domingo, 24 de enero de 2021

El inesperado regalo de la mediocridad

 El año pasado hablamos en la bitácora del venenoso concepto del «escritor putilla», usease el escritor maniatado por los caprichos de sus narcisistas lectores y obligado, desde la perspectiva de esos mismos lectores, a satisfacer su insaciable apetito de nuevas obras. Ese «escritor putilla» estaría moralmente obligado a respirar, comer, cagar y follar por y para las necesidades de su público, y eso implicaría ni follar ni cagar ni comer y ni siquiera respirar, sino escribir, escribir, escribir y escribir, y sobre todo publicar, para que a sus egoístas lectores no les falte su marca favorita de farlopa.

Como si yo pretendiese la misma devoción al deber de la pobrecita Riley Reid, sirena venérea oficial de esta bitácora.

¡No somos dignos! ¡No somos dignos!

Y a ver si nos entendemos; aunque puse de chupa de dómine a todos esos cabritos que se creen investidos del derecho a exigir que su escritor favorito les de la gratificacción que esperan, puedo entender, hasta cierto punto, su impaciencia. A fin y al cabo, y por hablar sólo de Patrick Rothfuss y GRRRRR Martin, hace diez años que llegaron a las librerías El temor de un hombre sabio y Danza de dragones, dejándonos con un sabor agridulce: aunque disfrutamos (algunos lectores más que otros) de esos libros, nos quedamos sin una sensación de plenitud, pues la trama principal de ambas series continuaba inconclusa y no sabíamos nada nuevo de ella.

Yo también quiero echarle mano a Las puertas de piedra, Vientos de invierno y Sueño de primavera. A mí también me parece que se están retrasando mucho y me gustaría haberlos leído ya. Pero por encima de todo quiero que sean buenos libros, les lleve a sus escritores diez o veinte años acabarlos. La Crónica del Asesino de Reyes, particularmente (a Canción de fuego y hielo le estoy cogiendo un poco de manía, desde hace un par de volúmenes), ya se ha convertido en uno de mis libros favoritos y odiaría que el volumen final que cierra la saga fuese una decepción. No quiero otro Quijote de Avellaneda.

Y la presión para entregar la conclusión de sus sagas que, no te quepa duda, tanto Rothfuss como Martin sufren "on a daily basis", que diría un guiri, tiene, a mi modo de ver un único culpable (una ves asumido que el lector promedio es un imbécil y un engreído) y sólo uno: el éxito de que ambas series (con matices en el caso de Martin) gozaron desde un principio. Sí. Tal cual suena.
El abuelete que nos cuenta cuentos de dragones y putas.

A GRRRRR Martin el éxito de su Canción de fuego y hielo le pilló más bien tirando a crecidito. Martin ya era conocido entre los gordos alopécicos que leemos ciencia-ficción y fantasía, pero aún no había pegado el pelotazo, todavía no se había sacado la verga y partido a pollazos la mesa de su editor al grito de «¡enséñame la pastaaaaaaaaaa!» Autor de obras cortas a lo largo de la década de los 70, ganador de varios premios Hugo y Nebula, cerró la década de los 80 con una novela de éxito, Muerte de la luz, y luego se comió una hostia con su cuarto libro El rag del Armageddon. Pasó el resto de los 80 y primera mitad de los 90 trabajando como guionista para series de televisión y editor de Wild Cards, una  antología de superhéroes ambientada en unos imaginarios Estados Unidos post-Segunda Guerra mundial que nació de una larga campaña para el juego de rol Superworld escrita por el propio Martin. También fue en esta época que escribió Los viajes de Tuf, que no tienes excusa para negarte a leer ya mismo.

Para cuando GRRRRR se cansó de Jolibúz, regresó a la literatura a tiempo completo y escribió Juego de tronos, nuestro barbado y papado autor favorito ya casi había deshojado cincuenta tacos de calendario, había conocido el fracaso y no tenía en realidad nada que demostrar como autor. Juego de tronos, la primera novela de Canción de fuego y hielo, cosechó un gran éxito de crítica y público, pero conviene matizar lo que se entiende por «gran éxito» en un género tan de nicho, tan denostado y lleno de mierda abominable como el de Fantasía épica o Espada y brujería (o como quieras llamarlo, ¿«poligoneros ciclados en taparrabos y zorrupias con bikini de  cota de malla»?). Juego de tronos ganó el premio Locus de 1997 a la mejor novela de fantasía, estuvo nominada para el World Fantasy Award y el Nebula de ese año y hay que esperar al 2003 para verle ganar el Ignotus, entregado por la Asociación Española de Fantasía, Ciencia Ficción y Terror, a la mejor novela extranjera.

