desarrollo.

De nada.

Nota número uno: los superpoderes de Batman

El mejor Batman ever.

Uno de los mayores patinazos de los escritores de Batman, de prácticamente todos ellos, es la sobrecompensación. A la hora de escribir para el confundador de la Liga de la Justicia, compañero de Wonder Woman, Supermán y Linterna Verde, a la mayoría de los guionistas de Batman parece pesarles en exceso que Batman no tenga superpoderes, aunque sean superpoderes mierder como los de Dazzler o Jubilee de La Patrulla X o, en el universo DC, Matter-Eater Lad (¿un tío cuyo superpoder es que puede «comer cualquier cosa»? ¿Pero qué me estás contáiner?) o Polka Dot Man.

(O Snowflame, que, ay, que me da algo, obtenía sus superpoderes, lo juro, ay aaayayayayay, ¡esnifando cocaína!)


A estos escritores no les basta con que Batman sea un atleta en la plenitud de la perfección física, un maestro de artes marciales, la mente analítica mejor amueblada del universo DC y un hombre con una voluntad a prueba de bombas atómicas. No saben qué hacer con todo eso.

¿Y qué hacen con Batman? Sobrecompensar. De la peor de las maneras. Enterrando las cualidades de Batman bajo toneladas de estiércol randiano y criptofascista y haciéndole patológicamente dependiente de sus bat-juguetes. El equivalente a escribir una película de James Bond en la que el 50% del metraje sea Bond usando los cachivaches del Departamento Q o las armas ocultas de su Aston Martin.

(Ay, perdón, que esas pelis ya existen. Son casi todas las de Roger Moore).

Cuando leo una novela de Don Winslow leo la obra de un escritor que claramente ha pasado mucho tiempo con policías, que les ha escuchado y tomado buena nota y que, mejor o peor, los entiende y puede llegar a simpatizar con ellos, incluso comprender algunas actitudes que, desde fuera, puedan parecernos inadmisibles (el infame «código azul», esa especie de omertá entre policías que viven en el filo de la ley). Cuando leí Almas robadas, de Emelie Schepp, me quedó claro que esta señora ha leído muchas novelas y visto muchas series de policías, que ha copiado todos los tropos más llamativos del género, pero no me quedó tan claro que haya visto a un policía de cerca ni que entienda una mierda de los procedimientos policiales.

Y eso nos lleva a la naturaleza misma de Batman y a sus superpoderes, que sí, los tiene.

La mayoría de los escritores de Batman no parecen tener puñetera idea de cómo escribir una historia de detectives, no son capaces de concebir un caso policial tan complicado, un enigma tan abstruso que sólo la mente del mejor detective del mundo pueda resolverlo.

Porque ésa es la naturaleza de Batman: Batman es un detective. El mejor del mundo, con permiso de Sherlock Holmes, si nos creemos la propaganda de la propia DC. Batman ha consagrado su adolescencia y juventud a convertirse en el detective perfecto, en una implacable máquina analítica instalada en un cuerpo apto para el combate y animado por una resolución invencible, capaz de descubrir la verdad detrás de cualquier crimen oscuro.

La mayoría de los escritores de Batman, incluyendo a alguno de los mejores, no parecen conocer ni siquiera superficialmente las convenciones de la novela negra, así que ni siquiera lo intentan. ¿Qué hacen en lugar de construirle a Batman un buen noir, un caso desafiante, un crimen inexplicable? Convertirle en un fascista. En un poli digno de película de Abel Ferrara. Y así tenemos a Batman aterrorizando robaperas y torturando yonquis que de ninguna puta manera pueden saber absolutamente nada del próximo plan de Dos Caras o el paradero del Joker.

Para estos escritores torpes, vagos o ineptos, Batman es el equivalente a un policía a la vieja usanza; de los que obtenían confesiones a base de hostias, reventaban huelgas a porrazos y «limpiaban las calles» llenando las salas de urgencias (y los cementerios). Y de esa manera, Batman legitima a todos los malos policías de Gotham, a todos los picoletos corruptos que emplean sus mismos métodos y a los que, se supone, intenta inspirar para alejarse de la venialidad y el delito.

