viernes, 24 de febrero de 2023

No todo el mundo está preparado para tirarse en paracaídas

Hasta su muerte, debida a complicaciones por un infarto cerebral, en diciembre de 2021, Anne Rice escribió trece volúmenes de Las crónicas vampíricas (tranquilo, no te los tienes que leer todos; sólo los tres primeros merecen realmente la pena), tres de Las brujas de Mayfair, dos de Nuevos relatos de los vampiros, tres de Ramsés el maldito, sólo dos de su prometida y frustrada trilogía sobre Cristo, dos novelas de las Crónicas angélicas, dos de las Crónicas del lobo, cuatro de su serie erótico-homo-BDSMética La bella durmiente (bajo pseudónimo de A.N. Roquelaure), otras seis novelas unitarias bajo su propio nombre o bajo el pseudónimo de Anne Rampling (te recomendamos, querido lector, muy especialmente Violín y La noche de todos los santos), algunos cuentos y una autobiografía: Called Out of Darkness (algo así como «Arrancada de la oscuridad»).


Sólo de sus Crónicas vampíricas y de Las brujas de Mayfair, Anne Rice ha vendido más de 150 millones de ejemplares
(¡qué envidia nos da, rediós!). Así que nuestra amiga Anne era, definitivamente, una escritora de Best-Sellers con algo que muchos escritores de Best-Sellers no tienen: talento. Sus libros no sólo se venden como botellines de Solán de cabras en una discoteca rave, sino que el peor de ellos está mejor escrito, es más entretenido, tiene una historia mejor tramada y personajes más atractivos que la mayoría de la mierda que puedes encontrar hoy en día en las librerías.

De la larga y prolífica bibliografía de Anne Rice se han hecho varias adaptaciones para la pantalla. Exit to Eden fue llevada al cine en 1994 por Garry Marshall, con Dan Aykroyd, Dana Delany y Rosie O'Donnell en los papeles protagónicos. Cristo el señor fue adaptada en 2016. La noche de todos los santos se convirtió en un telefilm en 2001. Alexandra Daddario se ha metido en la piel de Rowan Fielding en la adaptación (a tenor de los indicios, libérrima), en forma de serie televisiva, de Las brujas de Mayfair.

Y, por supuesto, (no, no se me había olvidado) Neil Jordan llevó en 1994 a las pantallas Entrevista con el vampiro, adaptación del libro superventas de 1976 con Brad Pitt en el papel de Louis de Pointe du Lac (estuvo a punto de dejar el rodaje porque se deprimía con todos esos planos nocturnos), un casi irreconocible Tom Cruise en el de Lestat de Lioncourt, una jovencita Kirsten Dunst como Claudia y un imposible Antonio Banderas como Armand (el personaje es descrito como un adolescente en los libros). Y para los que no esperábamos una secuela de esta maravilla del cine finisecular, en 2002 nos lavaron los dientes con mierda con esa La reina de los condenados que se follaba por la oreja la novela homónima, con el desganado Stuart Townsend como Lestat y la pobre Aaliyah como Akasha. La maldita peli es más aburrida que intentar bailar la Constitución española y luce más barata que un condón de cemento.

(Y, encima, la pobrecita Aaliyah se mató durante la postproducción, en un accidente aéreo en las Bahamas).

Adolescente, sí, claro. ¿Y qué más?


La reina de los condenados fue, durante más de veinte años, la última aproximación cinematográfica al universo gótico de Anne Rice. Y menuda cagada de película. Rediós. Recuerdo que salí del cine queriendo darle un puñetazo a alguien. Entrevista con el vampiro es la única película que he ido a ver al cine cinco veces. A pesar de las licencias que se toma sobre la novela original, sigue reluciendo como una adaptación casi perfecta de material literario. La reina de los condenados la vi una vez en mi vida. Y tuve que pagar la entrada y el taxi para volver a casa porque el único cine en el que la daban estaba a tomar por culo de donde yo vivía y sólo la proyectaban en la sesión de las diez de la noche. Un tiempo, un dinero y unos kilómetros que ya no recuperaré jamás. El pobre Stuart Townsend incapaz de recoger la antorcha del Lestat de Tom Cruise. La pobre Aaliyah incapaz de convencernos de que es un superdepredador egipcio de cuatro mil años de edad. La desdichada de Marguerite Moreau intentando convencernos de que es una investigadora de La Talamasca. El pobre Matthew Newton intentando que no se le notase lo poco que se parece a Antonio Banderas. El pobre Vincent Pérez poniendo cara de «¿aquí cuándo se cobra?».

Hay muchas razones por las cuales fracasó La reina de los condenados. Introdujeron demasiados personajes y tramas a la vez y picotearon capítulos del libro homónimo y de Lestat el vampiro, su precuela nunca rodada (y que es casi una refutación a la totalidad del relato que Louis hace de Lestat en Entrevista con el vampiro), en un totum revolutum al que le habrían hecho falta cuatro horas de metraje para ser medianamente inteligible y que parece escrito por unos completos papanatas. Townsend, que es el único que parece medio tomarse medio en serio su papel, no consigue hacernos olvidar la magistral actuación de Tom Cruise ocho años antes. Los efectos especiales y las escenas de acción, que nos habían dejado boquiabiérticos y ojipalómicos en 1994, aquí parecen hechos a desgana y en el último momento (Parece que no les alcanzó para contratar de nuevo a Stan Winston). Con cuatro duros. Y hablando de parné: treinta y cinco millones de presupuesto, promoción aparte (algo menos de sesenta millones de hoy en día, con el ajuste de la inflación), costó este horror, y se quedó por debajo de los 45 millones y medio de recaudación mundial. Lo que, por generoso que seas con la contabilidad, en Hollywood toda la vida será un hostión total.


Con esa herida aún abierta y sin cicatrizar, la franquicia de Anne Rice se había vuelto radiactiva. En el mundo del cine vales tanto como ha recaudado tu más reciente fracaso de taquilla, y La reina de los condenados fue un moco de los gordos. No un guarrazo épico pero sí una panzada de las que duelen. De ahí que durante veinte años nadie se haya vuelto a atrever a intentar llevar a nuestras pantallas las historias de la autora de Luisiana.

