domingo, 15 de noviembre de 2020

«Lazarus, levantatus y andus»: aprende a escribir ciencia-ficción con Greg Rucka


Tres tipos con cara de cagar mal y follar poco y con rumiantes disparan numerosas veces a una hermosa y atlética joven de cabello negro, la apalizan, le causan numerosas heridas mortales y la dejan tirada, inerte, como un animal disecado.

Transcurrido un breve plazo de tiempo, esta mujer vuelve en sí, se incorpora, con una mueca de cabreo más que comprensible, busca a sus asesinos y les da unas hostias que la más suave de ellas supera la velocidad de la luz, viaja al pasado y mata a los dinosaurios.

Los tres malafollas acaban de conocer a Forever, Eve, el Lazarus de la familia Carlyle.


Lazarus es un cómic escrito por Greg Rucka (el responsable de Batman: tierra de nadie y de la más interesante etapa de Batwoman) y la mejor obra de ciencia-ficción que he leído en los últimos años. Y tengo la osadía de hacer tal afirmación a pesar de que en los últimos años han caído en mis manos autores como Ken Liu y Cixin Liu (que no, no son hermanos), nada menos.

Déjame explicarte mi arrogante y categórica afirmación, sufrido lector:


En el mundo de Lazarus, las fronteras entre las naciones han desaparecido. Y las naciones con ellas. Las nuevas zonas de influencia se las reparten dieciséis  grandes familias propietarias de las corporaciones más poderosas del mundo que, mediante los Acuerdos de Macao, se dividieron el mundo y sus recursos, económicos, naturales... y humanos. Esas familias controlan toda la riqueza. Todo el poder. A toda la humanidad. Son ricos nivel Dios. La clase de rico que se limpia el culo con huevos de Fabergé y mea oro líquido con lágrimas de ángel. ¿Y el resto de la gente? Bueno, si posees algún talento del que los amos del mundo puedan beneficiarse tal vez te eleven al rango de siervo («serf») y disfrutes de una comida al día. Si eres uno más entre la masa perteneces a la categoría de los sobrantes («waste») y tienes que buscarte la vida en el yermo, donde el Estado ha desaparecido y la única ley es la del más fuerte.

(¿Que cómo los distinguen? Fácil: todos llevan insertado un chip, como ése que Bill Gates, pagado por George Soros y los nazis reptilianos musulmanes de Marte, quiere insertarnos a nosotros con la falsa vacuna del Coronavirus que Miguel Bosé sabe de buena tinta que no existe ni ha puesto enfermo ni matado a nadie).
Y no sé si eres consciente de lo JODIDO que es subsistir en esa civilización deconstruida y cautiva de un grupo de megacorporaciones turbocapitalistas. Ponte la piel en el pellejo de alguien nacido en el dominio de los Carlyle. ¿Quieres aprender a leer y escribir? Pues más te vale que te enseñen tus padres, si saben, o ir ahorrando el dinero que ganas poniendo el culo por los callejones, porque no existe un sistema de educación pública como tal, los profesores son privados y cobran por sus servicios. Y cobran lo que les sale de los cojones cobrar, y más. Tu culo, por ejemplo. ¿Qué te pones enfermo? Pues más te vale estar al día con las cuotas de tu seguro médico Tiritas Carlyle Pochos Group, o vas a morir como un perro a poco que se te carie una miserable muela. ¿Quieres trabajar? Estupendo. ¿En qué? Porque todas las industrias y todos los sectores productivos son propiedad de los Carlyle, y si ellos no necesitan más trabajadores, o hay una recesión económica y no pueden permitirse el lujo de tomar aprendices o tienen que empezar a poner gente de patitas en la calle para compensar la contracción de la demanda, lo harán sin soltar ni una lagrimita ni apoquinar un euro de madera en finiquitos o pensiones de desempleo, que eso es comunista que te cagas y encima fomenta la vagancia, el fraude, los porros, la okupación y votar a Podemos.


