domingo, 1 de mayo de 2016

Esa maldita pregunta


La última vez que nos vimos habías escrito un libro. ¿Te acuerdas?

Si es que no, vuelve a leer esto.

Ahora que ya has escrito tu mierda de lib... obra maestra no pretenderás abandonarlo en un estante, ¿verdad? Tu libro no está destinado a coleccionar polvo. Sería injusto privar a los lectores de tu genio, talento y originalidad. El siguiente paso lógico es sacarlo a la luz, publicarlo.

Permíteme que te de un consejo antes de que empieces a atosigar a pobres e indefensos editores:

No lo hagas.

En serio, tu hígado te lo agradecerá. No merece la pena. Apuesto nueve a uno, y no temo perder mi dinero, a que tu libro cumple escrupulosamente la Ley de Sturgeon. Y, aunque no sea así, vas a dedicar semanas, meses de tu vida que estarían mejor empleados en cualquier otra actividad, a envenenarte la sangre y sospechar conspiraciones judeo-masónicas contra tu incipiente carrera literaria.

En los viejos tiempos, cuando te ponías en contacto con una editorial, al otro lado del hilo había una perzona humana, que diría Jesulín, dispuesta a resolver tus dudas o explicarte, con una educación exquisita y mucho tacto, por qué, sintiéndolo mucho, la recepción de originales estaba cerrada. En el caso de que no lograses comunicarte con una criatura basada en el carbono, con sus veintitrés pares de cromosomas y todo, un bien adiestrado servidor de correo contestaba con una respuesta formal a todos los mensajes que llevasen la palabra «originales» o «manuscritos» en el subject. Algo como:

Lo sentimos mucho pero la editorial Pinchacristos ha cerrado su plan editorial para los próximos dos años, por lo que no se mantendrá ningún tipo de correspondencia sobre los manuscritos recibidos en ese plazo. Concluido el mismo, volverá a abrirse la admisión de originales.

¡Ah, los viejos tiempos! Recuerdo haber leído por aquel entonces la entrevista a un editor donde se quejaba de que algunos autores adjuntaban a sus manuscritos un contrato de edición listo para la firma, lo cual sólo demuestra que en el mundo hay personas capaces de pintarse de azul los cojones, ponerles el logotipo de Nivea y pasearse en pelotas por cualquier playa del planeta sin despertar las iras de la Benemérita. Unos bravos es lo que son. ¡Viva el semen español!

En los viejos tiempos, podías enviar veinte correos electrónicos a otras tantas editoriales y recibías, de media, cinco respuestas, o sea una cuarta parte. Sí, tres de esas respuestas eran rechazos, pero dabas con dos buenos cristianos dispuestos a echarle un ojo a los primeros capítulos de tu libro, o al menos una sinopsis. Incluso las cartas de rechazo que te enviaban entonces eran una belleza. Aún no sé cuáles me gustaban más, si las que te infundían ánimos:

Lo sentimos mucho, pero su obra no se ajusta a nuestra línea editorial. No obstante, valoramos su esfuerzo y le animamos a seguir escribiendo.

Las que te llamaban lento:

Sentimos mucho informarle de que nuestra cartera de autores está ya completa.

Te acusaban de inoportuno:

Lamentablemente, hemos cerrado el plan editorial del próximo año.

Prescindible:

En este momento no estamos buscando nuevos talentos.

O las confesiones veladas de que ni se habían tomado la molestia de leer tu libro:

Independientemente de la calidad de su trabajo...

ó

Sin entrar en modo alguno a juzgar la calidad de su obra...(y proseguían con cualquiera de las fórmulas citadas más arriba).

Cuando recibías una carta así tenías la sensación de haber puesto ya medio pie en el parnaso. Alguien había cogido tu libro y se lo había pasado a un comité de lectura que lo había evaluado y emitido un informe. Ya te faltaba menos para encontrar un lector comprensivo o un editor desesperado. Se trataba de insistir. Todo el mundo te lo decía. Porfía, porfía, porfía hasta que te publiquen, aunque sólo sea para librarse de ti.