Hasta ahora.

En 2016, Anne Rice anunciaba, extática, en su cuenta oficial de Facebook que la opción para la pantalla de su saga vampírica había caducado ya y, por lo tanto, los derechos habían regresado a sus manos y de inmediato, con la colaboración de su hijo Christopher, él mismo también escritor, empezaba a trabajar en una serie de televisión sobre Lestat y compañía. «A "Game of Thrones" style faithful rendering of this material», especificaba la autora. En mayo de 2020, AMC (los de la serie de The walking dead) anunció que acababa de llegar a un acuerdo con Christopher Rice para adaptar tanto Las crónicas vampíricas como Las brujas de Mayfair (de cuyos derechos ahora era titular a la muerte de su madre), en forma de sendas series para televisión y finalmente se han estrenado las primeras temporadas de ambas sagas.

Y me he enterado por los gritos.

Hay que admitir que la gente está tan desollada con el diluvio de propaganda woke que ya grita por todo, incluso por lo que no es susceptible de merecer un alarido de indignación.

Que no es que la serie de televisión de Entrevista con el vampiro no tenga cosas dignas de crítica, es que realmente me da la impresión de que los que más fuerte aúllan contra ella o bien no han visto ni un solo episodio o bien gritan por el gusto de gritar.

En resumen: la serie no es tan mala.

De hecho, la serie es realmente buena y, hasta cierto punto, una mucho mejor adaptación de la novela de Anne Rice que la película de Neil Jordan.

Pero la gente sigue gritando. Y no digo yo, insisto, que no tengan motivos para pegar algún que otro grito, pero me parece que están berreando demasiado fuerte y, en algunos casos, por los motivos equivocados.

A ver si me explico, oh amado lector:
"The vampire was utterly white and smooth, as if he were sculpted from bleached bone, and his face was as seemingly inanimate as a statue, except for two brilliant green eyes that looked down at the boy intently like flames in a skull."

«El vampiro era totalmente blanco y terso como si estuviera esculpido en hueso blanqueado; y su rostro parecía tan exánime como el de una estatua, salvo por los dos brillantes ojos verdes, que miraban al muchacho tan intensamente como llamaradas en un calavera.»
A ver... admito que esta descripción difícilmente se ajustaría a Jacob Anderson.
Encuentra las siete diferencias.

Sip, a mí también me ha cabreado un poco el color ligeramente oscurito de la piel de Louis en esta nueva adaptación de las novelas vampíricas de Anne Rice. Porque no es que no respete la descripción de Louis que se nos da en los libros, es que es directamente lo opuesto. Y que también hayan contratado a una actriz negra para interpretar a Claudia en la serie
(a Claudia apenas se la describe en los libros: niña de unos cinco años, muy delgada, largo cabello rubio, y vía) cabreará particularmente a aquellos que, como yo, sospechen que esa elección creativa, muy lejos de intentar representar la diversidad racial del sur estadounidense a principios de siglo XX, sólo tiene como propósito el «virtue signaling». Hacernos ver lo antirracistas, tolerantes y progresistas que son en AMC y lo viles, fanáticos y nazis somos los que entendemos que este blackface gratuito de personajes declaradamente blancos no añade ningún valor a la historia.

Pero poner a dos actores afrodescendientes en los papeles de Louis y Claudia no me molesta. En absoluto. La raza no es un factor definitorio de los personajes. Podría sin ningún esfuerzo transigir con este cambio de color.

De no ser, y esto sí me molesta, por el hecho de que capítulo a capítulo, a lo largo de Entrevista con el vampiro: la serie, me están recordando constantemente que Louis es negro. Como si eso tuviese puñetera importancia y acabo de decir que no la tiene. Podría olvidarme de que el Louis de la serie de 2023 no tiene el mismo tono de epidermis que el Louis de la película de 1994 y el de los libros de no ser porque cada vez que aparece en pantalla con uno o varios actores
anglosajones, los realizadores de la serie nos castigan con otro publirreportaje de lo jodido que es haber nacido negro y lo asquerosos y bárbaros y sistémicamente racistas que son los blancos.

La raza de Louis de la Pointe du Lac no podría importarme menos, pero a los responsables de la serie de AMC les repatea que no me importe. Quieren que me importe. Exigen que me importe porque, al parecer, el color de la piel de Louis es más importante para ellos que su personalidad, su biografía, sus relaciones con otros personajes o su papel en la historia, y por eso me han armado esta cantidad realmente abusiva de escenas en las que Louis es denigrado, amenazado o agredido por ser negro.

Hace tiempo que leí por última vez la trilogía canónica de Las crónicas vampíricas, pero hasta donde llega mi memoria la opresión de las minorías, el supremacismo blanco y los sufrimientos de los negros en Luisiana no formaban parte del argumento. Esas novelas, particularmente las dos primeras, son un grito de impotencia ante el abismo de la muerte, que unos personajes divorciados de cualquier idea de trascendencia espiritual, de la fe en Dios alguno y de la existencia del alma, rechazan de plano, arrojándose a los brazos de un materialismo tenebroso, de una carnalidad eterna como parásitos inmortales de su propia especie.

Anne Rice escribió Entrevista con el vampiro entre borrachera y borrachera durante lo más crudo de su fase atea, aún conmocionada y furiosa por la repentina muerte de su hija Michele, aquejada de leucemia. Entrevista... es un libro oscuro, nihilista, desesperado, sádico, deprimente, escrito por una madre que aún sangraba por la ausencia de su hija, pero la cosa racial como que no estaba por ninguna parte en los libros. Hasta donde yo recuerdo.

Lo que sí está en la novela es el hermano de Louis, un muchacho con una vena mística, quizá un poco trastornado, que se suicidó cuando Louis rehusó vender todos los bienes de la familia, como la mismísima Virgen María le había ordenado, y usar el dinero para restaurar en Francia el cristianismo, amenazado por la atea Revolución. Y en la serie rescatan a ese personaje, ausente en la adaptación de Neil Jordan, y, como en el libro, la familia de Louis responsabiliza a éste de la muerte de su hermano el tronado capillitas. Y, como en el libro, el hermano está hecho mierda, tiene visiones mesiánicas, se va a predicar la palabra de Dios al barrio de las putas y acaba autoesmochándose saltando de lo alto de un tejado. Y la familia de Louis sospecha que Louis tiene algo que ver con ello, que no fue suicidio, y le hacen la vida imposible por este motivo.
(En la película de 1994, son la esposa y la hija de Louis los que mueren, sumiéndole en una espiral de melancolía y autodestrucción).
En la subtrama del hermano de Louis, la serie de AMC es más fiel al libro que la película de 1994.