Es un currículum impresionante, pero ¿qué significa exactamente? ¿Cuánta popularidad crees, amado lector, que supusieron para la novela todos esos galardones? ¿Recuerdas haber visto abrir algún telediario de este país con la relación de premiados del Hugo o del Nebula? ¿Cuántos ejemplares extra crees que logró vender la novela gracias a haber conseguido todos estos premios? ¿Cuánta gente fuera de los círculos endogámicos de pajilleros miopes supones que se enteró del palmarés de Juego de tronos y corrieron a comprarse un volumen, picados por la curiosidad? Sal a la calle, interroga a veinte personas random, a cien, a mil, y probablemente la mitad de ellos podrá recitar de memoria los nombres de una docena de actrices porno, pero me llevaría una grata sorpresa si un sólo peatón logra explicarte qué coño son los premios Hugo o los Nebula o si se sabe el nombre de un galardonado con cualquier de ellos.

Para cuando en 2011 HBO estrenó la primera temporada de la serie de televisión basada en Canción de fuego y hielo y Juego de tronos entró a lo cafre en la lista de best-sellers del New York Times, GRRRRR Martin iba por el quinto (y hasta la fecha, último) volumen, Danza de dragones, y ya tenía sesenta y tres añazos, que no se los salta un ornitorrinco hasta las trancas de dexedrina. Al año siguiente, entró de cabeza en la lista Forbes de autores más vendidos con un patrimonio estimado de doce millones de dólares y unas ventas, sólo en ese año, de en torno a los ocho millones de ejemplares.

A ti te pilló por sorpresa el éxito de Canción de fuego y hielo. A GRRRRRR Martin también. Para ti es un éxito fulminante, repentino. Para él es el colofón a toda una vida de trabajo duro. Tú crees que esto de hacerse millonario vendiendo libros sobre tetas, espadas y dragones es coser y cantar (y por eso de repente hay tantos clones de Canción de fuego y hielo y tantos editores reclamando libros parecidos a estos y tantos autores dispuestos a aprovechar el filón, aunque sea de refilón, y sí, es un juego de palabras). GRRRRRR Martin sabe lo que cuesta ganarse los garbanzos, y también que, a veces, no puedes ni llegar a los garbanzos y tienes que subsistir a pan y patés del Mercadona, de esos que están a punto de caducar.

La percepción de que Canción de fuego y hielo tuvo éxito desde un principio, asunción muy relativa y básicamente falsa, es lo que autoriza a algunos gilipuertas a considerar a GRRRRR Martin su escritor putilla personal. El hecho de que sea mentira, además de toda una vida de trabajo, es lo que permite a Martin, que está gordo, viejo, enfermo y se morirá el día menos pensado, sortear las reclamaciones de sus lectores más groseros con un «¡como me sigáis tocando los cojones, estrello un puto meteorito en Poniente y los convierto a todos en petróleo!»
«Dale, dale, que a lo mejor cuela».

En su propio caso, el pobre de Patrick Rothfuss lo tiene bastante peor. A fin y al cabo, GRRRRR Martin vive, y vive bien, y desde al menos 2012 incluso de puta madre, de escribir, pero Rothfuss, a menos que me fallen las fuentes, sigue subsistiendo de su trabajo de profesor adjunto de literatura inglesa en la universidad de Bizcochin (sí, he escrito «Bizcochin» ) y escribiendo por placer en los ratos libres, y, para acabar de amargarle la existencia, Rothfuss sí conoció el éxito editorial desde el principio y con su primer libro.

A lo largo de los años 90, mientras estudiaba y compaginaba los más extraños trabajos para poder pagarse la carrera, Rothfuss escribía, estafándole horas al sueño, una extremadamente laaaaaaarga novela de fantasía llamada La canción de la llama y el trueno (parece que de canciones va la cosa de hoy), un mamótreto impublicable al que sus amigos simplemente llamaban «El Libro». Así, en mayúsculas y sin condón. Más o menos en la misma época en la que consiguió su trabajo a media jornada en Stevens Point, Rothfuss empezó la ronda por las editoriales y la cosecha de cartas de rechazo. Nadie estaba interesado en aquel leviatán. Nadie quería publicarlo. Ningún editor mostró interés alguno.
Pero Patrick porfió, ¿eh?, como los grandes.

