Los violines de Stradivarius en realidad no son para tanto, pero nunca lo sabrás, porque las mentiras exitosas son duraderas.
Se cree que Antonio Stradivari nació hacia la segunda mitad del siglo XVII, probablemente en 1644 ó 1648, en Cremona, Italia, donde aprendió el oficio de luthier de la mano del mismísimo Nicolò Amati (otra bestia entre los constructores de violines cremoneses y maestro, además de Stradivari, de fieras como Guarneri y Stainer, entre otros) e instaló su propio taller hacia 1683.
Probablemente, Stradivarius (de la firma latina que el autor inscribía en sus obras: «Antonius Stradivarius Cremonensis faciebat anno...», «Hecho por Antonio Stradivari, de Cremona, en el año...») fuese la primera o de las primeras marcas comerciales de éxito mundial. Siglos antes de Nike, Coca-Cola y Pornhub. La extraordinaria calidad de los instrumentos manufacturados por el taller de Stradivari, la exquisitez de su construcción y el sonido característico que se les atribuye los han convertido en una leyenda que conoce hasta la gente que no sabe nada de música o sólo escucha reguetones. Es tal la reputación de estos instrumentos, que ya desde hace siglos empezaron a falsificarse. De los más de seiscientos violines, violas y violonchelos del taller de don Antonio que han llegado hasta nuestros días, los mejores expertos en la materia no se atreven a pillarse los dedos y certificar cuántos fueron realmente fabricados por el artesano de cremona, cuántos por algún alumno, ayudante o imitador y cuántos por un oportunista que tuvo acceso a stocks de madera antigua indistinguible, a todos los métodos de datación y análisis químico, a la que empleaba el cremonense.
Presuntamente, el sonido de un violín Stradivarius es único. Presuntamente los materiales con los que fue construido son inimitables, pues la sonoridad obtenida de esas maderas (arce, pícea y sauce, principalmente) era un efecto directo del crecimiento anómalo de los árboles durante la «pequeña edad del hielo» que castigó el Hemisferio Norte durante los siglos XIV a XIX, o de los baños químicos ultrasecretos a los que el luthier más famoso del mundo sometía a sus obras, o de los barnices «receta familiar que me llevaré a la tumba» que empleaba, o de la conjunción de las esferas, los suspiros de las musgañas enamoradas, los hongos misteriosos del planeta Nefaria o las propiedades revitalizantes de la lefa de unicornio. Sea cual fuese el fenómeno, nadie habría logrado igualar ni superar el exquisito sonido de los instrumentos de don Antonio, motivo por el cual los pocos disponibles pueden alcanzar precios desorbitados, si consigues que alguien te venda uno (El Lady Blunt se vendió por casi 16 millones de dólares, pero El Mesías está valorado en 20 millones), exigen seguros ruinosos y han sido objeto de robos e incluso de tráfico clandestino por parte de delincuentes profesionales.
Y sin embargo, un estudio de 2014, «Soloist evaluations of six Old Italian and six new violins», por Claudia Fritz, Joseph Curtin y otros, disponible aquí, pone muy en cuestión la privilegiada sonoridad de los violines Stradivarius. Básicamente, para dicho estudio se realizó una audición a ciegas con diez músicos profesionales que tocaron, vendados, seis violines clásicos, cinco de los cuales eran Stradivarius, para un público de expertos y aficionados a la música y los resultados fueron desoladores para los forofos del mito del «violín mágico yuyu superchuli hiperferolítico»: seis de los diez intérpretes preferían el sonido de los violines modernos y casi ninguno de los oyentes era capaz de distinguirlo del de los instrumentos antiguos.
