sábado, 13 de diciembre de 2025

Los datos tienen su propia voz

Cuando escribo, procuro evitar tomar una postura moral. No porque sea un anarca y un nihilista, sino porque estimo que no es responsabilidad del narrador de una obra de ficción soltar sermones. Salvo que tome la voz de uno de los personajes. Salvo que escriba en primera persona.

Puesto que acostumbro a usar la tercera persona cuando escribo mis novelas, le dejo los discursitos y los debates a mis personajes. E incluso eso intento evitarlo en la medida de lo posible. Porque escribo  historias, no propaganda. Porque intento ofrecer a mis lectores unas horas de evasión y entretenimiento y, si acaso, aunque sea por accidente, compartir con ellos dos o tres ideas sobre las que estimo merece la pena hacer un poco de reflexión. Como cuando hago suposiciones a propósito del infeccioso sabor prostibulario de Riley Reid.

«Ña ña ña ña ña. Que no me la metes».

Y no es que no haya temas sobre los cuales tengo una posición moral clara y decidida. Los hay. E intento, siempre que me parece congruente con la historia que estoy contando, dejar implícitamente clara mi postura al respecto de esos temas. Porque ése es el tema, realmente. La ficción, a diferencia de la vida real, tiene que ser coherente (la frase no es mía). En nuestra experiencia cotidiana, aprendemos a aceptar que hay acontecimientos inexplicables, que las personas que nos rodean toman a veces decisiones impulsivas e irracionales, que la fatalidad o la fortuna nos tocan con su uña amarillenta cuando les sale de su santo papo.

(Aprendemos esa lección o comenzamos a tomar Orfidal en tortilla).

Pero eso no puede pasar en una novela (A menos que la escriba Paul Auster, y por eso lleva veinte años escribiendo una y otra vez el mismo libro, y por eso ya no leo a Paul Auster). En una novela, unas escenas deben engendrar las siguientes, y éstas las próximas. Todo debe tener una coherencia lógica. Una cohesión interna. Si Edmundo Dantés se hubiese apuntado a clases de control de la ira y abrazado el budismo, no tendríamos la más maravillosa obra universal sobre la naturaleza corrosiva de la venganza y la soledad que aguarda al justiciero en el osario que ha construido su propio desquite. Si Joseph K se hubiese librado de su inexorable y trágico destino en El proceso, no podríamos seguir haciendo lecturas sobre esta moraleja acerca de la deshumanización del Estado moderno y el peligro que entrañan las instituciones autoritarias. Pero no vamos a abrir ese mejillón ahora.

Precisamente porque la vida no siempre tiene sentido, acudimos al arte, al cine y la literatura (aunque esa palabra siempre me ha parecido que me viene muy grande) para encontrar un refugio. Refugio. No moralina. Una cosa es que el héroe de la historia salve a la princesa, mate al dragón, consiga el tesoro y se trinque a la princesa y otra muy distinta es cargarte tu fabulosa historia sobre un perdedor haciéndolo, en el tercer acto, emperador del universo conocido. Que ya te anticipo que el resentimiento acuñado en su vida de mierda le convertiría en el emperador más hijo de puta del universo conocido. Como resentida está Gal Gadot de que DC Studios/Warner/Netflix ya no cuente con ella para seguir dándole voz y cuerpo, pero sobre todo cuerpo, a Wonder Woman. Y eso que a ella le encantaba interpretar el papel. Y a nosotros también. A pesar de lo mala actriz que es.
(Que nunca nos ha importado un carajo).
¿Por dónde iba?

Ah, sí. La moralina. Me molesta. Me molesta como lector y me molesta como escritor. Dejar hablar a los personajes, y que cada uno defienda su punto de vista, aunque sean irreconciliables, me parece una aproximación más honesta
a este problema, e indiscutiblemente mucho más respetuosa con el lector. Rojos, azules, altos, bajos, conservas o progres, el escritor no debería pontificar sobre la bondad o maldad de las acciones e ideologías de sus personajes.

¿Por qué tomar por imbéciles a tus lectores y presumir que no van a ser capaces de elaborar sus propios juicios éticos? ¿Por qué defender el poliamor bisexual y arriesgarte a perder como lector a ese timorato capillitas, o defender la castidad antes del matrimonio y el sexo como herramienta estrictamente reproductiva y alienar a ese sátiro turboputero? ¿Por qué dinamitar la suspensión de la incredulidad convirtiendo una ficción en un panfleto acerca de tus ideas de mierda?

Además, este enfoque te permite no implicarte cuando no tienes una idea establecida sobre un tema dado. No se trata de refugiarte en el relativismo para tratar de contentar a propios y extraños (eso es absolutamente imposible, muy especialmente desde el minuto en que hay gente que parece que se levanta cada mañana de la cama buscando un pretexto para ofenderse). Se trata de abrir el debate y hacerte a un lado. No porque no tengas opinión al respecto, sino porque tal vez no tienes suficiente información para llegar a esa opinión, o porque tienes demasiada información y no sabes cómo coño sacar algo en limpio de ella, o porque el tema es tan complejo, tan etéreo y abstracto que no distingues tu culo de tus témporas. Así que propones un tema y escuchas, real o figuradamente, las opiniones del foro de tus personajes o la jauría de tus lectores.

Si te digo que Dirty Dancing es una película sobre el aborto probablemente me dirás que deje de mojar los porros en ketamina (¡déjame en paz! ¡Yo con mis porros hago lo que me da la gana!). Y confesarás implícitamente que no has visto Dirty Dancing, o que la viste y no entendiste un carallo. Y es que por debajo de la historia de amor entre Johny Castle (Patrick Swayze) y Frances Baby Houseman (Jennifer Grey) hay una historia sobre un aborto que es el motor de la trama que acaba relacionando a Baby y Johny.

Penny Johnson (Cynthia Rhodes), pareja de baile de Johny en ese complejo turístico de las Catskills, se queda embarazada del cabrón pichabrava Robbie (Max Cantor), que cuando ella le va con la noticia le dice poco menos que «sí, claro, ese crío es mío ¿y de cuántos más?». Baby consigue de su padre el dinero para un aborto, al que en principio Penny se niega, porque si aborta no podrá bailar en varios días y perderá el dinero que espera ganar en una presentación de baile en un centro turístico rival. Baby se ofrece a ensayar con Johny (del cual ya está enchochadísima, para qué ocultarlo) y reemplazar a Penny hasta que ella pueda retomar el baile. El aborto sale como el culo, Penny casi muere y Johny y Baby siguen bailando juntos (y enamorándose) para conseguir dinero para Penny, que no puede trabajar hasta recuperarse de la intervención.

Y ahora vuelve a decirme que Dirty Dancing no es una película sobre el aborto. Que sólo es una película romántica con mucho baile putoski.

¿Sabes por qué no te habías dado cuenta antes, monigote apollardado de los cojones? Porque Dirty Dancing no te tira lemas a la cara. «¡Aborto malo!» o su variante igualmente reduccionista y pueril «¡aborto bueno!» Te deja a ti, como espectador, que elabores tu propio razonamiento y llegues a tus propias conclusiones.

