sábado, 31 de octubre de 2020

Hace tiempo que no siento nada al hacerlo contigo: cómo leer los correos de tu editor


O tempora, o mores!

Mi colección de cartas de rechazo editorial está empezando a amarillear. La razón es que hace tiempo que no recibo nuevos ejemplares, y el motivo de esa sequía epistolar es que los editores y agentes literarios han dejado de contestar al correo de los mediahostias como yo.

Y a raíz de esto empiezo a temer que se me esté olvidando el castellano. O que nunca llegué a escribir a esa gente. O que el universo entero es una realidad virtual creada por una inteligencia extraterrestre que ha llegado al tope de almacenamiento de sus servidores y ya no puede procesar más solicitudes y envía todo el correo nuevo directamente a la papelera de reciclaje.

Claro que el escritor debe aprender a lidiar con el rechazo. El que no pueda soportar que le digan que su obra no es publicable o que escribe con el puto culo debería dedicarse a otra cosa. La artesanía con hilos de colores, por ejemplo. Después de veinte años llamando a las puertas de editores y agentes literarios (y creo que ya me ha pasado todo lo que me podía pasar en ese sentido), si no hubiese aprendido a aceptar el rechazo editorial ya me habría pegado un tiro. O dos. Ése no es el problema.

El problema es cuando no tienes nada con lo que lidiar porque la frustración que debes superar, tu adversario, no se presenta. Ganas por incomparecencia, pero no ganas nada, en realidad, porque no hay una sensación de «punto final», un «closure», que dirían los gringos. No has sido rechazado, así que no tienes que sobreponerte al rechazo, pero tampoco has sido aceptado, así que no has conseguido una victoria. Te quedas con cara de «¿y ahora qué?».

Es frustrante. Porque no estamos hablando de que te hayas arrimado a la maciza de la barra, le hayas dicho «¿bailas?» y se haya largado después de dedicarte una mirada de desprecio. Esa mirada de desprecio y la distancia que ha puesto contigo es su respuesta. Y es una clara negativa.

El silencio editorial no es una respuesta. Es como hacerte una paja y eyacular sin orgasmo. Te deja perplejo y frustrado. Sí, la manola se manoló y el semen semenó, pero no has sentido placer alguno, que era el propósito de todo el juego de muñeca, a quién vamos a engañar. «Entonces, ¿esto de qué va? ¿Me he masturbado o no? ¿Para qué he estado tres minutos dándole a la zambomba? Yo he estado a la altura de la faena pero no he conseguido lo que tan duramente me he trabajado. ¿Por qué el gustirrinín no se ha presentado a la cita? ¿Cuál es el propósito de la vida? ¿Es real la realidad? ¿A qué huelen las nubes? ¿A qué sabe el color azul?»

Como escritor, sé torear el rechazo editorial.
Y eso que el rechazo duele, ¿eh?

La mala educación, en cambio, me sigue reventando los cojones.

Podría poner aquí una copia de la carta-tipo que dirijo a los editores y agentes cuando les ofrezco la oportunidad de rechazar otro de mis libros. No lo haré por no engordar innecesariamente esta entrada del Paratroopersdon'tdie, así que sólo te queda aceptar mi palabra, oh probo lector, de que escribo a esta gente del mundillo con toda la humildad, toda la educación (y unas gotas de autodesprecio) y todo el respeto que se pueden expresar en idioma castellano.

No me parece mucho pedir que, a cambio, me contesten con una carta modelo de rechazo. Un formulario en el que baste con introducir mi nombre, la fecha y, tal vez, el título de mi libro, para despacharme con alguna de las fórmulas estandarizadas y quedar como unos señores:

«Lo sentimos mucho hemos cerrado nuestro plan editorial...».

«Lo sentimos mucho, pero su obra no se ajusta a nuestra línea...».

«Sentimos mucho informarle de que nuestra cartera de autores está ya completa...».

«En este momento no estamos buscando nuevos talentos...».

«Sin entrar en modo alguno a juzgar la calidad de su obra...».


¡Ah, los viejos tiempos!