Y, aunque Batman surgió en una época histórica en la que los policías se comportaban poco menos que como una banda de sicarios al servicio de la clase dirigente, con códigos de silencio y comportamientos propios del crimen organizado, un héroe llamado a inspirar a otros a plantar cara a la injusticia no puede asumir esos comportamientos. Si le das a un policía una máscara para que no le reconozcan y le prometes impunidad legal a todos sus actos, siempre y cuando te ofrezca resultados, obtienes más o menos al Batman que vemos en la mayoría de los cómics. Qué coño, dale una placa a Joe Chill y obtendrás el mismo resultado.

El superpoder de Batman no puede ser que una ciudad entera mire para otro lado mientra él viola los derechos constitucionales de los delincuentes de Gotham. El superpoder de Batman no puede ser que se le permita romper huesos para conseguir arrestos, que tenga carta blanca para herir a la gente mientras sólo hiera a cierta gente, porque eso convierte al Caballero Oscuro en un matón, un torturador, un icono überfascista, no un héroe. Y ése no es, no debe ser Batman.

Batman no puede ser igual a un poli violento sólo que peor, porque entonces ser Batman es igual a no ser nada y Batman, efectivamente, no tendría poderes.

Batman tampoco puede ser la alternativa a un cuerpo de policía profesional y honrado, por mucho que este aturdido usuario de Twitter así lo crea. Nada de «defund the police» ni «Volunteers going door to door to help their neighbors». Los voluntarios no tienen por qué saber cómo desescalar una situación potencialmente violenta, las buenas intenciones y las buenas palabras no paran las balas ni amedrentan a las bandas organizadas, darle autoridad a Juan Pueblo es normalizar la ley de Lynch y, además, el ciudadano promedio, en Gotham, en todos los Estados Unidos, aquí y allá, es profundamente gilipollas. ¿Por qué crees si no que los fabricantes de lejía siguen poniendo en la etiqueta de su producto «no ingerir»?

Batman debería inspirar con su ejemplo a los policías honrados y acojonar a los corruptos, no reemplazarlos a todos. Pero volvamos al tema de la violencia parapolicial, que te veo con ganas de hablar de la violencia parapolicial.

El sendero que deberían recorrer los escritores de Batman a la hora de crearle tramas literarias o cinematográficas no pasa por convertirle en el mejor amigo de los dentistas y quiroprácticos de Gotham, sino en explotar sus cualidades de investigador proponiéndole retos intelectuales a la altura del Mejor Detective del Mundo, y si esos escritores no son capaces de idear una investigación policial tan jodidamente difícil que sólo Batman pueda resolverla, deberían hacerse a un lado y dejar que lo intenten otros. Y no, no me estoy ofreciendo para reemplazarlos.

Batman no puede depender de la violencia, la intimidación y la tortura para obtener resultados, como tampoco puede depender de todos esos juguetes de turboalta tecnología, otro error en el que los escritores del Caballero Oscuro incurren constantemente. No debemos consentir que Waynetech se convierta en un Devs ex machina listo para sacar al guionista de un quilombo argumental en el que él solito se ha metido y del que no sabe cómo salir. La tecnología de la batcueva, los gadgets y armas de Batman deben estar al servicio de la historia, no convertirse en el equivalente a varitas mágicas de hado padrino a las que recurrir cuando no sabemos cómo sacar al héroe de una situación difícil, un impasse narrativo o una investigación que se ha complicado.

La armadura Hellbat es un ejemplo de ello. Como Batman no tiene la invulnerabilidad de Supermán ni la fuerza de Wonder Woman, a algún escritor listillo se le ocurrió dotarle de una armadura semimágica que casi le de a Batman superpoderes. Y la armadura mola escala Sara Sampaio Dominátrix, pero es un ejemplo sangrante de impotencia creativa.


