viernes, 21 de abril de 2023

Evita la siguientes combinaciones

 Llevaba tiempo queriendo escribir esta entrada, pero cada vez que me ponía a ello me encontraba con el mismo problema.

La inspiración y la duda me llegaron a la vez reflexionando acerca de un concepto tan ampliamente usado como nebulosamente definido. Porque, a fin y al cabo, ¿qué factores ha de reunir una película para que se la pueda considerar «maldita», espantajerías sobre fenómenos paranormales aparte?


¿Sería maldita La reina de África? ¿Por qué? Aparte del hecho de que casi todo el equipo de rodaje pilló malaria (salvo John Huston y Humprey Bogart, que el único líquido que se llevaron a los labios antes, durante y después de la producción fue whisky), no llego a comprender cómo podría (o mis conocimientos sobre esta cinta no me proporcionan una excusa para) aplicársele la etiqueta.

¿Sería maldita Corazonada, de Coppola? Coppola te diría que sí, pues aparte de un sonoro fracaso de taquilla, esta película le arruinó, pero sus problemas financieros no le impidieron rodar, en los años siguientes, títulos ya clásicos como Cotton Club, Peggy Sue se casó, Tucker, un hombre y su sueño y Drácula de Bram Stoker (así como cintas meramente alimenticias, como Legítima defensa, basada en una novela de John Grisham, y Supernova, o sacrilegios como El padrino: Parte III, pero eso es otra historia).
(¡Sí! ¡Has leído bien! Esa película directa a VHS de 2000 con el James Spader delgado y una Angela Bassett pre-Wokanda forever fue co-dirigida por Jack Sholder, Walter Hill y Francis Ford Coppola, tan humillado por tener que aceptar este encargo que suplicó a la Metro-Goldwyn-Mayer que no usasen su nombre en los títulos de crédito de esta carísima Serie B que costó casi cien millones y recaudó menos de quince en todo el mundo. También Walter Hill, encabronado con todos los recortes que se hicieron a su metraje, pidió ser acreditado bajo pseudónimo).

Nadie murió, afortunadamente, durante el rodaje de La patrulla perdida, película de John Ford de 1934 rodada en Buttecup Valley, Arizona, en unas condiciones de sequedad y temperatura tan extremas que Ford limitó la agenda de trabajo a las primeras horas de la mañana y las últimas de la tarde, las más frescas del día. A RKO esto le parecía una mariconada que incrementaba innecesariamente el calendario de filmación, y por consiguiente el presupuesto, así que el productor Cliff Reid (ningún parentesco documentado con nuestra amada Riley) empezó a presionar al genio alcohólico de Maine para que alargase las horas de trabajo, algo a lo que Ford no estaba dispuesto. Para demostrarle que no había ningún peligro, Reid salió a dar un paseo por el desierto a mediodía, con el mercurio casi a 50 grados centígrados. Por suerte lo encontraron a tiempo, inconsciente y con el color de una gamba muy cocida pero a tiempo. Sólo tuvo que pasarse un par de días en el hospital y seguro que Ford se echó mas de unas risas contando la anécdota a sus amigotes de borrachera.

En algún punto había que trazar la línea que separa una película maldita de otra que no lo es, o la presente entrada no tendría coherencia alguna. Finalmente decidí ponerlo en los daños corporales y, especialmente, en la muerte. Daños corporales accidentales. De acuerdo a este criterio, aunque seguro que con toda la coca que Scorsese se metió en el cuerpo durante el rodaje de New York, New York se podría haber matado a dos docenas de alumnos de primaria, dado que de alguna manera el director de Malas calles y Taxi Driver vivió el tiempo suficiente para rodar Toro Salvaje e Infiltrados y, achaques de la edad aparte, sigue vivito y coleando y haciendo cine, no podemos contar la cinta protagonizada por Liza Minnelli y Robert de Niro en la lista de «malditas», pero sí encajaría en esa categoría El arca de Noé de 1928, donde, en la escena de la inundación, murieron ahogados como mínimo tres extras, otro perdió una pierna y hubo récord de huesos rotos y casos de neumonía en una producción cinematográfica. En fin, culpemos a la laxa legislación sobre riesgos laborales de la época y a las aparentemente impredecibles consecuencias soltar más de dos millones de litros de agua helada sobre inocentes NPCs.
(Una leyenda que he sido incapaz de verificar sitúa a un joven y todavía desconocido John Wayne entre los extras que casi quedaron moñecos durante la escena de la inundación de El arca de Noé. De ser cierta, Michael Curtiz y Darryl F. Zanuck pasarían a la historia como los responsables de casi acabar con la carrera de El Duque antes incluso de que empezase).
¿Ves tú a John Wayne por aquí?