Lamentablemente, en lo que se refiere a los medios de vida de su familia, la serie vuelve a distanciarse radical e inexplicablemente del material que adapta.

En la novela, la familia de Pointe du Lac son terratenientes sureños. De Luisiana. Probablemente dueños de plantaciones y probablemente esclavistas.

En la película, no se llega a decir de dónde procede la fortuna de la familia.

En la serie, los Pointe du Lac fueron dueños de plantaciones de caña e ingenios azucareros, pero las leyes de Jim Crow les obligaron a malvender todo (no explican cómo ni por qué) y reinvertir el dinero en, no te lo pierdas, casas de juego ilegales y prostíbulos.

¿Qué es esto? Louis ha pasado de ser un terrateniente a un chuloputas. ¿En base a qué? ¿A su color de piel, como el de un pimp de thriller policial de principios de los setenta? ¿Qué aporta a la historia esta transformación del personaje? ¿Nada sutil venganza clasista del showrunner, que convierte en su ficción a un latifundista esclavista en un proxeneta? ¿Insinúan los guionistas que un negro de principios de siglo sólo podía trabajar de domador de putas y hombre de paja para casas de juego ilegales? Menuda colección de estereotipos. Sólo faltaría que me sacáseis a Louis comiendo pollo frito y quimgombó, escuchando jazz y bailando claqué... Oh, Dios, ¿por qué lo habré dicho en voz alta?
¿Cuándo aprenderé a cerrar la boca?

Qué estupidez.

En serio, qué maldita estupidez. Una frivolidad absolutamente engorrosa, gratuita e inútil.

Que tal vez sea el resultado de una de las decisiones creativas más cabreantes que AMC ha tomado (aparte de follarse por la oreja la historia original): trasladar la acción de 1791 a 1910. Supongo que por ahorrarse una pasta en vestuario y atrezzo. Pero al tomar esta derivada se han cargado la relación orgánica entre la figura del vampiro y el romanticismo cultural en el que se convirtió en personaje literario arquetípico, protesta contra la mecanización de la sociedad a la que empujaba el progreso de la razón y las ciencias, autoexaltación de la individualidad personal frente a la universalidad ilustrada, rebeldía contra la sociedad estamental y las convenciones burguesas.

La búsqueda de la oscuridad, las ruinas y la sordidez como protesta contra los nuevos ideales del Siglo de las Luces, el culto a la fantasía y la superstición frente a la razón y la ciencia, la entronización de lo folclórico y popular por encima de la engolada apoteosis de una cultura letrada dirigida por una élite intelectual, crearon las condiciones para que el vampiro pudiese conquistar un puesto de honor como personaje literario y alegoría de criatura nocturna, preternatural, encarnación de todas aquellas características irracionales y salvajes que la humanidad sacó a rastras del limo primordial y que, por grande que sean nuestros progresos como civilización, nunca nos abandonarán del todo.

Así que para mí ésta es la decisión más difícilmente defendible, salvo por motivos presupuestarios (hacer una serie de época cuesta un cojón y la yema de otro y, a fin y al cabo, una chaqueta de 1910 no es tan diferente de otra de 1940), de la serie de Entrevista con el vampiro. No la negrificación de Louis y Claudia, que me da bastante lo mismo, ni los cambios en el origen de la riqueza de la familia de los Pointe du Lac. No acabo de comprar la premisa de ese joven siglo XX en el que se ambienta la acción de la serie de AMC. No tengo la impresión de que los showrunners se hayan tomado demasiadas molestias en representármelo como un escenario congruente en el que que aparezcan vampiros.

Pero...

Casi nada de lo que acabas de leer, si has llegado hasta aquí, oh reverenciado lector con rostro de efebo, abdominales de atleta, olor a lavanda y sabor a Riley Reid, te habrá impedido notar lo flojillos que son mis argumentos contra Entrevista con el vampiro: la serie. No he usado mayúsculas, ni mayúsculas en negrita, ni blasfemias en lenguas muertas ni invocado una sóla vez a Sara Sampaio Dominátrix, mi Señora y Salvadora. Ninguna de las modificaciones hechas al cánon me ha impedido disfrutar la serie de AMC como si en la puta vida hubiese cogido en la mano un libro de Anne Rice o visto la película de 1994 porque este producto televisivo tiene un truco que me ayuda a disfrutarla a pesar de la derrrrrrrrrrrrrapada que la aleja de los libros y de la película de 1994. Y ese truco, esa premisa que hace menos cabreante su visionado queda establecida ya en el capítulo piloto, cuando Louis admite, enfrentado a la acusación de Daniel (Eric Bogosian, recibiendo el testigo del personaje de Christian Slater), que ha, digamos, «decorado» un poco su biografía en la primera entrevista y se pone en contacto con su amigo el escritor para escribir la versión definitiva, sin filtros, de su historia.

Y es ese carácter de «biografía autorizada», de «Elseworlds» de Las crónicas Vampíricas, de «Fan Fiction autorizada, respetuosa y congruente» de Entrevista con el vampiro lo que me hace tan palatables las licencias que los creadores de la serie se han tomado con esta nueva iteración del canon escrito hace más de cuarenta años por Anne Rice y me permite apreciar mejor sus innegables virtudes.

¿Lo cualo, perdón? Me lo repita.

Ah, no, no, no, en absoluto. Sam Reid hace un fabuloso Lestat de Lioncourt. No comete el error de intentar clonar la actuación de Tom Cruise en la película de Neil Jordan, sino que le otorga a su Lestat un alma propia, nueva. El de Sam Reid no es el Lestat de 1994, es el Lestat de 2022, y me encanta. Es el Lestat de los libros; caprichoso, seductor, temperamental, fascinante, epicúreo, manipulador, apasionado, impredecible, cruel y con un giro a lo Hannibal Lecter (hay una escena en el segundo episodio que está fusilada de El dragón rojo) que le aprovecha mucho.
Encuentra las siet... ¡Uh! ¡Si son casi idénticos!