Reconoces a un mal escritor de Batman, o al menos a un escritor agobiado y con la espada de Damocles de los plazos de entrega colgando sobre su cabeza, cuando El Cruzado de la Capa obtiene una información decisiva para resolver un caso dándole capa y media de hostias a un gothamita random (o a uno de los villanos serie B de su amplia agenda) o escapa de una situación realmente peliaguda echando mano de un juguete diseñado por Harold Allnut o Lucius Fox que, mira tú, casualmente llevaba en las cartucheras sin fondo de su cinturón de herramientas y que todavía no había probado.

Pese a su constitución de gladiador, sus habilidades marciales y su instinto estratégico, Batman es, fundamentalmente, un personaje cerebral. Su capacidad de observación y razonamiento, su fuerza de voluntad sobrehumana, sus conocimientos enciclopédicos de Criminología, Psiquiatría y técnicas forenses son sus mejores armas; no los batarangs, no las cápsulas de humo, no sus puños, no su obscena megafortuna, no el coche blindado y artillado como un helicóptero Apache. Batman es un intelecto y sus escritores deberían ofrecerle desafíos intelectuales. Batman da lo mejor de sí mismo cuando se anticipa a las intenciones del Joker, descifra los acertijos del Riddler o consigue hacer aflorar, con kung-fu psicológico, a la mitad buena de Dos caras; no cuando le rompe el espinazo a un homeless en un mugriento callejón de Los Narrows. Y naturalmente que entiendo que ese desafío exige tiempo, esfuerzo, exige una elaboración mucho más intensiva pero, eh, si escribir fuera fácil, todo el mundo lo haría.

Escribir una historia de Batman es escribir sobre las limitaciones de Batman y sobre los superpoderes de Batman: su mente analítica y su voluntad indomable. Batman es un estratega genial, un puñetero paranoico con planes de contingencia para sus planes de emergencia y, encima, siempre gana. Incluso cuando encaja una derrota, regresa tras una retirada estratégica con un nuevo plan, una nueva pieza de equipo o una nueva habilidad para alcanzar la victoria definitiva. Batman derrotó a Supermán. Batman derrotó a Bane después de que éste le rompiese la espalda. Batman tiene planes y armas especiales para vencer a todos los miembros de la Liga de la Justicia en caso de que se desmadren. Joder, Batman derrotó a la puta muerte.

En Crisis final, con Darkseid triunfante, la tierra condenada y sometida a su poder, Supermán buscando en el futuro una cura para la agonizante Lois Lane, Batman prisionero, Hal Jordan arrestado por sus compañeros Lanterns, Mary Marvel poseída por Desaad, Wonder Woman corrompida por Morticcocus y Black Lightning, Green Arrow y otros héroes doblegados por la Ecuación de la Antivida, Batman se liberó e hirió al señor de Apokolips con la bala que había matado a Orion (si el apocalipsis no es un buen momento para revisar tu «no guns policy», ¿cuál lo es?), dejándolo fino para que lo acogotase el Black Racer que seguía a los Flashes, cayó víctima de la Sanción Omega y fue enviado a la prehistoria, amnésico, de donde regresó al presente, reencarnándose una y otra vez, haciendo una paradita en el Final del Tiempo, para asumir de nuevo el manto del Caballero Oscuro.

Como muy bien escribió Nick Pizzolatto (guionista de True Detective y The Killing), al que volveremos a citar en esta entrada, con tiempo para diseñar una estrategia, Batman podría subir al cielo y derrotar a Dios.

Batman debería estar en la reserva hasta que la policía de Gotham se tropiece con un caso tan complicado y oscuro (los asesinatos de Un largo halloween, por ejemplo) o un supercriminal tan correoso (El Pingüino, El Espantapájaros, Ras al Ghul, El Joker) que sólo Batman le pueda plantar cara. Batman no está, no debería estar, para partirle la mandíbula a yonquis desnutridos y carteristas esquizofrénicos.