Además, ¿tú tienes estudios, piltrafilla? No, porque no te los pudiste pagar. Pues aquí hay que tener como mínimo un FP, ¿eh? Bueno, no pasa nada. Me busco una parcela y me pongo a plantar patatas y criar conejos, que malo será que para ir subsistiendo no me llegue. Buena suerte con eso, Premio Nobel. Toda la tierra fértil y todos los acuíferos son propiedad de los Carlyle, que encima de hacerte pagar por ellas cobran unos impuestos que te cagas con tomate, mínimo el 50% de tus cosechas, y encima te mantienen en un estado de deuda eterna, impagable, pues los Carlyle te venden las semillas (y te cobran lo que les sale de su capitalista potorro por ellas), los Carlyle te alquilan la maquinaria (y te cobran lo que les sale de su oligarca chumino por ella), los Carlyle te venden los aperos de labranza (y te cobran lo que les sale de su monopolista raja por ellos), los Carlyle te proveen de energía (y te cobran lo que les sale de su hacendado chichi por ella), los Carlyle te compran la producción (y te pagan lo que les sale de su cacique hucha por ella) y más te vale que no haya un incendio, una sequía o una inundación, porque si la maquinaria y el personal necesarios para salvar tu granja, a tu familia y a ti mismo es necesaria en otra parte, por ejemplo para rellenar la piscina en la que Johanna Carlyle pone vergas duras exhibiendo su húmedo cuerpo serrano genéticamente perfecto, te vas a joder, y mucho, y no, no puedes ir a comprar a la competencia porque eso del libre mercado nunca existió y ahora ya no nos da la gana de seguir fingiendo que sí, que de tanto reírnos para adentro nos daba flato.

Todas esas familias de terarricachos designan a un campeón, un Lazarus, al que se provee del entrenamiento y herramientas necesarias para ser el sicario y general de los ejércitos mercenarios del clan y defender este neofeudalismo ultrabusivo y archiinsolidario. El Lazarus de cada familia es, en cierto sentido, la encarnación de los valores y el reflejo de la riqueza de esa familia. Los Morray se han especializado en fabricación y venta de armamento y Joacquim, su Lazarus, es un cyborg más máquina que hombre. Los Vassalovka son inversores y financieros rusos y más brutos que un condón de alambre de concertina, así que han entrenado a su Lazarus sometiéndolo a torturas bestiales, lavándole el cerebro, inflándolo a esteroides y enseñándolo a gozar con el sufrimiento ajeno (su prueba final fue volver a su casa natal y asesinar a su propia familia). Los Carlyle son punteros en ingeniería genética y su tecnología es codiciada por las otras familias, pues no sólo proveen de alimentos transgénicos a toda la humanidad (a toda la que puede permitirse el lujo de pagarlos, a ver si nos entendemos), sino que también tienen el monopolio sobre los tratamientos geriátricos que permiten a los Carlyle una longevidad superlativa, curar heridas potencialmente mortales y sobrevivir a todo tipo de enfermedades. Por eso todos los Carlyle están tan rrrrrebuenos y Forever tiene un factor de curación que dejaría en ridículo a Lobezno, reflejos perfectos y una fuerza desproporcionada para una persona de su estatura y peso, aunque la contrapartida es vivir a dieta y desayunar a diario sesenta pastillas distintas para contrarrestar los efectos secundarios de sus modificaciones.
Lazarus dedica un tiempo extraordinariamente largo al worldbuilding, a construir el background del cómic, y estos dos palabros no son más que pedantería chulesca para aparentar un conocimiento del que carezco, cuando podría haber dicho, en español de a pie, que Greg Rucka se toma su tiempo para desarrollar el mundo en el que transcurre la acción y las personalidades y relaciones de los personajes que la protagonizan. Casi demasiado tiempo, según algunos críticos, que afirman que se han dormido con esta obra.

¿Cómo cojones se puede dormir alguien leyendo Lazarus? Es cierto que la narración parece reposada, morosa, lenta, en ocasiones, pero en absoluto es una lectura aburrida o tediosa. Lazarus se toma su tiempo para mostrarnos la ruina en la que se ha convertido el mundo, desovillar ante nuestros ojos las diversas relaciones entre los personajes protagonistas, exponer a la luz sus miserias, deslumbrarnos con destellos de sus virtudes y asquearnos con la fetidez de sus vilezas.


