sábado, 19 de abril de 2025

♫ Ay! que le estará pasando ar pobre Migué, que tiene mucho tiempo que no sale. ♪

Ir al cine solía ser otra cosa.

Ir al cine DEBERÍA ser una experiencia muy distinta.


Antes atesorabas tu pequeña agenda de directores, actores, guionistas; e ibas a ver todo lo que hacían. Todos los estrenos de Richard Donner, porque el hombre era genéticamente incapaz de hacer mal una película. Todos los trabajos del pobre Gene Hackman, del que no queremos ni imaginarnos cómo fueron sus últimos días, y los vídeos que se han filtrado ponen los pelos de punta. Todas las idas de olla de Steven Seagal, aunque no sabría actuar ni aunque el destino del universo dependiese de ello, pero al menos metía unas hostias como panes. Todas las pelis de Jessica Alba, por lo rebuena que está, la jodía, aunque actúe sólo ligeramente mejor que Steven Seagal. Todas las de John McTiernan. Todas las de Lawrence Kasdan. Todas las de Jodie Foster. Todas las de Harrison Ford. Todas las de Oliver Stone. Todas las de Bill Murray. Todas las de James Cameron. Todas las de Robert DeNiro. Todas las de John Hughes. Todas las de Robert Zemeckis. Todas las de Jack Nicholson.

Sí, por supuesto. A veces te llevabas desengaños. Porque hasta el mejor escribano echa un borrón de vez en cuando. Y así, te metías en el cine a ver La sombra del faraón, porque la había dirigido Russell Mulcahy, el de Los inmortales, y salías de la sala queriendo darle patadas en la sien a tu abuela (y te estaba bien empleado porque, muy convenientemente, te habías obligado a olvidar que el Russell Mulcahy de Los inmortales era el mismo 
Russell Mulcahy de Los inmortales II: El desafío. Que el desafío debía de ser vértela entera sin abrirte las venas con las uñas de lo pies). O te picaban la entrada para Supermán IV, porque, bueno, porque era Supermán y era Christopher Reeve, y a mitad de la proyección te sacabas los ojos con una cucharilla de postre y proclamabas que Dios no existe. Y luego Russell Mulcahy hacía examen de conciencia y se marcaba una Resurrección, que no está nada mal, y un El batallón perdido, sorprendentemente buena pese a su escaso presupuesto y su producción telefilmera, o quizá precisamente por eso. Y Christopher Reeve, por su parte, ya colgada ad aeternitatis la capa del Último hijo de Kryptón, se sacaba la chorra fuera con un impresionante papelito secundario en Lo que queda del día o un protagonista en Libre de sospecha (donde, el arte proyectando sombras del futuro, interpretaba a un policía cornudo que queda parapléjico tras recibir un disparo en la columna).

(¡Que no tengo nada contra la poli, que el Dempsey Cain de Libre de sospecha era cornudo de verdad! Su mujer, Kim Cattrall antes de Zexo en Yueva Nork, lo minotaurizaba con su propio hermano, la muy zorra y el muy cabrón. Y el personaje de Reeve urde un plan maquiavélico para matarlos a ambos y librarse de la cárcel).


Si encima eras aficionado a ciertos géneros de nicho, tenías un juego extra de tragaderas para tus películas de terror, de ciencia-ficción, de artes marciales, en las que los productores raras veces tiraban de chequera. Porque eran peliculitas de coña que los grandes estudios sólo filmaban como fondo de armario, gastándose cuatro perras para asegurarse el retorno. Series B con más o menos vergüenza torera destinadas a llenar los tiempos muertos entre estrenos de blockbusters protagonizados por las grandes estrellas de entonces: Jane Fonda, Clint Eastwood, Michelle Pfeiffer, John Belushi, Meg Ryan, Al Pacino, Chevy Chase, Julia Roberts, John Travolta, Meryl Streep, Robert Redford, Diane Keaton... Mientras esperabas la nueva película de Melanie Griffith o Dustin Hoffman, la nueva cinta de Ron Howard o Tim Burton, te metías en la penumbra de la sala de cine a sobarle el chivo a tu novia (si tenías) o pelarle la butifarra a tu novio (si tenías) mientras fingíais ver La casa de cera u Horizonte final. Y el mundo era más sencillo y más luminoso entonces. Y las manos siempre te olían a esmegma o a potorrazo. A escoger.

Sí, la mayoría de esas películas, durante cuya proyección te dabas el filete en las filas de atrás mientras esperabas el estreno de los largometrajes realmente buenos, eran entre rutinarias y malísimas (con algunas honorables excepciones que han mejorado con el tiempo pese a la hostia que se dieron entonces en taquilla), pero eso iba con el territorio. Sabías a lo que ibas, si no tenías pareja sabías lo que ibas a ver, sabías a lo que te exponías. «Joder, menudo ñordo acabo de ver» se convirtió casi en un santo y seña de los jóvenes de mi generación cuando se cruzaban de camino a o de regreso del cine. Y a veces hasta lo decíamos entre risas de orgasmito culpable (el «efecto Skyline», se llama, a partir de la película que pasará a la historia no por los buenorros que están sus actores o lo mal que lo hacen, que mira que lo hacen mal, no por la demanda que les metieron los de Sony a sus directores, no por su absoluta ausencia de guion, sino por el saludo de la gente que se la había visto: «esjajajaja la jajajajaja majajajayorjaja pujajajata mierjajajaja que jajaja he jajajavisto en mi jajajaja pujajajata vijajajajaja»).

La nostalgia de mejores tiempos se vuelve particularmente gravosa cuando te enfrentas al panorama actual del cine sin una piedra de Rosetta, un ancla, un centro di gravità permanente que te ayude a navegar las aguas turbulentas de la mediocridad triunfante en casi todas las expresiones culturales del nuevo milenio y muy especialmente en el Séptimo Arte.