Dadle una pensada. Y no miro a nadie, Frank Miller.

Nota número dos: la cosa ésa de no matar

La mayoría de los escritores no captan la verdadera esencia del código de comportamiento de Batman. Algunos incluso lo desprecian, lo consideran una debilidad. Me parece que fue Peter Bagge (que jamás ha escrito una historia de Batman; él hace otro tipo de cómics) el que dijo algo así como que Batman era directamente responsable de los miles de víctimas del Joker, por ejemplo, por no haberlo desnucado la primera vez que se enfrentó a él.

Curioso sentido ético el de Peter Bagge, que exculpa al criminal de sus pecados y responsabiliza de ellos al detective que, una y otra vez, lo pone a buen recaudo en Arkham.

(Eh, que me encanta Peter Bagge; en serio. Adoro Odio y Mundo idiota y me flipa su elástico y dinámico estilo de dibujo, pero que me guste Peter Bagge no quita para que me de cuenta cuando dice alguna tontería).

En un país en el que multitudes consideran que la pena de muerte es una fuerza disuasoria para los criminales violentos (no lo es) y que el derecho a portar armas de fuego sin supervisión del Estado está, y está bien que así esté, por encima del derecho a la vida y a la seguridad personal (lo cual sólo demuestra que los partidarios de la 2ª Enmienda  leen correctamente la frase «a milita» pero se vuelven disléxicos con el «well regulated» que va en medio) no es extraño que a algunos guionistas de cine y cómic, la negativa de Batman a usar pistola lo convierta en una especie de comunista mariquita. Ese prejuicio podría estar detrás de la primera persona a la que se le ocurrió militarizar el Batmóvil, que, de ser un cupé rojo supermodificado que permitía a Batman ir de un lugar a otro a la máxima velocidad y con relativa discreción, pasó a convertirse en un monstruo negro, blindado y artillado, con aletas de murciélago para que todo el barrio sepa que El Caballero Oscuro ha llegado.
(Cómo demonios se supone que Batman va a conseguir no matar a nadie, aunque sea por accidente, cuando dispara las ametralladoras o los lanzamisiles de su coche es algo que todavía no me han explicado).

A Frank Miller, uno de los guionistas clásicos de Batman, autor de algunas de las más celebradas historias del Cruzado de la Capa (pese a que, lastrado por su transparente compromiso con la alucinada e infantilista filosofía gugutatá de Aynd Rand, nunca llegó a entender al personaje ni a los superhéroes en general), le escuece tanto este particular que en su seminal The Dark Knight Returns hace usar a Batman armas de fuego como mínimo, que yo haya contado, tres veces (en una de las cuales directamente mata a una persona), freirle los tímpanos a Supermán con un cañón sónico y pilotar un Batmóvil convertido en un puto tanque armado, eso sí, con balas de goma.
(Y, naturalmente, como Zack Snyder ha leído los cómics de Miller, y le han sentado mal, el momento «I believe you» entró en BvS: Dawn of Justice y el puto Bat-tanque tuvo una aparición estelar al final de su Zackstice League).
Definición de sutileza, por Zack Snyder.

No lo entienden.

No se trata de una mera cuestión ética. No es un reflejo del trauma sufrido de niño cuando sus padres fueron asesinados a tiros ante él. El hecho de que Batman no use armas de fuego es que con ellas resulta demasiado fácil matar, incluso por accidente, y Batman no quiere convertirse en un asesino. Ni siquiera para detener a otro asesino. Porque el enemigo de Batman no es el crimen. El enemigo de Batman, y aquí volvemos a citar a Nick Pizzolatto, que parece haber reflexionado mucho y bien sobre el Murciélago, es la muerte.
«Mata a un asesino y el número de asesinos en el mundo permanecerá constante».
El enemigo de Batman es la muerte. Batman lucha contra la muerte. Batman quiere salvar a los padres de toda Gotham y proteger la inocencia de sus hijos porque nadie salvó a los suyos ni le protegió a él. Si Batman usase pistolas y matase a alguien, la muerte ganaría. Si Batman emplease armas de fuego y, sólo por accidente (un rebote, una bala que atraviesa una pared o el cuerpo de un criminal y alcanza a un inocente peatón), alguien muriese, la muerte ganaría. Batman se ha entrenado en técnicas de combate cuerpo a cuerpo y emplea armas no letales, sobre las cuales posee control absoluto, porque no puede permitir que la muerte gane.