Dirty Dancing te trata como a un adulto. Expone los datos (fabulados, en este caso, pero basados en la realidad) y confía en que tú tengas la madurez necesaria para procesarlos y extraer el conocimiento que puedan contener (o establecer que no contiene ninguno).

De la misma manera que mostrar es mejor que explicar (las bonitas lecciones de la escuela de escritores del tito Herbert), presentar los hechos y no las conclusiones, al menos en lo relativo a la parte expositiva de tu narración, suele ser la mejor política narrativa por defecto. Tus personajes no deberían tener reparo en manifestarse ideológicamente, pero tú, como narrador omnisciente, deberías evitarlo siempre que sea posible, a menos que sea imposible (no, no vamos a desarrollar esta derivada. Soltamos aquí el dato para que tú llegues a tus propias conclusiones, amado lector. Deberes para casa de la escuela de escritores del tito Herbert).

Como de costumbre, esta introducción innecesariamente verbosa (marca de la casa), este proemio (la escuela de escritores del tito Herbert incrementando tu paupérrimo vocabulario, amado lector) no tiene otra finalidad que introducir el tema de la presente entrada de la bitácora. Y es que no he conseguido llegar a una tesis derivada de una premisa basada en mis observaciones personales sobre un fenómeno reciente que he creído detectar en la industria del cine. Así que me limito a soltar aquí los datos, más o menos filtrados por mi criterio, mi memoria y mi capacidad para hacer búsquedas más o menos en Internet, y espero que tú, despierto lector, llegues a alguna ilación propia que me desautorice o reafirme, o elabores tus propias conclusiones.

Ahí va:

¿Qué mierda pasa últimamente en los estudios de cine, que no dejan de bombardearnos con biopics de músicos y bandas de música?

A ver, sí, esta pregunta parece una petición de principio (una falacia lógica en la que se anticipa la conclusión que aún no ha sido demostrada), pero es deliberado. La pregunta es, en realidad, el McGuffin de la entrada. Yo la suelto ahí y empiezo a apilar los argumentos.

Fue el tráiler de Michael, la película sobre Michael Jackson a estrenar en el próximo 2026, lo que realmente me saltó los fusibles. Me dije, «¡no, hija, no!»

Y no porque me caiga mal Michael Jackson (no me cae ni mal ni bien, no tengo suficiente información para elaborar un retrato-robot de su personalidad), ni porque me parezca abominable que hagan una película sobre su vida (lo cierto es que me la bufa bastante), ni porque no me guste su música (Smooth Criminal, Thriller y Bad me parecen casi perfectas; muy particularmente teniendo en cuenta que Jackson no entendía un choto de solfeo y no sabía tocar ni el pito). Sino porque la fórmula del biopic de músico me ha parecido siempre que pertenece al purgatorio de los géneros menores, como el drama histórico y el western, y la proliferación de este tipo de películas en lo que llevamos del siglo XXI me parece un descarado intento de manipulación del mercado (confiando en atraer a las salas a los fans del músico en cuestión, esperanza timorata y a menudo ingenua) y una sobrexplotación de esta categoría que puede arruinarla, por saturación, para varias generaciones de espectadores, privándonos de obras realmente interesantes.

Hagamos un poco de exposición para justificar nuestras sospechas:

En el año 2002 tuvimos a Eminem haciendo de Eminem en una película de raperos blancos proletarios con música de Eminem cantada por Eminem, que interpreta a un personaje tipo Eminem antes de convertirse en Eminem. 8 millas es una película sorprendentemente sólida incluso si aborreces el rap o Eminem te cae como el culo. Funciona como drama, tiene su «viaje del héroe», su historia de superación personal, y, hay que joderse, Eminem no lo hace en absoluto mal. Quizá porque se estaba interpretando a sí mismo.

Ray, del año 2004, nos trajo a Jamie Foxx interpretando al legendario Ray Charles. El actor, que se había ganado una fama probablemente injusta de coñero y payaso, se metió hasta tal punto en el papel, se comprometió de tal manera con el personaje histórico al que iba a interpretar que acabó ganando un Óscar por su trabajo. Lo cual fue, para sus críticos, tan estupefaciente como la sugerencia de un coito con Amy Farrah Fowler.

En la cuerda floja, de 2005, nos presenta a Joaquín Phoenix, y su voz de pollito, dando vida a Johnny Cash, y su vozarrón desvirgador. Hay que reconocerle a Phoenix el talento interpretativo (eso no se lo niega nadie, aunque mucha de la gente que ha trabajado con él dice que es un capullo arrogante) y el empeño que pone en que su voz de castrato suene lo más parecida posible a la del dios del country.

2007 fue un año abusivo, en lo que a biopics de músicos se refiere. I'm Not There nos presentó a Christian Bale, Marcus Carl Franklin, Richard Gere, el tristemente desaparecido Heath Ledger, Ben Whisshaw y, no me jodas, CATE BLANCHET, todos ellos interpretando a Bob Dylan.


La vida en rosa (Edith Piaf) consiguió que muchos le pillásemos manía a Edith Piaf y a Marion Cotillard antes incluso de la desganada muerte de su Talía al Ghul en El caballero oscuro: La leyenda renace.


Control le descubrió a toda una generación el drama de Ian Curtis, el cantante de Joy Division, de sus problemas de depresión, personales y con sus adicciones, y su turbulenta convivencia con la epilepsia que sufría, y su trágico y prematuro final (se ahorcó a los 23 años). De propina, le descubrió a toda una generación la música de Joy Division.

Nowhere Boy, se unió en 2009 a la hagiografía de Los Beatles presentándonos una ficción sobre la adolescencia de John Lennon (cuyos méritos como músico nadie cuestiona, pero del que, a poco que rasques en su biografía, se te cae el mito de morros al suelo), interpretado por Aaron Taylor-Johnson.