Y esa introducción nos lleva al pobre Migué. Pero no todavía.
La tormenta antes de la pausa: Deutschland!

Tú no tenías ni puta idea de quién es Bong Joon-Ho hasta que ganó cuatro Óscars, entre ellos el de mejor película, en 2019 por Parásitos, pero en el Paratroopers le veníamos siguiendo la pista al menos desde Salinui chueok/Memories of Murder. Como fans del cine de nicho que somos, los policiales siempre nos han tirado mucho, vengan de donde vengan. Y en Corea, desde hace años, hacen buenos thrillers e incluso muy buenos thrillers: Boksuneun naui geot/Sympathy for  Mr. Vengeance, Angmareul boatda/Encontré al diablo, Hoa-cha, Chugyeokja/The Chaser, Hwanghae/El mar amarillo, Saikometeuri, Oldboy, Sinsegye/New World, Aknyeo/La villana, Shiri...

Con nuestra querencia por el género, no es de extrañar que le diésemos una oportunidad a Memories of Murder, dramatización inspirada en el caso real del asesino en serie Lee Choon-jae, «el asesino de Hwaseong», el casi unánimemente reconocido primer asesino en serie documentado en Corea, que mantuvo en jaque a la policía durante treinta años. Con los aspavientos casi obligados en el cine asiático, esta historia cautivadora de una investigación chapucera, unos policías rurales perezosos e incompetentes, un detective cada vez más obsesionado, un sospechoso resbaladizo al que no se puede probar crimen alguno y un entorno opresivo, el de la Corea rural de la Quinta República  (dictadura militar travestida de república), Memories of Murder atrapa y mesmeriza con su doble naturaleza de ficción de suspense y radiografía de una época ya pasada y una cultura tan extraña como a menudo hermética para el espectador occidental.
Que te veas Memories of murder y dejes de joder la marrana, decimos.

Goemool/The Host, de 2006, no es la típica película con monstruo. De nuevo formando equipo con su actor fetiche, Song Kang-ho (el policía mierder de Memories of Murder), Bong Joon-Ho daba un salto radical de género y pasaba a firmar un fantástico con bicho mutante alienígena comegente. Y la profundidad emocional de lo que, casi para cualquier director occidental, habría sido un trabajo puramente alimenticio en el que habría puesto el mínimo esfuerzo, nos dejó ojipláticos y a la vez hechos mierda a los espectadores.

No creo que nunca, nadie,
en una película de terror con bicho haya explorado el dolor de las víctimas como lo hace Bong Joon-Ho en The Host. Se nos hizo un nudo en el corazón viendo el duelo de todos aquellos padres, madres, hermanos de los inocentes devorados por el monstruo del río Han. Sufrimos como no habíamos sufrido en la puta vida con un largometraje de un género que nos tiene acostumbrados a los personajes troquelados, los tropos raídos (la maciza en lencería que investiga un sonido sospechoso en la puta oscuridad, el coche que no arranca, los tortolitos a los que esmochan mientras fornican como cochinos, los personajes que son los auténticos monstruos, el teléfono que deja de funcionar, los anormales que se dividen en grupos para que el asesino pueda matarlos más cómodamente...), el gore, la superficialidad argumental, las actuaciones de Hacendado y el entretenimiento descerebrado.

Bong Joon-Ho rodó The Host como si fuese la película más importante de su carrera. Y cuando un director medio competente se toma tan en serio un proyecto, por humilde que sea, se nota.

JODER que si se nota.
(Aunque, para ser honestos, al bicho fabricado con CGI se le notan bastante los años).

No estoy muy seguro de haber visto Madeo/Madre, de 2009, el regreso de Bong Joon-Ho al thriller policial, esta vez con una madre, protagonizada por la actriz Kim Hye-ja, que busca al asesino que incriminó a su hijo en la muerte de una chica. Algunos de los vídeos e imágenes que he visto de la película evocan recuerdos que pueden pertenecer a esta cinta o, lo confieso, a casi cualquier otro noir coreano de los últimos treinta años. Pero sí vimos Snowpiercer, de 2013, una pieza de ciencia-ficción, con mensaje ecologista explícito y de lucha de clases implícita, protagonizado por Chris Evans en el pináculo de su popularidad como Steve Rogers/Capitán América y dirigido por Bong Joon-Ho sobre guion de Jacques Lob, Benjamin Legrand y Jean-Marc Rochette.
(Bong Joon-Ho no sólo rueda sus propias historias. También ha escrito o colaborado en los guiones de Motel Seoninjang, Yulyeong, Namgeuk-ilgi y Haemoo/Niebla, entre otros).

Okja, de 2017, fue un título del que nos abstuvimos. Pura y simplemente la historia no nos parecía atractiva, y cuando una película te rechaza antes incluso de verla, nueve de cada diez veces es mejor dejarla correr. A veces te llevas sorpresas (cierto amigo mío es particularmente famoso por disfrutar como un enano de películas a las que ha sido arrastrado muy contra su voluntad), pero no muy grandes, ni muy a menudo.