Casi te cagas encima aquella vez que recibiste un esperanzador:

Estimado Sr. Iluso Papanatas:

Aunque hemos decidido no emprender la edición de su novela Cómo molo, hostia: fábula moral de mi prepucio, nuestro comité de lectura ha emitido un informe muy positivo sobre ciertos aspectos de la misma. Permítame transmitirle mis palabras de aliento e invitarle a que siga escribiendo.

Cordialmente, etc. etc.

Pero eso era en los viejos tiempos.

Y los viejos tiempos se acabaron.

¿Qué te encontrarás ahora, cuando busques editor?

Creo, honestamente, que no deberías seguir leyendo. Te lo digo por tu bien.

Vale. Tú mismo.

Antes de comenzar un buzoneo a tontas y a locas entre todas las editoriales del orbe te recomiendo hacer un poco de investigación. Busca editoriales en Google o hurga en la página web del Gremio de Editores de España y descárgate su listado de empresas*. Averigua cuáles de esos editores publican libros como el que tú has perpetrado. De ese modo te evitarás enviar un poemario a una editorial de jardinería o una novela a un editor que sólo publica vidas de santos (me ha pasado). Si tienen página web, el método es más simple que el mecanismo de un botijo: examina su catálogo de autores. Si se ajustan al género que tú trabajas, agarra los datos de contacto de la empresa en cuestión y comunica con ellos en la forma que prefieras.

Aquí es donde empieza la gracia.

Porque tan pronto como abras la página web de esas editoriales, verás que prácticamente todas ellas, te advierten:

Lo sentimos mucho, pero la recepción de originales está temporalmente cerrada. No se mantendrá ningún tipo de correspondencia sobre los manuscritos recibidos, que serán destruidos. A su debido tiempo comunicaremos cuándo vuelve a abrirse la admisión de originales.

La excusa de todas estas editoriales es la sobrecarga de trabajo. Viven, afirman, literalmente copados por columnas, pirámides e incluso Himalayas de manuscritos y, hasta que les den salida a todos ellos, no pueden comprometerse a nada más. Lo entiendes. Incluso podrías compadecerte de ellos. Aplicando la Ley citada más arriba, el noventa por ciento, o más, de lo que pasa por manos de los lectores editoriales debe de ser abominable. Al cabo de una jornada normal, un lector profesional ha escrutado tanta mierda que los ojos no es que le lloren: le defecan. La infantería de los comités editoriales de lectura debería cobrar peligrosidad, no trabajar nunca más de dos horas seguidas o treinta semanales, gozar de seis meses de vacaciones pagadas al año y, de vez en cuando, exponerse al efecto de un neuralizador estándar de los que usan los Hombres de Negro.
Mire aquí fijamente, señor lector profesional.

Notarás que he escrito «prácticamente todas». Eso significa que hay algunas que no se niegan de entrada a recibir manuscritos.

Ya, pero no esperes tener mucha más suerte por ahí. Si frecuentas las discotecas sabrás que el mero hecho de que una chica no te escupa a la cara cuando te le acercas no significa en absoluto que esa noche vayas a dormir caliente.

Con las editoriales sucede tres cuartos de lo mismo. La mayoría de las que no te previenen de entrada que ya no aceptan originales tampoco van a leer tu libro. Tu clon de Crepúsculo se la trae tan al pairo que ni se toman la molestia de mandarte a paseo. Como mucho, te ofrecerán una pista sólo para iniciados, un aviso en forma de declaración de intenciones que se parecerá más o menos a:

El plazo para revisión de manuscritos es de uno a tres meses. Si transcurrido ese tiempo no nos ponemos en contacto con usted, debe entender que renunciamos a emprender ninguna gestión con su libro.

Y una vez más «no se mantendrá ninguna clase de correspondencia sobre los manuscritos bla, bla, bla». Qui habet aures audiendi audiat**. Sí, tú espera tres meses por una respuesta. Espera, espera; ya verás que cara de chupar limones se te queda.

También encontrarás a unos cachondos que te exigen, antes de leer tu libro, confesar si lo has ofrecido a otros editores. Puedes ir de legal y contarles la verdad, o mentir como un galeote. La decisión es tuya. Ahora bien, te aviso: en este mundillo de los libros todo el mundo se conoce. Te lo digo sólo por si acaso.