Gainsbourg (Vida de un héroe) es una de las películas más surrealistas de 2010. Eric Elmosnino interpreta en este lisérgico largometraje al compositor de Ce mortel ennui, Jeunes femmes et vieux messieurs, Je taime... Moi non plus (donde la pista de gemidos y jadeos, según la leyenda, la grabó mientras follaba con su entonces esposa, Jane Birkin, después de retirar, amenaza de acciones legales mediante, una primera versión gemida por Brigitte Bardot) y Poupée de cire, poupée de son (que llevó a France Gall a ganar el festival de Eurovisión en 1965). Como, permítenos la digresión, sórdido lector, la Gall parece que no era muy despierta, y Gainsbourg, que la despreciaba visceralmente y tenía sus sospechas, que no nos atrevemos a declarar justificadas, sobre los fundamentos de la meteórica carrera musical de la Gall, se cabreó tanto de que nadie pillase el insulto de la letra (literalmente llamaba a la cantante «muñeca de cera, muñeca de serrín»), le compuso Les Sucettes, que la ganadora de Eurovisión cantó muy gustosamente hasta que alguien le hizo ver los dobles sentidos de aquellos versos, puestos a mala idea por Gainsbourg, sobre lo de chupar piruletas: Annie aime les sucettes, Les sucettes à l'anis, Les sucettes à l'anis).
(Menudo pájaro el Gainsbourg, ¿eh? En el 79 llegó a recibir amenazas de muerte por atreverse a grabar una versión de La Marsellesa a ritmo de reggae y reemplazar los versos del coro de «Aux armes citoyens! Formez vos bataillons!» por un «Aux armes et cætera», permutación que muchos proclamaron blasfema incluso después de que el provocador músico francés comprase el manuscrito original de Rouget de Lisle y les mostrase que el «Aux armes et cætera» siempre había estado allí. En el 84, metió a su hija de doce años en la cama para grabar el vídeo musical de Lemon Incest, y desde ese día Charlotte Gainsbourg no ha acabado de desmentir la leyenda de que su propio padre le hizo el unboxing genital. En ese mismo año, Gainsbourg quemó un billete de 500 francos en directo en la tele, en protesta por el tipo impositivo del 74% al que estaba sujeto. En 1986 coincidió con Whitney Houston en otro programa de televisión y, suelta la lengua por un pastís de más, le dijo, delante de millones de espectadores y en un inglés irreprochable, que quería meterle palmo y medio de mortadela. Lo dicho. Un pájaro y un obzezo zeczuarl. Te llevarías bien con él, oh, licencioso lector empotorrado de nuestra sirena seminal preferida).
Deutschland!

También de 2010 es The Runaways, película sobre la rock band femenina homónima.

2013 fue un año un poco extraño. Coincidieron en nuestras salas de cine el biopic de Liberace Detrás del candelabro y la película sobre Jimi Hendrix Jimi: All Is by My Side. Lentejuelas, puños de encaje y amoríos homosexuales la una; afros, roña y sardinetas la otra.

Love & Mercy nos trajo en 2014 la lucha del líder de los Beach Boys, Brian Wilson (interpretado al alimón por Paul Dano y John Cusack en dos momentos distintos de la vida del músico), contra la desintegración de su salud mental durante la producción de Pet Sounds. En I Feel Good: La historia de James Brown el pobre Chadwick Boseman interpreta al dios del soul y el funk.

En 2015 llegaron a nuestras pantallas Born to Be Blue, una dramatización del regreso a los escenarios de uno de los yonquis más famosos del mundo del jazz, interpretado en esta cinta por Ethan Hawke. Don Cheadle, por su parte, dio vida a Miles Davis en Miles Ahead. Straight Outta Compton recogió la historia del grupo de rap angelino N.W.A.

2018 fue el año de Queen con Bohemian Rhapsody y de Blaze Foley, de cuya existencia acabas de enterarte, con Blaze.

2019 consiguió que mucha gente que aborrece los musicales, como el humilde autor de estas líneas, se tragase enterita Rocketman, con Taron Egerton en el papel del inimitable Elton John.

2021 entronizó a dos de las grandes damas negras de la música americana. Los Estados Unidos contra Billie Holiday  (que básicamente cuenta la misma historia que El ocaso de una estrella, protagonizada por Diana Ross, sí, esa Diana Ross) nos rompió el corazón con la desoladora biografía de la estrella del jazz y su prematuro y trágico final. Respect, por su parte, nos trajo una dramatización de la carrera y vida de la gigantesca Aretha Franklin y su reinvención artística como cantante de gospel, cuando ya era «la Gran Dama del soul».

¿Qué pasó en 2022? Que Austin Butler nos hizo dudar de nuestra heterosexualidad en Elvis, sacudida ya por Hunter Schafer en Euphoria e, incluso antes, por Henry Cavill en El hombre de acero.

Lo de 2024 ya no tiene nombre. En ese año se nos vino encima Back to Black, película sobre Amy Winehouse; Bob Marley: One Love, película sobre uno de los músicos más feos y sobrevalorados del siglo XX (y fichan para interpretarlo a un actor guapísimo, hay que joderse); Better Man, película sobre el ascenso, caída y renacimiento artístico y personal de Robbie Williams interpretada, juro que no es coña, por un chimpancé hecho en CGI; Disco, Ibiza, Locomía, sobre aquel extravagante grupo musical español que no, no fue una subida de ácido que tuviste en 1983; María Callas y A Complete Unknown, en el que Tintilín Chanchalán le saca partido a su parálisis facial y mirada de estreñido crónico para interpretar a un joven Bob Dylan, que es básicamente como el viejo Bob Dylan salvo que más fresco y ligeramente menos insoportable.

Y, a menos que se nos haya escapado alguna (errare humanum est, diabolicum perseverare), en este año 2025 hemos tenido el biopic de Bruce Springsteen titulado Springsteen: Deliver Me from Nowhere, con Jeremy Allen White en el papel del boss, por un momento lejos de los fogones y el estrés de The Bear; y Song Sung Blue: Canción para dos, con Hugh Jackman y Kate Hudson interpretando a Lightning and Thunger, una banda tributo a Neil Diamond (el de suiiiiiiit carolaaaaain).

Y eso limitándonos a la ficción basada en músicos o bandas reales, que es lo que entendemos que es estrictamente un biopic. Lo cual deja fuera los documentales, como One to One: John & Yoko (2024), Endless Calls for Fame  (2024 también), Mogwai: If the Stars Had a Sound (y dale con 2024), Liza Minnelli: absolutamente real (este 2024 se está haciendo eterno); Becoming Led Zeppelin (2025), Bono: historias de Surrender (2025) o Selena y Los Dinos (2025), por no remontarnos mucho más atrás en el tiempo (salvo una escapadita a 2014 para recomendarte el divertidísimo We Are Twisted F***ing Sister!) y otra escapadita a 2012 para recomendarte Searching for sugar man. También hemos dejado fuera los largometrajes sobre artistas o bandas ficticios, como las cuarenta mil versiones de Ha nacido una estrella o el mockumentary Spinal Tap II: El final continúa.

Estos son los hechos (o la parte de ellos que hemos logrado recopilar y presentar). A la vista de los mismos, ¿crees, oh ecuánime lector, que estamos exagerando al expresar nuestros temores de que los productores de cine estén tratando de subirse al carro del biopic musical (o encubriendo su miseria creativa) mediante el bombardeo en alfombra de películas sobre músicos?

Porque, a ver, películas sobre músicos reales las ha habido toda la vida. Los pollaviejas de mi generación, a quienes pronto ni siquiera las pastillitas azules, o los vídeos de Jessica Alba haciendo ejercicio, podrán poner en situación de jurar bandera, recordamos, sin hacer mucho esfuerzo de memoria (el alzheimer también empieza a hacer estragos), a Lou Diamond Philips haciendo de Ritchie Valens en La bamba, al pobre Val Kilmer haciendo de Jim Morrison en The Doors, a Angela Bassett haciendo de Tina Turner en What’s Love Got to Do with It, a Gary Oldman haciendo de Sid Vicious en Sid y Nancy, a Forest Witaker haciendo de Charlie Parker en Bird, a Tom Hulce riendo como un loco en Amadeus, a Sissy Spacek interpretando a Loretta Lynn en Quiero ser libre, a Jennifer López haciendo de Selena Quintanilla en Selena, a Ian Hart, Gary Bakewell, Chris O'Neill y Paul Duckworth haciendo de John, Paul, George y Ringo y a Stephen Dorff haciendo de Stuart Sutcliffe en Backbeat e incluso a James Stewart haciendo de Glenn Miller en Música y lágrimas.