Me ha encantado el Lestat de Sam Reid (al que hasta la fecha sólo habíamos visto en '71). Su aproximación al personaje es diferente a la de Tom Cruise en la película de 1994 y está a años luz de la del pobre Stuart Townsend, que creo definitivamente que no sabía dónde se estaba metiendo cuando firmó el contrato para La reina de los condenados. No importa si en algún momento empiezas a tener la sensación de que el personaje empieza a escurrírsele entre los dedos, porque en ese preciso instante Reid tendrá un arranque de genio, o matará a alguien a sangre fría con delicias de sadismo, y tú pegarás un salto en tu sillón y gritarás «¡coño, LestatSam Reid se las arregla para que reconozcas a Lestat en el más pequeño gesto, como a Gianna Michaels le basta con mostrarte sólo un píxel de de una de sus descomunales tetas para que la identifiques en el acto.
Y lo sabes.

Y los otros actores también me han gustado en sus respectivos papeles, que han hecho suyos. La Claudia de Bailey Bass no es la de Kirsten Dunst pero no da menos cringe que aquella y el Daniel de Eric Bogosian, con su trasfondo de alcoholismo, abuso de drogas, matrimonios fracasados y enfermedad de Parkinson, tiene mucha más profundidad y atractivo que el atónito testigo de la película fundacional.
Encuentra las siete... okey, vale. Es negra.

¿Entonces que a qué viene el título de la entrada? Viene a que algunos de los aullidos más fuertes que han llegado hasta mí a cuenta de esta serie denunciaban el obvio y nada disimulado mariconismo de los personajes de Lestat y Louis.

Joder, vosotros no os habéis leído los libros, ¿verdad? Pues al paratroopers hay que venir preparado. Toda, repito, TODA la dinámica de amo y vasallo, de maestro y alumno entre Lestat y Louis es la sublimación literaria de una relación homosexual y la propia Ann Rice lo confirmó numerosas veces a lo largo de los años. Es tan obvio para cualquier lector de las novelas adaptadas, tan conocido por cualquier bípedo con suficiente número de neuronas para ser capaz de reír y no cagarse encima al mismo tiempo, tan patético que alguien pretenda excomulgar el show de AMC señalando como propaganda gay surgida del teclado de un guionista sojas con pelo arcoiris, dilatadores en los lóbulos y un máster en Estudios de género lo que es precisamente uno de los más llamativos rasgos identitarios de la trilogía literaria original que ni siquiera voy a dedicar una palabra más a rebatirlo salvo éstas: «No todo el mundo está preparado para tirarse en paracaídas».

El que quiera entender, que entienda.
Ahí van dos que «entienden».

Hala, querido lector, vete a ver Entrevista con el vampiro: la serie si te gustan las novelas que adapta. A menos que te den cosica los vampiros, te revienten los homosexuales o seas un ofendidito de derechas que no ha cogido un libro de Anne Rice en su puta vida. En cuyo caso es mejor que no. Por lo de las perlas y los cerdos.

A fin y al cabo, no todo el mundo está preparado para tirarse en paracaídas.

Aunque ésta maravilla sigue siendo insuperable.
 

viernes, 10 de febrero de 2023

A different kind of journey

No es por no ir.

Si tengo que ir porque la situación lo exija, se va. Valore usted mismo, se lo dejo en sus manos. Respetos al máximo, en ese aspecto. A ver si se va a pensar que no quiero ir.

Si hay que ir, se va, porque es tontería siquiera pensarlo. Pero ir ahora mismo pa' na' es tontería, igual que le digo una cosa le digo otra.

No es por no ir.

Si tengo que ver Black Panther: Wakanda Forever porque la situación lo exija, porque los cuatro gatos que leen esta bitácora de mierda me lo piden, si tengo que ir y verla, se va. Respetos al máximo. Si tengo que ver esta película, que ya sin verla sé que me va a doler, la veo, porque es tontería siquiera pensarlo. Pero ir ahora mismo pa' na' es tontería.

Igual que le digo una cosa le digo otra.


Igual que le digo que podría haber escrito esta reseña sin necesidad de ver Blac panza guacanda foreba, y no habría sido muy distinta, le digo otra: me encantó la primera Black Panther. La película está muy lejos de ser perfecta, pero sus méritos compensan sobremanera sus carencias y mientras la veía desde mi butaca (porque fui a verla al cine y pagué mi entrada con mucho gusto, como un gilipollas que sigue amando el cine a pesar de los disgustos que la industria lleva diez años dándole, y gocé como un enano) en ese primer visionado no me di cuenta de sus vicios menos llamativos, porque estaba completamente atrapado por la ficción.

Igual que le digo que amo a Chadwick Boseman. Que me parece el casting perfecto para el personaje de T'Challa. Que su (temporal) muerte en Infinity War me dejó hecho mierda y que la, ¡ay!, muerte real y definitiva del actor, de un cáncer que no le impidió rodar cuatro películas físicamente muy exigentes entre ciclo y ciclo de quimioterapia, me dejó una herida que aún no ha cicatrizado.

Chadwick Boseman es mi héroe. Y está muerto. Y no volveré a verle jamás interpretando al rey de Wakanda. Y aún no me he repuesto de su pérdida, que probablemente nunca superaré.

Para mí, la franquicia de Pantera Negra murió con él. Una generación entera tendría que pasar para que otro actor pudiese tomar el relevo.

Pero Disney quiere pasta. A Disney no le importan las personas. Disney es una máquina que no puede detenerse, aunque no tenga ni puñetera idea de adónde va.

Si hay que ir, se va.

Disney quiere pastaaaaaaaa, así que hizo un Black Panther 2 que sólo podía ser un desastre porque habíamos perdido al actor que, a lo largo de cuatro largometrajes, había conquistado con su entrega, disciplina, profesionalidad y sacrificio, la máscara del héroe. Porque la herida estaba demasiado reciente para los actores que habían trabajado con él, para los espectadores que habíamos aprendido a amarlo, porque no tenía sentido un Black Panther sin Chadwick Boseman. No, al menos, antes de quince o veinte años, como tuvimos que esperar por Henry Cavill para que otro actor volviese a ponerse las mallas azules de Supermán con la dignidad con la que lo había hecho en su día el desaparecido Christopher Reeve.
We miss you, Mr. Reeve. We painfully miss you.