Una vez la bala abandona la boca de fuego de un arma, no hay control alguno sobre ella, y conserva su poder letal durante cientos de metros, incluso después de haber incapacitado a su objetivo, el proyectil puede seguir adelante y herir o matar a alguien más, alguien a quien no se pretendía alcanzar. Hay demasiadas cosas que pueden salir mal cuando usas un arma, sobre todo a corta distancia, y puesto que el enemigo de Batman es la muerte, Batman prefiere no usar armas.

Y sin embargo...

Hay momentos documentados en los que Batman emplea armas (arriba hemos citado TDKR), aunque algunos de ellos hayan sido eliminados de la continuidad del Universo DC a través de crisis infinitas y finales, viajes en el tiempo de Booster Gold con cagada incluida, flashpoints y metales oscuros y otros borrones y cuentas nuevas que las editoriales de superhéroes se sienten obligadas a hacer de vez en cuando para darnos la falsa sensación de progreso y renovación cuando, en realidad, todo sigue siendo lo mismo (la última chorrada ha sido quitarle a Batman Empresas Wayne y toda su fortuna; estamos contando los números que faltan para que la recupere). En Año dos, Batman planea matar a Joe Chill, el asesino de sus padres, con la misma pistola con la que él mató a Thomas y Martha Wayne. Ya hemos citado arriba Crisis final, cómic en el que Batman hiere a Darkseid con la misma bala que mató a Orion. En Flashpoint, Batman es Thomas Wayne, traumatizado por el asesinato de su hijo Bruce, el que usa armas de fuego y extrema violencia para limpiar Gotham de criminales (y el Joker es Martha Wayne, desfigurada y enloquecida en el mismo atraco que se cobró la vida de su hijo). En Batman: Odyssey, que Neil Adams obviamente escribió hasta el culo de porros, Batman aleja a tiros a los pasajeros de un tren de la bomba que está a punto de explotar.

Batman es heredero de los justicieros enmascarados de la primera mitad del siglo XX y de los detectives oscuros de los cómics pulp de los años 40. Batman recoge características de El Zorro, hasta el punto de poder decirse que es una actualización del personaje de Johnston McCulley, pero también recoge características de The Shadow, que llevaba esos dos pistolones cromados y resolvía las situaciones acojonando a los criminales y/o pegando cuatro tiros, y del The Phantom de Lee Falk, que no le hacía ascos a usar pistolas. Por eso en muchos números de la serie original, firmados (pero dibujados y a veces también escritos por alguno de sus ghost writers) por Bob Kane, Batman aparece usando una pistola. La «no-guns policy» de Batman es una cosa relativamente nueva y debida, no en pequeña parte, al comics code y al incremento de la violencia juvenil y los delitos con arma de fuego en los Estados Unidos a lo largo de los años 50 y 60 y a las voces tan atribuladas como desinformadas que, buscando una explicación y un remedio a la epidemia de homicidios, comenzó a culpar a los cómics.

No puedo ser el único al que le gustó esta película.

