viernes, 14 de agosto de 2020

"Did you see the sun rise this morning?" (y II)

Estimados amigos de Google y putas de vuestras madres:
La nueva interfaz de Blogger es preciosa. En serio. Es más bonita, sexy, aterciopelada y sin gluten que una puesta de sol sobre el culo sudado de Sara Sampaio. Realmente agradezco el esfuerzo que habéis hecho para proporcionarnos a los usuarios una experiencia sensorial agradable. Como saborear una buena tortilla de patatas, o el orto de Riley Reid.
Ahora bien, con la nueva interfaz me resulta absolutamente imposible trabajar. Tareas tan sencillas como intentar corregir un error tipográfico y salvar los cambios o actualizar una entrada ya publicada hacen que el puto editor rompa por todas partes. Y al volver a la interfaz clásica (que mira que ya daba problemas, como los caprichosos saltos de párrafo que no hay Cristo de corregir, los marcos de imagen que, una vez borrados, no desaparecen del todo o la predisposición de la aplicación a hacer desaparecer entradas o moverlas de un mes para otro, regurgitar las imágenes y moverlas por todo el documento, petar cuando salvas, petar cuando actualizas, petar cuando haces vista previa, petar cuando acabas de corregir un error y salvas el nuevo archivo...) me he encontrado con el divertido fenómeno de los párrafos saltarines. Literalmente tengo que perseguir cada puta línea de texto por toda la pantalla para colocar el puntero o el cursor donde yo quiero y no donde a la aplicación le sale de los cojones. De hecho, éste es el segundo puto intento de publicar la presente entrada.
En el editor.
Ya sé que los usuarios de blogger no pagamos con dinero el servicio de alojamiento en sí, y probablemente penséis que no tenemos derecho a quejarnos, pero si no queréis que la poca gente que aún os soporta migre masivamente a crear contenidos por la patilla a wordpress o algún otro rival os recomiendo que contratéis ingenieros informáticos que no se hayan sacado la carrera comiendo pollas y sodomicéis hasta la muerte a los responsables de este cipostio.
En Matrix.
Nos veremos en el infierno.
Atentamente, Herbert Sommer
Deutschland!
¿Te has planteado alguna vez cuánto cuesta un libro?

Mein Herz in Flammen!
No, no te pregunto si sabes cuánto pagas por él en la librería. Te pregunto si sabes cuánto cuesta hacerlo.

En una entrada anterior te he puesto dos ejemplos de libros de mi autoría, uno de 157 000 palabras y otro de más de 680 000. El mayor de ellos me llevó unos siete años de trabajo. A unos doscientos sesenta días útiles por año, suponiendo al escritor una semana laboral de lunes a viernes, eso son 1 825 horas. Realmente es muy difícil computar el valor de la hora de trabajo de un escritor, o al menos a mí me lo parece. ¿A qué se parece el trabajo de un escritor? Tiene un innegable componente de trabajo de oficina, literalmente sentarse a una mesa y escribir. Sin embargo también se parece al trabajo de un investigador, o sea meter la cabeza en libros, apuntes, enciclopedias, manuales, o e Internet, que siempre es muy socorrido, para una prospección de horas, o incluso días, que se traducirá en una frase o un párrafo que, a lo mejor, termina cayéndose del borrador definitivo. Y, en cierta manera, esto de escribir paridas también se parece al trabajo de un profesor, un profesor con un solo alumno, que es el escritor mismo y luego ya, si eso, sus lectores.

Si nos quedamos con este último baremo y tomamos la media del salario de un profesor, que está en torno a los 17 euros la hora, el Libro Grande de mi ejemplo estaría valorado en unos 31 000 euros solo en mano de obra. Eso son menos de cuatro mil quinientos euros al año por siete años trabajados en el proyecto. Un poco más de lo que cobra la mayoría de los escritores españoles en derechos de autor.

Y que es básicamente una mierda pinchada en un palo y quien sabe si una de las razones por las cuales los anticipos a cuenta de los derechos de autor que se pagan en España son tan miserables. Si fuesen a retribuir a un escritor en base al concepto de horas dedicadas a la redacción de un libro (descontado todo el tiempo que no está escribiendo, sino pensando en una escena, imaginando un personaje, probando en su cabeza un diálogo antes de ver cómo queda en la página...), nadie escribiría. Nadie.