Biopics de músicos los ha habido toda la vida, pero ¿es impresión mía o últimamente nos están cebando con ellos, en una desesperada intentona de los estudios de cine por reinventar la Coca-Cola y una transparente confesión de que en realidad no tienen puñetera idea de cómo hacer películas interesantes y están copiando a la competencia y haciéndose con los derechos de toda biografía de músico en circulación para ver si alguno de ellos hace sonar la flauta?

Si bien 8 millas hizo negocio (41 millones de presupuesto, casi 243 de taquillas), Ray recaudó casi 124 millones sobre 40 de producción, y En la cuerda floja (28 millones de presupuesto, casi 187 de recaudación) y La Vie en Rose (25 millones de producción, 87 485 236 en entradas vendidas) también arrojaron beneficios, la rentabilidad de los biopics musicales está, por decirlo con diplomacia, en entredicho.

Nowhere boy hizo 6 577 779 dólares de recaudación mundial sobre un presupuesto de 1,2 millones de libras de 2009 (en torno a 1,7 millones de dólares de la época).

Love & Mercy fue un éxito por los pelos (28 641 776 de recaudación, unos 10 000 000 de presupuesto).

I Feel Good: La historia de James Brown se dejó los dientes en las taquillas (30 millones de producción, 33 448 971 de recaudación).

Born to Be Blue sólo interesó a los enfermos del cine y a los enfermos del jazz (seis millones y medio de producción, algo más de un millón y medio en entradas vendidas).

Miles Ahead, que se financió entre otras formas por medio de una campaña en Indiegogo, y que necesitaba algo menos de 10 millones para poder ver la luz, se quedó en 3 473 958 dólares de recaudación.

I'm Not There fue un sonoro fracaso (20 millones de presupuesto, estimados, ni siquiera 12 de recaudación).

Control no funcionó (4 500 000 dólares de presupuesto, poco más de 8 de recaudación).

Gainsbourg (Vida de un héroe) fue un fracaso con poco más de doce millones de dólares de recaudación sobre un presupuesto, otra vez estimado, de 11 millones y medio.

The Runaways se comió un meco de 4 681 651 dólares sobre su presupuesto de 10 millones.

Detrás del candelabro fue un HOSTIÓN CON LA MANO ABIERTA: 13 millones recaudó durante su exhibición en salas. Ni siquiera recuperó sus 23 millones de presupuesto.

Jimi Hendrix Jimi: All Is by My Side, con un coste de producción declarado de 5 millones, se TURBOREHOSTIÓ con menos de 600 000 dólares en recaudación. Y queremos decir que se TURBOREHOSTIÓ como si hubiese intentado hacerle una paja al Increíble Hulk.

Springsteen: Deliver Me from Nowhere tuvo un presupuesto de 55 millones, según Variety, y, de octubre a ahora mismo, no ha sido capaz de alcanzar los 45 de recaudación.

Y no seguimos con los demás títulos de la lista, porque estimamos que con esta muestra ha quedado clara nuestra sugerencia de que este subgénero es escasamente rentable. Lo cual vuelve todavía más misteriosa su obvia efervescencia en los últimos años. ¿Es que los productores no hacen estudios de mercado de estas cosas antes de empezar a quemar pasta? Quiero decir, ¿quién, fuera de cuatro viejos pellejos que éramos críos en los años ochenta, iban a desplazarse al cine para ver las miserias del cantante de una oscura banda de New Age Postpunk que desapareció casi antes incluso de nacer? ¿A quién carajo le importa la historia de una girl band de rock, ni aunque fuese la de The Bangles, y la mitad de su atractivo sería lo verracos que nos ponía la voz de virgen de Susanna Hoffs? ¿La biografía de Jimi Hendrix es realmente tan interesante para un público que no se cuente entre sus fans más acérrimos? ¿Cuánta gente es capaz de decir los títulos de media docena de temas de Chet Baker (y no estamos sugiriendo que nosotros seamos capaces)? Y todo el mundo sabe que Bob Dylan, sin entrar a valorar su música, es un capullo de sesenta megatones. Un capullo con premio Nóbel, pero indiscutiblemente un capullo.

Y, aunque puede que aquí haya una derivada a explorar, una conexión entre el empecinamiento de Hollywood en hacer pelis de músicos y las prácticas financieras especulativas y, a grandes rasgos, poco rentables de los ejecutivos infectados con la sífilis woke, que regurgitan año tras año chorongos carísimos que nadie quiere ver y que NADIE VE, ése es un ojete en dirección al infierno que no vamos a penetrar, porque el tema como que ya cansa y porque, seamos sinceros, ya hemos cumplido con la entrada de la bitácora.

Aquí quedan los datos. Tal vez tu, amado lector, quieras examinarlos para llegar a tus propias conclusiones.

De nada.

domingo, 30 de noviembre de 2025

Necesitas un poco más de cuadritos asiáticos en tu dieta (III)

Tatá tataáááááááá, ¡entrada de bala de plata!, así descansamos un poco de tanta crítica cinematográfica, que ya nos arde el hígado de ver toda la mierda amateur sobrepreciada que está llegando a nuestras pantallas, de diez años a esta parte.

Un disclaimer para atolondrados: los títulos de cómic asiático escogidos en esta entrada, como en cualquier otra, no responden a criterios artísticos, narrativos o crematísticos. Están en esta lista porque nos gustó el dibujo, o el guion, o ambas cosas, o ninguna, pero la historia nos hizo gracia, o no nos la hizo, pero la protagonista nos puso palotes, o porque el concepto nos pareció familiar, o novedoso, o, en última instancia, porque nos salió de nuestros reverendísimos cojones. Y punto en boca.


强则强,我的修为无上限/Qiáng zé qiáng wŏ de xiū wéi wú shàngxiàn/Más fuerte es más fuerte; mi cultivo no tiene límite superior; conocida en inglés bajo varios títulos, el más descriptivo Strength Through Adversity, My Cultivation Knows No Limits, de Huŏ lóng guŏ mànhuà (por el nombre, «cómics de la fruta del dragón de fuego», sospechamos un colectivo de artistas o una editorial de WebComics) no pasará a la historia por la originalidad de su argumento, su tono o su temática.

Pero, joder, qué divertido es, collóns.

Strength Through Adversity es un manga xiānxiá con bastante mala leche y humor atchonburístico (pequeño cursillo sobre las diferencias entre wǔxiá, xiānxiá y xuánhuàn y sobre qué coño es eso del «cultivo» taoísta, aquí). El protagonista, Ye Junlin, se duerme en clase de Matemáticas en su instituto random chino convencional y despierta, convertido en un viejo pellejo al borde de la muerte por senectud, en Kunlun, un mundo de fantasía ambientado en una China antigua idealizada donde, aparentemente, todo Dios «cultiva» para convertirse en un Inmortal.