¿Qué ha pasado con toda esa gente tan educada, que te mandaba a la mierda con palabras tan finas que casi les dabas las gracias por rechazar tu libro? ¿Se han jubilado todos? ¿La crisis del sector ha llegado a tal extremo que en todas las editoriales y agencias literarias han despedido al tío que respondía a la correspondencia de los escritores noobs o qué?

¿O es que finalmente se han quitado la careta?

Porque antes escribías, pongamos, a veinte editoriales y, como mucho, te contestaban cuatro, cinco. La mayoría de esas cartas reproducían alguna de las negativas citadas más arriba y la última manifestaba un interés, no sabemos si legítimo, en mantener el contacto contigo y te pedían un argumento, unos capítulos, tal vez un libro...

Luego te rechazaban igual, pero como unos reyes. Era un partido de rugby: un juego de hooligans jugado por caballeros.

Ahora escribes a cincuenta y cinco editoriales, si puedes (ahora llegamos a eso), y cincuenta y cuatro te ignoran. Ni siquiera replican con un correo automático de «Hemos dejado de recepcionar originales hasta nuevo aviso». No tienes oportunidad de averiguar si querrían o no trabajar con tu libro, si querrían pero no lo ven viable comercialmente o si están interesados en leer cualquier otra cosa que hayas escrito, menos ese libro en cuestión.

Ahora el correo con los editores es como el hockey sobre hielo: un juego de hooligans jugado por psicópatas hijos de puta
masoquistas y homicidas.

¿Qué ha pasado?

Antes tenías que sortear una serie de filtros, empezando por el tío que atendía el correo, que, dependiendo del día que tuviese, le pasaba o no tu libro a los lectores del departamento editorial que, dependiendo o no del día que tuviesen, le pasaban tu libro al jefe del departamento editorial, y ya estabas a un paso del editor in person.

Ahora, en mi experiencia, y a partir de la información de que dispongo, existe un sólo filtro: la aplicación web en la página de la propia editorial o su servidor de correo. Desde hace años, la mayoría de mis libros no han pasado de ahí.
(Y los que lo han hecho, hubiese preferido que no. Sigue leyendo).

Podríamos interpretar ese silencio que no es una respuesta como una respuesta en sí misma. Una respuesta negativa. En una pirueta zen, el silencio equivaldría a un «no». No a un «tu libro no nos interesa», puesto que el noventa por ciento de las veces esa ausencia de réplica tiene lugar en el momento mismo del primer contacto, cuando comunicas con tu editor/agente intentando averiguar si recibe originales, sino que equivale a un «estamos demasiado ocupados con escritores de verdad para tomarnos la molestia de descubrir si nos interesa o no leer tu mierda de libro».

Aunque esta descortés negativa a darse por enterados de tu mera existencia y ahorrarte la pérdida de tiempo y desgaste anímico que supone intentar recabar una explicación de quien no está dispuesto a proporcionártela sea cabreante y de todo punto intolerable en una relación civilizada (el ostracismo era el segundo castigo más cruel entre los ciudadanos atenienses), creo que, hasta cierto punto, estaría dispuesto a mostrarme magnánimo con los huevazos que cultivan este comportamiento para mí inexcusable y de mal agüero (si es tan difícil acceder a esta gente para cuestiones de rutina, échale guindas al pavo si tuvieses que hacerles una reclamación de regalías por derechos de autor).

Con lo que no estoy dispuesto a transigir es con la gente que sí te contesta.

La gente que te dice que adelante, que les envíes tu libro y que en tres meses o así te contestan.

Y no vuelves a saber de ellos.

Y esto me parece una falta de respeto absolutamente intolerable porque te quedas con la sensación de que te han mentido. Engañado. La sensación de que en realidad no querían saber nada de ti ni de tu libro, pero, ahora que se ha acabado Juego de tronos y aún no hay nuevos capítulos de El brujero, se aburrían y te permitieron concebir esperanzas. Se divirtieron a tu costa. Enviaron tu libro directamente a la papelera de reciclaje entre carcajadas de las que provocan diarrea. Te hicieron perder el tiempo. Te hicieron un Aliexpress. Un «por supuesto que es un auténtico iPhone». Un «chupa, chupa, que yo controlo».