Hay otro baremo para medir el valor de un libro, que es la cantidad de ejemplares vendidos. Como todo artículo susceptible de ser serializado (un disco, un cómic, una película, ya sea a través de las copias físicas o digitales o de la venta de entradas), el libro puede convertirse en un producto de alto valor añadido por simple volumen de ventas. Es a causa de ello, entre otros motivos, que al escritor no se le paga un sueldo, sino un porcentaje sobre el precio por copia. Porcentaje que da entre pena y asco, con un poco de risa tontuela y que raras veces supera el 10% del importe del libro.


(Otro de los motivos de que el escritor no cobre un salario es que los editores también tienen que comer y a algunos escritores cojonazos, como el servidor de ustedes, les puede llevar incluso siete años acabar una novela. Ponte en el pellejo del editor e imagina pagarle los porros y el JB a un escritor durante siete años para tener un libro que, a lo mejor, ni se acaba vendiendo porque es ilegible).
Pero no, no voy a hablar ahora de la paradoja de que el responsable del 90% del trabajo se lleve solo el 10% de los beneficios. Quizá en otro momento.
Los cuadros fantasma: ni están ni se pueden eliminar.
No hemos terminado de calcular el valor del libro. Seguimos:

Quiero que pienses otra ves en ese libro-peñazo que me llevó siete años acabar. O en ese fétido clon híbrido de 50 sombras de Grey y Harry Potter que has escrito. Ya sabes, ése en el que una Hermione con una hidra tatuada en el pubis y barbells en los pezones se ajusta un strap-on y encula a Ron Weasley sin vaselina. Querrás enseñárselo a algún agente literario o algún editor, ¿no? Alguien de la industria que tal vez le encuentre hueco en su desangelado catálogo. Pues que sepas que te conviene protegerlo primero en el Registro de la Propiedad Intelectual. Tonto serías si no lo hicieses. Asegura tu trabajo y tal vez no tengas que llorar luego porque una editorial desalmada le ha dado tu libro a un escritor de la casa, que ha cambiado cuatro chuminadas, la ha publicado y se ha embolsado la pasta que podría haber sido tuya.


Tengo dos noticias para ti: una mala y otra peor: la mala es que el registro de la propiedad intelectual no es gratis. La peor es que en plena era digital siguen exigiendo para el trámite que presentes una copia impresa en DIN A4. Vale, calcula: mis 680 000 palabras de novela-río (argot de autor para «ladrillazo ilegible») se traducen en casi dos mil páginas. Dos mil páginas que hay que imprimir y encuadernar. Eso son cuatro volúmenes, en el caso que nos ocupa (porque la máquina de encuadernar no daba para más). Cuatro guías telefónicas que como te caigan en un pie te lisian seis meses. Hay que comprar los folios. Si los robas en el curro te saldrán más baratos, pero si te pillan y te chutan a la calle no se te ocurra decir que fue idea nuestra. Aprovecha la experiencia para hacer Arte desde el dolor y recuerda que a la Literatura se viene llorado de casa. Además de los folios hay que comprar las fotocopias o el tóner de la impresora. Hay que pagarle al de la tienda de reprografía el coste de las encuadernaciones, que ese hombre tiene hijos que mantener. Y luego tienes que presentarte en el registro, con tu mejor sonrisa, y lograr convencer al simpático funcionario mal pagado que lleva el bisnes de que no, hombre, no, ¿cómo se le ocurre?, no le estás intentando colar cuatro libros por el precio de uno.


«¡Qué cosas tienes, hombre!»
Así pues, el coste material de nuestro libro es horas de mano de obra + gastos en material de oficina + gastos de registro. Los dos primeros valores son variables, el segundo ronda los once euros por cuenta propia (cuando autor y titular de derechos son el mismo ternasco) y se pone en casi treinta por cuenta ajena (cuando la autoría y la titularidad de derechos sobre ese libro no recaen en la misma bestia).

Bien, ahora a mandárselo a tu editor.

Antiguamente, a todos estos gastos citados más arriba había que sumar el coste de las copias y sellos. Sí, copias y sellos. Aunque llevamos décadas usando ordenadores y disfrutando del correo electrónico, hasta no hace tanto tiempo las editoriales interesadas en tu libro de mierda seguían exigiendo que les enviases por correo una copia impresa, paginada y encuadernada. Eso significa sobre grande (ande o no ande) y sellos. Ahora imagínate tener que contestar a diez editoriales y hacer diez copias de esa losa de casi dos mil páginas y empezarás a entender por qué en el Antiguo Régimen (y en la mayor parte del nuevo) a esto del libro solo se dedicaban los curas y los ricos.

