jueves, 9 de enero de 2020

El unicornio

«Grande enigma es el que el unicornio, aunque en mucho espantadizo y temeroso de las gentes, si encuentra tal doncella que todavía no haya tenido trato carnal con varón alguno, se le arrima, osado y sin ningún temor, dobla la testa y sobre el regazo de ella la asienta. Dícese que en tiempos pasados y remotos, había doncellas que de aquello un verdadero proceder hicieron. Quedábanse largos años sin casamiento y practicando la castidad, para servir a los cazadores como reclamo de unicornios. Pronto, sin embargo, se supo que el unicornio se allega sólo a las mozas jóvenes, que a las viejas las tiene por nada. Siendo bestia sabia, el unicornio entiende sin falta que el perdurar en exceso en estado virginal es cosa sospechosa y contraria a la naturaleza».
El trono de hierro de Canción de Fuego y Hielo no es como lo imaginas.

Puede que hayas visto Juego de Tronos, porque había fornicio, tetas y dragones, y puede que en la serie hayas visto más de una vez esa especie de butaquita gris y pinchuda en la que se sentaban los reyes de Poniente en Desembarco del Rey, y que da como ganas de sentar en él a tu abuelita para que te calcete un tanga de lana. Si ya eres un freak con licencia sabrás que el trono en cuestión lo fabricó Balerion, el Terror Negro, dragón del rey Aegon Targaryen (por lo visto los dragones eran unos herreros que te cagas de Onís) arrojando su dragonil aliento sobre más de mil espadas capturadas a los enemigos del Rey Dragón durante la Guerra de la Conquista de Poniente.

¡Incesto! ¡Concupiscencia!
(Menudo pájaro estaba hecho el Aegon I, ¿eh?; se trincaba a sus dos hermanas, Visenya y Rhaenys, que por lo visto estaban más buenas que comer bombones de café en el ombligo de Sara Sampaio, y hasta tuvo hijos con ellas, costumbre que heredaron sus descendientes con funestas consecuencias, genéticamente hablando. La endogamia es lo que tiene).
Y yo, cuando vi el tronito, el tronillo, la butaquita de la serie me dije: «¿Mil espadas? ¿Ahí hay mil espadas?».

Supongo que contarían también los mondadientes.

Porque lo cierto es que, cuando lees la descripción del trono de hierro que nos da GRRRRR Martin en sus libros no te imaginas algo tan chiquito, tan poquita cosa, tan casi de risa. GRRRRR Martin describe una puñetera colina, una gigantesca trona para bebés grandecitos, y con corona, elevada sobre una pirámide en la que hubo que hacer escalones para que los reyes Targaryen pudiesen ascender a su trono. Es decir, esto:

Ahora bien ¿por qué el trono de Juego de Ídemes se parece tan poco al descrito en los libros?

Puede ser por muchas razones, aunque creo que realmente todo se reduce a una: pasta. La serie contaba con un presupuesto generoso, pero finito. Construir esa monstruosidad le habría pegado tal mordisco a la financiación de Juego de Tronos que probablemente la primera temporada, en vez de diez episodios, hubiese tenido tres y nunca se habría rodado la segunda porque HBO habría ido a la quiebra. Además hay una serie de problemas de naturaleza técnica para fotografiar semejante armatoste. ¿Cómo encuadras al rey, o a la mano del rey, en su trono? ¿Cómo sitúas en el plano a sus consejeros y ayudantes cuando es necesario, por el motivo que sea, que compartan escena? ¿Cómo haces que la gente que hable con el rey muestre una actitud digna si tienen que estar todo el tiempo mirando hacia arriba como papanatas estudiando la trayectoria de una mierda de gaviota en pleno descenso?

Este plano habría sido imposible.
Era una decisión sencilla: hacer bien el trono o hacer bien la serie de televisión (y, al menos hasta sus últimas tres temporadas, y no hablemos de la última, la serie estaba MUY BIEN hecha).