Tres veces me ha pasado en los últimos dos años.

Y toca mucho la moral.

Los escritores sabemos lidiar con el rechazo editorial.

Pero que la gente que trabaja con palabras retuerza el significado mismo de esas palabras es un delito de lesa majestad.

Porque si un agente o un editor me dice «mándame tu libro y en X tiempo te digo qué me parece» yo entiendo que me hace una invitación a enviarle mi libro y establece conmigo el compromiso de leerlo y contestarme si le interesa o no. Porque ése es el significado literal de esas palabras. Si el editor barra agente literario pretende librarse de mí, no tiene sentido hacerlo de esta manera que sugiere exactamente lo contrario, existiendo el inacabable repertorio de frases de rechazo prefabricadas, algunos ejemplos de las cuales he aportado más arriba, o directamente el silencio que, como he explicado, me cabrea pero puedo estar más o menos dispuesto a respetarlo.

Así pues, mi querido lector que quiere convertirse en el próximo Dan Brown, en nuestra vocación didáctica y de servicio público, desde Paratroopersdon'tdie te ofrecemos, sin cargo alguno, esta breve pero lamentablemente verídica guía de traducción para los correos electrónicos de tu editor.


Si la respuesta es el silencio, lo que debes leer es:
«No, por supuesto que no nos hemos leído tu libro. Ni lo leeremos. Eres chusma. Basura. Eres gentuza indigna de que nos leamos tu mierda de libro y ya bastante tienes con lo que nos hemos reído de los cojones que has demostrado enviándonoslo. Que te crees que todo el monte es orégano, cacho cabrón, analfabeto de mierda, disléxico del carajo. Anda y vete a cagar, y llévate el libro y límpiate la mierda del culo con él, que no sirve para nada más. Sí, lo sabemos sin necesidad de leerlo. Así de superiores a ti en todos los sentidos somos. Proletario».

Si la respuesta es algo como:
«El libro nos ha gustado mucho. Lo has escrito con mucho arte y has desarrollado unos personajes sólidos y polifacéticos y una trama sólida y coherente. La redacción es impecable y no tiene faltas ortotipográficas ni de estilo evidentes. Por desgracia, no estamos seguros de poder encajarlo en nuestro catálogo/el presente mercado editorial/un género lo bastante comercial para que su publicación nos parezca interesante. Sin embargo, te animamos a seguir escribiendo y estamos deseoso de leer tu próxima obra, siempre que sea de una temática o un estilo diferente a ésta».

lo que debes leer es:
«No, por supuesto que no nos hemos leído tu libro. Lo empezamos, pero nos dio pereza porque no iba de sombras de Grey en el código Da Vinci de Harry Potter y ya vimos que no íbamos a hacer pasta con él, así que lo descartamos a la voz de ya, pero tenemos nuestro corazoncito y sabemos que te ha costado tu esfuerzo escribir esta puta mierd... esta novela, así que en vez de mandarte a cagar y limpiarte las zurraspas con tu asqueros... con tu libro, te hemos soltado este rollo macabeo para que te creas que tienes alguna oportunidad de publicar con nosotros, que no la tienes, si escribes alguna otra chorrada que nos guste más, que ya te digo yo que va a ser que no. Siempre va a ser que no, pero como eres medio mongólico y a lo mejor te suicidas si somos sinceros contigo te hemos dorado pelín la píldora para ver si tienes al menos un grano de sal de seso, pillas la indirecta y dejas de hacernos perder el tiempo con tus cipotadas. Lúser».

De nada, querido lector.

