jueves, 25 de octubre de 2018

Suspenso en suspense

De verdad que me gustaría leer mejores libros.
En serio.

Pero me gustaría aún más que los escritores escribiesen mejores libros.

Hace unos años me recomendaron una novela (es que yo conozco a mucha gentuza, ¿sabes?). Casi al mismo tiempo, el puñetero libro, y su puñetera autora, empezaron a aparecer hasta en la sopa. Programas de radio y televisión, revistas especializadas y generalistas, anuncios en todos los medios imaginables, bitácoras de Internet... toooooooodooooo el mundo hablaba de aquel libro.

Y lo ponía por las nubes. Que si «obra maestra», que si «el único libro que merece la pena leer este año», que si «clásico instantáneo», que si «excelente trabajo de documentación» y otras sesenta y cuatro mil doscientas catorce formas distintas de comerle el chirri a la autora.

En aquella época tenía otras lecturas más urgentes, los cojones bastante pelados en el estercolero editorial y cero prisas en leer «el único libro que merece la pena leer este año», así que lo dejé para cualquier otro año. O para nunca. Recuerdo que mi madre estuvo a punto de hacerse con un ejemplar, me preguntó mi opinión, compartí mis reservas con ella y se decidió por otro título. No fue la última vez que me olía un artificio de márketing; que le atribuí a una obra, sin necesidad de leerla, la etiqueta de flor de un día y sospeché que, al año siguiente, todo lo más a dieciocho meses vista, ni Cristo que lo fundó se iba a acordar de ella, ni de su autora, ni del revuelo que había causado. Año y medio como mucho y, estaba seguro, los prebostes de la industria editorial iban a coger todos esos eslóganes fariseos («obra maestra», «clásico instantáneo», «¡corre a comprarlo!») y se los iban a remachar a otra obra, no necesariamente mejor que la anterior.

Lamento decir que no me equivocaba.

Y mira que me jode tener razón.

Hace unos meses me encontré con la puñetera novela en la sección de saldos de un supermercado. Y, mira, puesto que no llegaba a tres euros, me pudo la curiosidad y me la pillé, me la llevé a casa y empecé a leérmela.

En mala hora, vive Dios.

Ah, coño, que con la bronca que me da hablar de él casi se me olvida; el libro en cuestión era La historiadora, de Elizabeth Kostova.
El PEOR libro de vampiros que he leído jamás.

El PEOR.

Y el que esto escribe se ha leído Crepúsculo.
(Sí, estoy diciendo que, contra toda evidencia previa, y en abierto desafío a la lógica humana, ES POSIBLE escribir un libro de vampiros PEOR que el de la señora Meyer).
Es más, La historiadora es, con mucha diferencia, el PEOR libro que he leído en los últimos diez años.

Pero con muchísima diferencia.

Además de ser el libro que terminó de DESTRUIR para siempre cualquier poso de respeto hacia la prensa cultural de este puto país que me quedase en el coleto.

Si no quieres que te de la turra, te resumo mis objecciones así: La historiadora tiene 855 páginas y el puto libro no empieza hasta la página 240. Y más de la mitad de las otras 615 sobran.

SO-BRAN.

La MADRE que PARIÓ a la Kostova.

Y ojalá esos (que empieza tarde y mal y dura demasiado) fuesen mis únicos argumentos en contra de la novela.

Que no.

No.

Me temo que no lo son.

La historiadora es... joder, qué fatiga me da incluso resumiros el argumento. Bueno, venga, a la mierda: esto va del esfuerzo de varios investigadores por culminar con éxito la búsqueda de la tumba de Vlad III Tepes, al que tal vez conozcas como Drácula.
Pero la puta búsqueda no empieza hasta la página 240, más de la mitad de las siguientes 615 sobran y te pasas casi todas ellas deseando que empalen al protagonista, a su hija y a todo bicho viviente.

Creo que EN LA VIDA un escritor había tomado a un personaje histórico y literario tan rico, fascinante y siniestro como Vlad Tepes, alias Drácula, y le había MALTRATADO de semejante manera.

La Kostova ha escrito la que probablemente sea LA PEOR novela de Drácula de la historia de la literatura.
(Que tiene su mérito, cuidado. No seré yo el que se lo niegue).
Ya hace falta talento para sentarte a escribir una novela sobre Drácula (el personaje ya te da medio libro hecho) y que te salga ESTO.

ESTO.

Sí, señora. Eso son ovarios, Elizabeth, y lo demás, mierdas.