Veo que empiezas a enterarte de qué va la película. Sí, efectivamente. De unos años a esta parte, las editoriales, grandes y pequeñas, las agencias literarias, las revistas, fanzines y su reputísima madre han establecido una complicada serie de tamices para que nadie, repito, nadie pueda hacerles llegar su obra.

Y menos mal, porque cuando alguno de ellos se fuma un cigarrito de la risa, sufre una crisis esquizofrénica, se da un golpe en el occipucio o lo que coño sea que les haga aparcar su prudencia habitual y te contesta, la experiencia es como intentar ver una película de Aki Kaurismaki en versión original subtitulada en armenio, colocado hasta los ojos de THC puro de oliva mientras un velador con la voz del señor Barragán recita poemas de Kavafis.

Esa perzona humana en crisis va a intentar que te sientas culpable por haber intentado endilgarle tu libro. Proclamará lo amargado y harto que está de leer boñigas infumables escritas por analfabetos. Te recomendará que lo intentes en otra editorial o te presentes a un certamen literario que, lo sabe perfectamente, no tienes la menor posibilidad de ganar. Justificará su negativa amparándose en la crisis que atraviesa el sector editorial (como si la crisis fuese responsabilidad tuya o la solución a la misma pasase por dejar de publicar libros) y cuando empiece a hablarte de la subida del IVA cultural sabrás que ha llegado el momento de echar a correr.

Así que olvídate de coleccionar cartas de rechazo. Nadie va a leer tu mierda de libro. La cosa está muy malita, hay miles de despidos en la industria editorial, ya no se publica tanto como antes y lo que se publica no se vende y los españoles somos escoria que todo nos lo bajamos gratis de Internet; por eso ya no aceptamos manuscritos, muchas gracias.

Sólo hay un problema con eso.

Que ese argumento es mentira.

¿Crisis? Joder, y tanto. Desde el momento en que las editoriales renunciaron a anticipar la eclosión del libro electrónico y los nuevos hábitos de consumo lector, y su primera medida al respecto fue intentar proteger su margen de beneficios exigiendo prácticamente el mismo precio por un e-Book (o sea por un archivo que se descarga de un servidor) que por un volumen impreso en papel, encuadernado y distribuido a través de las librería; desde ese preciso momento la crisis fue inevitable y con ella vinieron la caída de ventas, los despidos, la jibarización de los catálogos, el regateo con las novedades y todo lo demás. Es evidente que si vendes menos de un determinado producto estarás poco ansioso de aventuras. Intentarás asegurarte una cuota de mercado, replicar, a ser posible, el éxito de ventas de un conocido Best-seller. Por eso infectan las librerías mil clones de 50 sombras de Grey pero ninguno de Matar a un ruiseñor.

Pero no quiero hablar ahora de eso. Otros, mejor informados, lo han hecho ya.

¿Que los españoles somos piratas natos, ladrones desvergonzados y asesinos de la cultura? Bueno, no digo yo que no haya alguno, incluso muchos, pero esa generalización falaz no se merece un comentario.

No, el motivo por el cual afirmo que las excusas de las editoriales para rechazar nuevos autores son cualquier cosa menos sinceras nace de mi propia experiencia con ellas. Las evidencias están ahí. Sólo hay que verlas.

Conozco una editorial que lleva limpiando su fondo de manuscritos desde el 2007.

Repito: el 2007.

Si desde el 2007 no reciben más originales, si, como alardean en su página web, todos los manuscritos no solicitados que reciben desde esa fecha van directos a la basura, si, en resumen, en nueve años no han tenido cojones de limpiar su bandeja de entradas, sólo puede deberse a uno de dos motivos: o tienen más volúmenes pendientes de lectura que el catálogo de la puta biblioteca de Alejandría en toda su existencia o son los mayores holgazanes del negocio desde la invención de la imprenta de tipos móviles.

No, no voy a decir el nombre de esa editorial. Si quieren publicidad que la paguen, los muy ratas.