Era demasiado pronto para una secuela de BP. Pero la hicieron igual. La pasta es la pasta. Y, para mi sorpresa, este espanto cinematográfico ha recaudado más de 800 millones de dólares. Así que me temo que tendremos una Black Panther 3 con los mismos pútridos e insípidos ingredientes que ésta.
(Que no entiendo muy bien por qué ha cosechado esa morterada. ¿A toda esa gente que pagó una entrada para ver una película de Pantera Negra y les obligaron a ver dos horas y pico de película de Pantera Negra sin Pantera Negra pero con montones de mujeres racializadas, empoderadas y gritonas, un Namor que a plena luz es absolutamente irreconocible [y por eso nos resulta tan fácil llamarlo Namorl «El niño que cresió sin amor»] y lleno de masculinidad tóxica y, en los últimos veinte minutos de metraje, una, y lo digo con todo el cariño del mundo para Letitia Wright, a la que adoro, muestra de regalo de Pantera Negra de Hot Toys. A toda esa gente, digo, no les dio la sensación de que Marvel/Disney les había robado? Porque es lo que yo sentiría si me fuese a ver la próxima peli de James Bond y me obligasen a ver dos horas y pico de película de El Fary).

Y me pregunto si el hecho de que ni una sola serie Disney/Marvel, NI UNA, haya entrado entre las quince más vistas del año 2022 servirá como toque de atención para los desnortados pichafrías que deciden sobre los contenidos en la plataforma del ratón tiránico y alguien dará un buen golpe con los cojones en la mesa y dirá «¡se acabaron las mamonadas! ¡Más guion y menos propaganda!».


Y esta absoluta indiferencia por parte del público hacia los desfigurados programas trans-bi-racial-inclusi-woke de Disney lo sufre también, y no sabes amado lector lo que me jode alegrarme de que se estrelle una serie basada en la obra de uno de mis escritores favoritos, Los ladrillos del cagar, que a pesar de lo mucho que le comieron la polla a dos carrillos los pesebreros de costumbre, perjurando que era «la serie más vista en la historia de Amazon», es que ni siquiera es la serie más vista de Prime Video en 2022, que sigue siendo The Boys en el puesto 11. Que la sodomización pijoprogre con leche de almendra y azúcar de coco de la obra del pobre J.R.R. Tolkien hay que irse a buscarla a la categoría de «[Productos] originales», donde ocupa el puesto 15. Por detrás de trece títulos de Netflix (Stranger Things, Ozark y Wednesday en la santísima trinidad del podio) en la categoría de originales y habiendo perdido, en la lista general, contra REPOSICIONES de veteranas producciones como NCIS, Anatomía de Grey, Mentes Criminales, Supernatural ¡o Seinfeld! ¡Seinfeld, una serie de hace veinte años, ha sido más vista que el multimillonario capricho de Jeff Bezos!

Pero ir ahora mismo pa' na' es tontería.

Black Panther: Wakanda forever es un error. Es una burra muerta de glosopeda y ya putrefacta.

Creo, y espero que esto no suene contradictorio, creo que, puesto que la película se iba a hacer sí o sí, porque la participación en beneficios y el bonus semestral son la participación en beneficios y el bonus semestral y a los ejecutivos de Disney no se les paraban los símbolos de dólar en los globos oculares, la menos mala de las posibles decisiones, digo, habría sido fichar a otro actor. Sí, después de pontificar más arriba que Pantera Negra es Chadwick Boseman y lo seguirá siendo para toda la generación que se enamoró de él, creo que, puestos a hacer esta película, la decisión creativa menos traumática habría sido, definitivamente, fichar a otro actor para hacer de T'Challa/Pantera Negra. A fin y al cabo, y por dolorosamente pragmático que suene, es el personaje lo que importa, y no el actor que lo interprete.

Y si Marvel Studios puso de patitas en la calle a Edward Norton para luego fichar a Mark Ruffalo como Bruce Banner/Hulk y luego le hizo exactamente lo mismo a Terrence Howard, reemplazado por Don Cheadle en el papel de James Rhodes/War Machine (porque, aparentemente, los dos pedían más pasta y poder meter mano a sus diálogos y escenas), y los espectadores lo aceptamos con resignación y luego decidido entusiasmo; con mucha mayor justificación la compañía del ratón maligno podría haber buscando a un nuevo actor para reemplazar al que, ¡puto cáncer!, habíamos perdido a tan temprana edad, rompiéndonos el corazón a todos.

Habría sido la menos mala de todas las posibles alternativas dentro de la ya mala idea de hacer un BP2. Y no es que falten actores de color no sólo capaces de ponerse el traje de vibránium y la máscara, sino que sobran actores, incluso actores muy competentes, que han crecido viendo el «viaje del héroe» del personaje a lo largo de sus cuatro películas (Civil War, Black Panther, Infinity War y Endgame) y que considerarían un honor y un privilegio recoger la antorcha de Chadwick, el estandarte del más exitoso, amado y respetado superhéroe cinematográfico negro de los últimos  veinticinco años (dejando aparte a sidekicks como El Halcón,
el Luke Cage de Netflix y siniestros totales como la película de Spawn) después de lo bien que los de Marvel la cagaron con Blade, una película que podría haber sido el inicio del universo cinematográfico Marvel, DIEZ años antes de Iron Man, pero que acabaron dejando morir como franquicia, como ejemplo de cine de superhéroes adulto, hecho por adultos y para adultos, y como cuña con la que abrir el mercado cinematográfico a ese género fílmico de superhéroes del cual, según Kevin Feige, la gente nunca se cansará.
(Obviamente, lo que las declaraciones de Feige sugieren es que las métricas privadas de la industria empiezan a sugerir un hartazgo del público hacia el género de superhéroes, y por eso lo sacan a él diciendo «nothing to see here». Humildemente creo que se han equivocado al interpretar los datos. Que aquello de lo que la gente se está empezando a hartar es del mal cine, de superhéroes o de cualquier otro género. Y es que los fans del cine en general, y de los superhéroes en particular, nos hemos tenido que comer en los últimos años tres HORROROSAS temporadas de Batwoman, a cada una peor que la anterior, Thor: horrorl y parodia, una segunda temporada de The Witcher que acabó con Henry Cavill saliendo por la puerta de servicio de Netflix, la tardía y cinematográficamente quebrada Black Potorrow, Doctor ¿Me Tomas El Puto Pelo? En El Mundo Del Feminismo Interseccional, Ms. Sóloelprimercapítuloeramediodecente, Los Externos, Wonder el consentimiento es sólo para hombres y yo a este macizorro lo violo porque me da la gana que para algo soy una Woman de 1984, y, ouh, Dios, prepara vaselina, ♫ Abooooogadaaaaa solteeeeeraaaaa, practica mucho el seeeeexoooo ♫).
¡Hasta le han puesto las alitas en los pieses!