Y llegó Parásitos, y el resto del planeta descubrió que existía en Corea al menos un director de cine realmente talentoso, y dotado de un humor negro inagotable, que no era un completo pedante afrancesado de esos que sólo ruedan películas de gente sacándose pelusas del ombligo (de hecho, Parásitos fue un exitazo internacional en las taquillas, con una recaudación de más de doscientos sesenta millones de dólares desde su presupuesto de algo menos de once millones y medio). Y todo el mundo reivindicó derechos de propiedad sobre Bong Joon-Ho, al que acababan de conocer, y alabó su arte, del que hasta 2019 no le habrían creído capaz, y elogiaron y premiaron su película, y se hicieron la picha un lío con ella. Porque, desde el momento en que a cualquier indocumentado le permiten reproducirse, era inevitable que surgiese gente dispuesta a defender que Parásitos es un alegato en defensa del movimiento okupa o una ácida denuncia del capitalismo. Le debemos a Bong Joon-Ho un café o una botella de soju por facilitarnos la tarea de identificar subnormales.
(Hablando de ombligos, como llevábamos tiempo sin sacar a la santa patrona de la bitácora, ahí va una muestra del aprecio que sentimos por ti, amado lector):

Parásitos es lo que es, una expresión de lo que algunos críticos meapilas llaman home invasion, con momentos de comedia amarga, terror y crítica social. Pero no sólo odio clasista hacia esos ricos (la familia Park) que lo tienen todo y viven en un casoplón del carajo), sino también denuncia de la pachorra y cinismo de los desposeídos, representados por la familia Kim (y la ex ama de llaves de los Park), que aspiran a alcanzar el lujo y la comodidad de sus patrones pero no están dispuestos a dejarse las uñas trabajando para conseguirlas y, en vez de intentar siquiera adquirir las habilidades y la disciplina necesarios para mejorar sus vidas, prefieren depredar a los acomodados.
(Crítica al capitalismo, mis cojones, cuando Ki-Woo acaba la película escribiendo una carta en la que se compromete a estudiar como un cabrón, trabajar como una bestia y ganar espuertas de billetes para, un día, poder comprar la mansión en la que su padre, reconciliado al fin con su naturaleza de perdedor inútil y criminal sin esperanza, vive escondido, parasitando a una nueva familia de pastosos, y sacar del búnker al miserable Ki-taek de la oscuridad para que pueda disfrutar con plenos derechos de la casa en la que se oculta. «Crítica al capitalismo». «Defensa de la okupación». El mundo está lleno de gente que opina por no estar callada).

Además, si eres un puto enfermo de la arquitectura, como el autor de estas líneas, te pondrá muy verraco Parásitos (y tal vez también The Brutalist, escena de violación homosexual aparte). Aunque debo advertirte de que la casa de la película no existe. Es un plató. Pero eres bienvenido a hacerte una así, si te toca el Urominolles.

Y después de algunos añitos, sospechamos, viviendo de rentas, Bong Joon-Ho ha vuelto a nuestras carteleras con una nueva película de ciencia-ficción, Mickey 17, basada en la novela Mickey7 de Edward Ashton, sobre la que no podemos decirte nada, oh inquieto lector sediento de literatura y GIFs de la gomorrea y probablemente gonorreica Riley Reid, porque no nos la hemos leído. Pero sí nos hemos visto Mickey 17.

Y la consecuencia, lamentablemente, es que ya podemos añadir a Bong Joon-Ho a la lista de directores que nos enamoraron en el pasado (reciente, en este caso) para dejarnos ahora con el culo torcido. Lista a la que pertenecen por méritos propios James Cameron, Steven Spielberg y el campeón absoluto de esta categoría: Ridley Scott.

Y no te imaginas la rabia que nos da la perspectiva de tener que afrontar las próximas películas del director de The Host y Snowpiercer como afrontamos las conversaciones con nuestra novia cuando de su patente mala hostia deducimos que está a punto de bajarle el tomate.


Con un costo de producción de 118 millones de dólares y una recaudación total de entre 127 a algo más de 130 millones, dependiendo de qué cifras te creas, no hay otro apelativo apelativo para Mickey 17 que CASTAÑA. La que se ha metido en las taquillas internacionales. Financieramente, este largometraje de un autor respetado, que venía de arrasar en premios, recaudación, críticas y el favor del público con Parásitos, es una MASACRE SIN PALIATIVOS que, al menos en Hollywood, pondría en SERIO RIESGO DE BANCARROTA la carrera profesional de su director.

Y a cualquiera que haya visto la película, no puede extrañarle esta debacle. ¡Pobre Migué!

Mickey 17 es aburrida.
¡Pobre Migué!

Mickey 17 tiene un protagonista amorfo y repelente.
¡Pobre Migué!

El humor negro de Mickey 17 (firma personal de Bong Joon-Ho) es histriónico y no hace ni puta gracia.
¡Pobre Migué!

La denuncia que del capitalismo hace Mickey 17 es tan hiperventilada y petulante que roza la parodia.
¡Pobre Migué!

El guion de Mickey 17 es penoso, con un personaje principal sin arco de transformación (eso no es necesariamente malo pero... sigue leyendo) y, al mismo tiempo, con el arco de transformación más inmotivado y desubicado que he visto en años (es Mickey 17 quien tiene todas las motivaciones y todas las justificaciones para sufrir una transformación emocional, no Mickey 18, que, por lo que recuerda, es el mismo tío mierder que salió de patrulla la víspera y que no puede recordar la traición de su mejor amigo, experiencia que le amarga el carácter a cualquiera).
¡Pobre Migué!

La subtrama romántica de Mickey 17 se parece tantísimo a una relación tóxica que repele antes que retener al espectador. Y ese cuasi triángulo sentimental con la pseudolesbiana (maravillosa Anna Maria Bartolomei en un papelito muy por debajo de su dignidad y talento), encima, no tiene puto sentido.
¡Pobre Migué!
(Mickey 17 podría perdonársele a casi cualquier otro director, particularmente a un debutante, pero no a Bong Joon-Ho. En su caso, es un crimen de lesa majestad).