Con meditación, ejercicios físicos y espirituales, y algunas píldoras alquímicas, Ye Junlin puede ascender por los diversos niveles de «Cultivo» (Refinado de Qi, Establecimiento de cimientos, Formación de núcleo, Alma naciente, Transformación de alma, Integración, Gran ascensión y Tribulación) hasta convertirse en un auténtico Inmortal, un semidiós taoísta eternamente joven y casi todopoderoso.

Sólo hay un pequeño problema.

Cuando Ye Junlin despierta, le queda menos de una hora de vida.

Ye Junlin se ha reencarnado, transmigrado o isekaído (frikoneologismo monger) en el cuerpo provecta del antiguo genio taoísta de la Secta Xuantian de la Región Oriental, que, emboscado por sus enemigos, perdió sus poderes y se convirtió en un mierdecilla hasta picar su cumpleaños 110.

Pero Ye Junlin ha leído tantos isekai manga como nosotros y sospecha la existencia de un «sistema» que le va a ayudar a sortear sus dificultades. Y, efectivamente, ese sistema existe, se activa (con cierta pachorra pero se activa cuando Ye Junlin, desesperado porque no ve pantallas de estado ni mensajes de sistema, empieza a blasfemar como un carretero que se hubiese pillado la minga con la jucremallera del pantalón) y le informa que ha activado la habilidad «fuerza a través de la adversidad», que, cuando se enfrente en combate a un enemigo más poderoso que él, le ascenderá directamente un nivel por encima de su adversario.

Eso es, si consigue enfrentarse a un enemigo más poderoso que él antes de palmarla en los próximos sesenta minutos.

Por suerte para Ye Junlin (armor plot al rescate; repasa nuestro cursillo sobre plot devices aquí, amado, que no mamado, lector), en ese preciso momento la secta Xuantian está siendo atacada por cultivadores demoníacos. Todo se reduce para Ye Junlin a arrastrar sus maltrechos huesos doloridos lo más cerca posible de la batalla, fichar al demonio cultivador que parece más poderoso y empezar a cagarse en su puta madre, el cornudo de su padre, la puta de su hermana y toda su pura raza bisiesta, de los vivos más recientes a los muertos más remotos.

Y funciona, o este manga habría terminado en el primer capítulo. El rey demonio que está atacando a la secta se china (no pun intended) muchísimo con los insultos de Ye Junlin, le dispara su ataque más poderoso y Ye Junlin asciende espontáneamente, en sus últimos segundos de vida, al nivel de cultivo Alma naciente-Etapa intermedia. En vez de palmar, rejuvenece en el acto (y los pollaviejas de la bitácora quizá prefieran obviar lo mucho que se parece el aggiornato protagonista a Dark Schneider, el brujo glotón, arrogante y putero de Bastard!!, de Kazushi Hagiwara), dejando pasmados a sus compañeros de secta, y, con sus nuevos poderes, ESKKKKKKKKKOÑA sin aparente esfuerzo a los demonios atacantes.

A partir de aquí, honestamente, el manga se limita a repetir una y otra vez el mismo argumento: Ye Junlin se enfrenta a enemigos cada vez más poderosos, el «sistema» le permite crecer oportunísticamente con cada combate desigual, de modo que nunca está realmente en peligro (fallo de escritura a la hora de crear suspense en el lector, por otra parte tropo habitual en este tipo de historias asiáticas con personajes overpowered), reúne aliados, se crea nuevos enemigos, ESKKKKKKKKKOÑA a un montón de gentuza, moja unas cuantas bragas y se rasca los cojones a contrapelo, tirado a la bartola (no precisamente la más dignificante imagen de un sabio taoísta), a la espera de que se active la siguiente misión del Sistema o llegue el nuevo retador que pueda «ascenderle» en combate al próximo nivel de Cultivo.

Pero joder, que risión y despliegues de pirotecnica. Que nos hemos echado unos jijis y unos juajuas leyendo este manga que nos han prolongado la vida como una de esas perlas taoístas. ¡Que el primer «discípulo» (reticente) que Ye Junlin recluta es Hong Qianye, un antiguo maestro inmortal, líder de la Secta del Fuego Demoníaco (perdió sus poderes por necesidades del guion), un joven tan esbelto y bello, con facciones tan delicadas y femeninas, que todo kiski lo toma por una chica!, algo que, lejos de halagarlo, le mosquea muchísimo.
No juzguéis y no seréis juzgados.

De hecho, Ye Junlin recluta a Hong Qianye después de que éste se libre de un viejo verde asqueroso que estaba a punto de encularlo por las bravas (en cuanto el sicalíptico fósil cebolleta descubrió que no había estado acosando a una mujer, se dijo «en tiempo de guerra, todo agujero es trinchera» e intentó empitonar a Qianye de todas formas), y lo rescata de otro viejo cabrón que se quería aprovechar del agotamiento de Hong Qianye tras la persecución y el combate para sacarle por las bravas sus mermados poderes.
Si es que va provocando, joder.

Muy lejos de estar agradecido por el rescate, el orgulloso y envidioso Qianye siente un profundo desprecio por Ye Junlin («en mis buenos tiempos, este payaso ni siquiera habría sido admitido en el círculo externo de la Secta del Fuego»), que tampoco se esfuerza especialmente por hacerse querer, para qué engañarnos, y obliga a su «discípulo» a trabajos serviles (hacerle la comida, lavarle los pies, limpiar, darle masajes...). Y, con cada escalada de poder que Ye Junlin le ayuda a alcanzar, ya sea mediante píldoras, infusiones, técnicas secretas (el «Sutra de las Tres Mil Llamas» es la primera cosa que le enseña) o entrenando ese «universo de bolsillo» de tiempo acelerado que consigue como recompensa de una de sus misiones (que es como lo de la nave de Songoku pero en místico), Qianye recupera sus malas costumbres de antiguo Inmortal de la Secta del Fuego Demoníaco e intenta vengarse de su «maestro», ignorando que, por poderoso que se vuelva, el Sistema siempre le pondrá un paso por detrás de él.

No todos los discípulos de Ye Junlin son tan cabronías. Cuando se abre el reino secreto de Luotian, una especie de «mazmorra» oculta, llena de tesoros, que sólo se abre cada pocos miles de años, Junlin recluta a Bai Xiaoxi, «Ratoncita», un adorable ser mágico tragón, cobardica y servicial que ha adquirido poderes taoístas por zamparse el fruto maduro del Gran Árbol Inmortal de Luotian. Claro, para ella ésa no era más que una fruta corriente. Para los caciques de las tribus de Luotian, la fruta era su esperanza de alcanzar la inmortalidad taoísta. Así que ahora quieren comerse a Xiaoxi, que se comió la fruta, con la esperanza de adquirir así el máximo estado de Cultivo. Junlin salva a Ratoncita y ella, en agradecimiento, le acepta como maestro.
Xiaoxi se quedó a medio Sailor Moon.