Respetos al máximo, en ese aspecto. A ver si se va a pensar que no quiero ir.

Otra vez: recastear (perdón por el barbarismo) a Pantera Negra/T'Challa habría sido la menos mala de la ya de por sí mala decisión de hacer BP2.

Pero no.

Igual que le digo una cosa le digo otra.

Lo que los comités de Disney han hecho es matar a T’Challa.

Y, Sara Sampaio Dominatrix dame fuerzas, lo matan fuera de cámara.

Por Dios.

No era suficiente con hacer revivir a los actores que conocieron a Chadwick Boseman, que trabajaron con él, que llegaron a amarle, el trauma de su enfermedad y fallecimiento. Me recontracago en la archiputa suprema del fornicaverso, que si yo, que no le conocí en persona y durante la exposición del logo de Marvel, con esa composición de escenas del pobre Chadwick en su paso por el MCU, empecé a llorar como un mariquita, ¿qué pudo suponer, para todos sus amigos y compañeros de rodaje volver al trabajo sin él y tener que darle a su personaje cinematográfico esta puta mierda de final falso de los cojones podridos de Belcebú?
Más culos por minuto de metraje en ese trono que en el de Westeros.

Pero, vamos a ver, miserables hijos de cuatrocientos millones doscientas setenta mil veintiocho putas bisiestas y media, si no queríais hacer un deepfake, que eso cuesta pasta, o montar digitalmente y de mala manera la cara del pobre Chadwick en el cuerpo de un especialista, como hicisteis con la pobre Olga Kurilenko (en el cuerpo de un tío) en Black Widow, o si queríais, pero es que ya casi ninguna empresa de CGI está dispuesta a trabajar para vosotros, ¿no habría sido más fácil ponerle el traje y la máscara de Pantera Negra a un doble de acción, inventarse unos problemas de radio para justificar que no oigamos su voz (aunque las IAs modernas están logrando cosas realmente sorprendentes, como ya oímos en Top Gun: Maverick), y «matar» al personaje luchando, herido de muerte en combate con un enemigo poderoso, sacrificándose por salvar a un inocente? Joder, cago en san Pitopato, ¿tanto os costaba, malditos mierdasecas, darle a T'Challa la muerte de un héroe?

Pero no. A T’Challa lo mata una «undisclose illness». La. Madre. Que. Os. Parió.

Pobre Angela Bassett, pobre Letitia Wright, pobre Lupita Nyong'o, pobre Danai Gurira, pobre Winston Duke, pobre John Wats... eeeh pobre Martin Freeman. Obligados por contrato a colaborar en esta profanación del cadáver de un amigo.

Valore usted mismo, se lo dejo en sus manos.

No es por no ir.

Si tengo que ir porque la situación lo exija, se va.

Pero ir ahora mismo pa' na' es tontería.

Black Panther: Wakanda Forever, dedica sus primeros minutos a matar a su protagonista. Y a matarlo de la peor manera.

¿Y qué se nos ofrece durante las dos horas y media de metraje restantes de este repulsivo y mal concebido acto de necrofagia cinematográfica?

Valore usted mismo, se lo dejo en sus manos:

Mujeres hablando de que hay que pasar página, pero no puedo, pero hay que pasar página, pero es que no puedo, pero es que hay que pasar página, «I'm not doing this, mother»; pero ¿no era uno de los dogmas del feminismo que las mujeres, a diferencia de los hombres, sí son capaces de mostrarse vulnerables y hablar de sus sentimientos? ¿Y por qué Shuri no es capaz de
mostrarse vulnerable y hablar de sus sentimientos?¿O sea que en BP2 tenemos a personajes femeninos hablando como tíos?

Namorl «El niño que cresió sin amor» pide ayuda a Wakanda por el lío en que T'Challa los ha metido al revelar  mundo la existencia del vibránium, del cual Atlant... Talok... Namorlia tiene importantes reservas, y la reina Ramona, perdón, Ramonda se le pone toda chula, toda Karen mode enabled, convirtiendo una embajada pacífica en un ultimátum. Pero eso sí, la reina Ramona, perdón, Ramonda, ha quedado de un empoderado que te cagas.

¿Winston Duke haciendo «cui, cui, cui», como un macaco en celo? ¡NO ME JODAS! ¡Pero esto QUÉ ES!

Diálogos de mierda, más diálogos de mierda, bla, bla, bla, chistes sin gracias, diálogos de mierda...

No es por no ir.
¡Acero pa' los barcos!