¿Cuántas veces hemos tratado en la bitácora los problemas de adaptar un libro a la pantalla?

Pues está claro que no fueron suficientes.

(Acabo de ver It: Chapter Two y sigo de diarrea. A ver si con gaseosa con canela y suero oral recupero fuerzas suficientes para escribir sobre ella).
Ha vuelto a pasar.

Con The Witcher.

Donde Juego de Tronos tomó algunas decisiones de escasa repercusión (nada que afectase al desarrollo de la historia, al menos) que permitieron construir una buena, incluso muy buena, con salvedades (reléase el párrafo ut supra), adaptación televisiva de la obra de GRRRRR Martin, Netflix ha optado por una aproximación a la obra de Andrzej Sapkowski que convierte la primera temporada de The Witcher en algo poco más que ilegible.

Y es una putada, porque la serie está realmente muy bien, y ya están tardando los freaks en marcarse un fan-cut que ponga algo de sentido en el sindiós de líneas temporales cruzadas con el que nos han castigado incluso a las personas que hemos disfrutado de esta primera temporada. Y el error, GARRAFAL, no obedece a una exigencia del presupuesto, ni a problemas de índole técnica, ni a justificación alguna que pudiésemos racionalizar en plan «sí, han hecho más pequeñito el trono de hierro, pero es que o hacían el trono o hacían la serie». No. Obedece, pura y simplemente, a LAS PRISAS.

Prisas inexplicables, innecesarias y completamente inútiles que arruinan la experiencia de visionado de la serie, incluso para quienes la hemos disfrutado tanto como yo. Prisas que, si yo fuese un cabrón machista y resentido, diría que tienen un motivo IDEOLÓGICO.

Pero no, no voy a decir eso.

Sigo diciendo que esos pómulos no son normales.
El personaje de Ciri no se incorpora definitivamente al universo de The Witcher hasta Algo más, la historia corta que cierra el volumen La espada del destino. Después de ese relato, Geralt se lleva a Ciri a Kaer Morhen y, con ayuda de su mentor Vesemir, la entrena como cazadora de monstruos (es lo único que Geralt sabe acerca de cómo criar a un niño porque es como fue criado él) hasta que la niña empieza a echar tetas (en serio) y, paralelamente o como consecuencia de su entrada en la pubertad, empieza a manifestar unos poderes mágicos que acojonan a los brujos, y entonces llaman a Triss Merigold (habrían llamado a Yennefer, pero ya sabemos el problemilla que tiene nuestra bruja de Vengerberg cuando se encuentra con algo de lo que puede sacar partido personal) para que les explique qué carallo pasa allí y, también, para que se ocupe de educar a Ciri en las cosas femeninas de las que Gerlat y Vesemir no saben una mierda. Compresas, tampones y comer helado mirando Anatomía de Grey, fundamentalmente.

Pero, por el motivo que fuese, había prisa en Netflix por meter cuanto antes a Cirilla, que cuando empieza la acción en el primer volumen de la saga de Geralt de Rivia ni siquiera ha sido aún engendrada.

¿Tal vez en Netflix pensaron que con cuatro personajes femeninos fuertes (Tissaia de Vries, la reina Calanthe, Triss Merigold y, no jodas, mi amada Yennefer) no había suficiente en la serie y escogieron meter (¡Tos! ¡Me too! ¡Tos! ¡Carrasp!) por cojones, y perdón por el juego de palabras, a Ciri?

Yennefer está mucho más buena.
El resultado es un verdadero sudoku narrativo. Vemos a Geralt en Cintra y, en el siguiente plano, está en a tomar por culo de Cintra años más tarde, o años más pronto; en este plano es un pelagatos y en el siguiente todas las putas del orbe conocen su historia porque han oído las canciones de Jaskier, y no se nos da ninguna pista de la distancia geográfica o cronológica que separa ambas escenas. Y si te parece que exagero, mira el orden de visionado cronológico recomendado por los propios pelones de Netflix ante el tsunami de espectadores confusos y cabreados:
No puedo menos que solidarizarme con este pobre y esforzado ser humano  que se queja de que el visionado de la serie le ha supuesto una tortura. Yo, que conozco los videojuegos (y me he acabado The Wild Hunt como dos veces y media) y me he leído los seis primeros libros, estaba algo menos que perdido. El esfuerzo intelectual de desmontar cada secuencia de cada capítulo e intentar deducir a qué momento de la cronología de la saga correspondía, partiendo, insisto, de una familiaridad más que cercana con los libros en los que se inspira la serie, fue AGOTADOR.