Pero no importa, porque la gente no quiere que la realidad le arruine una bonita mentira y, además, en 2017 otra investigación («Chemical distinctions between Stradivari’s maple and modern tonewood», por Hwan-Ching Tai, Guo-Chian Li y otros, disponible aquí) ignoró deliberadamente las conclusiones del estilo de Fritz, Curtin et al. y volvió a apuntarse a la alquimia de las maderas mágicas plintotrónicas del espacio inferior. Las cuestionadas propiedades mágicas de los violines de don Antonio se deberían, según esta investigación, a unos místicos baños de aluminio, calcio, cobre, sodio, potasio y zinc que, afrontémoslo, nadie puede afirmar si contaminaron los árboles mientras crecían o fueron o no aplicados a los tablones ya maderados como preservantes contra hongos y organismos xilófagos por Stradivari, por los proveedores a los que le compraba el material, por Homer Simpson en una tarde de borrachera y con una máquina del tiempo a mano o por el canguro funky que siente el ritmo del universo.
Ni la página española de la Whiskypedia, ni la inglesa, recogen este artículo ni mencionan polémica alguna sobre la atribuida y ahora cuestionada calidad excepcional de los violines de don Antonio. ¿Para qué molestarse en confundir a las mentes sencillas que acuden a la Yupipedia buscando respuestas rápidas y nada de conocimiento? La poca publicidad que se da, aquí y en Lima, a la ciencia (y la resistencia de los científicos a hablar en términos absolutos sobre temas complejos o insuficientemente documentados) permite perpetuar verdades en el mejor de los casos dudosas, como que los Stradivarius son los violines con mejor sonido del mundo, algo que, a tenor del estudio con intérpretes y auditorio ciego presentado más arriba, conviene poner entre comillas.
Esto es universalmente válido: si quieres pillar a un gilipollas, hazle una pregunta sobre un tema muy complejo. Si te da una respuesta rápida y segura y, repreguntado sobre el particular, asegura no tener la menor duda al respecto, ya se ha retratado: es un completo necio y deberías alejarte de él como el demonio del agua bendita. Hay pocos reactivos mejores para detectar analfabetos: nunca dudan de nada, están seguros de saber todo lo que se puede saber sobre cualquier tema y siempre tienen respuesta para todo.
Y ese teorema me incluye.
Sí.
Que sí, carallo.
Que yo también puedo ser gilipollas a veces. Aunque, lo juro, sin mala intención y por accidente.
¿Quieres que te un ejemplo? Te doy un ejemplo.
Hace algunos años escribí en esta bitácora que nunca había experimentado el llamado «bloqueo de escritor». Eso era cierto entonces, y no era menos cierto que la relativa chulería con la cual me saqué los cojones y di catorce golpes en la mesa con ellos, creyendo probar mi bravura y machorrez literaria, partían de un conocimiento superficial, en el mejor de lo casos, de lo que es el verdadero bloqueo de escritor, así como de la vanidad de no haberlo sufrido nunca.
La exitosa mentira de que sólo hay un tipo de bloqueo de escritor me llevó a incurrir en una afirmación tan falsa como delatora de mi ignorancia, doble pecado por el cual presento mis excusas. Desde mi desinformada perspectiva de lo que representa el bloqueo creativo, un escritor sólo se bloqueaba cuando es incapaz de llenar la pavorosa página en blanco. Si te quedas mirando la pantalla de tu procesador de textos o un folio todavía virgen y no eres capaz de poner una miserable frase en cualquiera de ellos, estás bloqueado.
Pero qué gilipollas puedo llegar a ser cuando me lo propongo, copón.