En fin, amado lector, para tu pasmo, recreo y educación, en Paratroopersdon'tdie hemos seleccionado cinco películas que, a nuestro parecer, merecen ser consideradas «malditas» por haberse convertido en arquetipos de fatalidad, negligencia o estupidez. Si te parecen pocas, te curras tu propia lista y nos comes los cojones. Ahí van:

1. En los límites de la realidad
[Y nos referimos a la película, que no conviene confundir con la serie homónima de los años 60), de 1983 son en realidad cuatro episodios de terror y ciencia-ficción dirigidos por George Miller (sí, ese George Miller), John Landis (el de Desmadre a la americana, The Blues Brothers, El príncipe de Zamunda y el videoclip de Thriller de Michael Jackson), Steven Spielberg (sí, ese Steven Spielberg) y Joe Dante (el de Aullidos, Gremlins y El chip prodidigioso)].

En el capítulo Time Out de En los límites de la realidad, el personaje de Bill Connor, interpretado por Vic Morrow, un rabioso racista (el personaje, no el actor, que sepamos) furioso porque han promocionado en su trabajo a un colega judío, es transportado, por algún fenómeno mágico, primero a la Alemania nazi, luego a la Alabama rural de los años 50, a continuación al Vietnam en guerra y finalmente a un vagón de ganado rumbo a un campo de extermino nazi. En cada uno de esos escenarios es percibido por las personas con la que interactúa (un par de oficiales de la SS, un grupo de Klansmen, un pelotón de soldados americanos y otra vez unos oficiales nazis) como un judío, un negro, un campesino vietnamita y de nuevo un judío, sufriendo en sus carnes el odio y represión correspondientes.

Pues bien, Vic Morrow no llegó a ver el estreno de En los límites de la realidad. Él y dos niños actores de siete y seis años, Myca Dinh Le y Renee Shin-Yi Chen, contratados en negro para subvertir la legislación californiana sobre el trabajo infantil en horario nocturno, murieron el 23 de julio de 1982 en un accidente de helicóptero en el rancho Indian Dunes durante el rodaje de este segmento de la película. El personaje de Morrow debía cargar con los dos niños a través de una aldea vietnamita arrasada, huyendo de un helicóptero americano que los perseguía. Era una de esas «tomas del millón de dólares» en las que todo tiene que salir bien a la primera, porque de lo contrario no queda dinero para repetirla (se habían gastado una pasta en construir el decorado que iban a arrasar completamente). Pero, claro, no todo salió bien o no estaríamos hablando de ello en una entrada dedicada a películas malditas: un artefacto pirotécnico detonado a destiempo que debía simular el impacto de una granada de mortero arrancó el estabilizador de cola del helicóptero, haciendo que el piloto perdiese el control del aparato y cayese encima de Renee, a la que aplastó bajo un patín, mientras que Morrow y Myca murieron decapitados por las aspas de la aeronave.
El lugar del accidente.

Esta tragedia no sólo desencadenó una investigación del Panel Nacional de Seguridad en el Transporte (NTSB por sus siglas en el idioma materno de Sasha Grey) y la implementación de nueva doctrina legal por parte de la Administración Federal de Aviación (FAA), sino a un proceso civil y penal contra los responsables de la película, a los que se acusaba de negligencia criminal, que duró casi una década y, además, acabó para siempre con la amistad entre Landis y Spielberg, co-productor de la cinta.

John Landis y Dorcey Wingo, el piloto del helicóptero, fueron finalmente absueltos. Si algo positivo se puede sacar de esta catástrofe fue la implementación de nuevos protocolos de seguridad para la industria cinematográfica. Que no parece gran cosa si ignoramos que, por ejemplo, en The Woman God Forgot, película de Cecil B. DeMille de 1917, había un señor con un cubo de Betadine esperando al pie de la «pirámide azteca» desde lo alto de la cual arrojaron a una docena de extras. Para darle a la pirámide el aspecto de piedra, cubrieron la estructura de madera y papel maché con pegamento y la rociaron con arena, convirtiéndola, de facto, en una gigantesca lija. Imagínate, querido lector, cómo llegaron abajo esos pobres extras.