Y eso de que Batman no mata... bueno, es relativamente cierto. En los cómics. Que en las películas hace verdaderas mansacres (sí, he escrito «mansacre») y no hablo de las películas randianas de Zack Snyder, que ésas son ya como un pimpampum, sino de las clásicas de Tim Burton, en las que Batman esmocha a dos carrillos masillas del Joker o esbirros del Pingüino. Que hasta le pega un paquete de dinamita al pecho al forzudo del circo Triángulo Rojo en Batman Returns. ¡Joder, que la peli de Batman de 1989 acaba con Batman matando al Joker

O todas putas o todas vírgenes, pero Batman no puede matar y no matar y usar armas y al mismo tiempo no usarlas. Escoged un bando o dejad de jugar con el lenguaje.

Nota número tres: Edipo y el «continente negro»


Me parece que a nadie se la ocurrido este giro psicoanalítico sobre Batman, y si se le ocurrió lo descartó, y si no lo descartó, lo exploró a desgana.

Porque el hecho de que Bruce Wayne se sienta más cómodo disfrazado, como un niño pequeño camino de una fiesta de cumpleaños, que siempre se enamore de mujeres que no le convienen, o que son inalcanzables, o que antes o después le traicionarán, y que pase tanto tiempo en una cueva oscura y húmeda me parece oro puro para estudiar la relación de Batman con su madre asesinada y cómo ha moldeado su psicología.

La batcueva, ese útero simbólico en el que Bruce Wayne se refugia cuando necesita sentirse seguro, o meditar sobre un caso complicado, al que acude a «morir» ritualmente cuando llega maltrecho, herido, sangrando, para renacer de nuevo, más fuerte, más sabio, más poderoso, es un personaje más, extensión de la pérdida que Bruce Wayne sufrió al perder a su madre ante un atracador, al que no se le ha dado suficiente protagonismo, pese a toda su riqueza argumental.

Que Batman/Bruce Wayne pase tanto tiempo en su base secreta me habla de un niño que no ha superado ni superará jamás el asesinato de su madre, que se «entierra» en vida para estar más cerca de ella, que añora la unión orgánica con la carne ya sepulta de Martha Wayne. Un niño que sale cada noche a involucrarse en peleas, tiroteos, navajazos, que se expone a la mira telescópica de Deadshot, a los disparos del arma congeladora de Mr. Freeze o las nubes de gas mortal del Joker.

Batman lucha contra la muerte, pero al mismo tiempo la corteja, porque en la muerte se reunirá al fin con su madre.

¿Por qué nadie ha comprendido aún esto?

La relación entre Batman y Catwoman es la relación disfuncional perfecta; la única que Batman/Bruce Wayne se puede permitir. Además de una delincuente a la que de vez en cuando tiene que perseguir y poner entre rejas (o al menos intentarlo), Catwoman es tornadiza, mentirosa, intrigante, puede ayudar a Batman a salir de una situación apurada o ayudarle a resolver un caso y luego robarle el Batmóvil o convertirse en la jefa del crimen organizado de Gotham, aceptar su propuesta de matrimonio y luego plantarle en el altar, hecho un lío y a merced de sus enemigos. Y aunque Batman sufre por los desplantes y desengaños que le obsequia Selina Kyle, íntimamente ella es la mujer soñada porque mientras este romance caótico e imposible se perpetúe en el tiempo, nunca tendrá una relación adulta, nunca le será infiel a su único y verdadero amor, nunca dejará de ser un niño que perdió su madre antes de que ella tuviese oportunidad de ayudarle a convertirse en un hombre y le enseñase a amar a otras mujeres.

(Y a Frank Miller, sí, otra vez él, que parece haber intuido o comprendido esta verdad fundamental sobre el Caballero Oscuro, le cabrea tanto que, por culpa de Selina Kyle, Batman siga agarrado a la teta de mamá y no pueda ser un macho completo que en Año Uno convierte a Catwoman en una puta que odia a los hombres «porque nunca he conocido a uno» y en TDKR en una puta vieja, alcohólica y gorda. Frank, tío, tus problemas tienen problemas).

La lucha de Batman sólo terminará cuando regrese definitivamente al seno materno.