Presentación de Riri Williams, y al parecer a nadie se le ha ocurrido que meter a otra chica negra, genio de la ingeniería y decisiva para el argumento (aunque al final no tanto), difumina, emborrona y básicamente ENMIERDA el papel de la pobre Letitia Wright en esta secuela tan innecesaria como mal hecha, quitándole su parte de protagonismo en la película. Por no mencionar que Riri Williams fusila casi los mismos planos de Tony Stark durante el desarrollo
y primera prueba de vuelo de la armadura Mark II. Metraje reciclado, de una pereza encabronante, aburrida y ofensiva. Iron Man ya se ha rodado y Tony Stark no hay más que uno. Y es blanco y tiene pene.
(Riri Williams, que, de haber sido convenientemente presentada habría merecido una película o una miniserie propia, aunque su andadura como personaje de cómics y posible reemplazo étnico-vaginal de Tony Stark porque techo de cristal, porque Black Lives Matters, porque REPPPPPPRESENTEISHON, haya sido un desastre que ya ha tocado a su fin; no sólo se chotea de la cabeza afeitada de Okoye y se apropia del protagonismo de la pobre Shuri, es que no es más que un plot device, el ya resudado «la joven muchacha racializada y con talento especial que es la clave de la trama pero tampoco mucho» de Dr. Strange en el multiverso de la locura y Ms. Marvel y, en menor medida, la Eco de Hawkeye. Bazofia reciclada sobre bazofia reciclada).
Niñata del carallo con una pataleta, más diálogos de mierda, guionistas convencidos de que las mujeres poderosas gritan, hacen aspavientos y putean a otras mujeres (¿lo de ridiculizar a las señoras por su aspecto no era body shaming, herramienta misógina del falocéntrico heteropatriarcado opresor?), rompen cosas, más diálogos de mierda, bla, bla, bla. ¿Cómo sabían los talok... atlant... esteee namorlianos dónde encontrar a Okoye, Shuri y Riri? Ahora que lo pienso, ¿cómo coño sabía Namorl «El niño que cresió sin amor» que la máquina detectora de vibránium la había fabricado una niña de una universidad norteamericana? ¿Está suscrito a los boletines del MIT allá abajo, en las profundidades del oséano?

Si tengo que ir, se va.

Mujeres negras gritando, mujeres victimizándose, la reina Ramona, digo Ramonda, degradando a Okoye por no haberle echado un par de pelotas e impedido que los atlant... estee namorlianos se llevasen a Shuri, y recordándole lo mucho que sufrió cuando Killmonger se hizo con el trono y las dora milaje, como es su deber, se constituyeron en guardia de honor del nuevo rey (y es que las leyes y tradiciones sólo nos gustan cuando nos benefician a nosotros), con lo cual su castigo suena a venganza fruto del rencor. El hombre blanco colonizador ofreciéndose a ayudar a unas amigas en apuros pero siendo ghosteado porque sororidad, porque poder uterino, porque is taim for Africa, porque no vamos a permitir que un peneportador nos quite protagonismo aunque estamos desesperadas, nunca hemos sido más débiles y llevamos casi una hora de metraje cagándola a base de bien, de cagada en cagada y cago porque me toca. Y ahora nos vamos a buscar a Nakia, el personaje de Lupita Nyong'o, porque lo que cuatro mujeres racializadas no han sido capaces de hacer, seguro que la quinta lo consigue con un golpe de su étnico potorro. ¡Guacanda foreba!

Pero ir pa' na' es tontería.

Mierda expositiva de propaganda anticolonialista y falaz, la enésima vuelta de sacacorchos a la antihistoria del conquistador español genocida de los pueblos indígenas, «¡ay qué malo es el hombre blancoooooooo!», como si a los españoles nos hubiese importado alguna vez el color de la piel de las madres de nuestros hijos o si los apologetas de los imperios genocidas y tiránicos como el maya y el azteca, con 18 fiestas al año en las que se sacrificaban, de media, 50 000 seres humanos (de los cuales los niños de menos de un año se reservaban al dios de la lluvia, que se conoce que los prefería tiernecitos), estuviesen imbuidos de alguna superioridad moral; como si no existiesen las leyes de indias, que otorgaban a los indios los mismos derechos que cualquier otro vasallo de la Corona de Castilla, como si hoy en día en las antiguas colonias españolas en América no hubiese millones de descendientes de aquellos indios, muchos de ellos celadores de su lengua e historia nativas, como si los habitantes de las ex colonias inglesas pudieran decir lo mismo. Le sigue tremenda mierda de videoclip de National Geographic «la vida bajo el mar», y el tiempo pasa, plano a plano, y realmente no está sucediendo nada en pantalla y la película es un puto ñordo y vuelvo a llorar por el pobre Chadwick Boseman.

Más mierda anticolonialista, más «¡penitenciaguite, hombre blanco, que vienes a nuestro país a llevarte nuestro oro y petar nuestros mejores chuminos!», y como yo no tengo ningún sentimiento de culpa por haber nacido hombre, varón y blanco y no voy a consentir que nadie me lo inculque (y mucho menos la megacorporación sin alma que filmó la versión de imagen real de Mulan al ladito mismo de los campos de concentración del gobierno chino para musulmanes uigures, ¡y aún tuvo el cuajo de agradecer en los créditos finales la cooperación del gobierno de Xinjiang!), le doy para adelante a la peli porque es que esto no hay Cristo que lo soporte sin cocaína y huuuuuy la reina Ramona, digo Ramonda, amenazando a Namorl «El niño que cresió sin amor» con revelar su existencia a los americanos y Namorl «El niño que cresió sin amor» diciendo que Shuri se queda en Atlant… Talokan… o sea Namorlia porque se le pone a él en sus amerindios cojones y que si los gringos se enteran de su existencia o ve un barco wakandés cerca de sus fronteras mata a Shuri, a Riri y hasta a la rubita pechugona del Starbucks que le lleva su mochaccino de comercio justo con leche de soja y estevia.

¿Podrían haberse esforzado un poco más estos dos reyes de sendos imperios por no comportarse como gangstas mierdosos de bandas de Los Ángeles y un poquito más para aparentar que son estadistas prudentes y preocupados por el bienestar de sus súbditos? Y mira que el Submariner de los cómics es orgulloso, temperamental, demagogo e impulsivo, mira que ha le ha declarado de veces la guerra a la superficie (para acabar siendo derrotado, o disuadido, por Reed Richards, Los Vengadores o Spiderman) a cuenta de alguna chuminada que se habría resuelto con una llamada de teléfono si Atlant… digo Talo… digo Namorlia tuviese embajada en Nueva York pero, cojona, que es que no lo veo, que el carácter de este tío emplumado y lleno de piercings se parece casi tanto al Namor de los cómics como yo a Henry Cavill recién salido de una ducha de agua helada.

Es tontería siquiera pensarlo.