2. El cuervo

En The Captive, durante una escena en la que un grupo de soldados revientan una puerta cerrada a tiros, el director, Cecil B. DeMille (sí, otra vez él), les ordenó usar munición real para que el plano luciese más realista. Cuando llegó el momento de repetir la escena usando sólo munición de fogueo, uno de los extras se dejó accidentalmente una bala en la recámara, alcanzando en la cabeza a Charles Chandler, otro extra, que murió en el acto. Y aunque parezca mentira me pongo colorada cuando me miras y desde 1915, año en el que esta lección básica de seguridad fue aprendida tan dolorosamente, directores y actores han seguido cagándola con todo el equipo al manejar armas de fuego durante los rodajes. Alec Baldwin ha estado muy cerca de sentarse ante un juez para explicar cómo coño acabó herido el director Joel Souza y muerta la ayudante de producción Halyna Hutchins por un disparo accidental de revólver durante el rodaje de Rust, película de la que algunos empezamos a preguntarnos si se estrenará jamás.

Que nunca se debe llevar munición real a un plató de cine, BAJO NINGUNA CIRCUNSTANCIA, es una obviedad que no parece necesario ni siquiera formular en voz alta. Pero dada la cantidad de gente que ha resultado herida o muerta por un negligente, irresponsable o criminal uso de armas de fuego en un rodaje, es una triste evidencia que ésta es la lección de seguridad laboral más costosa y también la más fácil de olvidar.

Y el pobre de Brandon Lee podría explicarnos por qué, si todavía estuviese vivo.

El único hijo varón del legendario Bruce Lee murió durante el rodaje de El cuervo, la única película medio decente de Alex Proyas, basada en el cómic homónimo de James O'Barr, cuando el actor Michael Massee le disparó con lo que debería haber sido munición de fogueo. La investigación policial y judicial del incidente determinó que el revolver empleado por Massee había sido cargado con munición real para fotografiar unos primeros planos del arma amunicionada y luego con cartuchos de salvas para la escena del tiroteo, momento en el que el proyectil de uno de los cartuchos empleados en los primeros planos se habría desprendido de la vaina sin que el maestro de armas (el responsable de las escenas de tiros en un rodaje) lo detectase. La pequeña carga de pólvora del cartucho de fogueo fue suficiente para propulsar el proyectil fuera del revólver con la velocidad necesaria para causarle al pobre Brandon Lee una herida mortal.

Para ahorrarse cuatro duros en la producción, la productora se cargó a su estrella protagonista. Los cartuchos de fogueo son fáciles de ocultar en un arma semiautomática, pero destacan mucho en un revólver. El maestro de armas podría haber empleado cartuchos falsos para esos planos cerrados, o sea simples piezas de plástico moldeadas y coloreadas para que parezcan balas, o un revólver específico para cine, construido en material ligero que no soporta la presión de munición real, con el cañón obturado para impedir que dispare nada y subcalibrado de manera que nunca, bajo ninguna circunstancia, se pudiese alimentar con cartuchos de los buenos, de los que matan. Pero con un presupuesto de poco más de veinte millones de dólares y los plazos de rodaje comiéndoles el culo, alguien decidió tomar atajos, emplear armas reales y munición real o, al menos, balas auténticas en casquillos vacíos para los primeros planos. Y un hombre joven y una de las más firmes promesas del cine de acción del momento lo pagó con su vida.
(Michael Massee, uno de esos eternos secundarios a los que estás harto de ver pero a los que a priori no pones cara, murió en 2016 sin haber podido ver la película que le costó la vida a su compañero de rodaje. Arrastró toda su vida los remordimientos de conciencia por el accidente, se pasó un año entero tras la muerte de Brandon Lee sin aceptar papeles y llegó a considerar muy seriamente dejar el cine para siempre).
Michael Massee.

Una impredecible consecuencia de la trágica producción de El cuervo es que el pobre Brandon gozó de mayor popularidad una vez muerto que en vida, gracias en buena medida a las teorías conspiranoicas difundidas por los gilipollas de gorro de papel Albal que existen y han existido desde antes incluso de que se inventase el papel de aluminio. No sólo se convirtió en el primer zombi digital del que tengo conocimiento cuando los productores emplearon a un doble, trucos de cámara e insertos del verdadero rostro del actor fallecido sacados de tomas previas o planos descartados y empastados con la entonces todavía tecnología de edición de imagen generada por ordenador, sino que los gilipuertas arriba citados comenzaron a hacer correr la especie de la ficticia e inexistente «maldición de la familia Lee» que también habría costado la vida a su padre.