A Li Wujie, «El demonio de la espada», lo recluta cuando intenta asesinar a Xue Tianyi, del Clan Xue, un cultivador pichabrava y sádico que había secuestrado, violado y asesinado a la hermana de Wujie. Ye Junlin le consigue su venganza (con refinado sadismo), le ayuda a ascender en su cultivo, y Wujie, agradecido, se convierte en discípulo de Junlin

A lo largo de Strength Through Adversity..., que se sigue publicando, nos encontramos con la temática habitual en este tipo de historia: escaladas de poder, combates de artes marciales turbo-mágico-ferolíticas, conspiraciones, una amenaza en la sombra, nuevos aliados, nuevos enemigos, un grupo de impostores que intenta manchar la reputación de Junlin y sus compañeros, y carretadas de humor whatdefuckístico, como cuando Qianye le roba a Xiaoxi la «comida para mascotas» que le ha dado Junlin, y que ha hecho ascender de golpe varios niveles a la ratoncita, se la come a puñados con la esperanza de superar a su maestro (y por fin vengarse de él) y, además de no ascender como pretendía, empieza a tirarse unos pedacos de cuarenta kilotones que lo lanzan al espacio como bomba de palenque.

En serio, te lo vas a pasar teta (¡mierda! ¡Se me ha escapado! ¡No, no estoy llamando a nadie! ¡A la bicha ni mentarla! ¡NI MENTARLAAAAA!) leyendo Qiáng zé qiáng wŏ de xiū wéi wú shàngxiàn.

穿越成倒霉NPC: 我有老婆罩着/Chuānyuè chéng dǎoméi NPC: Wǒ yǒu lǎopó zhàozhe/Transmigrado en un PNJ desafortunado: Tengo una esposa que me protege, de Yingzhi Yao, es otro divertido xiānxiá en el que un estudiante es trasladado por alguna fuerza mágica al videojuego La leyenda de la espada inmortal, que completó años atrás, y se encarna, hay que tener mala suerte, en uno de los Personajes No Jugables más repelentes del videojuego: He Qingyang, que desafía a Ning Yiwan, la protagonista femenina, y es derrotado por ella. Tanto Qingyang como Yiwan son alumnos de la Secta del Reino del Cielo, donde aprenden artes marciales y todas esas mierdas. En la historia original, Qingyang está, no tan en secreto como le gustaría, enamorado de Yiwan, que no sólo rechaza sus avances, sino que lo asesinará más adelante, cuando descubra que, bajo su apariencia humana, Qinyang es un «perro demonio» del Clan del Demonio (Yiwan es una obsesa cazadora de demonios que ríase usted de Bufi Esnachavampiros).

Pero nuestro desafortunado protagonista no puede aprovechar sus conocimientos sobre la trama para ganar ventaja. Porque, cuando jugaba, el muy cojonazos se saltaba todas las cutscenes y todos los diálogos de los PNJs (algo que nunca hay que hacer, chicos). Sólo recuerda superficialmente la trama. Sabe que debe evitar a Liao Xin, una pérfida Venus que finge interés en él pero en realidad está totalmente subyugada al antagonista masculino, Qin Shen. Si Qingyang no mantiene a distancia a la vampiresa, le chupará la esencia vital hasta dejarlo seco. Y no, no estamos hablando de lo que crees que estamos hablando. Marrano. Bueno, sí. También. En la trama original del videojuego, Liao Xin le transfiere a Qin Shen el Qi demoníaco robado a He Qingyang, haciendo al malo de La leyenda de la espada inmortal saltarse de golpe dos niveles de cultivo taoísta y convirtiéndose en una puñeta bien gorda para la protagonista Ning Yiwan.

Ahora que está atrapado en el universo y la historia del videojuego, He Qingyang debe encontrar la manera de sobrevivir a toda costa a su fatal desenlace predestinado. Evitar la cínica seducción falsa de Liao Xin y sus pedazo de berzas como bombonas de butano ¡QUE NO ESTOY LLAMANDO A NADIE! Huir del Reino del Cielo (protegido por una barrera mágica para impedir que se escapen los estudiantes). Elevar su nivel de cultivo taoísta, si tal cosa es posible, cumpliendo misiones fuera del Templo, para que, en el caso de que su confrontación final con Ning Yiwan tenga lugar, maximizar sus probabilidades de supervivencia. Lidiar con las consecuencias de las irresponsables decisiones de su personaje y ocultar que, encima de un intruso que recuerda muy poco de su propia vida y no para de meter la pata, es, en realidad, un perro demonio del Clan del ídem.

Bien, primer paso: completar cuatro misiones para conseguir un pase libre que le permita bajar la montaña. Segundo paso: procurar que la gente que conocía al antiguo Qingyang no note demasiado que un completo intruso ha tomado posesión de su cuerpo. Tercer paso: conseguir que Ning Yiwan, la obsesiva cazadora de demonios, no lo asesine... algo especialmente complicado desde el momento en que Qingyang revierte a su forma de perro demonio cada vez que se pone el sol... Yyyyyy hooooostiaaaa qué mala suerte. Si es Ning Yiwan... «Eh uuh. ¿Que me toma por un "animal espiritual" sin amo, o sea lo que sería un firulais normal en este mundo de cultivadores taoístas? ¿Que le gusto? ¡Pero si ella odia a He Qingyang! Además, ¿por qué recoños es tan dulce y cariñosa si hace unos minutos, cuando estaba sobre dos patas, me trató como la mierda? Tengo que irme cagando lech... jooooodeeeeer pero qué bien huelen estas teturcias duras como balas de cañón. No no no no no no no, tengo que irme tengo que alejarme de esta tentación ¡pero que no me suelta, la condenada! ¡AAAAAAH! ¡QUE ME METE EN LA CAMA CON ELLA, LA MUY ZOÓFILA! Aaaaaay jooooodeeeeer aaaaaay esto va acabar en desaaaaaaastreeeeee».

Chuānyuè chéng dǎoméi NPC: Wǒ yǒu lǎopó zhàozhe está lleno de humor, situaciones picantuelas para casi todos los públicos, exorcismos, peleas de artes marciales, señoras estupendas con unas bufas prietas y respingonas que imaginamos abrillantadas por una ligera capa de aromática transpiración, magia, cacerías de demonios, visitas sorpresas de la familia, investigaciones paranormales, conspiraciones maliiiiignas y una historia de amor no-tan-inesperada entre He Qingyang y Ning Yiwan que probablemente no habría existido si Qingyang no hubiese puesto cuanto estaba en su mano, y un poco más, por huir de Liao Xin y pasar como de la mierda de Ning Yiwan. Y es que, perla de sabiduría pollavieja para ti, snowflake millennial, nada hace medrar tanto el interés de una mujer hermosa como el patente desinterés de un hombre. Menos es más en las tramas románticas, en la vida real y en el manga.
«¡A calentar pollas a un gallinero! ¡Furcia!»