Nos veremos en el infierno. Lleva cerveza.

miércoles, 14 de octubre de 2020

Es increíble la cantidad de gente que hace falta para joder una buena idea

 «Básicamente la película con la que acababa de castigarme iba de una cría pequeña, rubia y eso, que no sé quién coño era, ni de dónde salía, ni entendí por qué me debería importar un mojón lo que le pasase, porque nadie me lo mostró ni me lo explicó. Una niña, insisto, rubia, a la que le dan un trasto mágico, o algo, que tampoco me enteré de qué hostia era, ni para qué servía, ni por qué se lo daban, ni cómo cipotes funcionaba; y la niña cogía el trasto y se lo llevaba a alguna parte, no sé adónde, ni por qué tenía que llevárselo allí y no a otro sitio, pero no conseguía llegar directamente a su destino, e iba rebotando de lugar en lugar, como una bola de pinball, y conocía gente, y gente que no era gente, y de repente llegamos al tercer acto y sobreviene el clímax... y resulta que no era el clímax, que aún faltaba como media hora de película, pero la tensión dramática a partir de ese clímax que no era clímax no hace más que caer en picado, y tú empiezas a pensar que hay otro clímax más clímax después de ese clímax que no era clímax, y va la peli y, de repente, se acaba. Sin clímax».

Y así fue como, hace un año, puse las peras a cuarto a La brújula dorada, una pésima y carísima película que arruinó a la New Line Cinema, no sedujo al público (en taquilla dobló su presupuesto, y eso en una película de casi doscientos millones de dólares es un fracaso; aunque, justicia es de reconocerlo, arrasó entre los sordociegos) y aniquiló, o eso creíamos, las futuras adaptaciones a la pantalla de la obra de Philip Pullman, para regocijo de los ofendiditos que llevan años acusando a Pullman de ser hijo de la puta de Babilonia y los piojos del escroto del Anticristo.

En general, como película, La brújula dorada fracasaba por los motivos ya expuestos en aquella entrada de la bitácora: desfigurar el material original, cogerse la minga con papel de fumar para no ofender a nadie y acabar decepcionando a todo el mundo, un torpe desarrollo de la trama con un falso clímax y un anticlímax final al final del tercer acto, personajes superficiales y de motivaciones misteriosas... Eso por la parte cinematográfica.

Ahora bien, como narración, La brújula dorada fracasaba por su incapacidad de contestar tres básicas preguntas sin las respuestas a las cuales la acción era ininteligible y toda capacidad del espectador para sumergirse en el largometraje quedaba anulada, y que son básicamente las mismas preguntas que, a grosso modo y con excepciones, toda historia debe responder:
1. ¿Dónde y cuándo transcurre la acción?

2. ¿Por qué transcurre la acción? O sea, ¿cuál es el propósito del drama?

3. ¿Quiénes son los protagonistas de la acción y qué les motiva?
4. ¿Tiene un polvazo Dakota Blue Richards ahora que ya ha pasado de niña a mujer o solo me lo parece?
4. ¿Es cosa mía o de repente Dakota Blue Richards tiene un polvazo?

En el caso de La brújula dorada, estas preguntas se convertían en:

1. ¿Por qué el mundo de La brújula dorada se parece tanto y al mismo tiempo tan poco al nuestro?

2. ¿Por qué intentan asesinar a lord Asriel? ¿Por qué su investigación es tan importante? ¿Por qué entregan a Lyra el aletiómetro y qué se supone que tiene que hacer con él?

3. ¿Quién es Lyra y quién Lord Asriel y quién la señora Coulter y qué papel juegan en la historia?
Y, tratándose de una historia de fantasía, con elementos mágicos y bastante hocus-pocus abracadábrico, además el espectador se formulaba otras dos preguntas que la película renunciaba a contestar:
4. ¿Qué mierda son esos animalitos que acompañan a todo el mundo a todas partes?

5. ¿Qué cojones es el aletiómetro, la brújula dorada del título, y para qué sirve?
Al acabar de ver La brújula dorada, prácticamente todas estas preguntas, y mil más, se habían quedado sin respuesta. La película era incomprensible. Literalmente NO SABÍAMOS QUÉ COJONES ACABÁBAMOS DE VER. A la cinta «le faltaba la espina dorsal», y traduzco a lo bruto la crítica de Peter Travers para Rolling Stone. La brújula dorada no emocionaba. Fracasaba a la hora de conectar con el espectador porque no se tomaba el tiempo suficiente (¡en una película de casi dos horas!) para contestar a las cinco preguntas formuladas más arriba ni desarrollar a los personajes más allá de la superficie más superficialmente superficial.