Que yo sepa, a estas alturas, y después de hacer examen de conciencia, existen al menos cinco tipos de bloqueo de escritor y, en un momento u otro, en mayor o menor medida, yo ya los he sufrido casi todos. Ahí va una pequeña clasificación surgida de mi experiencia. Las etiquetas son sólo eso y no deberían convertirse en categorías. Sólo las he puesto para distinguir unas razas de bloqueo de otras y podrían ser intercambiables con la taxonomía elaborada por cualquier otra persona informada:
1. I'm too sober for this shit. El bloqueo lingüístico: te sucede cuando sabes lo que quieres escribir, pero por alguna razón no consigues encontrar las palabras correctas para hacerlo. Todo te suena a manido, trillado. Todas tus elecciones para cada puñetera frase parecen vulgares, torpes, insuficientes. Cada adjetivo, una chepa. Cada verbo, pueril. Cada frase, tarada. Escribes mil veces la misma mierda y las mil veces la tachas, asqueado de tu ineptitud literaria. Esto le pasó al menos una vez a Joyce, del cual cuentan que, a la pregunta de un amigo, «¿qué tal ha ido el trabajo hoy, Jimmy?», contestó, «fatal; sólo he escrito tres palabras». «Pero eso está bastante bien, ¿no?» dijo su amigo, que parece ser que intentaba darle ánimos a este sucedáneo de escritor, a lo que Joyce contestó «sí, pero no sé en qué orden van».
2. I'm too old for this shit. El bloqueo motivacional: lo sufres cuando sabes lo que quieres escribir y eres capaz de escribirlo si te fuerzas a hacerlo, pero por alguna razón te faltan la energía y la motivación para hacerlo. algo falla, no en tu capacidad de escribir sino en tu rutina de trabajo. Quizá te han expulsado de tu rincón de escribir preferido, o unos vecinos particularmente folladores se han mudado al piso de arriba y se pasan el día distrayéndote con sonidos de apareamiento a escala zoológico. Es más o menos lo que le pasa al personaje de David Duchovny al principio de la primera temporada de Californication. No ha perdido su mojo con el diccionario, es sólo que no es capaz de obligarse a sentar el culo en una silla y escribir. Este tipo de bloqueo es el más dependiente de, el más profundamente arraigado en el estado anímico y las circunstancias personales del escritor, como, otra vez, se puede ver en Californication: después de vender por una millonada los derechos cinematográficos de su obra maestra, el temperamental y promiscuo enfant terrible de las letras inglesas Hank Moody se ha quedado afónico de gritar lo que Hollywood le ha hecho a su novela (que es lo que hace básicamente con todos los libros: violarlo en grupo hasta que revienta por las costuras), ha perdido a su mujer, que, harta de la pena que Hank se da a sí mismo, de las típicas neuras de escritor y de los cuernacos que le ponía, se ha divorciado de él y se va a casar con un supertriunfador multimillonario, fracasa una y otra vez en ser un padre medio decente para su hija y además va y le mete palmo y mitad de salchichón a una fan que, ay que joderse, resulta que era menor de edad, aunque no lo parecía.
Se cree que Antonio Stradivari nació hacia la segunda mitad del siglo XVII, probablemente en 1644 ó 1648, en Cremona, Italia, donde aprendió el oficio de luthier de la mano del mismísimo Nicolò Amati (otra bestia entre los constructores de violines cremoneses y maestro, además de Stradivari, de fieras como Guarneri y Stainer, entre otros) e instaló su propio taller hacia 1683.
Probablemente, Stradivarius (de la firma latina que el autor inscribía en sus obras: «Antonius Stradivarius Cremonensis faciebat anno...», «Hecho por Antonio Stradivari, de Cremona, en el año...») fuese la primera o de las primeras marcas comerciales de éxito mundial. Siglos antes de Nike, Coca-Cola y Pornhub. La extraordinaria calidad de los instrumentos manufacturados por el taller de Stradivari, la exquisitez de su construcción y el sonido característico que se les atribuye los han convertido en una leyenda que conoce hasta la gente que no sabe nada de música o sólo escucha reguetones. Es tal la reputación de estos instrumentos, que ya desde hace siglos empezaron a falsificarse. De los más de seiscientos violines, violas y violonchelos del taller de don Antonio que han llegado hasta nuestros días, los mejores expertos en la materia no se atreven a pillarse los dedos y certificar cuántos fueron realmente fabricados por el artesano de cremona, cuántos por algún alumno, ayudante o imitador y cuántos por un oportunista que tuvo acceso a stocks de madera antigua indistinguible, a todos los métodos de datación y análisis químico, a la que empleaba el cremonense.