Este desembolso se ha eliminado desde que prácticamente todas las editoriales, agencias y certámenes literarios empezaron a aceptar un archivo informático enviado por correo electrónico, pdf, doc o lo que sea, en vez de una copia en papel, debidamente encuadernada y paginada. Que algunos concursos tenían delito, ¿eh? Me parece recordar que al Planeta (¿era al Planeta?; no pondría la mano en el fuego) tenías que presentar cinco copias de tu obra, por si llegaba a finalista (así, cada miembro del jurado tenía su propio ejemplar, y no, cuanto más lo pienso menos convencido estoy de que fuese el Planeta). Cuando todavía participaba en concursos (eso se acabó, no diré que para siempre por las mismas razones por las que no diría «este cura no es mi padre», pero se acabó), descartaba automáticamente todos aquellos que exigían enviar varias copias del relato, cuento o novela. Un gravamen absurdo que nunca obtenía recompensa. Desde hace algún tiempo aplico un criterio parecido a las editoriales. Si el editor es de esos señores chapados a la antigua que no quieren ni oír hablar de enviarles el libro en un pdf adjunto a un correo, ni me molesto. El papeleo que se ahorran ellos es también papeleo que me ahorro yo, y encima dinero.


Si consigues editor llegado a este punto, se acabaron, en teoría, los gastos y comienza la senda de los beneficios.


Pero ¿y si te han rechazado ya todas las editoriales del orbe y decides decantarte por la autoedición?

Bueno, pues en este caso es cuando comienza la diversión.

Autoeditarse no es gratis. No es ni siquiera barato. Autoeditarse significa básicamente que tú asumes todos los trabajos y todos los gastos del editor, ese señor que tiene una plantilla de profesionales especializados en los diversos trabajos que conlleva la creación del libro como artículo serializable. Te hablo de gente que se ha formado para dominar las disciplinas y técnicas de su oficio. Un oficio que no es el tuyo. Que no se puede aprender en un fin de semana. ¿Sabes maquetar un libro? ¿Sabes lo que son las viudas y huérfanas o los ladillos; sabes algo de diagramación? ¿Sabes escoger la tipografía adecuada? 
Ahí te quedan varios ejemplos.
¿Sabes generar un pdf para imprenta? ¿Sabes usar InDesign y Photoshop, los estándares de la industria editorial? E incluso aunque planees sacar tu obra solo en formato electrónico, ¿sabes convertir tu archivo .doc en un eBook? ¿Sabes siquiera cuántos formatos diferentes de eBooks existen, cuáles son los más populares y cómo formatear tu texto a esos formatos?

Si la respuesta a esas preguntas es «no», vete preparando la billetera, porque tendrás que pagarle a alguien que te haga todos esos trabajos. O encontrar a un pagafantas que te lo haga gratis. Probablemente a cambio de sexo oral.

Si la respuesta es «sí», no te pongas muy gallito, que aún no he acabado contigo.


Si quieres publicar tu libro, sí o sí, necesitas un número de ISBN.
Y eso tampoco es gratis. 45 euros cuesta el trámite. Antaño era posible sacarse uno por la patilla en Canadá, donde es gratis, pero los canadianos, que lo creas o no, tontos no son, se dieron cuenta de que un montón de vívales de todo el mundo estaban registrando sus obras bai de feis en Canadá y pusieron como requisito para completar el trámite el aportar una dirección postal real en Canadá a la que enviar la documentación. Hay una forma de que te salga más barato, y es darte de alta como editorial. Y así puedes conseguir lotes de 10 códigos ISBN por 95 euros (9 euros y medio por código) o, si planeas escribir muchos libros, 100 códigos por 549 euros. Y no, no los puedes revender. Están a tu nombre como editor y te jodes.
Pero ¿realmente quieres darte de alta en la agencia del ISBN como empresa? Eso significa presentar la declaración de la renta todos los años, aunque declares cero beneficios. Presentar los pagos del IVA cada tres meses, aunque no tengas IVA que declarar. Ah, ¿que no tienes beneficios? Huy huy huy huuuy, una empresa sin actividad, huy huy huy huuuuy, que se está rifando una inspección de la Agencia Tributaria que ríete tú de ese incómodo momentito rollobóller que tuviste con tu compañera de colonias.