La película era incomprensible y los personajes nos importaban un huevo de otro porque el realizador no nos había dado nada que nos permitiese empatizar con ellos. La brújula dorada era una carísima tramoya de cartón y corchopán. Había una buena película por ahí abajo, enterrada, oscurecida, desfigurada, pero era inalcanzable para la audiencia. Para nosotros.
Por todo lo dicho, cuando la BBC se propuso hacer una serie de televisión a partir de las obras de Pullman, he de confesar que sentí una mezcla de escalofrío y náusea. Todavía me acordaba de la adaptación para la pequeña pantalla de Jonathan Strange y el señor Norrell, hacia la cual mantengo sentimientos encontrados. A grandes rasgos diría que la serie está bien y que es una buena adaptación del libro... pero hay pequeños grandes detalles que no puedo dejar de rechazar (como ese John Uskglass que debería apoderarse del show en cuanto aparece, ¡que es el puto Rey Cuervo, copón!, y al que nos pintaron como un fan de Slipknot con una mala resaca de basuco).
Tal cual.
Entrando en harina: me he visto La materia oscura, la primera temporada de la serie de televisión basada en el libro homónimo de Philip Pullman.

Y puedo decir, con alivio, que la mayoría de las preguntas que la película de Chris Weitz fracasaba miserablemente en contestar, obtienen respuesta en La materia oscura en los primeros veintiocho minutos de su capítulo piloto y el resto, antes de que termine ese primer episodio.
1. ¿Dónde transcurre la acción? En un mundo parecido al nuestro y en una línea temporal similar a la nuestra. Esto se explica en un texto en pantalla antes incluso de ver el primer fotograma con actores. Y así, de un plumazo, nos quitamos de encima el problema de la exposición, que siempre es decisivo, muy especialmente en una película de fantasía.

2. ¿Por qué transcurre la acción? Hay una organización de estructura religiosa llamada Magisterium que controla el acceso al conocimiento e impide el acceso de las personas a toda idea que consideren peligrosa o contaminante. A lord Asriel intentan asesinarlo, aparentemente, para que no comprometa la independencia del Jordan College y atraiga sobre él la atención del Magisterium al revelar sus descubrimientos en el norte, que contradicen el dogma del Magisterium y son considerados heréticos. Lyra recibe el aletiómetro, un artefacto poderosísimo y muy peligroso (su mera posesión podría dar con sus infantiles huesos en una celda del Magisterium), porque el decano del Jordan College ya no puede seguir protegiéndola y le entrega la Brújula Dorada creyendo que podrá usarla para su protección.
(Y un poco más adelante descubrimos que en realidad lo único que el rector está haciendo es devolver a Lyra lo que es suyo, pues el aletiómetro le ha pertenecido desde que era un bebé).
3. ¿Quiénes son los personajes? Lyra es una niña, aparentemente huérfana (la cosa tiene miga, como descubrimos al avanzar la serie), rescatada por lord Asriel y criada en el Jordan College, una facultad de Oxford de la cual lord Asriel es uno de sus más polémicos investigadores. La señora Coulter es una fría y sádica hija de mala puta y eso lo sabemos nada más verla, que cuando entra en escena sólo le falta que suene la Marcha imperial de Star Wars; y descubriremos cuánto de hija de puta puede llegar a ser en los próximos capítulos (ya en el segundo episodio nos da dos tazas y media de hijaputismo).

4. ¿Qué son esos animalitos? Los puñeteros animalitos se llaman daemons y son la materialización del alma de las personas en el universo en el que se ambienta la acción de La materia oscura. Esto, otra vez, se explica a través de un texto en el primer minuto del capítulo piloto.

5. ¿Qué es el aletiómetro? Tenemos que esperar hasta el minuto 28 para que se nos permita intuir su poder, del cual en el 45 no nos dejan ya duda alguna: el aletiómetro es tan poderoso porque es una máquina que dice la verdad. En un mundo donde la clase dirigente considera que la verdad es peligrosa y debe evitarse a la gente el lastre de la duda y el sufrimiento de enfrentarse a la realidad, el aletiómetro se convierte en una herramienta de la cual puede depender la supervivencia de Lyra.
Y así, señor Weitz, es como se introduce una historia. Sientas las normas lo antes posible en el primer acto y a partir de ahí te concentras en desarrollar el argumento.