Es extraño cómo el género de ciencia-ficción se la da estadísticamente tan mal al pobre de Edward Cull... Robert Pattinson. Resolvió con dignidad su papel en Tenet, carísima y disparatada pichoflautada de un Christopher Nolan muy subidito que pusimos mirando a Cuenca en esta entrada de la bitácora, y se apoderó de High Life, hipnótico aquelarre narrativo excepcionalmente bien resuelto por más que la película se comiera un buen HOSTIÓN pese a su misérrimo presupuesto (ocho millones de presupuesto y ni siquiera llegó a los dos millones de recaudación). Así que, hasta el momento, Robert Pattinson ha hecho una buena película de ciencia ficción, otra mala y una tercera simplemente horrible.

Decimos que es extraña esta media estadística, porque Pattinson es un actor solvente, aunque llevará hasta cien años después de muerto el estigma de haber dado cara y voz al vampiro reflectante que le ponía las bragas a tu hermana pequeña como un pantano de Florida en agosto. No nos atreveremos a depositar sobre él la responsabilidad de la pésima ejecución de Mickey 17. Tampoco al resto del reparto, que hacen los papeles para los que fueron contratados (y que son unos papeles de mierda escritos con el puto culo). Cabría sospechar, a raíz del carajal de viruta que se fundieron en el rodaje, de numerosas intervenciones de la productora (la satírica caricatura de los personajes de Mark Ruffalo y Toni Colette, y que el «héroe» de Mickey 17 acabe siendo otra Strong Independent Woman™ racializada, o sea negra, es una pista a tener en cuenta), porque a los estudios de cine les gusta implicarse cuando te dan cien millones para gastar. Y cuando una reata de soplapollas contratados para recortar gastos (y alinear el producto acabado con lo que el departamento de Relaciones Públicas de la empresa les haya dicho que está de moda esa semana) se implica en el proceso creativo, es hora de echarse a llorar.

O quizá, pura y simplemente, Mickey 17 es muy mala y punto.

Lo cual no augura nada bueno para el presente y el futuro del cine.

Porque si incluso el autor de Memories of Murder, The Host y Parásitos puede cagarla de manera tan espectacularmente absoluta, la cosa pinta peor de lo que nos habíamos atrevido a temer y el cine como industria y medio de expresión artística, sea de quien sea la culpa de haber dado luz verde a este cagarro, corre ciegamente hacia su extinción. Y eso no hay impresora celular que lo arregle.

sábado, 5 de abril de 2025

Ni frío ni calor y algunos GIFs de Jessica (ésa no, la otra)

Hellboy: The Crooked Man no es buena, lo cual es lamentable. Pero tampoco es absolutamente mala, lo cual es, de lejos, muchísimo peor.

Resulta descorazonador irse a la Internet Movie Database y constatar que la primera Hellboy, película de Guillermo del Toro que suponía la primera aproximación cinematográfica al personaje creado por Mike Mignola para Dark Horse en 1993, se estrenó en Estados Unidos el 2 de abril de 2004.

Eso son VEINTIÚN PUTOS AÑOS, oh conspicuo lector.


La película de orígenes de un superhéroe del cual, fuera del círculo de los frikis pata negra como el autor de estas líneas y sus cuatro lectores mal contados, poca gente había oído hablar, tenía todas las rifas para ser un desastre y no lo fue por el pelo del chumino de una novicia: género cinematográfico de nicho, personaje virtualmente desconocido para el gran público, universo visual imposible de materializar con un mínimo de dignidad en la pantalla sin desembolsar un costal de panoja, autor dotado de una firma de estilo personal y característica que no es del agrado de todas las audiencias (o te encanta o lo odias, no hay término medio), inicio de una franquicia que tenía que apelar a nuevos espectadores sin poner demasiado a prueba la paciencia de los fans del material original, ejecutivos que no entendían al personaje, que eran demasiado vagos para leerse los cómics y que, con sus menguadas neuronas, necesitaban que Hellboy se pareciese a algo que ya conocían para considerar siquiera la posibilidad de dar luz verde al proyecto...

No, en serio. Del Toro se pasó SEIS AÑOS buscando financiación, y las respuestas, sugerencias y obsesiones de los potenciales productores eran cada vez más psilocibínicas. «El protagonista ¿podría ser un tío normal, incluso tirillas, que cuando se cabrea se convierte en Hellboy?» «¿Qué tal si se llama Hellboy, y lo invocan desde el infierno y, cuando llega, resulta que es un tío normal y corriente?» «¿Podría tener un Hellmóvil? ¿Y un perro del infierno?» «No tiene por qué ser rojo, ¿verdad?» «No le vas a poner la cola, ¿cierto?» «No va a tener cuernos, ¿a que no?» «Venga, hombre, no jodas. ¿Ron Perlman? Ese tío es un don Nadie. Vas a encontrarnos a otro actor, ¿verdad?» Del Toro, que se odiará hasta mil años después de muerto por todas sus cesiones a la productora cuando rodó Mimic, su primera película en Hollywood (y un verdadero desastre de taquilla), perseveró. Si no podía hacer la Hellboy que quería hacer y con el actor que había escogido, prefería no hacerla.
(Ron Perlman, amigo personal del director mexicano desde que trabajaron juntos en Cronos y Blade II, llegó a decirle que, si él era el problema para conseguir financiación, de buena gana se haría a un lado. «I told him, ‘It was enough for me to know how hard you tried. Just make the movie and I’ll come on opening night and cheer for you.’»).