A ver si os enteráis, comemierdas: Bruce Lee murió el 20 de julio de 1973 a causa de un edema cerebral causado por la reacción adversa a un analgésico llamado Equagesic. Lee llevaba como mínimo desde mayo de ese año quejándose de jaquecas. Ya había sido ingresado en el hospital el 10 de mayo de ese año, y diagnosticado con edema cerebral, tras desplomarse y sufrir convulsiones durante una sesión de grabación de diálogos para Operación Dragón. Recientemente, un artículo de investigación publicado en el Clinical Kindey Journal sugiere que el edema cerebral de Bruce Lee, una vez descartados otros factores, pudo ser el resultado de una hiponatremia fatal, una insuficiencia de sodio en la sangre causada, entre otros factores, por exceso de ingesta de agua (potomanía), por la cual Lee era conocido entre sus allegados, agravada por el uso de esteroides anabólicos y diuréticos, su sobrehumano programa de ejercicio y una disfunción renal detectada durante su primer ingreso hospitalario en mayo.

Pero en uno de esos casos de superposición entre realidad y ficción, Bruce Lee murió durante el rodaje de Juego con la muerte, una película en la que interpretaba a un actor de películas de acción embarcado en una venganza contra los mafiosos que intentaron asesinarlo, durante un rodaje, cargando con munición real un arma de fogueo.

Como lo oyes.

En Juego con la muerte, el personaje de Bruce Lee sobrevive a un atentado contra su vida pero finge su propia muerte para vengarse de sus asesinos y rescatar a su novia, secuestrada por ellos y retenida en el último piso de un restaurante defendido por diversos luchadores. El argumento de la cinta póstuma del fundador del Jeet Kune Do, que a su muerte tuvo que ser completada con dobles y tomas de otras películas de Lee, así como, en un ejercicio de necrofilia intolerable, planos del funeral real del actor (aún no estaba disponible la tecnología que emplearon los productores de El cuervo), reescribía la primera versión de la película, de la cual se habían rodado más de cien minutos de metraje en 1972 aunque las bobinas originales se perdieron en los archivos de la productora Golden Harvest (a día de hoy sólo han sido localizados y publicados unos treinta minutos y algunos planos descartados). Y si no hemos incluido la cinta póstuma e inconclusa de Lee entre las películas malditas es porque no podemos atribuir directamente a su producción la temprana y lamentable muerte del actor.

Como tampoco entra en esta categoría Proyecto Brainstorm. Y ya nos joroba, porque esta cinta, uno de nuestros clásicos favoritos, fue vil e injustamente vapuleada en su día y no despertó sino rechazo e indiferencia entre el público por razones absolutamente ajenas a su argumento, reparto o realización. La muerte en circunstancias sospechosas de Natalie Wood, cuando la producción de la cinta de Douglas Trumbull ya casi había terminado, arrojó tal sombra de sospecha sobre esta pequeña joya de la ciencia-ficción que fue rechazada visceralmente por crítica y público antes incluso de su estreno. Y tampoco redundó en favor del largometraje que Douglas Trumbull le hiciera imposible a MGM, por aquel entonces casi en bancarrota técnica, intentar la del almendruco tras la muerte de Wood. Como la parte de la difunta ya estaba prácticamente terminada, el director se emperró en acabar el rodaje y estrenar la cinta, privando a la Metro de la oportunidad de contabilizar la inversión en Brainstorm como una pérdida y embolsarse la pasta del seguro para minimizar sus penurias financieras. Y por eso la Metro-Goldwyn-Mayer no hizo prácticamente ningún esfuerzo por promocionar Proyecto Brainstorm y probablemente también por eso Trumbull no volvió a hacer cine hasta 2011.

3. El mago de Oz

El mago de Oz de 1939 quizá no sea el rodaje más desastroso de la historia, pero no puede estar muy lejos de ese infame honor.