(Si esperabas una disertación sobre el mito de Edipo o el concepto freudiano de Continente Negro, te jodes y te la buscas por tu cuenta, que ésta no es una página de psicología).

Nota número cuatro (y por el momento última): el horror, el horror


Batman debe ser un personaje ominoso. Al menos para los criminales. Batman es un personaje que acojona. En ese sentido, creo que la presentación del personaje en la, por lo demás fallida, película de BvS (¡ay, Zack!, ¿aprenderás algún día a hacer cine?) es simplemente perfecta. Batman da tanto miedo que hasta los que están de su parte (más o menos), como ese policía novato, se lo hacen todo encima cuando se encuentran con él.

Y es que Batman no tiene un ejército. Robins y miembros de la bat-familia aparte (Batwoman, Batgirl/Oráculo, La Cazadora, Red Robin/Red Hood, Nightwing...) Batman lucha solo y tiene que compensar la diferencia de fuerzas con sus enemigos (básicamente el crimen organizado de Gotham y los superdelincuentes de su Lista A de enemigos, que suelen reclutar grupos más o menos numerosos de masillas sacrificables) de alguna manera. Por eso lucha en la oscuridad, donde puede tender emboscadas y es un blanco más difícil para las armas de fuego, y por eso emplea el terror.
Este plano me arrugó los nakasones.

Batman es un terrorista. El miedo y la intimidación son sus principales armas, y las ejerce adoptando los rituales y patrullas de caza de un depredador dominante y a través de su apariencia.

La idea de que Batman se disfraza de murciélago porque los criminales son cobardes y supersticiosos («a cowardly and superstitious lot») puede que convenciese a un lector de cómics de los años 40, pero tamaña elección de vestuario sólo tiene sentido si la entendemos como parte del arsenal de Batman. Así vestido, el Caballero Oscuro se convierte en una criatura ominosa, casi mítica, que resuena en nuestra memoria racial con la fuerza de los mitos antiguos. Tiene alas membranosas, como un dragón, ojos relucientes de felino, una capucha con orejas que recuerdan a cuernos de demonio, dicen que nadie puede matarle, que se cura de todas sus heridas, que bebe sangre humana, que puede volar.
¿La Catwoman perrrrrrfecta?

Si yo tuviese pasta y aunque sólo fuese un cursillo de una semana en dirección y producción cinematográfica, reuniría a una docena larga de amigos (como si pudiese encontrar a una docena de amigos) y rodaría una película de aficionados con la gramática del cine de terror y Batman como el monstruo que aterroriza a los criminales de Gotham.
Es una lista de candidatas muy pequeña.

Y nadie ha explorado esta vertiente del personaje. O, al menos, no en los cómics y películas que yo he visto, o no con la suficiente profundidad. Lo más parecido que conozco es el final alternativo del videojuego Batman: Arkham Knight, el que desbloqueas cuando te acabas las misiones al 100% y puedes activar el «Protocolo Knightfall».

El mejor Joker de aquí a Plutón.

Al final del juego, Batman es desenmascarado ante las cámaras de El Espantapájaros, todo el mundo descubre que detrás de la capucha del Cruzado de la Capa se esconde Bruce Wayne y Batman pierde su principal arma: el terror que insufla en el alma de los delincuentes, su condición de ser mítico, de leyenda urbana, imbatible, invencible, eterno.

Reducido a un ser humano con rostro, nombre y apellidos, Batman pasa a ser un simple hombre. Uno al que se puede herir, derrotar, matar, denunciar. Sí, denunciar. Todos los camellos mierdecillas y tironeros de todo a cien a los que Batman puso en el hospital o en la cárcel por llevarle alguna vez los cafés al Sombrerero Loco descuelgan el teléfono y llaman a sus abogados para que hundan a demandas civiles a Bruce Wayne.