Bueno, pero si no admiten originales, ¿de qué coño viven? ¿Cómo pagan las facturas? Ah, amigo, estás más cerca de la sabiduría de lo que imaginaba. Correcto. Si una editorial no publica, la editorial desaparece, por pequeños que sean sus gastos fijos. De hecho, muchos editores pequeños y medianos han echado el cierre ya. Los que no lo hicieron se ganan la vida como pueden con traducciones, sí, traducciones. Compran los derechos de algún autor extranjero que haya obtenido un mediano éxito en otros países y sacan la edición española. Así van capeando el temporal.

Pero ¿sabes qué nuevo nicho de mercado han descubierto estas editoriales, pequeñas, medianas y grandes para cuadrar sus balances?

Agárrate los machos.

La autoedición.

Como lo oyes.

Porque de un tiempo a esta parte, cuando se abren los cielos y un editor se digna contestarte ya no se limita a rechazar tu libro. No. Para eso ni se molestan en abrir el Thunderbird. Recuerda: te avisaron de que o tenías una respuesta afirmativa en tres meses o no la tendrías nunca. No, hermoso: este editor, agente literario, bípedo sin plumas, se pone en contacto contigo decidido a hacerte sentir culpable según el formulario que he descrito un poco más arriba. Y cuando ya ha conseguido que desesperes de ver jamás publicado tu libro, ni en ésta ni en ninguna otra empresa, suelta el cacahuete:

No obstante, nuestra empresa puede ofrecerte unos servicios literarios, a un módico precio, que abarcan la corrección ortotipográfica y de estilo, el diseño de portada, la maquetación...

(Bueno, a partir de aquí sigue tú, que a mí me da la risa)

Que sí, que el mercado está muy mal, que la crisis nos tiene mártires a editores, agentes literarios y libreros, que hemos leído la sinopsis de tu libro y nos parece poco comercial, los primeros capítulos no nos han seducido y el libro entero nos hizo vomitar, pero si apoquinas cuatro mil mortadelos te corregimos la obra, te la maquetamos, encuadernamos y te la enviamos a casa.

Bueno, dirás tú, ¿y esto en qué se diferencia de lo que puede ofrecerme el del taller de artes gráficas de mi barrio, que encima es más barato?

Que pase el siguiente pringado, dirán ellos, actuando como si tú ya hubieses dejado de existir.

Esto lo hacen ya incluso algunas agencias literarias. ¿Quieres que leamos tu libro? Es un euro la página, por adelantado, a partir de un mínimo de trescientos euros no negociables.

Tiene cojones la cosa. En el mundo anglosajón es conocido que algunos de los más conspicuos agentes editoriales cobran lo que podríamos denominar una tarifa plana por leer los manuscritos no solicitados. Pongamos veinticinco, treinta dólares. Es una forma de hacer una selección y asegurarse de que una horda de diletantes no les peta el buzón con la primera boñiga que han excretado aquella misma mañana durante su momento All-bran. Pero estamos hablando de veinticinco, de treinta dólares, no trescientos reales de vellón. ¡Con lo que cuesta ganarlos!

Cuando la gente que, se supone, debería pagarte por leer tu libro pretenden que seas tú el que les pagues a ellos, tal vez ha llegado el momento de plantarle fuego a tus obras completas y sacarte un Máster del Universo en tapicería Art-Decó.

Si tu hígado ha sobrevivido hasta aquí, hazle un favor y ahórrate el buzoneo por agencias literarias y editoriales, coge tu mierda de libro y súbelo directamente a Amazon. Tendrás la satisfacción de haber publicado tu obra, tu vida sexual será más plena y no descarto incluso que te saques para un café.

Y lo mejor de todo: nadie te hará esa maldita pregunta.
 

* Pero te aviso: su listado más reciente tiene ocho años y casi una tercera parte de las editoriales recogidas en él han pasado a ingresar en la estadística de las que dejaron de fumar definitivamente.

** Te jodes. Haber estudiado latín. 

1 comentario:

Ni SPAM ni Trolls, gracias. En ese aspecto, estamos más que servidos.