Te explico, amado lector con olor a vainilla y sabor a Riley Reid, mis razones para tan radical afirmación. Durante la filmación de El mago de Oz:

La protagonista, Judy Garland, se desmayaba una y otra durante el rodaje. El estudio, descontento con su aspecto físico, que, a juicio de los psicópatas con traje de tres piezas que ponían la pasta, no se correspondía con la edad de su personaje (12 años), no sólo la obligaron a usar un ceñidísimo corsé que ocultaba el ya obvio desarrollo de su cuerpo adolescente, sino que la sometieron a una dieta brutal que consistía, básicamente, en matarla de hambre. Además, el monstruo de su madre llevaba años atiborrándola de anfetas para que pudiese aguantar más tiempo en el plató y barbitúricos para ayudarla a dormir al final del día.
(Garland, descrita por su antiguo agente Stevie Phillips, como una «demente, exigente y sumamente talentosa drogadicta» falleció de sobredosis de Seconal el 22 de junio de 1969 después de una vida entera de inseguridad, bulimia nerviosa e ingesta de barbitúricos).
Otro juguete roto de Hollywood.

El maquillaje que le aplicaron a Ray Bolger, el actor que encarna al Espantapájaros, le dejó marcas en la cara que se acabaría llevando a la tumba. Además le tapaba los poros y no podía sudar, lo cual no es precisamente bueno para regular la temperatura corporal.

Buddy Ebsen, el primer actor contratado para interpretar al Hombre de Hojalata no sólo tuvo que abandonar el rodaje, sino que arrastró el resto de su vida una bronquitis crónica ocasionada por el polvo de aluminio con el que le cubrieron el cuerpo para simular metal. Su sustituto, Jack Haley, salió mejor librado pero sólo por poco: la pasta de aluminio con la que los maquilladores reemplazaron al metal en polvo le provocó una infección ocular que lo mantuvo dos semanas de baja médica. Sin olvidar que su disfraz no estaba diseñado para que el actor pudiese sentarse. Más de una vez, durante las sádicas e interminables jornadas de hasta 12 horas de rodaje, el director ponía en su marca a Haley, gritaba «¡acción!» y no pasaba nada porque el pobre hombre se había quedado dormido. De pie.

El disfraz de Bert Lahr, el responsable de dar vida al León Cobarde, era una auténtica SAUNA. Confeccionado en auténtica piel de león (la ecología era entonces un concepto desconocido), el pobre hombre alcanzaba tales temperaturas bajo el calor de los focos del set que nos podría haber servido sus propios huevos hervidos. Además no podía comer ni beber porque se escoñaba el maquillaje. Le daban sólo agua y tal vez batidos. Con una pajita.

Pero si vamos a otorgar medallas al sufrimiento del reparto de este musical ya clásico, la actriz Margaret Hamilton, que interpreta a la Malvada Bruja del Oeste, se lleva todos los oros. No sólo la repugnante pintura verde que le extendieron por toda la cara y manos estaba fabricada con sustancias altamente tóxicas, y encima era difícil de cojones de limpiar (Hamilton seguía verde meses después de haber finalizado el rodaje). Además, rodando la escena en la que «desaparece» en una llamarada y un fogonazo de humo rojo sufrió quemaduras de segundo grado en la cara y las manos que requirieron hospitalización. Para evitar infecciones, en el hospital tuvieron que quitarle toda la pintura verde, proceso que todas las biografías y documentales sobre este largometraje describen como «doloroso». Hamilton regresó al rodaje, pero además de demandar a la MGM se negó a volver a acercarse a nada inflamable o explosivo, por lo que el estudio contrató a una doble, Betty Danko, para grabar la escena en la que la
Malvada Bruja del Oeste vuela en su escoba dejando una estela de humo negro.
«¿"Normativa de riesgos laborales"? ¿Qué eres? ¿Comunista?»

¿Adivinas lo que pasó, querido lector? Exacto. El artefacto fumígeno estalló, causándole quemaduras diversas a la pobre señora Danko.

Lo realmente increíble de El mago de Oz es que no muriese nadie. Porque intentar, lo que se dice intentar, no dejaron de intentarlo. Por ejemplo, en la escena de la nieve, dado que las ópticas y emulsiones de relativamente baja definición de la época eran una mierda y no podían captar en la cinta la nieve auténtica ni nada que se le pareciese, los de efectos especiales buscaron otra sustancia con mayor luminosidad en cámara. En Cantando bajo la lluvia, dado que el agua no se veía en la película, resolvieron un problema parecido al teñir el agua con pintura blanca (según otras fuentes, usaron leche).

El material escogido por la producción de El mago de Oz para simular la nieve fue amianto.

¡AMIANTO!

¡DURANTE EL RODAJE DE EL MAGO DE OZ, LOS PRODUCTORES HICIERON LLOVER CÁNCER EN EL PLATÓ!