Con un presupuesto de 66 millones de dólares (Tom Sherak, de Revolution Studios, confesó años más tarde que habría soltado más viruta, si Del Toro la hubiese pedido) y una recaudación de bastante menos de cien millones, Hellboy debería haberse consignado en los libros de contabilidad como un fracaso. Y eso que el argumento era atractivo y el desarrollo de la historia, convincente y fluido. La dirección era competente. El suspense estaba conseguido. Los protagonistas sabían hacerse atractivos e incluso entrañables. Ron Perlman parecía haber nacido para interpretar al personaje (aunque ya tenía más de cincuenta palos cuando terminó el rodaje). Selma Blair aportaba la dosis justa de fragilidad y arrojo que necesita el personaje de Liz Sherman. El fallecido John Hurt rompía las costuras en su papel de Trevor Bruttenholm, mentor y figura paterna de Hellboy. Jeffery Tambor era un alivio cómico agradecido. Karel Roden, Biddy Hodson y Ladislav Beran convencían como villanos sólidos y transmitían la sensación correcta que debe inspirar un antagonista: que tiene posibilidades de salirse con la suya y ganar.
(Para poner en contexto lo RIDÍCULO del presupuesto asignado a Hellboy, ahí van unas cifras de la época: X-Men 2 costó más de 110 millones de dólares de 2003, equivalentes a más de 190 millones de hoy en día, y recaudó más de cuatrocientos en todo el mundo, si bien no podemos ni debemos comparar la popularidad de los mutantes de Marvel con la del demonio de Mike Mignola. El señor de los anillos: El retorno del rey, también de 2003, costó 94 millones y recaudó más de mil cien. Una vez más, la popularidad de estas dos franquicias no es ni remotamente comparable a la de Hellboy. Piratas del Caribe: La maldición de la Perla Negra: 140 millones de producción, más de seiscientos cincuenta de recaudación. En resumen: Del Toro rodó su película con poco más de lo que costaron las dos entregas de Kill Bill y por aproximadamente lo mismo que se comieron La sonrisa de Mona Lisa de Mike Newell, Collateral de Michael Mann y El bosque de M. Night Ramalamadingdong; por mucho menos de lo que costó Los increíbles y por una fracción del coste de producción de Harry Potter y el prisionero de Azakaban o Spider-man 2 y hasta la horrorosa Van Helsing y la absurda Una serie de catastróficas desdichas de Lemony Snicket por más que la una tuviese a Hugh Jackman en el pináculo de su popularidad y a la bellísima y adorable Kate Beckinsale y la otra al antaño taquillero y ubicuo Jim Carrey).

Alabada por el público, que no obstante prefirió alquilarla en DVD o verla de gratis en casa cuando la pasasen por la tele, escarnecida por algunos críticos de cine, alabada por otros, la primera Hellboy no fue un rotundo fracaso de taquilla pero tampoco el éxito que merecía. Hasta que empezó a entrar la pasta de los DVDs, el título fundacional de la frustrada trilogía esperó en una tierra de nadie. Ni frío ni calor. Cero grados. La posibilidad de una secuela quedaba casi descartada pero eh, Del Toro había firmado Blade II, una superproducción de 54 millones que había recaudado 155 en todo el mundo, así que Sony Pictures decidió darle al director mexicano una segunda oportunidad con una secuela de las aventuras del demonio de la mano de piedra.
(Se conoce que no nos pidieron nuestra opinión al respecto. En la bitácora, consideramos el Blade II de Del toro una cinta predecible, aburrida y el inicio de la decadencia de la saga cinematográfica del Daywalker. Declive que culminó con Blade: Trinity [curiosamente estrenada el mismo año que Hellboy] entretenida pero decepcionante a pesar de los pómulos de Parker Posey y de los de la Jessica Biel crossfitera, que es nuestra segunda Jessica más favorita del mundo y una peligrosa destructora de cámaras de cine muy caras. Y nos la hemos vuelto a ver sólo para no escribir nada de lo que luego tuviésemos que retractarnos. Pero, incluso considerando lo mala que es, hasta la recaudación de la, hasta el momento, última aparición en pantalla grande del cazador de vampiros [al relanzamiento de la franquicia con Mahershala Alí lo ha mirado un tuerto] dobló su presupuesto de rodaje, proeza que Hellboy no había sido capaz de igualar).
¡Esos pooooooomuuuulooooooos!
(¿Qué por qué Blade: Trinity es tan mala, me preguntas, clavando tu carallo en mi pupil...? Espera, ¿cómo era? Blade: Trinity es mala por la voz en off, por el guion perezoso, el montaje que apenas tiene sentido, la mitad de las incomprensibles decisiones de casting [a Dominic Purcell no nos lo creemos como Drácula, y encima es un Drácula de Aliexpress, Ryan Reynolds está insufrible haciendo de Deadpool antes de Deadpool, etecé, etecé], por la niña insufrible a la que hay que rescatar, porque la introducción del personaje de Abigail Whistler, con lo mucho que amamos a Jessica Biel en el Paratroopers, se carga el canon establecido en películas anteriores [se suponía que un vampiro había matado a toda la familia de Whistler, y de repente le inventan una hija extra que acabamos de descubrir que existe, y otro equipo de vampiros del cual Blade no sabía nada], porque hay que creerse que Abigail y Hannibal, a pesar de ser humanos sin ningún tipo de poder especial, pueden, sobre todo Abigail, esmochar vampiros a mamporro limpio tan bien como Blade, por ese final incomprensible [se rodaron como tres versiones diferentes, a cual peor] y porque Wesley Snipes se llevaba a matar con David S. Goyer, guionista y director de este despropósito antes de firmar, con Chirsopher Nolan, el guion de Batman Begins. La relación entre director e intérprete era tan mala que, en una escena en la que Snipes yace sobre una mesa de disección y tiene que abrir los ojos, se negó a hacerlo y tuvieron que pintárselos por ordenador. El resultado da entre risa y CAGALERA).
¡AAAAAAAAAAAAAAAAARGH!