Y también se toma su tiempo para desengañarnos, para darnos un cachete en el culete por habernos precipitado al juzgar a un personaje. Por ejemplo: a mí, Forever me enamoró desde las primeras páginas a pesar de su condición de asesina despiadada (empieza el cómic matando a tres «sobrantes» famélicos que habían entrado a robar comida en un chalé de la familia, si bien es cierto que ellos dispararon primero), que ya sabes, fiel lector, que tengo un problema con las morenas y otro con las amazonas; y mi amor hacia ella no ha flaqueado en ningún momento, pero, por ejemplo, estoy empezando a ver bajo una luz nueva a Johanna Carlyle, que en los primeros números de la serie parecía una Mesalina cínica y fría capaz de conspirar en las sombras, fingir una agresión y manipular a su propia familia para ponersen en el furgón de cabeza en la carrera hacia sucesión del patriarca y la presidencia de la corporación... y sin embargo, de un tiempo a esta parte, está empezando a mostrar que también tiene su corazoncito. Antes el impulsivo, celoso y agresivo Jonah me daba mucho asco, por imprudente, intrigante y traicionero. También a él, a raíz de su secuestro, torturas y evasión, estoy empezando a aprender a amarlo
(¡ups, espóiler!). Bethany, la jefa de laboratorio responsable de las modificaciones genéticas de Forever, y de monitorizarla en sus misiones, siempre se ha comportado como una perra sádica y desalmada, sólo ligeramente más emotiva que un vulcaniano... hasta que en un capítulo la vemos a punto de derrumbarse y, a través de su conversación con otro personaje, nos muestra que su crueldad es un mecanismo de protección, porque su corazón se rompe un poco cada vez que envía al Lazarus de la familia a una misión de la que tal vez no regrese. Bethany tiene que ser el martillo que forje a Forever, como se forja una espada hasta darle la combinación correcta de filo duro y hoja flexible, para que pueda sobrevivir, para que sus enemigos no tengan posibilidades contra ella, porque Beth no soporta que hagan daño a su hermana, porque sangra por dentro cada vez que Forever es herida, porque su corazón ya no puede ver morir a otro Lazarus (¡ups, espóiler!).
Lazarus iba a ser otra mierda de historia de zombis (esa «resurrección» de Forever fue la primera imagen mental que tuvo el guionista) y desde esa pútrida crisálida absolutamente sobrexplotada y ya cansina acabó metamorfoseándose en una maravillosa obra de ciencia-ficción, no porque tenga chuminadas cyberpunk y esté ambientada en un futuro no tan lejano; es una maravillosa obra porque, sobre un escenario de ciencia-ficción (casi el RPE: random postapocalíptico estándar), desarrolla las interacciones de unos personajes maravillosamente complejos y dolorosamente humanos y un relato que todos podemos reconocer, a raíz de nuestras respectivas lecturas y de nuestra propia experiencia.

Porque la ciencia-ficción no es, o no debería ser, un vehículo para la imaginación descerebrada y sin objetivo, sino una tramoya sobre la que proyectar historias humanas, temas universales. Lazarus habla de la familia, que, como todas las familias, es un aquelarre de celos, envidas, rivalidades, resentimiento y reproches y parece que sólo se une cuando otra familia la ataca. E incluso entonces se une a desgana, y sólo coyunturalmente, y sin renunciar a aprovechar la crisis para medrar en la jerarquía interna del clan, y que se jodan los de mi sangre, que son peores que hienas, los cabrones.
(Por cierto: hay un secreto acerca del origen de Forever. Un secreto que conocen todos en la familia Carlyle menos ella).
Lazarus es una obra poliédrica, multifacetada, como los son los cortes de las mejores joyas, que avivan así su fuego interno. Y Lazarus arde con el fuego de un silmaril en todos los apartados: narrativa, personajes, ambientación, visual... Si fuese una película, arrasaría con todos los Óscars y costaría doscientos millones, con lo cual ningún estudio la va a hacer en plena pandemia, porque nunca recuperaría la pasta.

Cuando se producen escaramuzas fronterizas entre dos familias, golpes de mano, sabotajes, saqueos, crees estar leyendo una historia de duques y reyes Medievales, de jarls, thains y vikingos, de califas y visires. Los hijos Carlyle son los príncipes e infantas que aspiran a suceder al rey, ya viejo y decrépito, los velikiy knjaz que aún no saben cuál de ellos será el zarevitch y que tal vez no le hagan ascos a deshacerse de los competidores.

Cuando la familia Carlyle celebra una reunión estratégica podrías estar mirando por el chochete de la cerradura una junta de accionistas de Apple, Halliburton o Disney. Oyes el frío cálculo, los planes estratégicos para triturar a la competencia, las propuestas de absorciones, las medidas para contrarrestar una OPA hostil, y la única diferencia con la realidad es que en el mundo de Lazarus la economía no es más que la continuación de la guerra por otros medios.
(No, espera, ¿«diferencia» he dicho? Borra eso. Ha sido un lapsus).