Así te caiga encima una riada de mierda y te pille bostezando. ¡Inútil!
La turra, cuanto antes mejor. Y toda de una vez.
Escribir es complicado. Escribir una película, una novela, un poema, requiere esfuerzo, el dominio del lenguaje que vas a emplear, dedicación y compromiso. Requiere VALENTÍA, algo que al equipo creativo de La brújula dorada le faltaba y a los responsables de La materia oscura, parece ser que les sobra.

Por una fracción del presupuesto del megafracaso estadounidense (la BBC no ha declarado cuánta pasta se han fundido en la aventura, pero fuentes cercanas a la producción hablan de entre 40 y 50 millones de libras, y probablemente la mayor parte de ellos se la comió la animación de los daemons), los hijos de la Gran Bretaña han logrado un producto sólido, respetuoso, apasionante, con una intriga bien equilibrada, protagonizado por unos personajes atractivos, con los que nos identificamos en el acto, por los que sentimos cariño y simpatía, cuando no inmediata repulsión y rechazo. Dafne Keen está impecable, como siempre, Ruth Wilson hace un papelón como villana tan intenso que la odiamos incluso antes de que abra la puta boca, James Cosmo y Lucian Msamati como patriarcas gipcios, acojonan de la intensidad y autoridad que desprenden, Ruta Gedmintas casi ha logrado despintarme a Eva Green y sus transparencias, y no hablemos de lo buena que está, e incluso James McAvoy consigue no pasarse de frenada con su actuación, ¡pero si hasta el oso rompe la pana, y lo hicieron con polígonos y texturas!

(Joder, hay escenas en esta primera temporada de la serie que me han estrujado el corazón, que me han arrancado lágrimas; aún sabiendo cómo iba a ser la resolución de la historia, he sentido miedo por Lyra, mientras que los 113 minutos de La brújula dorada me los pasé con mueca de estar aguantándome un pedo).
Bruja con velos que invita a pekkar.
¿Qué habría conseguido Chris Weitz si no hubiese podido fundirse doscientos (hay quien dice que doscientos cincuenta) millones de mortadelos en su película, si para contar su historia hubiese tenido que depender del trabajo de los actores, de la coherencia del argumento, si no hubiese dispuesto de la morterada de pasta que se gastó en un vestuario espectacular, una ambientación grandiosa y unos efectos especiales apabullantes que no lograron encubrir la triste evidencia de que, en realidad, no había hecho sus deberes de narrador? Ya hemos tratado este tema en Paratroopersdon'tdie (y si nos seguimos repitiendo así, habrá que empezar a plantearse el dejar de subir chorradas a Internet, porque será señal de que ya lo hemos dicho todo), cuando hablamos de los peligros de intentar hacer un buen trabajo con herramientas romas, y pusimos ejemplos del mundo del cine, de cómo el refinado de la tecnología CGI permite a algunos directores a los que idolatrábamos en el pasado por su capacidad para crear emoción e intriga con medios artesanales, corromper su legado filmando películas espantosas, pero, eso sí, con unos efectos por ordenador cojonús.
Bruja sin velos que invita a pekkar plus.
Ejemplo: en el capítulo sexto, durante el rescate de los niños de Bolvangar, los responsables de La materia oscura no podían recrear la batalla que vimos en La brújula dorada, con cientos de tártaros tratando de repeler a docenas de brujas voladoras al mando de Serafina Pekkala. Pura y simplemente no había plata suficiente para un alarde así. Así que no lo hicieron. Recrearon el rescate, a una escala mucho, mucho más modesta y que, no obstante, no le quita ni un ápice de emoción.
Y con esmoche. Mucho esmoche.
Decisiones inteligentes y bien ejecutadas como ésa hacen que La materia oscura, pese a haberse cocinado con sólo cincuenta millones de libras, luzca como si hubiese costado trescientos. Nos alegramos de que le hayan encargado la tarea a verdaderos profesionales.