Pero volvamos a Hellboy, que nos dispersamos. Al igual que su predecesora, Hellboy 2: El ejército dorado tampoco fue el acabose en términos de recaudación. Se nota a Del Toro más contenido, hasta el punto de que la película es visualmente casi claustrofóbica, tanto como se explicita la necesidad de evitar los costosísimos grandes decorados. Se le nota el esfuerzo al director por exprimir cada dólar en lo verdaderamente importante
sin dispersarse en gastos innecesarios: recrear con dignidad el mundo de fantasía y maravilla en el que transcurre la historia. Hellboy 2 costó ochenta y cinco millones y estoy seguro de que Del Toro contó cada penique. También apuesto que la película habría necesitado otros veinte millones, pero, dado que no llegó a recaudar en entradas ni siquiera el doble de su presupuesto, cuesta imaginar cómo veinte, treinta o cien millones más habrían supuesto una diferencia en el resultado contable, que, no nos engañemos, es lo único que realmente importa a los estudios de cine.
(Salvo en Disney, donde, aparentemente, van a seguir quemando millones haciendo puta mierda que nadie quiere ver hasta que la compañía se vea obligada a acogerse al Artículo 11).

Por el camino hasta el estreno de Hellboy 2, se había caído un acuerdo de distribución con Columbia Pictures, y Revolution Studios, viendo evaporarse la oportunidad de amortizar la cinta a través de los canales comerciales y salas de cine garantizados por el bisnes, gritaron «¡mariquita el último!» y saltaron por la ventana. Universal compró el proyecto. Se descartaron numerosos guiones (en un momento de la preproducción, Hellboy iba a enfrentarse a los cuatro titanes que guardan los cuatro puntos cardinales), buscando, sospechamos, el máximo retorno por la mínima inversión necesaria... y llegó el éxito de El laberinto del fauno, premios de la academia incluidos, y Hellboy 2 recibió el okey, aunque no el presupuesto que habría necesitado. Ni tampoco a Jessica Biel.
Y sigues sin explicarte por qué nos ponen tanto las chicas fibradas.

Rodada con cadenas financieras o no, Hellboy 2 es fabulosa. La mejor, indiscutiblemente, de la saga. El príncipe Nuada (personaje libremente adaptado del Nuada Airgetlamh gaélico de los Tuatha dé Danann) es un antagonista a la altura de Hellboy, y Luke Goss no sólo nos lo hace creíble, sólido e incluso simpático, dentro de sus intenciones genocidas, se entiende, sino que lo inviste de desesperación trágica. La historia es interesante y el espectador invierte en ella sin esfuerzo. Los secundarios son adorables. Los actores se dejan poseer por sus personajes...

Y sin embargo, Hellboy 2 tampoco se pudo celebrar como un éxito contable. Por venta de entradas ni siquiera dobló su presupuesto. O sea que
, con este largometraje, Universal perdió dinero y las ganas de hacer más películas de Hellboy. El plan de Del Toro para cerrar el ciclo de Hellboy se demoró año tras año hasta ser finalmente cancelado en 2017.

¿Las razones por las cuales el Hellboy 3 de Guillermo del Toro nunca existirá? Hay tanta información contradictoria al respecto que cuesta conciliar todas las declaraciones. En 2010 Del Toro estaba escaldado después de tirar por el váter toda la preproducción de esa película de El hobbit que jamás se rodará, proyecto recogido (dígase con acento argentino) por Peter Jackson para ofrecer una trilogía que lamentará durante el resto de su vida «I didn't know what the hell I was doing». Decidido a quitarse el mal sabor de boca, Del Toro se curró Pacific Rim, que, si no las has visto, es el clon de combate de Neon Genesis Evangelion que Gainax se negó a licenciarle (y durante cuyo rodaje Del Toro conquistó un tierno apodo) y La cumbre escarlata, que no están nada mal. Pero el tiempo pasaba y Hellboy 3 seguía sin llegar y, para 2017, Ron Perlman estaba picando ya hojas de su sexagésimo séptimo taco de calendario y, asumámoslo, no tenía el cuerpo para cintas de acción (aunque últimamente nos haya dado Asher y El panadero, no es como si fuesen películas a lo John Wick, la verdad sea dicha).

Parece ser también que Hellboy 3 se frustró por la mala sangre habida entre Del Toro y Mike Mignola («I think we've both evolved in separate directions since the second Hellboy. I look forward to seeing what he will do next, but I do not see us working together again. He has his idea for the next Hellboy but, in all sincerity, I do not see him [realizing] the film. Too much water has flowed under the bridges from Hellboy 2.»). Mala leche que aparentemente comenzó tras el estreno de El ejército dorado. Un tuit del director, prometiendo sentarse con Perlman y Mignola para hablar de Hellboy 3 si el tuit conseguía suficientes votos, parece haber puesto a prueba la paciencia del dibujante californiano, que cuenta una versión diferente de la historia. Según Mignola, era Del Toro el que había renunciado ya a Hellboy 3 y él quien todavía tiraba del carro y estaba trabajando con Andrew Cosby en el guion
de la secuela, Hellboy: Rise of the Blood Queen, del que se conoce al menos una versión de 2016. Según Mignola, Del Toro se había negado en redondo, en cuadrado y en cubo a dirigir aquel guion. Mignola habría intentado que Del Toro permaneciese en el proyecto como productor, porque quería de protagonista a Ron Perlman y el actor, leal a su amigo, había declarado que no estaría implicado en ninguna secuela de Hellboy en la que Del Toro no tuviese mando en plaza. El mexicano se desentendió de todo el asunto y se comprometió con la secuela de Pacific Rim, de la que también acabaría descabalgándose (o siendo sustituido, depende de a quién preguntes) para irse a rodar La forma del agua, que ganó un Oscar y eso, pero que a mí, personalmente, me aburrió a morir y no llegué a ver hasta el final.