Y con esta pequeña píldora de información ya deberías tener suficientes elementos de juicio para decidir por ti mismo, oh lector agorrinado con las asiáticas jamonas de getalinosas grupas, si te conviene o no la lectura de Chuānyuè chéng dǎoméi NPC... etcétera.
Lo hemos vuelto a hacer, ¿verdad? Esto es como lo de invocar a Bitelchús. Un descuido más y sale Echo Yue de la pantalla y nos saca un ojo con uno de sus pitones.


괴력 난신/Goelyeog nansin/Un monstruo de fuerza extraordinaria, conocido por los lectores angloparlantes como Myst, Might, Mayhem, dibujado por Kim Taehyun, es un manwha del mismo estudio de Solo Leveling (y, como aquel, está basado en un eBook escrito por un tal Han Joong Wueol Ya), y adolece de un tono un poco más grave y oscuro que los ejemplos presentados hasta ahora en la entrada de la bitácora que estás leyendo.

Myst, Might, Mayhem forma parte del mismo universo que las webnovels 절대 검감/Jeoldae geomgam/Observación absoluta (de la cual Myst, Might, Mayhem es secuela directa), 나노 마신/Nano masine/Nano máquinas y 마신 강림/Masin ganglim/El descenso del demonio, sus secuelas.

De nuevo, constante en el presente post del Paratroopers, estamos ante un wǔxiá/xiānxiá (la frontera entre géneros, en el caso de Myst, Might, Mayhem, es borrosa con clara inclinación hacia el 
xiānxiá), coreano esta vez, con un protagonista no por indigesto menos interesante. Jeong, el «primer demonio celestial», regresa un día a casa y encuentra a su abuelo horriblemente asesinado. Aunque era la única familia que tenía, Jeong no siente tristeza, ni soledad, no llora ni elabora el duelo por su abuelo masacrado. Porque Jeong es un psicópata incapaz de sentir empatía. Y su abuelo lo sabía, y educó a Jeong en la necesidad de suprimiese su lado inhumano, su «oscuro pasajero». Pero, privado de su único freno moral, ¿quién va a detener a Jeong?

Nadie. El protagonista de este manhwa se embarca en una cruzada homicida, rastrea al asesino de su abuelo, mata a todos los que sospecha que tuvieron un papel en su asesinato (y resulta ser un chorrón de gente), y a todo el que se le pone por el camino o intenta detenerlo (y ganándose el apodo de «el demonio asesino de la hoz»), y es finalmente derrotado sin apenas esfuerzo por el homicida, un maestro de artes marciales contra el que se descubre impotente. Su energía maníaca y falta de escrúpulos no son rivales para el asesino. ¿Tendría Jeong alguna oportunidad si aprendiese él mismo artes marciales?

Jeong reflexiona sobre todo esto, en la cárcel en la que espera la ejecución de su sentencia de muerte, cuando un desconocido aturde a los guardias con el humo de una mezcla de hierbas narcóticas y se dirige a su celda. Y no viene solo. Le acompaña un muchacho muy bien vestido, de la misma edad de Jeong y que podría pasar por su hermano gemelo. Es Gyeongwoon Mok, el tercer hijo de la familia Mok, un poderoso clan guerrero de la región (el guarda que le precede, Kam, es su escolta). Gyeongwoon necesita un sosias que pueda hacerse pasar por él en su propia casa, y tienta a Jeong con las comodidades, las viandas y placeres que le esperan en la mansión Mok. Jeong ve su oportunidad de escapar, finge avenirse a las condiciones de sus rescatadores, toma el veneno que le dan, con el cual pretenden controlarle (reteniendo el antídoto para mantener dócil a Jeong) y, de camino a la salida de la prisión, KRUKKKKK, desnuca a Gyeongwoon, mira al escolta, y, regodeándose de placer sádico, proclama «ahora el impostor está muerto».

Jeong puede ser un psicópata homicida que se pone turbocachondo cuando mata gente. Pero gilipollas no es. Sabía perfectamente que Gyeongwoon pretendía utilizarlo como señuelo sacrificable. Eliminado el verdadero Gyeongwoon, ahora el escolta Kam tiene que asegurarse de que Jeong viva mientras encuentra la manera de salir del océano de mierda en el que acaba de sumergirse hasta la nacha.

Su marioneta le ha salido respondona, pero el plan original no es un completo desastre. Todavía. Kam lleva a Jeong a la mansión Mok, lo introduce discretamente en las habitaciones del hijo muerto, lo viste con sus ropas y le exige que se mantenga lejos de la vista de la familia, o Kam dejará de proporcionarle el neutralizador del veneno, que Jeong necesita ingerir cada veinticuatro horas para mantenerse con vida. Jeong oye los argumentos de su secuestrador y promete ser bueno.

Naturalmente, miente. Jeong es de largo mucho más listo, maquiavélico y despiadado que el centinela y no tiene la más mínima intención de morir hasta encontrar de nuevo al asesino de su abuelo y matarlo bien muerto.

Pero, antes de lograr su objetivo, Jeong tiene que librarse del veneno que aún lleva dentro, ganar libertad de movimientos por la mansión Mok, hacerse más fuerte y aprender artes marciales por lo menos al mismo nivel que el asesino de su abuelo. Y todo ello bajo la vigilancia de Kam, que no es pelotudo y sabe perfectamente que Jeong no tiene la más mínima intención de respetar el arresto domiciliario y ya está planeando una estrategia para librarse de su supervisión y de la del guarda Goh Chan, que también está al tanto de la conjura.

De hecho, Jeong deduce muy pronto que Kam sólo lo mantiene aislado mientras asegura un pacto, con alguna otra facción dentro de la familia, que le permita librarse sin escándalo ni publicidad del falso Gyeongwoon Mok. Así que Jeong empieza a moverse. ¡Menuda cara la del guarda Goh Chan cuando descubre que Jeong ha aprendido a golpear sus puntos de presión después de ver al escolta Kam hacerlo sólo una vez! ¡O cuando descubre que Jeong YA SE HA LIBRADO DEL EFECTO DEL VENENO Y LLEVA DÍAS PUTEANDO A SUS CARCELEROS! ¡O CUANDO JEONG LO ENVENENA A ÉL Y LE SONSACA INFORMACIÓN A CAMBIO DEL ANTÍDOTO!

Lo que Jeong descubre: Indan Mok, el cabeza de familia del clan Mok, está postrado desde hace semanas, agonizante a causa de una misteriosa enfermedad que ningún médico es capaz de explicar o curar. Y, mira que hace falta ser poco previsor, copóns, no ha designado sucesor dinástico antes de ponerse pachucho. Así que en cualquier momento, antes o después de que Indan se vaya a comer kimchi con San Pedro, podría estallar una guerra civil entre sus cuatro hijos. El plan del difunto Gyeongwoon Mok pasaba por emplear un doble que absorbiese los intentos de asesinato de sus hermanos. Pero tuvo la mala idea de escoger a Jeong, que es más listo de lo que lo era él, y ahora ha introducido en el mismo seno de la familia Mok a una serpiente venenosa. Y no pretendíamos hacer un chiste.