Durante la lectura de La historiadora, por momentos tienes la sensación de que la Kostova no tiene ni puta idea de dónde coño se ha metido ni cómo salir de allí, así que se limita a dar vueltas y vueltas y vueltas y más vueltas y cuidado con la salida de la autopista porque me he mareado.
En 1972, Paul, un doctorando de no se sabe qué universidad de Estados Unidos (no llegan a decirlo, me parece) se encuentra en su mesa un misterioso libro en pergamino con todas las páginas en blanco a excepción del grabado de un dragón, el blasón de Vlad Tepes, en las páginas centrales (sí, eso, ¿cómo cojones ha llegado allí? ¡Ah! ¡Magia!). Paul le lleva el misterioso volumen al director de su tésis doctoral, el profesor Rossi, que le confiesa que en los años 30 él se encontró también en extrañas circunstancias una copia del misterioso libro y que, desde entonces, vive obsesionado con Drácula y ha dedicado sus ratos libres a investigar al personaje histórico en el que se inspira su leyenda. El profesor Rossi desaparece en circunstancias sospechosas y Paul, convencido (no me preguntes por qué, porque en este punto empecé a no entender nada) de que Drácula está vivo y se ha llevado a su amigo, se pone a buscar a su mentor acompañado en su periplo por Helen, la hija ilegítima de éste (y futura madre de la hija de Paul). La búsqueda del profesor Rossi les lleva primero a Estambul, donde encuentran a otro estudioso obsesionado con Drácula que también tiene OTRA copia del libro con el blasón del dragón y les proporciona una pista clave para encontrar la tumba de Drácula. De Estambul parten hacia Hungría, donde contactan con OTRO historiador obsesionado con Drácula que tiene OTRA copia del libro de los cojones y les proporciona OTRA pista clave para encontrar a Drácula. De Hungría se van a...
(Vueltas y vueltas y vueltas y más vueltas y cuidado con la salida de la autopista porque me he mareado).
La MADRE que PARIÓ a la Kostova.
Durante la mayor parte de la lectura de La historiadora, la sensación que tienes es que la escritora se está descojonando de ti en tu puta cara.

Buena parte de la novela se construye a partir de los recuerdos de la narradora, la hija adolescente de Paul, que aprovecha los viajes de trabajo en su compañía para contarle la historia de la desaparición del profesor Rossi, y su búsqueda por media Europa, y los siniestros y terribles descubrimientos que esa búsqueda sacó a la luz. Y al final de cada capítulo, digamos, de esa historia referida por la narradora, que comparte con nosotros, en flashback, los recuerdos de su padre (capa sobre capa sobre capa sobre capa de narración y ya me he perdido otra vez), Paul está siempre a punto de hacer una revelación terrible, grotesca, chocante... pero se queda sin energías, y no puede continuar, y le dice a su hija que ya le contará el resto en otro momento; y semanas, o meses más tarde (¿años?, el manejo del tiempo es otra habilidad en la que la Kostova se muestra particularmente inepta), ella consigue que su padre retome la narración donde la había dejado... y no hay tal revelación terrible, grotesca ni conmocionadora, pero otra vez llegamos a un punto de giro en el cual Paul se acobarda, se agota, recula, no puede seguir adelante porque lo que viene a continuación es gordísimo, y necesita recuperarse del trauma de lo que ya ha contado, descansar, reunir fuerzas para lo gordo, la chica, que está a punto de contar; y vuelve a producirse otro lapso de semanas, meses, ¿años?, antes de que Paul continúe contando su búsqueda del profesor Rossi, y DE REPENTE llega a un momento de su relato en el que no puede seguir porque...
(Vueltas y vueltas y vueltas y más vueltas...).
¡La MADRE que la PARIÓ, a la Kostova!

El libro describe las investigaciones en bibliotecas y archivos y las reuniones con medievalistas y estudiosos que poseen, aunque a veces no lo sepan, una pieza fundamental del puzzle que lleva a la tumba de Drácula. Pero hasta esas partes de acción vertiginosa están hilvanadas con lo que parecen extractos de una mala guía de viajes: «estuvimos en tal país, visitamos tal ciudad, vimos tales monumentos, hicimos estas compras, comimos aquellas cosas, nos atacó un vampiro, follamos, vimos otro vampiro, nos los follamos»... Y en un momento dado la novela adopta una estructura dual en la cual cada trama es en realidad prácticamente una copia del argumento, la estructura y personajes, palabra por palabra, de la otra. O sea, que por sus santos cojones la Kostova te está contando por duplicado exactamente la misma historia, en diferentes épocas y con distintos personajes; la búsqueda del paradero del profesor Rossi y la tumba de Drácula emprendida por Paul y Helen en los años 70 es casi indistinguible de la búsqueda de Paul que emprenden, años más tarde, su hija (¿llegan a decir su nombre en algún momento?) y un tal Barley, que se la acaba trincando (¿pero ella no era todavía una adolescente? ¿Estupro habemus?). La historia de amor de la hija y Barley es un calco desvergonzado de la historia de amor de Paul y Helen; y si has llegado hasta ahí sin coscarte del truco es entonces cuando gritas, «¡ah, claro, coño! ¡Así también escribo yo un ñordo de casi novecientas páginas! ¡Lo pongo todo por duplicado, doy cien vueltas sobre mí mismo y a tomar por el carallo!»

La. Madre. Que. Parió. A. La. Kostova.