4. Y, hablando de cáncer...

Si hay una cinta que encarne el concepto de «película maldita» mejor que El conquistador de Mongolia de 1956, no sé cuál es. El director decidió filmar los exteriores en el desierto de Utah, a doscientos kilómetros a sotavento de la zona de pruebas de Nevada en la que el ejército experimentaba con sus prototipos de armas nucleares. Cada vez que el tío Sam hacía explotar uno de sus pepinos, el viento llevaba toda la mierda radiactiva directamente hasta el set de rodaje de El conquistador de Mongolia.

Actores y radiación. ¿Qué podría salir mal?

Pues que al menos 150 de las 220 personas implicadas en el rodaje desarrollaron cáncer en los años siguiente. Entre ellos el protagonista, John Wayne, que acabaría sucumbiendo a la enfermedad en 1979; sus hijos Michael y Patrick, que visitaban a su padre durante el rodaje; las actrices Susan Hayward y Agnes Moorehead, el mismo director, Dick Powell y el actor mexicano Pedro Armendáriz, que se suicidó en 1963 cuando su cáncer renal alcanzó la fase terminal.

Irse a rodar a sitios poco acogedores tiene el inconveniente de que añades al caos inherente a toda producción cinematográfica los imponderables de la naturaleza (o, en el caso de El conquistador de Mongolia, la carrera de armamentos). Que se lo pregunten a los extras de Los diez mandamientos, y no me refiero a la pobre chica a la que le prendieron fuego el vestido con una antorcha y casi muere churruscada, sino a los extras que sufrieron mordeduras de cobras y picaduras de escorpiones sacados de sus madrigueras, con un cabreo de mil pares, por una tormenta simulada mediante grandes ventiladores. O a David Niven, que, aparte de casi morir ahogado mientras trabajaba en Los cañones de Navarone, durante ese rodaje también se hizo una herida en el labio que se infectó inmediatamente y le produjo una sepsis que casi acaba con su vida.

Proveer un entorno laboral sano no ha sido una prioridad para los cineastas hasta hace relativamente poco.

Y algunos de ellos han acabado pagando con la vida su inconsciencia.

5. Stalker

La última película rusa de Andrei Tarkovski, muy libremente inspirada en la novela Pícnic extraterrestre, de Boris y Arkadi Strugatski, pretendía comprar su redención tras el fracaso de crítica y público de su anterior trabajo, El espejo, una obra tan personal y subjetiva que es casi incomprensible y que estuvo a punto de no estrenarse, simplemente porque es tan marciana que los censores comunistas no descartaban que contuviese información contrarrevolucionaria disimulada.
(Digamos que si viste Solaris, la respuesta soviética a 2001: una odisea del espacio de Kubrick, y no entendiste un carallo, te puedes poner después El espejo y ya verás como, de repente, Solaris tiene perfecto sentido. El espejo hace que Solaris parezca un capítulo flojillo de Fraggle Rock).

El rodaje ya empezó mal. Los laboratorios rusos no tenían ni idea de cómo procesar la película Kodak 5247 (la misma emulsión con la que se rodaron Blade Runner y Alien, por poner sólo dos ejemplos conocidos) que el director de fotografía Georgi Rerberg se empeñó en utilizar y se cargaron tres meses de rodaje de una sentada. Tarkovski se pilló el rebote del siglo, despidió a Rerberg y contrató a un nuevo director de fotografía, Leonid Kalashnikov, pero tampoco quedó satisfecho con su trabajo y decidió tirar todo el material a la basura y empezar de cero.

Así que sí, Stalker se rodó no una ni dos, sino tres veces.

Y las tres veces se filmó en Estonia, cerca de una fábrica de papel que permitió a Tarkovski aprovechar para su ambientación distópica, alienígena y alucinatoria las neblinas polucionadas, la lluvia tóxica y los venenosos riachuelos irisados que la factoría generaba en sus inmediaciones.

A ver si adivinas, amado lector, qué pasó después de que el reparto y personal técnico de Stalker se pasase meses respirando toda esa mierda, chapoteando en aguas emulsionadas con vete a saber qué cojones de productos de desecho y tumbándose en parches de tierra hipercontaminada. Anatoli Solonitsin, el actor que interpreta al Escritor, murió de cáncer tres años más tarde. Andrei Tarkovski falleció de la misma enfermedad en 1986 y su esposa en 1988. Además, el director de fotografía de la primera versión del largometraje, Rerberg, tuvo serios problemas mentales tras su ruptura personal y profesional con el director de La infancia de Iván. Cuentan que guardó durante años el material original del primer rodaje de Stalker, pero que cuando comenzó a sospechar que estaba perdiendo la razón le confió las bobinas a una montadora amiga suya. ¿Entonces es posible que algún día aparezca esa iteración temprana de Stalker? No. De hacer caso a la misma leyenda, la película fue accidentalmente destruida durante un incendio.