Sin embargo, esta versión de los hechos en la que Del Toro sería el único, o por lo menos principal responsable, de que la trilogía de Hellboy se quedase en una bilogía, concilia muy mal con las declaraciones de Del Toro y del propio Mignola ya en 2013, en las que expresaban sus mutuas dudas acerca de una tercera película de Hellboy. Sea como fuere, no tiene sentido fingir que el principal problema de esa Hellboy 3 que ya nunca veremos no fue la pasta. La idea de Guillermo del Toro para su último largo sobre el personaje de los cuernos serruchados era ÉPPPPPPICA. Con un Hellboy convertido en La bestia del Apocalipsis y el mundo entero yéndose al carajo. Del Toro calculaba que la película que quería hacer, que la historia que había desarrollado a lo largo de trece años merecía, no podía hacerse por menos de ciento veinte millones de dólares. Y teniendo en cuenta que las dos primeras cintas sólo habían salido de la zona roja de la rentabilidad a través del alquiler y venta de DVDs (mercado secundario hoy en día cerrado, el uno, y completamente marginal el otro) y de las licencias para televisión, NADIE con dos dedos de frente iba a poner semejante cantidad de pasta.
¡Esos poooooomuuuuloooooorsggggggffffffshhhhhh!

Sea por los motivos que fueren, Hellboy 3 se canceló. Y algunos de nosotros aún lamentamos la oportunidad perdida.

Somos más o menos los mismos que nos lo hicimos todo encima, sólido y líquido, cuando, en plena cresta de la hora de las contrataciones por cuota de diversidad en la industria del cine (cuando si eras inmigrante, negro, obeso, lesbiana, autista, transexual o todo lo anterior a la vez, tenías más posibilidades de acabar firmando un guion para La guerra de las galaxias, por ejemplo, que si conocías el material o, simplemente, sabías leer y escribir), se anunció una secuela de Hellboy que, a su vez, sería un reinicio de la franquicia con nuevo actor protagonista y nuevo director.

Hellboy 2019 fue una montaña rusa, o
una transacción de Yogulado, antes incluso de su estreno. David Harbour tomaba el testigo de las manos de Ron Perlman en el papel protagonista. Eso sel bueno. No necesitas ser un fan de Stranger Things para amar a este hombre, que es un tipo majísimo y un actor COJONUDO. Y sus primeras imágenes caracterizado nos pusieron el cipote como la aldaba de una iglesia. Nimue (Milla Jovovich), la antagonista, en fin... Milla es una mujer preciosa, aunque como actriz deje mucho que desear. Eso sel malo. Neil Marshall como director. ¡Hostia puta! ¡El director de Dog Soldiers, The Descent y Centurión! Eso sel bueno. Guion de Andrew Cosby supervisado por el propio Mignola (¿recuerdas ese guion que Mignola afirma haber presentado a Guillermo del Toro en 2016 ó 2017?). ¿Andrew qué? A ver qué coño ha hecho este tío antes... Uh uuuh uh o sea ¿básicamente nada? Eso sel malo. Ian McShane en un papel secundario de lujo. Eso sel bueno.

Entonces se estrenó Hellboy 2019, justo antes de que nos cayese del cielo el regalito del confinamiento pandémico, que dolió más que una docena de hostias de Abigail Whistler.

Se estrenó Hellboy 2019, y se comió una hostia MONUMENTAL. Cincuenta millones de presupuesto, cincuenta y cinco de recaudación global. El público la odió. Los críticos se hicieron caca en ella. Y no es un secreto para nadie por qué esta película defraudó a todo el mundo: descontando la interpretación de David Harbour, que recibió un montón de mierda inmerecida por este largometraje, todo está mal en Hellboy 2019. TODO. Y lo que no está mal está PEOR. Un guion que es un refrito agusanado y medio crudo de Darkness Calls, The Wild Hunt y The Storm and the Fury. Un rodaje de pesadilla, con los productores Lawrence Gordon y Lloyd Levin cuestionando cada puta decisión del director, dando instrucciones a los actores en su lugar, despidiendo al director de fotografía, Sam McCurdy, para humillar a Marshall y recordarle quién mandaba realmente en el plató, y tocando las pelotas también durante la postproducción, alegaciones que los abogados de Levin niegan. El impostado acento británico de Sasha Lane que cabreó a las audiencias de Las Islas. Reescrituras del guion sobre la marcha, una vez ya comenzado el rodaje. Enmiendas hechas no por los guionistas ni el director, sino ¡POR LOS ACTORES, WHAT THE FUCK?! Alegaciones de que David Harbour acabó tan hasta sus pelotas pintadas de escarlata que se negó a filmar más tomas para Marshall. Un montaje necio sobre el cual el director de Dog Soldiers, que se rumorea sólo aceptó el encargo porque no encontraba financiación para las películas de bajo presupuesto y alto retorno en las que se ha especializado, niega cualquier responsabilidad hasta el punto de afirmar, parafraseamos, que que querría cortar su nombre de los créditos de Hellboy 2019 con el láser de nuestra cazavampiros preferida:
«"It was the worst professional experience of my life. The script was shit. The decision to make the film was a mistake. I signed up to it because they pitched this idea of 'we want to do the horror version of Hellboy. We want to bring you and make a really darker, horror version.' And then I quickly found out that A: the script was terrible. B: it was never going to get better before we shot it, despite many attempts. You can't polish a turd, no matter how much you try. And I would have all creative control taken away from me to extreme levels. There's nothing of me in that movie.»
(De esta entrevista con The Critical Drinker).

Probablemente Hellboy 2019 sólo exista porque Deadpool había demostrado que era posible hacer una película de clasificación R con taquilla millonaria.