Frustrado, en 2002 Patrick extrajo un fragmento de su novela-río, le dio forma de relato corto, le puso de título El camino a Levinshir y ganó el WOTF, que no es una palabrota ni nada que me gustaría hacer con el carallo mientras tu madre mete la ropa en la secadora, sino el Writers of the Future Award, un premio instituido por L. Ron Hubbard, el panfletero (llamarle escritor es devaluar el oficio) creador de la Cienciología. Como a todo agente literario y editor le gusta apostar a la ruleta cuando la bolita ya se ha parado en un casillero, este premio atrajo el interés de DAW Books (ahora sello de Penguin), que compró la novela completa, recomendó a Rothfuss dividirla en tres partes, le puso de nombre a la trilogía Crónica del asesino de reyes y publicó el primer tomo, El nombre del viento, en 2007.

¡Pum! Pelotazo instantáneo. Ese mismo año ganó el premio Quill a la mejor novela de ciencia-ficción, trepó a la lista de best-sellers del NYT y Amazon lo seleccionó entre sus diez «joyas ocultas» de 2007. Y la continuación, El temor de un hombre sabio, publicada en 2011, no contribuyó a mejorar la presión arterial del pobre Patrick: de cabeza al primer puesto de la lista de libros más vendidos del The New York Times y al segundo puesto de la del The Times. Éxito clamoroso. Vítores de la crítica. Primeros rumores de una adaptación a la pantalla, grande o pequeña (rumores que de momento se han quedado en nada)...

...y primeros niños-rata pillándose perrenchas porque Rothfuss tarda mucho en escribir el tercer libro. ¡Qué poca consideración, la del barbas mugroso, para con sus delicados sentimientos!
¡Coño, mi primo!

Y es en este apartado del negocio literario donde estimo que, quizá, Brandon Sanderson esté psicológicamente mejor armado que Patrick Rothfuss para afrontar las ansias vivas de sus lectores.

Porque Brandon Sanderson empezó siendo un escritor mediocre.

No, no. Borra ese ceño de mal cagar. El propio Sanderson es el primero en admitir que era un autor de tercera regional y que sus primeros libros eran malísimos. Elantris (2005), su primera novela publicada, era la sexta, de trece, que había escrito, todas decepcionantes y rechazadas por cuanto editor en lengua inglesa ha parido madre y también por los que nacieron de esporas.
«Era un escritor terrible. Estaba convencido. Desde un punto de vista de la artesanía, estaba muy por detrás que cualquier otro de mi generación».
El lento, progresivo trayecto de Sanderson hacia la fama y el éxito editorial, le ha dotado de mejores armas mentales para soportar a los niños-rata que quisieran verle convertido en su escritor putilla. Además, ese rosario de obras menores, de primeros intentos frustrados, de prueba y error, ha sido para Sanderson el equivalente a unas oposiciones a Notarías. Ha aprendido de sus fracasos. Ha tenido tiempo para labrarse su propia voz. Ha descubierto que, por encima de las tendencias del mercado y las exigencias de sus editores y de su público, su integridad como autor es su vara y su cayado.

Así fue como Sanderson, el lector que se rindió con El señor de los anillos, acabó escribiendo Elantris y la serie de Nacidos de la bruma (entre otras cosas), o sea convirtiéndose en uno de los autores de fantasía épica más respetados y más vendidos: gracias al inesperado regalo de la mediocridad.
La primera trilogía es, para mí, perfecta.
«[...] tus cinco primeras novelas van a ser malas; así que escríbelas cuanto antes».
Tiene cojones. Yo también leí ese consejo en alguna parte (¿en Mientras escribo, de Stephen King, quizá?) y tampoco recuerdo dónde. Lo que importa es que Sanderson se lo aplicó desde el minuto uno. Buscó un trabajo alimenticio que le permitiese pagar las facturas y le dejase muchos ratos muertos para escribir (recepcionista de un hotel en turno de noche) y, en nueve años, parió trece novelas (¡y yo que me sentía muy macho aquel año que acabé dos libros!). Por supuesto, eran horribles. Por supuesto, intentó publicarlas. Por supuesto, fueron rechazadas. Por supuesto Sanderson volvió sobre ellas una y otra vez, corrigiendo lo que sospechaba que no funcionaba, recortando tramas, alargando otras, aunque los mismos editores no sabían lo que querían de esos libros, ni cómo hacerlos funcionar. Ahora le pedían que escribiese como GRRRRR Martin (que era lo que lo estaba, y lo sigue, petando), esperando así reinventar la fórmula de la Coca-Cola, ahora se quejaban de que sus novelas eran muy largas.
(O esos editores no habían leído realmente los tochazos que escribe GRRRRR Martin o estaban admitiendo implícitamente que tampoco ellos saben qué es lo que convierte a un título en un éxito de ventas).