Mira que la vida de las ratas de biblioteca, catedráticos y doctorandos ya es de por sí una aventura apasionante, llena de acción vertiginosa, combates de kung-fu y tiroteos bullet-time.
Típico ponente en un congreso de Historiografía.
Pero Elizabeth Kostova ha logrado hacerme tan odioso el erudito universitario que he sentido lujuria de presentarme en mi facultad con un lanzagranadas y no dejar títere con cabeza.

Además cabrea lo suyo que, cada vez que los personajes encuentran un documento clave, una carta, un libro, un mapa, un lo que sea que les acerca más a la tumba del Empalador, aparece de la nada un siervo del vampiro, un misterioso agente secreto de Drácula que se incauta de esos documentos y les deja con un palmo de narices. Que el servicio de Inteligencia del Príncipe de los No Muertos se limpia el culo en la cara de la CIA, el MI6 y el SVR y le sobra mierda para repartirnos dos cubos a todos los lectores de La historiadora.

Y tú estás comulgando con semejantes ruedas de molino y dándote cuenta de que te da igual. Que te la sudan los obstáculos que les pongan a los protagonistas y si encuentran la puta tumba o no. Y te saltas todas esas páginas porque te la crujen la novela y los personajes y estás deseando, en el fondo de tu negro corazoncito preñado de veneno, que los escabechen a todos.
Antes del porno en Internet, la gente tenía unos entretenimientos muy hardcore.
La MADRE que PARIÓ a la Kostova.

A lo largo de más de ochocientas páginas, la mitad de las cuales aburren, y la mitad de la otra mitad sobran, Elizabeth Kostova se revela genéticamente incapaz de construir nada remotamente parecido al drama, al suspense; y me quedo ahí por no entrar a valorar el sonoro fracaso a la hora de presentarnos una atmósfera no digo ya de terror, que de eso nanay del Uruguay, sino al menos de desazón, inquietud; por no mencionar a los amorfos, anodinos, odiosos, empalables e incinerables personajes de La historiadora, todos los cuales parecen tener la misma personalidad, el mismo vocabulario, el mismo carácter, las mismas estereotipadas e insulsas motivaciones.
(Cuando Barley descubre que la narradora se ha fugado ¿por qué no le da una azotaina y la devuelve a casa? ¿Por qué se deja convencer por una puta cría de irse con ella al Culo del Mundo a buscar la tumba del puto Vlad III?)
(Por preguntar. Yo es que soy mucho de dar por saco preguntando).
Que ya es mérito de hacer las cosas mal. Creo que si me pusiese a escribir adrede una mala novela de Drácula o una mala novela sobre el personaje histórico en el que se inspira (y que era muchíííííííííííísimo más chungo que Drácula) no alcanzaría las lóbregas simas de incompetencia en las cuales bucea con gracia de sirena de cloaca la Kostova en La historiadora.
Hasta esto tiene más dignidad.
No estoy capacitado para juzgar sus méritos académicos o su competencia como investigadora, pero proclamo que Elizabeth Kostova suspende el examen de escritora de ficción. Rosco absoluto. Suspende al crear personajes. Suspende al intentar mantener la atención del lector. Suspende en ritmo. Suspende en originalidad. Suspende en suspense. Elizabeth Kostova delata en La historiadora su incapacidad manifiesta de escribir una novela.
«Pero... ¿hay drama, al menos? ¿Hay conflicto?»
Algo así. A partir de la página 240, cuando la hija de Paul se va a la aventura en busca de su padre, que se ha ido a buscar a su madre, que desapareció mientras buscaban al profesor Rossi, desaparecido después de haberse atrevido a buscar la tumba de Drácula y cuidado con la salida de la autopista porque me he mareado.
«Bueno... pero al menos Drácula tiene algún plan maestro, ¿verdad? Una siniestra y terrible conspiración para la cual le era imprescindible el doctor Rossi, al que secuestró».
Joder, ojalá.

Me he leído La historiadora y sigo sin estar seguro de quién coño se dedica a sembrar las bibilotecas universitarias con copias del libro del dragón, ni con qué fin. Medio he intuido que era el propio Drácula, a través de sus agentes por todo el mundo, pero como la novela es tan insufrible y, por el bien de mis neuronas, me he saltado tantas páginas, puede que lo expliquen en alguna de las soporíferas partes que escogí ahorrarme.

Me he leído varias veces la parte en la que Drácula le explica al profesor Rossi para qué coño le ha secuestrado y lo está convirtiendo lentamente en un vampiro.

Y espero haber entendido mal.

Porque parece que todo se reduce a que Drácula tiene una biblioteca del copón de bullas y quiere que el procesor Rossi le escriba el catálogo de los fondos.
(Y aquí fue cuando estrellé mis tres euros de saldo de supermercado contra la pared y me meé en la cubierta. Y si en ese momento se me llega a aparecer Drácula y me pide explicaciones le meto tal capa de hostias que hasta a los australopitecos de los que desciende se les iban a saltar las muelas).
Por si no he dejado clara mi opinión acerca de La historiadora:

Menuda MIERDA de libro.

Por Dios, si alguien tiene poder para impedirlo:
Por favor.

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