Y todavía no hemos hablado del diseño de portada. La portada es lo primero que van a ver tus lectores. Debe ser atractiva, llamativa; debe despertar en ellos el deseo de leer el libro, o al menos asomarse a las primeras páginas. ¿Cómo piensas hacerlo? ¿Sabes algo de diseño gráfico? ¿Vas a pagar por una imagen de stock, acudir a un banco de imágenes gratuito, sacar tú mismo una foto o hacer un dibujo con Plastidecores o pillar de Google la imagen que más te guste y confiar en que el titular de los derechos no te descubra y te ponga una demanda de te cagas por las bragas?
Y todavía no hemos hablado de la promoción. ¿Vas a anunciar el libro en prensa? Pues eso hay que pagarlo. ¿En televisión? Ve rehipotecando tu casa. ¿En Youtube, con un booktrailer? Enhorabuena. ¿Quién va a hacer ese booktrailer? ¿Tú? ¿Y qué sabes tú de publicidad o de cine? ¿Vas a contratar actores? Esa gente suele cobrar por sus servicios, ya te voy avisando. ¿El booktrailer tendrá música? ¿Y qué te cobrará el compositor y los intérpretes? Vale, dejemos el tráiler. ¿Has previsto enviar «ejemplares de cortesía» de tu libro a revistas editoriales, suplementos culturales, blogs y emisoras de radio? ¿Y tienes el permiso de los directores de esas revistas o secciones para enviarles tu mierda de libro? Y, en el caso de que opines que es mejor pedir perdón que pedir permiso, ¿tienes siguiera las direcciones de toda esa gente? ¿Estás dispuesto a asumir el pago de una multa por envío de spam electrónico?

Escribir un libro parecía fácil. ¿A que sí? Porque los escritores somos unos putos vagos, ¿o no lo somos? Y, encima, todos aspiramos a convertirnos en unos Robin Masters de la vida.

Otro párrafo, la misma mierda.
Dime si lo de montar un puesto de churrero no empieza a parecerte una alternativa vital más que atractiva. Por eso mismo, en aquel decálogo para escritores que te ofrecimos hace tiempo, el primer consejo antes de meterte a escritor era «búscate un curro».

(En serio, búscatelo. Como tienes menos de una probabilidad entre mil de gozar de verdadero talento literario, y ni siquiera eso te garantizaría poder ganarte la vida con él, primero asegúrate las lentejas y luego escribe en tu tiempo libre. Si quieres).
Todos los argumentos en contra de la autoedición que acabo de darte son la carta de venta de las empresas de servicios editoriales que se ofrecen a correr ellos mismos con los imponderables de dejar tu libro listo para la imprenta, tramitación de ISBN incluida. Te hacen informes de lectura a través de los cuales sabrás si el libro es o no publicable, dada la actualidad del mercado y calidad de la redacción, corrigen todos los errores ortográficos y de estilo, se ocupan de la parte gráfica... Joder, algunas de ellas directamente te alquilan a sus escritores. ¿Tienes una buena idea para una novela pero no sabes hacer la o con un canuto? Pásanosla y uno de nuestros ghost writers la escribirá por ti y te la enviará para que la firmes.
¿Sabes leer en los labios?
Que hay quien no se sonroja y directamente se ofrece para la literatura mercenaria. No encuentro la página, pero no hace muchos años había una empresa que se llamaba más o menos precisamente así, «negros literarios» o algo parecido, y ofrecía a sus profesionales de la tecla para escribir tu mierda de libro. Otros escritores, ya con renombre y público, se montan su propia guerrilla de escritores fantasmas, una factoría que ríase usted de la de Warhol (sí, el cacas de Warhol no hacía sus mierdas de farsante artístico, solo le pasaba la idea a sus becarios y luego firmaba los ejemplares y se metía la plata en la buchaca; ¿acaso te sorprende?). No diremos nombres, que luego llegan las demandas judiciales y, además, aquí los nombres los conocemos todos. Tú solo piensa en ese o esa escritor/escritora/escritore que tiene el cuajo de hacernos creer que se curra él solito esos diez o doce volúmenes de quinientas páginas que publica todos los años. Sí, hombre, ése o ésa al que en los actos de presentación no hay un periodista que le diga: «¿El tercer troncho de mil páginas de este año? ¿De qué vas, sobrado de mierda?».

Nunca he recurrido a una de estas empresas y no puedo compartir contigo, mi amado lector, mis impresiones al respecto, pero son empresas. Y como tales te pasarán la minuta. Sus tarifas van desde lo caro a lo escandalosamente caro por unos servicios que, digámoslo con diplomacia, nada te garantizan, porque pasar tu archivo de texto por el corrector automático puede hacerlo hasta un gibón amaestrado, pero convertir un mojón en un éxito de ventas no es algo que se compre con dinero. Ni con talento. Ni siquiera con esfuerzo, perseverancia y una novena a Santa Amenorrea de la Matriz de Plexiglás.

Pero tú eres muy libre de hacer lo que consideres oportuno con tu dinero. Faltaría plus.

Eso sí, ahora no puedes decir que no estabas avisado.

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