Que pena que, a diferencia de Deadpool, Hellboy 2019 sea un completo mojón. Hasta Blade: Trinity parece buena en comparación. Y no solamente porque nuestra segunda Jessica preferida esté especialmente maciza en esa peli.
¡Esooooos brazaaaacooooooooorsghblashflagsplabs!

A Neil Marshall le vendieron la moto de que iba a rodar una versión adulta de Hellboy, que le iban a permitir rodarla como si fuese una película de terror. Y se encontró con un guion cerrado escrito por un completo papanatas. Con un reparto intocable. Con productores mandones y entrometidos que dinamitaban su proceso creativo y le desautorizaban ante los actores y los técnicos. El público y los fans del personaje recompensaron sus pesares limpiándose el esmegma de los cipotes en la película. Y entonces sí que nos dijimos, «se acabó. No volveremos a ver una película de imagen real de Hellboy en esta generación».

Ojalá hubiésemos tenido razón.
Encuentra las siete diferencias.

Y, si eres veterano de la bitácora, ya habrás detectado nuestra tendencia a inflar la introducción de las entradas cuando realmente no tenemos nada bueno que decir sobre el tema escogido para el post pero tampoco queremos emprenderla a toñas con él.

Nunca creí que nadie se atrevería a perpetrar una película que hiciese buena al malísimo Hellboy de Neil Marshall.

Hasta ahora.

Hellboy: The Crooked Man es una mala decisión de principio a fin, salpicada por pequeños diamantes que la hacen aún más ignominiosa. Que insinúan la buena, quizá incluso la GRAN película que podría haber sido. Con más presupuesto. Con otro director. Con otro guionista. Con otros actores. Hellboy: The Crooked Man no es terrible, pero tampoco es buena. Libremente adaptada del cómic homónimo publicado en 2010, esta película fracasa en todo lo que las dos películas de Del Toro y la de Marshall lograron sin esforzarse: no consigue que nos creamos a Jack Kesy como Hellboy (con los pobres medios a disposición de la producción, el pobre hombre parece un triste cosplayer de Comic Con regional), no consigue que nos sumerjamos en su mundo, que nos importe un choto la historia, y tampoco consigue que pasemos miedo, como era su propósito nada disimulado.

Los efectos especiales por ordenador parecen hechos a pedales. Los veinte millones de presupuesto de la película gritan «¡POBREEEEEEE!» en cada puto plano (hay tal vez media docena de escenarios, que así se ahorra, y se filmó en Bulgaria, donde todo es más barato, durante como mes y medio, o sea rapidito, otra vez para contener el gasto). Salvo Adeline Rudolph, que da vida Bobbie Jo Song, una novata del B.P.R.D. en su primera misión de campo, y está COLOSAL en esta triste excusa de película, y Leah McNamara como la putibruja zorrupia Effie Kolb (teniendo presentes los ramalazos que recuerdan al personaje de Sheri Moon en Los renegados del diablo), el resto del reparto está más bien ausente. Como ido. Un puñado de porreros hasta el culo de hachís lo habría hecho mejor. No ayuda que la dirección de actores sea tan mala. 
Demasiado a menudo, el director de Hellboy: The Crooked Man tiene a sus actores en plano, sentados en una habitación, haciendo NADA (Hellboy enciende un cigarrillo, le da unas caladas, dice un par de cosas que no vienen a cuento, le da otro par de caladas a su piti), o caminando durante MINUTOS de metraje, como si la acción pudiese esperar, como si los espectadores estuviésemos genuinamente interesados en ver a tres personajes perdiendo miserablemente nuestro tiempo hasta que el director decida que ha llegado el momento de que prosiga el segundo acto. Demasiado a menudo, Hellboy: The Crooked Man parece un fan film que un grupo de entusiastas del personaje, con más corazón que talento o medios, hayan subido a Youtube, o una peli desganada de Uwe Boll (sólo Bloodrayne es ligeramente más tediosa).

El argumento de HTCM es interesante y podría haberse desarrollado en una buena historia. Algunos de los secundarios no lo hacen mal (y, repetimos, que lo que es justo es justo y, además, es de justicia: Adeline Rudolph lo hace de PUTÍSIMA MADRE). La fotografía no es mala, aunque la música es mejorable y recalcitrantemente inoportuna. La ambientación no desentonaría si no luciese tan atorrante. El antagonista es aterrador y sólido. Hay momentos de desasosiego, que no de verdadero terror, bien conseguidos aunque, con pésimo sentido del equilibrio y el ritmo, el montaje amateur hace que estos episodios se pisen unos a otros, anestesiando a un espectador incapaz de procesar tanto suspense.
¡Menudo hallazgo de actriz!

Incluso considerando sus escasas, pero visibles virtudes, la más reciente adaptación cinematográfica del personaje de Mike Mignola, HTCM es una CASTAÑA aburrida, lenta, pobretona y miserable que evoca un mal capítulo de Supernatural o Expediente X rodado por aficionados con el dinero que le sablearon a sus abuelas sordas, cojas y drogadictas. Pero al mismo tiempo no es tan HORRIBLE que podamos simplemente aborrecerla y olvidarla. Así pues, se desliza por la grieta entre cielo e infierno y desaparece en el abismo insondable de la mediocridad. De las películas que te dejan «meh». Y todo ello, tratándose de un personaje tan carismático y con tanto potencial que, aunque fuese a tropezones, cuando cayó en unas manos mínimamente competentes se labró una reputación como franquicia cinematográfica respetable, es peor que una tragedia.

Es una pena.

Es una condenada pena.

Y va Gene Hackman y se muere, el muy desconsiderado.

Y va Richard Chamberlain y se muere también, sin pensar en cómo de hechos polvo nos dejaría eso. 

Y, para acabar de redondear la cagada, Val Kilmer se ha ido también al corral de los quietos.

Qué mala época para ser uno de los actores favoritos del Paratroopers.