Lauren Hissrich, la showrunner de la serie, ha salido a prometer que está muy arrepentida, que no lo volverá a hacer más y que la segunda temporada (que ya está firmada y probablemente llegará en 2021) será mucho menos liosa.

Gracias, Lauren. Eso es exactamente lo que pedía la serie desde el principio y algunos de nosotros seguimos preguntándonos por qué mierda no fue eso exactamente lo que la serie nos dio desde el principio, en base a qué oscuros motivos creativos (¡Tos! ¡Me too! ¡Tos! ¡Carrasp!) se precipitó la aparición en la serie del personaje de Ciri, obligando a los guionistas a hacer esos absurdos y desconcertantes saltos mortales con doble pirueta hacia atrás, tirabuzón inverso, pedo en Fa sostenido y torsión de escroto a contrarreloj.

Porque los que flipamos con los videojuegos, nos zambullimos en los libros y amamos a los personajes de la saga de Geralt de Rivia estamos más que desorientados con la serie de Netflix. Imagínate la gente a la que los libros y los juegos se la trae al fresco.

Ésta es la Yennefer que me imagino cuando leo los libros.
Mira que había motivos por los cuales The Witcher podría haberse estrellado.

Henry Cavill fue un Supermán ES-PEC-TA-CU-LAR (aunque las películas en las que apareció encarnando al Último Hijo de Kryptón vayan del profundo desengaño a la mierda absoluta, pero no por su culpa), y sin embargo sigo pensando que como actor va pelín justito en papeles dramáticos y que está demasiado ciclado para ser Geralt de Rivia, a quien se nos describe como un hombre fibroso, atlético, pero no corpulento, más una mangosta que un búfalo.

El Geralt de Henry Cavill es un puto coloso y aún no estoy del todo convencido con su aproximación al carácter del Brujo.

Y no me importa. Me encanta. Henry no interpreta a mi Geralt de Rivia, sino al suyo, pero sigue siendo Geralt.

Anya Chalotra es una mujer preciosa, requisito indispensable para interpretar a la bellísima Yennefer de Vengerberg. Y sin embargo le falta algo. No acabo de verla, físicamente, como Yennefer, a quien las descripciones de los libros atribuyen una hermosura espectacular, algo fuera de este mundo, casi inhumana.

Y no me importa. Anya es lo bastante guapa para hacer de Yen y, encima, clava la personalidad del personaje, que es mucho más importante que el aspecto. LA CLAVA. Aunque sigo pensando que debería ser más guapa, Anya ES Yennefer, y punto en boca.

Ciri... lo peor que puedo decir de Freya Alan es que tiene una cara rara. Lo mejor que puedo decir de Freya Alan es que tiene una cara rara, como si tuviese una herencia exótica, ¿como si fuese descendiente de la Antigua Sangre, por ejemplo?

Mierda. Me está empezando a gustar también la Ciri de la serie de Netflix.

Aunque la de los videojuegos sigue siendo mi favorita.
Jaskier...

Dejémoslo. No he reconocido a Jaskier en Joey Batey. Pero seguro que es culpa mía. Le faltan pomposidad, perilla, pichabravismo y un poco de pluma.

Tampoco es que se hayan esmerado con Triss Merigold. Acostumbrados a imaginarnos esto:

nos han dado esto otro, que no digo yo que esté mal, sino que no es lo esperado, porque es que la actriz ni es pelirroja ni lo parece y tampoco acabo de ver que haya captado la personalidad de Triss:
Pero, a grandes rasgos, los major characters, o sea los personajes principales de una obra de ficción, están bien retratados, son reconocibles; con lo cual los productores de la serie ya tienen medio trabajo hecho.