Cuando nos colamos en la cocina o en los dormitorios de una de las residencias Carlyle o espiamos a Forever en la soledad de su dormitorio podríamos estar viendo un episodio de Dallas, o Dinastía, o de alguna otra serie de ultrarricos en la que las puñaladas traperas, las alianzas con el enemigo para debilitar al rival dentro de nuestra propia familia, el espionaje, la mentira, la extorsión y la traición están a la orden del día.
Cuando las grandes familias se reúnen o celebran una conferencia de paz vemos códigos, protocolos y formalidades que evocan la más glamurosa y romántica representación dramática del crimen organizado, como esas trajeadas y encorbatadas Comisiones que mueven los hilos del mundo desde sus despachos de abogados en Nueva York, o esas reuniones de fríos, sanguinarios y tatuados vory v zakone.
¿Que Lazarus se toma demasiados tiempos muertos? Mentira. No hay ni una sóla página de más en la serie. Hasta en aquellas escenas en las que parece que no pasa nada están ocurriendo cosas, y líneas argumentales que parece que conducen a ninguna parte se resuelven capítulos más adelante, y personajes que tienes la impresión de que sólo son introducidos en la acción porque alguien tiene que morir y ser sádicamente violado y esperemos que no te toque a ti acaban siendo fundamentales para la trama principal. Greg Rucka y el dibujante Michael Lark, por no entrar a valorar el impresionante trabajo del colorista Santiago Arcas (por si no entiendes el papel de estos profesionales en la factura de un cómic piensa en ellos como en el guionista, el director y el director de fotografía de una película), mantienen en todo momento el dominio del ritmo de su cómic. No sobra ni una coma. Estos tres talentosos, profesionales y animosos hijos de puta son capaces de comunicar más con una viñeta que muchos endiosados pintamonas y pretenciosos pichafrías con veinte volúmenes. Por ejemplo cuando Forever mira a Joacquim Morray como en esta bitácora nos gustaría que Riley Reid nos mirase a nosotros.
Por si no tuviesen suficiente con defender su dominio de los enemigos que quieren achicarlo o conquistarlo, hay bandos en el seno del clan Carlyle, hay una rivalidad entre los hijos del patriarca (un padre que necesita que le recuerden cuándo fue la última vez que vio a su querida «hija» Forever, ¡ups, espóiler!), a quienes no detendrán los vínculos de sangre: se tenderán trampas los unos a los otros, se aliarán con otras familias a costa de perjudicar a la suya... Lo que sea para alcanzar la presidencia de la corporación, para alcanzar el poder, que es lo único que importa en el mundo de Lazarus.
¿O no lo es?

Lazarus nos permite inferir que no. Que el poder, pese a su almizclado atractivo, no lo es todo.

Nos recuerda que, por cruel que sea el mundo, seguirá habiendo nobleza, generosidad, empatía.

Que incluso una asesina entrenada desde niña para ser una obediente máquina de matar puede albergar, en el seno de su corazón, el deseo de amar y ser amada, y que también la única persona que en nuestra vida nos ha ofrecido ternura y calor puede recibir mañana la orden de esmocharnos.
Que los enemigos pueden tratarnos con respeto y lealtad y nuestra propia familia arrancarnos los hígados y beberse nuestra médula por un quítame allá esa cartera de bonos.
Que el cálculo inhumano y el áspero cinismo no pueden impedir, incluso a todo un Malcolm Carlyle, acabar amando a su sicaria, la punta de su espada, el instrumento de muerte al que no querría concederse el privilegio de otorgar su cariño (pues tal vez algún día tenga que verla morir, otra vez, ¡ups, espóiler! ante sus enemigos), y preferirla a ella, por encima de sus otros hijos.
¿Quieres aprender a escribir ciencia-ficción?

Deja de leer esta mierda de bitácora y lee Lazarus. Y que no te desespere la lentitud de sus autores, comprometidos con otros proyectos, en sacar nuevas páginas.Tienen un plan, quieren ejecutarlo como merece y, hasta la fecha, les está saliendo de puta madre. Quizá precisamente porque se están tomando su tiempo para hacerlo bien.

Paciencia. Quién sabe si entre número y número empiezas a reflexionar sobre lo desoladoramente parecido que es el mundo de Lazarus al nuestro.

Porque Lazarus no habla de nuestro mundo y el futuro desolador que nos muestra es sólo una fantasía.

¿Verdad...?

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Ni SPAM ni Trolls, gracias. En ese aspecto, estamos más que servidos.