Y ooouh, ¿de verdad aún falta una hora de metraje? Aaauuuh, Dioooos, y ahora va
Winston Duke y se golpea el pecho como un gorila aaaagh, joooodeeeeer. Y Namorl «El niño que cresió sin amor» lanza otro ultimátum, y ya no sé cuántos van, «¡o conmigo contra los de secano o yo contra vosotros y luego contra ellos!», perpetuando el tópico de que el peor enemigo de la gente oscurita de piel no es el colonialismo europedo, el heteropatriarcado opresor ni el capitalismo interferométrico sardanapálico, sino la otra gente de color, con lo cual esta película está lanzando un mensaje y el contrario al mismo tiempo: «blancos caca, negros más caca aún».

Y aún queda casi una puta hora, auuuh. ¡Sara Sampaio, dame fuerzas!
«Ánimo, que ya falta menos».

«Los wakandosos son buena gente porque no han usado su tecnología para sojuzgarnos porque eso es exactamente lo que habríamos hecho nosotros si tuviésemos vibrano, digo vibránium». Sí, claro, obvio, que diría un argentino, pero ¿quién ha escrito esta mierda que parece la justificación de una mujer maltratada? «Sé que me quiere mucho porque hace seis meses que no me da de hostias».

Se lo dejo en sus manos. Respetos al máximo, en ese aspecto.

Aburriiiiiiiiiiida secuencia de la construcción de la armadura de Ironheart y las investigaciones de Shuri por replicar en laboratorio la planta mágica psicodélico-superferolítica que da poderes escarolitrópicos-gimnésicos y que Killmonger destruyó en la primera Black Panther, todo con intrascendentes conversaciones femeninas intercaladas; y una secuencia que en Iron Man es PURRRRRRRA ÉPPPPPPPPICA aquí es EL RECONTRACOÑAZO ULTRASUPREMO y no, no estoy intentando hacer un juego de palabras.

Me levanto a cagar. No paro la película. ¿Para qué?

Vuelvo de desahuciar al topo. Shuri, al parecer, ha tomado la droja sintética del Quimicefa que inventó y, en vez de turbomorirse, tiene una experiencia extracorpórea, ve al difunto Killmonger, que le dice que el fallo de T'Challa es que era demasiado noble y no estaba dispuesto a hacer lo necesario para proteger Guacamola, digo Wakanda. Eeeeh, ¿cómorl?

Igual que le digo una cosa le digo otra.

Shuri entra en escena, blackpanthereada (y eso que de niños nos decían que las drogas eran malas), y es el único momento, en toda la puta película, en el que siento un poco de gustirrinín, y entonces voy y me imagino al pobre Chadwick Boseman sonriendo desde el cielo y empiezo a llorar como no he llorado en mi vida desde que Ashlynn Brooke dejó el porno.
Deutschland!

Y va Shuri y me jode este momento de recogimiento, de duelo y recuerdo con un discurso gritón de Charo rabiosa y ávida de venganza.

Y aún falta puta media hora laaaaaaaaaaarga como un plano a cámara lenta de Zack Snyder de los que, por cierto, hay bastantes en esta película. Huy, perdón, quería decir «demasiados».

Ooooooooh, Dioooooooooos, noooooooo, ¡el puto plano Power Rangers! ¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAH!
Compara esta mierda baratiuska...

No es por no ir.
...con este plano ÉPPPPPPPPICO.

EsPUTOspera. ¿Que no hay una Ironheart sino mire usté lo que representa tres, dos de ellas dora milajes caídas en desgracia, vamos Okoye y la otra calva random? ¿O sea que me sacas a Riri Williams para quitarle protagonismo a Shuri y ahora le quitas protagonismo a Riri con estas otras dos armaduras voladoras? ¿Dónde dices que te dieron el título de guionista de cine? Porque seguro que la chupas de cine, amor.

Ah, claro, después de comerse la flor mágica del vaginismo interseccional, Letitia Wright, que debe de pesar lo que dos alitas de pollo sin rebozar, puede darle de toñas a Tenoch Huerta, que está más mamado que el cipote de Keith Richards.

Ah, bueno, la moraleja sobre la destructora persecución de la venganza si está bien, mira. Lástima que sea la guinda de un pastel de diarrea de vaca porque, encima, vuelve a ser material reciclado. En este caso de Capitán América: Guerra Civil, de la escena en la que T'Challa decide perdonar la vida a Zemo e incluso impide que se suicide.
Yibambe!

Y básicamente todo lo que sucede en Wakanda forever a partir de aquí me importa una higa. Porque esta falsa secuela, escrita por completos cagabandurrias que en su puta vida han cogido un cómic en la mano, que se han pulido doscientos millones de dólares y desaprovechado miserablemente el talento de bestias pardas de la interpretación como Angela Bassett, Lupita Nyong'o, Michael B. Jordan, Danai Gurira o Bilbo Bols... Martin Freeman, me resbala por mis peludos cojones de escritor, cinéfilo y lector de historietas con cuarenta años de saltos de combate en mis charreteras.

Y ahora que lo pienso, todo lo que precede a este tercer acto también me la bufa a dos carrillos.
Si tengo que ir porque la situación lo exija, se va.

Qué dolor.

Qué dolor.

¡Y la escena post-créditos y su transparente pretensión de manipular mis sentimientos, esa escena absolutamente estúpida y que, apuntando con un pene al futuro de la franquicia, manda a mamarla a parla todo el GAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAL PAUA construido a lo largo de estas interminables dos hostias y mierda, digo dos horas y media!
¿Dije dos alitas de pollo? Más bien una y media.

Pobre Angela Bassett, pobre Letitia Wright, pobre Lupita Nyong'o, pobre Danai Gurira, pobre Winston Duke, pobre Bilbo Bols... eeeh pobre Martin Freeman, nuevas víctimas inocentes de la imbecilidad woke de comités sin talento ni redaños.

POBRE Chadwick Boseman.

Le echamos de menos, alteza.

Wakanda forever.

No es por no ir, Disney.

Pero ir ahora mismo pa' na' es tontería.

Igual que le digo una cosa le digo otra.
«Death is just a different kind of journey... to the land that I am king of».

T'Challa, rey de Wakanda. Secret Wars Nº 7.