Y encima Netflix ha tirado de chequera. No he podido encontrar cifras del presupuesto de la serie, pero, más allá de que algunos efectos por ordenador cantan un pelín y de que se han visto algunas batallas multitudinarias filmadas en plano cerrado en el que, con suerte, cabrían veinte o treinta soldados, la serie no parece barata. En ningún momento relevante.

Solo mal narrada. Lamentablemente.

¿Y qué piensa el autor de todo esto? Nada. A Andrzej Sapkowski se la sudan las adaptaciones de sus novelas. Dice que no es grosero, que es indiferente, que no tiene tiempo para ver series de televisión, jugar a videojuegos y leer cómics.

La única implicación de Sapkowski en los productos derivados de sus libros que ha llegado a nuestro conocimiento fue cuando demandó a CD Projekt Red, los responsables de los videojuegos de The Witcher, por un trozo mayor del pastel. Sapkowski había vendido los derechos por 8 000 dólares (no creía que un videojuego basado en sus personajes fuese a interesar a nadie... y resulta que The Witcher 3: Wild Hunt, aparte de ser aclamado como uno de los mejores juegos de la historia, vendió más de 20 millones de copias y toda la serie cerca de 40 millones). Al final han llegado a un arreglo extrajudicial.
(Que conste que la serie de The Witcher que se hizo en Polonia tiene una pinta de barata y desganada que da hasta ternura, así que no es de extrañar que Sapkowski no esté muy interesado tampoco en ésta).
Elfos polacos. Sin coñas.
Una primera temporada que abarca cuarenta años de narración con traicioneros saltos adelante y atrás.

Una temporada que debía abordar las historias de inicio de todos los personajes principales, momento coñazo de toda película, serie de televisión y libro.

Un Henry Cavill demasiado chuzado para el papel.
Lo que pides en Aliexpress.
Un autor al que le tira del nepe la serie.
Lo que recibes.
Una innecesariamente temprana introducción del personaje de Ciri (¡Tos! ¡Tos! ¡Feminismo! ¡Carrasp!) ¿para poder atraer a más espectadoras a la serie?
(Como si hiciese falta).
Un Imperio de Nilfgaard travestido en una especie de oscura metáfora de al Qaeda, o Daesh, o tal vez Irán. No entendí muy bien ese giro de fanatismo religioso que exhiben los servidores de Emhyr van Eyres («La Llama Blanca Que Danza Sobre Los Túmulos De Sus Enemigos»), y además me sobraba.

La serie podría haberse metido una buena hostia.

Pero no. Ha sido un exitazo a pesar de sus defectos.


Y no, venga. He dejado caer, con maldad manifiesta, la insinuación de que el pifostio narrativo de esta primera temporada fuese una decisión consciente por parte de la jefa de guión para meter más vaginas en la serie.
No creo que fuese ese el motivo. Ahora hablo muy en serio. Solo estaba metiendo relleno en la entrada de la bitácora. Ya sabes, querido lector, que aquí somos cabrones y paranoicos de fábrica. Sinceramente, la única razón para introducir tan pronto a Cirilla, y la dislocación de la línea argumental que ello suponía, eran las prisas. Los responsables de la serie querían quitarse de encima las historias de orígenes de todos los personajes lo antes posible, aunque ello supusiese hacer malabares con el tiempo y el espacio, en plan Dr. Who.
La primera temporada picotea de las historias cortas publicadas en los dos primeros volúmenes de la saga de libros (y previamente publicadas como cuentos autoconclusivos en revistas polacas del género), que te recomiendo leer ya mismo. Seguirás sin encontrarle ni pies ni cabeza a la primera temporada de The Witcher, pero, con un poco de suerte, te enamorarás de los libros tanto como yo.