Es increíble la cantidad de gente y pasta que son necesarias para cagar una buena película, una buena idea.
Girls, we run this motha*****
Girls, we run this motha*****
Girls, we run this motha*****
Girls, we run this motha*****

Girls, who run the world? Girls
Who run the world? Girls
Who run the world? Girls
Who run the world? Girls
Who run the world? Girls

We run this motha? Girls
We run this motha? Girls
We run this motha? Girls
We run this motha? Girls

(y sigue a partir de ahí)
Otra foto de Ruta. ¡Qué brujísima que está, carallo!

Los créditos por esta letra corresponden a Terius «The-Dream» Nash, cantante y compositor de R&B y hip hop, la propia Beyoncé, que no necesita presentación, Nick «Afrojack» van de Wall, que parece ser que en Holanda es un pinchadiscos famosete, Wesley «Diplo» Pentz, David «Switch» Taylor, también disck-jockeys de su padre y de su madre y Adidja Azim Palmer, no sabemos si desde la cárcel.

Sí, por increíble que parezca, hicieron falta seis personas para escribir esa puta mierda.
(Pero eh, no os preocupéis, que a estas alturas de la fiesta a Beyoncé, en realidad, ya no le hace falta la pasta).
Compárala con el mismo número de versos de Bohemian Rhapsody, compuesta por Freddie Mercury, con la colaboración de Freddie Mercury, producida por Freddie Mercury y Freddie Mercury con la inestimable ayuda de Freddie Mercury y su inseparable ayudante Freddie Mercury:
Is this the real life?
Is this just fantasy?
Caught in a landslide
No escape from reality

Open your eyes
Look up to the skies and see
I'm just a poor boy
I need no sympathy
Because I'm easy come, easy go
Little high, little low
Anyway the wind blows
Doesn't really matter to me
To me
Es increíble la cantidad de gente necesaria para cagar una buena idea y lo poco que se requiere para hacer las cosas bien cuando tienes talento, te esfuerzas, empleas herramientas que no perdonan errores y le guardas respeto a tu arte.

Aún no he leído los libros de Pullman. Después de ver La brújula dorada no me quedaron putas ganas. Después de ver la primera temporada de La materia oscura, vuelvo a estar interesado, aunque sospecho que buena parte de los temas de la trilogía están ya expuestos en la serie y, sí, tal y como temían los talibanes de sacristía que llamaron a boicotear La brújula dorada, La materia oscura expresa una clarísima crítica hacia la religión (y muy particularmente hacia las jerarquías de la religión y su obsesión por preservar su control sobre los creyentes anulando su juicio crítico y reemplazando su razonamiento por prejuicios, tabúes y dogmas, reprimiendo su curiosidad y espíritu pionero con fantasías sobre el pecado), pero también es una obra profundamente espiritual. Toda la trama podría resumirse como una lucha de los protagonistas por proteger la integridad de sus almas, el vínculo con ellas y por lo tanto aquello que les mantiene conectados a lo trascendente, lo divino. ¡Los cabrones del Magisterium quieren preservar «la pureza» de los niños separándolos quirúrgicamente de sus almas, por Dios! Esos putos fanáticos quieren proteger a los niños del pecado, representado por «el polvo» (no pun intended), extirpándoles el alma que sería mancillada por ese pecado (el pecado de hacerse adultos y descubrir el inconformismo, el deseo, la sexualidad, el individualismo, la rebeldía).
Es indudablemente la historia escrita por un comecuras, pero no tengo tan claro que sea la invención de un rabioso ateo materialista. Tendré que darle una oportunidad a las novelas, a ver si me hago con un juicio mejor fundado.

Resumen final: me he visto la primera temporada de La materia oscura, basada en los mismos libros de Philip Pullman a partir de los cuales se perpetró la desastrosa película de 2007.

Y ya estoy deseando ir a por la segunda.
Yo ahí lo dejo, por si puedes sacarle provecho a esto. Paratroopersdon'tdie, cuatro años de servicio público.