Hemos escogido terminar nuestra relación de películas malditas con uno de nuestros títulos preferidos, por raro y poético, y como homenaje a ese genio del cine, maltratado por el Comité Cinematográfico Soviético y al que las autoridades de su propio país ni siquiera permitieron despedirse de sus hijos cuando ya era evidente que no le quedaban más que semanas de vida.
No sé qué fumaba Andrei durante el rodaje de El espejo, pero era bien fuerte.

Y date cuenta de que para no eternizar la entrada nos hemos limitado a un pequeño número de casos paradigmáticos y bien documentados, dejando fuera otros muchos que podrían haber entrado en esta misma categoría, pero de los que no hemos podido encontrar suficiente información.

Por ejemplo:

Nos hemos dejado fuera El gran rugido, película de Noel Marshall de 1981, protagonizada por el propio Marshall, Tippi Hedren y Melanie Griffith y rodada, a lo largo de 10 años de pesadilla, con leones salvajes de verdad y que es conocida por el lema «ningún animal resultó herido durante el rodaje de esta película, pero sí setenta actores y personal de la producción». Afortunadamente, nadie murió, que es más de lo que puede decir el pobre Gordon Standing, hecho fosfatina por un león el 21 de mayo de 1927 durante el rodaje de El rey de la jungla, un serial de más de tres horas del cual no se conserva ninguna copia o el técnico de sonido destrozado en 1972 por un lindo gatito de trescientos kilos durante el rodaje de sudafricana La última caza.
(Dicen que El gran rugido es la película de gente escapando de leones más realista jamás rodada porque los actores que aparecen en pantalla están REALMENTE huyendo para salvar sus vidas. Hay gente que participó en el rodaje que sigue yendo a terapia hoy en día).

Tampoco hemos tenido en cuenta El maquinista de la general, donde, para economizar, se emplearon armas antiguas reales, algunas de las cuales explotaron durante el rodaje, hiriendo a quienes las utilizaban. Buster Keaton y otros actores fueron noqueados por la onda expansiva de una explosión. El director asistente Harry Barnes recibió a bocajarro un disparo (sin bala, pero eso no hizo que la experiencia fuese menos desagradable). El ayudante Fred A. Lowry supo lo que se siente cuando te pasa por encima del pie una vagoneta ferroviaria... En fin, hubo tal cantidad de accidentes durante el rodaje que incluso antes de terminar la producción se empezaron a apilar las demandas civiles.

Nadie sabe bien qué carajo pasó durante los reshoots de The Viking, película canadiense de 1931 filmada en Terranova y la península de El labrador. Aunque el rodaje técnicamente había finalizado ya, el director y productor Varick Frissell no estaba del todo satisfecho con los insertos (planos de relleno) de que disponía, así que metió a parte de sus ayudantes en un barco de cazadores de focas y volvió al Labrador cargado con cámaras, película y explosivos por si acababan rodeados por el hielo.

Los detalles son poco conocidos y probablemente nadie sepa nunca qué mierda salió mal, pero la carga de explosivos acabó estallando y mató a veintisiete personas, el perfeccionista Frissell entre ellos.

La Cannon, productora hoy en día desaparecida (si quieres conocer un poco mejor la historia de esta compañía te recomendamos el divertidísimo documental Electric Boogaloo: la loca historia de Cannon Films), tenía una relación realmente complicada con los helicópteros. Y nos referimos a una relación estilo Vic Morrow. Durante el rodaje de Braddock: Desaparecido en combate III, de Chuck Norris, un helicóptero de la Fuerza Aérea Filipina empleado en una secuencia se estrelló, matando al piloto, a los cuatro soldados filipinos que estaban actuando como extras en la toma e hiriendo a otras cinco personas. Curiosamente, esta tragedia tuvo lugar sólo horas después de que John Landis et al. fuesen declarados inocentes por las muertes de Morrow,
Le y Chen. Lo cual no salvó a las cinco personas que se estrellaron en helicóptero contra una montaña de Filipinas durante el rodaje de Delta Force II, otra de la Cannon y Chuck Norris, que tal vez debería mantenerse alejado de los helicópteros y de los filipinos. Finalmente, en El tren del infierno, sí, aquella peli un poco rara de 1985 con Jon voight, Eric Roberts y una grasienta y teñida Rebecca De Mornay (que venía de desvirgar a Tom Cruise en Risky Business) sobre un tren sin control lanzado a toda hostia por un paisaje nevado; ya bajo la marca empresarial de Golan-Globus Productions, la Cannon vio morir a otro piloto de helicóptero que se estrelló en pleno vuelo contra una línea de alta tensión.