Batman sabe que un simple hombre no podrá mantener a raya el crimen en Gotham. Bruce Wayne ha sido derrotado, pero Batman debe sobrevivir. Porque Batman es un producto de Gotham, su sombra más oscura y, paradójicamente, su luz más brillante. Mientras Gotham, sucia, corrupta, violenta, despiadada, exista, existirá el crimen y necesitará un Batman que trace la línea entre los delincuentes y la gente honrada que simplemente intenta sobrevivir.


Así que Batman pide a Alfred, su fiel Alfred, que active el Protocolo Knightfall Caída del caballero», título de la saga en la que Bane derrotó y dejó inválido a Batman y, durante un tiempo, Jean-Paul Vallvey, Azrael, llevó el manto del Señor de la Noche y le dio tres cuartos de hostias y mitad al chuzado de Santa Prisca). Bruce Wayne, desenmascarado pero aún vestido como Batman, entra en su mansión ante todos los periodistas de Gotham y ¡pum!, la mansión vuela por los aires, la batcueva queda destruida y Bruce Wayne/Batman «muere» en directo ante millones de testigos.

Han pasado unos meses. Jim Gordon es ahora alcalde de Gotham. Tim Drake (Robin) y Bárbara Gordon (ex Batgirl, ahora Oráculo) van a casarse. Nadie ha conseguido descubrir quién puso la bomba que mató a Bruce Wayne, cuyo cuerpo tampoco se ha recuperado, y el crimen está creciendo de nuevo en Gotham, porque los delincuentes ya no tienen nadie a quien temer, ya no se preguntan dos veces, antes de cometer sus villanías, si desde las sombras unos ojos feroces les están vigilando, ya no les preocupa acabar en urgencias, con media docena de huesos rotos, si se les ocurre cruzar la línea.

Un joven matrimonio y su hijo atajan por un callejón oscuro en su camino a casa tras asistir a algún espectáculo. Dos cabrones mugrientos, ex matones de Dos Caras armados con pistolas, los asaltan para desvalijarlos. Pero de repente ven una silueta, en lo alto de un edificio, observándoles. Se parece a Batman pero no puede ser él, porque está muerto, ¿verdad? Además hay algo raro a su alrededor. ¿Niebla? ¿Humo? Es como si a ese Batman que no puede ser Batman le faltase consistencia o estuviese hecho de un ectoplasma tenebroso.

Entonces ese Batman que no puede, que no debe ser Batman, porque todo el mundo le ha visto morir, se alza ingrávido y abre unas gigantescas alas de murciélago, y el cielo se vuelve rojo como la sangre, y los ladrones conocen el terror.

Y el murciélago cae sobre ellos.

Lo admito: me corrí.


Bruce Wayne ha muerto, pero Batman, en una nueva y aterradora forma, convertido para siempre en un fantasma, en un espectro amenazador, en un avatar del pánico, vive.

(Y obviamente ha chapuceado una versión hipervitaminada del gas del miedo del Espantapájaros).

Ya no se puede matar a Batman. Ahora es intangible. Aterrador. Indestructible. Legendario. Invulnerable. Eterno.

Gotham vuelve a estar segura. Y los criminales vuelven a tener miedo.

Y yo necesito herramientas para quitarme los calzoncillos y un cubo de hielo para bajarme la trempera.

No todo está contado sobre el Caballero Oscuro, no todas las vías están transitadas en su mitología, no todas sus posibles iteraciones han sido explotadas ya, porque en su condición de arquetipo, Batman es casi inagotable y mientras haya gente que desee leer historias suyas habrá margen para seguir desarrollándolo.

Estimados escritores: si lo mejor que podéis ofrecerme es un Bane con tetas (por muy bien plantadas que las tenga) y un Batman negro en los cuales, para más inri, el sexo y la raza no supongan ninguna diferencia con sus referentes originales, habéis escogido la profesión equivocada.
Echadle un ojo a estos cuatro puntos que acabo de ofreceros como guía para escribir mejores historias. Puede que a vosotros se os ocurra alguno más.

Espero vuestras sugerencias.

Ah, y, una vez más, de nada.