Brandon Sanderson intentó escribir como GRRRRR Martin: personajes motherfuckers, tramas oscuras y deprimentes, malrollismo, locas del chocho exterminando ciudades enteras con fuego de dragón.
«Ay, qué ganazas de genocidio me están entrandoooo...»

Fue una mala idea. Tal vez aquellos fuesen los peores libros que Sanderson había escrito en su vida.

Entonces Sanderson demostró que al fin había entendido de qué va esto de escribir.
«Me di cuenta de que si moría a los noventa años con cien manuscritos inéditos en mi armario, lo consideraría igualmente un éxito… Un éxito mayor que si me rendía».
Brandon Sanderson empezó a escribir los libros que le habría gustado encontrar en las librerías, y que no estaban allí, porque nadie los había escrito aún. ¿Los editores se quejaban de que sus novelas eran demasiado largas? Las hizo aún más largas. ¿Le pedían oscuridad, cinismo y crudeza? Las hizo deprimentes cuando le pareció oportuno (hay elementos en Nacidos de la bruma que dan mucho mal rollito y El héroe de las eras es la crónica de una derrota tras otra a cuál más amarga) pero conservó en ellas una semilla de optimismo, nobleza y esperanza. ¿Los lectores y editoriales querían otro GRRRR Martin? Les dio a Brandon Sanderson.

Brandon Sanderson empezó a escribir lo que le salía de sus reverendísimos cojones.

Dejó de intentar escribir como Barbara Hambly (Vencer al dragón es la novela que enseñó a Sanderson qué clase de autor de fantasía quería ser y un libro que ya deberías tener en tu biblioteca), Anne MacAffrey (otra de sus autoras de referencia, a la que ya hemos mencionado en el Paratroopers) o GRRRR Martin y empezó a escribir como Brandon Sanderson.

En ese mismo momento, sus novelas empezaron a mejorar.

Hoy Sanderson vive, y vive muy bien, de sus historias, enseña escritura creativa en la universidad, mantiene un canal de YouTube con master-classes para escritores y protagoniza firmas de ejemplares que duran horas. Sí: horas.

Y tal vez nunca habría llegado a esa meta, que en realidad era otra línea de salida, de haber sido desde el principio un escritor genial, de haber publicado con gran éxito de crítica y ventas su primera novela, de no haberse visto obligado a trabajar duro, sumar pequeñas victorias, aprender a encajar derrotas y seguir adelante, de no haber sido bendecido con el inesperado regalo de la mediocridad.

Brandon Sanderson no era un buen escritor. Tuvo que convertirse en uno. Sus libros eran pésimos. Tuvo que descubrir cómo hacerlos buenos.

Aquí hay una buena lección para ti, amigo mío que pretendes convertirte en escritor, si eres capaz de aprovecharla. Si lo eres, comprenderás que te bendiga deseándote haber sido agraciado con el inesperado regalo de la mediocridad.
«Me di cuenta de que si moría a los noventa años con cien manuscritos inéditos en mi armario, lo consideraría igualmente un éxito… Un éxito mayor que si me rendía».
Volved a leer ese párrafo, niños. Y, si no lo entendéis, volved a leerlo hasta que lo hagáis.

Hasta entonces, dejad en paz al pobre Patrick Rothfuss, al abuelo GRRRRR Martin y a todos los escritores del mundo.

Ellos no tienen la culpa de que seáis gilipollas y vosotros no tenéis derecho a hacerles perder el tiempo con gilipollas.

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