La primera tarea de Jeong en la mansión Mok (para garantizar su propia supervivencia y asegurar su posición en la familia) es desmantelar la intriga palaciega de la Primera Esposa
, la dama Seok (que no parece tener demasiada prisa por encontrar una cura para su marido porque ya está conspirando para asegurar, por la vía del homicidio múltiple, la sucesión de su amariconado hijo). Devolver la salud a Indan, desenmascarar al falso chamán llamado por la dama Seok, y que está en la conspiración, el muy hijo de puta, para hacerse con el sello personal del enfermo y el manual secreto de artes marciales de la familia (y el chamán le hace la del mono a Jeong, y Jeong se lo toma muy a pecho y le da matarile por subnormal, y luego somete a la enfermedad de Indan, que es en realidad un espíritu diabólico, y lo pone a su servicio a fuerza de puro mal rollito psicópata).

Y todo esto sucede sólo en los primeros capítulos del manhwa. Resuelto este primer obstáculo, podremos contemplar el progreso de Jeong, el asesino múltiple full-psicópata, en la casa Mok, donde va a aprender un montón de técnicas secretas que le ayudarán a matar MEJOR, matar a MÁS GENTE, matar a PERSONAS MÁS PODEROSAS y matarlas MÁS RÁPIDO. Y como la hibristofilia es la hibristofilia, y aquí somos muy fans de Hannibal Lecter y Dexter Morgan, los lectores de la bitácora devoramos capítulo tras capítulo de Myst, Might, Mayhem, vemos a Jeong acumular poderes, habilidades marciales y aliados, y hacerse más fuerte y despiadado, y nos impacientamos esperando el día en que pueda al fin enfrentarse de nuevo al asesino de su abuelo y esmocharlo bien esmochado.

Después de la masacre, vamos con algo más ligerito y palatable.
¡No! ¡Eso no! ¡Pedófilo de mierda!

異種族追放コンカフェ/I shuzoku tsuihō konkafe/ConCafé de exilio interespecies, de Sasaki Masahito, es una divertida comedia protagonizada por Yoshio Yoshida, un oficinista random muy fan de los Concept Cafés.
¿Que qué es un Concept Café, me preguntas, clavando en mi pupila tu pupila azul? Es una de esas cosas raras japonesas que el anime ha puesto de moda en Occidente. Como las chicas con orejitas de ratón cantando mouso mouso. En un Concept Café puedes ser atendido por guapas mocitas vestidas con uniforme de doncella francesa, que te dan la bienvenida llamándote «amo» y actúan con un impostado candor (pero como se te ocurra tocarles un pelo, sale un bigardo con tatuajes y manos como jamones y te rompe todos los huesos del cuerpo). O tomarte un matcha mientras acaricias a un amoroso gato. O una capibara. O ser atendido por lolitas góticas. O por chicas sudorosas en ropa de ejercicio y con abdominales duros como PARA, SOMMER, QUE TE PIERDES. O por chicas con uniforme de conejita de Playboy. O por guapas mozas (vas viendo el común denominador, ¿verdad, oh, despierto lector?) que te sirven un Gin-tonic mientras te insultan, degradan y humillan.

Un día, a Yoshio le dan las señas de un ConCafé del cual no había oído hablar antes. Un local ubicado en un lóbrego callejón difícil de localizar. Llevado de la curiosidad, le hace una visita para descubrir que es el único cliente y que las camareras, lejos de desvivirse por atenderle, parecen realmente fastidiadas por su llegada.

Y claro que es el único cliente. Porque ese ConCafé está regentado por arrogantes y displicentes hembras de especies mágicas, Lucila la diablesa, Razlight la enana y Catrea la elfa, que han sido exiliadas al reino de los humanos y abierto un ConCafé como medio de pasar más o menos desapercibidas y ganarse el pan.

Pero su ConCafé es un desastre al borde de la bancarrota. Ni un puñetero cliente. Y, si por accidente entra uno, como Yoshio, los ingredientes del mercado negro mágico, con los que se preparan las tapas, tratan de comérselo.

Así que Yoshio, conmovido por los problemas financieros de las tres chicas (y un poco acojonado por sus modales condescendientes), decide echarles una mano a partir de su conocimiento, nivel cliente, de los ConCafés. Las conmina a abandonar su actitud desdeñosa y poner el corazón en su trabajo. Las saca del callejón para que exploren el mundo humano y visiten otros Concept Cafés (¿cómo van a llevar un negocio si no tienen ni idea de lo que hacen y cómo van a servir bien al público si no saben nada de la humanidad porque viven enclaustradas?). Les sugiere ideas para atraer clientes. Negocia un trato mejor con su principal proveedora (una mujer-gato a la que lleva a un Cat Café y soborna con golosinas para gatos). Y las rescata de un malentendido tras otro en los que su alteridad, su naturaleza de criaturas sobrenaturales y su actitud altiva y prepotente, las mete hasta el corvejón cuando interactúan con simples mortales.

I shuzoku tsuihō konkafe es divertida. Está bien dibujada. Es entretenida a rabiar, llena de jocosos equívocos, y te ayudará a lavarte el cobre del paladar, empalagado de la sangre de todo el asesinamiento masivo de Myst, Might, Mayhem.
¡Ole ole! O ara ara!

Y terminamos, que ya casi tenemos entrada para potato de emergencia, con はじめてのセフレ/Hajimete no sefure/Mi primer amigo sexual, de Yurikawa, aunque de momento sólo han liberado dos capítulos, porque chica atlética. Porque abdominales. Porque historia de amor vaginal no exenta de ternura.

Sano Kiyotaka y Aihara Tanaki no tenían planeado enamorarse. Se conocieron a través de una App tipo Tinder, de esas de «encuentra gente para follar sin complicaciones». Y se encontraron. Y follaron. Y les gustó. Y repitieron. Y están empezando a enamorarse, aunque aún no se han dado cuenta, porque son físicamente compatibles, porque Kiyotaka es un pinchahigos bestial, capaz de llenar de condones usados una papelera, en cada encuentro con Aihara, pero también tiene un corazoncito romántico y tierno y una personalidad afable y bonachona, y porque Aihara es valiente, dura, portera de un bar de conejitas capaz de sacar a patadas a borrachos agresivos, pero también una mujer insegura, dulce, sensible y TIENE UN SIX-PACK DE ME-CAGO-EN-LA-HOSTIA-PERO-QUÉ-CACHONDO-QUE-ESTOY-JODER.

A la espera de que liberen más capítulos, sólo podemos recomendarte esta dulce y divertida comedia adulta con tetas y abdominales femeninos, un jefe-yakuza que come galletitas con forma de animales y le da dinero a sus chicas para comprarse ciruelas cuando les baja el tomate (al parecer, a las japonesas eso les alivia los dolores menstruales), unas camareras-conejita intrigadísimas por la extraña relación que une a Kiotaka y Aihara y unos alelados protagonistas que no quieren que se les note demasiado las ganas que tienen de volver a verse.

Verse y chingar como gorrinos.

Algo que probablemente deberías estar haciendo tú, flojo lector, en vez de desperdiciar tus mejores años en esta roñosa bitácora, ahora que ha quedado meridianamente claro que nunca acabarás tu libro de mierda.

Ahí está la puerta. Payaso.