Tampoco hemos mencionado el episodio de Star Trek, la serie original, en la que Leonard Nimoy y William Shatner estuvieron a punto de acabar convertido en gelatina por una explosión chapucera. Y es que lo de las estrellas de cine y los explosivos es para hacérselo mirar. Desde 1920, Harold Lloyd tuvo que usar una prótesis en su mano derecha después de perder el índice y el pulgar al estallarle, durante el rodaje de Haunted Spooks, una bomba de atrezo que resultó no ser tan de pega. En The Eleventh Hour, Dick Kerwood casi se convierte en ceniza de puro cuando los explosivos a bordo del biplano desde el cual debía saltar en paracaídas explotaron cuando él seguía a bordo. Los que vieron la detonación desde tierra se pasaron el resto de sus vidas preguntándose cómo coño sobrevivió a la explosión y terminó la escena.

Y la lista de ejemplos de esta tóxica relación entre el cine y la pirotecnia sigue y sigue. Durante el rodaje de Mein Leben für Irland, película nazi de propaganda anti-británica de 1941, varios extras murieron al pisar una mina antipersonas real (las malas lenguas dicen que el metraje de estas muertes fue incluido en el corte definitivo, pero nadie ha sido capaz de confirmarlo). El técnico de efectos especiales Cliff Wenger, Jr. murió en una explosión durante el rodaje de Rambo: Acorralado Segunda Parte (Stallone ya se rompió varias costillas y casi pierde un dedo durante la producción de Acorralado). Durante el rodaje de la serie de televisión de El Cuervo (también conocida como The Crow: Stairway to Heaven o como La serie de televisión protagonizada por Marc Dacascos que no ha visto ni la madre de Marc Dacascos), una explosión presuntamente controlada lanzó escombros que alcanzaron al especialista Mark Akerstream en la cabeza, matándolo. Otro técnico de efectos especiales murió al explotar un misil presuntamente inofensivo de La guerra de Charlie Wilson. Sienna Miller se quemó las tetas, literalmente, cuando su traje empezó a arder después de un fallo con la pirotecnia de G.I. Joe. El especialista David Holmes se partió la raspa tras ser derribado por una explosión mientras trabajaba en Harry Potter y las Reliquias de la Muerte...

Y si crees que la mala relación de los rodajes con la dinamita es cosa del pasado, de un tiempo en el que no se implementaban protocolos de seguridad durante las producciones, déjame decirte que el especialista Kun Lieu murió y su compañero Nuo Sun sufrió heridas terribles como resultado de una explosión durante el rodaje  en Bulgaria de Los mercenarios 2, en 2012. Si tenemos en cuenta que durante el rodaje de la secuela casi ahogan al pobre Jason Statham, no podemos evitar la tentación de concluir que la seguridad del personal no ha sido nunca una prioridad en esta franquicia.

En fin, que no nos vamos a extender más sobre este tema, que ya tenemos la entrada resuelta.

¿Qué lección sacar de esta entrada del Paratroopers?

Si eres o aspiras a ser director de cine, debes evitar las siguientes combinaciones:
1. Gilipollas y armas de fuego.

2. Materiales combustibles y llamas o explosivos.

3. Chuck Norris y filipinos.

4. Cineastas novatos, presupuestos limitados y calendarios de entrega irrealizables.

5. Actores y Cecil B. DeMille.

6. Actores y agua.

7. Leones y cualquier otro ser vivo.

8. Cineastas visionarios y entornos ecológicos degradados.

9. Armas atómicas y todo lo anterior.

10. Helicópteros y directores de cine.

Es decir, evita estas combinaciones si alguna vez quieres dedicarte al cine, que, como la literatura, ya te prevenimos que es una de las formas más absurdas de morirse de hambre.

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