Y las pequeñas decepciones que me ha supuesto la serie (un reparto con el que no estoy satisfecho, la desaparición o incomparecencia de algunos personajes que serán clave en futuras temporadas, la estructura de varios episodios, que me hagan esperar tanto para ver a Yennefer convertida ya en superbruja hiperpoderosa y megasexy...) no obedecen más que al problema que supone siempre trasladar a la pantalla la ficción literaria, al cual hemos aludido varias veces, y más que aludiremos.
Yo también me imagino su pollón. Y tengo miedo.
Cuando leemos un libro, todos nos imaginamos a sus personajes, los escenarios, la acción, a partir de las descripciones del autor. Todos rodamos en nuestra cabeza nuestra propia serie para Netlfix o nuestra trilogía dirigida por Peter Jackson. Leemos la descripción del unicornio y nos lo imaginamos. Y todos quedamos decepcionados, más o menos, cuando nos ofrecen el producto que habíamos visualizado. Porque no es una traslación directa de nuestras fantasías. De nuestro unicornio. Porque eso es imposible. Porque traducir es traicionar. Siempre. Con y sin unicornios, que, encima, no existen.

Me siento algo traicionado por el The Witcher de Netflix.

Pero, mierda, eso no me ha impedido disfrutarla. Mucho. Es un bonito unicornio. Y ya estoy deseando ver la segunda temporada.

¿Cómo podría yo venderle la serie a alguien que aún no la haya visto?

Las peleas a espada hacen que los caballeros de Poniente de Juego de Tronos, cada vez que cruzan el acero, parezcan putos. Putos y mancos.

Son absurdas, pero espectaculares.
¿Por qué no la descabelló mientras le daba la espalda?
Salen elfos.

Aunque ya te anticipo que no se parecen a los elfos amariconados de las pelis de El señor de los anillos. Estos son elfos muy machos.
Elfo netflixero.
Sale Henry Cavill.
(Esto interesará especialmente a las espectadoras).
Sale Henry Cavill en diversos grados de desnudez.
(Esto interesará especialmente a las espectadoras).
Sale Henry Cavill sudoroso, en diversos grados de desnudez y follando o recién follado.
(Esto interesará especialmente a las espectadoras).
Ñam, ñam.
Hay magia.
Hay monstruos a los que hay que matar, por dañinos.
(Esto interesará especialmente a los fans de Buffy Cazavampiros, aunque los peores monstruos, y de hecho es una constante temática de la serie, son las personas dispuestas a hacer cualquier sacrificio a cambio de saciar sus ansias de poder).
Hay intrigas palaciegas, conspiraciones, traiciones, emboscadas...

Se ven tetas.
Yennefer siempre rodeada de las mejores compañías.
Muchas. Y vienen por pares.
(Esto interesará especialmente a los espectadores).
Salen un chorrón de personajes femeninos fuertes, decididos, independientes y empoderados (el palabro de moda).
(Esto interesará especialmente a las espectadoras y cabreará a los votantes de Vox).
Y... no sé... creo que eso es básicamente todo.

Y son básicamente las mismas razones por las cuales te recomiendo la serie de novelas en las que está basada la serie de Netflix, que, acepta mi palabra, no solo están mucho mejor escritas que la susodicha serie, sino que también exploran en mayor profundidad a los personajes y los temas que están solo más o menos insinuados en The Witcher: la corrupción inherente a toda codicia de poder, la fuerza redentora del amor, el peso de la culpa, la fútil resistencia que los mortales oponemos a las corrientes del destino, la reacción ciega y violenta de la gente que sucumbe al miedo y al rechazo que despiertan en ellos la alteridad, «el otro», el diferente, a quien tan rápida y fácilmente aplicamos la etiqueta de monstruo u otra equivalente.

Que es, a fin y al cabo, por qué la saga de Geralt de Rivia nos resulta tan atractiva.

Porque habla de nosotros. De todos nosotros.

¿Qué te parece? Creo que he conseguido hablar de The Witcher sin colar ni un solo espóiler.

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