Presuntamente, el sonido de un violín Stradivarius es único. Presuntamente los materiales con los que fue construido son inimitables, pues la sonoridad obtenida de esas maderas (arce, pícea y sauce, principalmente) era un efecto directo del crecimiento anómalo de los árboles durante la «pequeña edad del hielo» que castigó el Hemisferio Norte durante los siglos XIV a XIX, o de los baños químicos ultrasecretos a los que el luthier más famoso del mundo sometía a sus obras, o de los barnices «receta familiar que me llevaré a la tumba» que empleaba, o de la conjunción de las esferas, los suspiros de las musgañas enamoradas, los hongos misteriosos del planeta Nefaria o las propiedades revitalizantes de la lefa de unicornio. Sea cual fuese el fenómeno, nadie habría logrado igualar ni superar el exquisito sonido de los instrumentos de don Antonio, motivo por el cual los pocos disponibles pueden alcanzar precios desorbitados, si consigues que alguien te venda uno (El Lady Blunt se vendió por casi 16 millones de dólares, pero El Mesías está valorado en 20 millones), exigen seguros ruinosos y han sido objeto de robos e incluso de tráfico clandestino por parte de delincuentes profesionales.
Ser tan ignorante debería ser delito. |
Y sin embargo, un estudio de 2014, «Soloist evaluations of six Old Italian and six new violins», por Claudia Fritz, Joseph Curtin y otros, disponible aquí, pone muy en cuestión la privilegiada sonoridad de los violines Stradivarius. Básicamente, para dicho estudio se realizó una audición a ciegas con diez músicos profesionales que tocaron, vendados, seis violines clásicos, cinco de los cuales eran Stradivarius, para un público de expertos y aficionados a la música y los resultados fueron desoladores para los forofos del mito del «violín mágico yuyu superchuli hiperferolítico»: seis de los diez intérpretes preferían el sonido de los violines modernos y casi ninguno de los oyentes era capaz de distinguirlo del de los instrumentos antiguos.
Pero no importa, porque la gente no quiere que la realidad le arruine una bonita mentira y, además, en 2017 otra investigación («Chemical distinctions between Stradivari’s maple and modern tonewood», por Hwan-Ching Tai, Guo-Chian Li y otros, disponible aquí) ignoró deliberadamente las conclusiones del estilo de Fritz, Curtin et al. y volvió a apuntarse a la alquimia de las maderas mágicas plintotrónicas del espacio inferior. Las cuestionadas propiedades mágicas de los violines de don Antonio se deberían, según esta investigación, a unos místicos baños de aluminio, calcio, cobre, sodio, potasio y zinc que, afrontémoslo, nadie puede afirmar si contaminaron los árboles mientras crecían o fueron o no aplicados a los tablones ya maderados como preservantes contra hongos y organismos xilófagos por Stradivari, por los proveedores a los que le compraba el material, por Homer Simpson en una tarde de borrachera y con una máquina del tiempo a mano o por el canguro funky que siente el ritmo del universo.
Ni la página española de la Whiskypedia, ni la inglesa, recogen este artículo ni mencionan polémica alguna sobre la atribuida y ahora cuestionada calidad excepcional de los violines de don Antonio. ¿Para qué molestarse en confundir a las mentes sencillas que acuden a la Yupipedia buscando respuestas rápidas y nada de conocimiento? La poca publicidad que se da, aquí y en Lima, a la ciencia (y la resistencia de los científicos a hablar en términos absolutos sobre temas complejos o insuficientemente documentados) permite perpetuar verdades en el mejor de los casos dudosas, como que los Stradivarius son los violines con mejor sonido del mundo, algo que, a tenor del estudio con intérpretes y auditorio ciego presentado más arriba, conviene poner entre comillas.
Esto es universalmente válido: si quieres pillar a un gilipollas, hazle una pregunta sobre un tema muy complejo. Si te da una respuesta rápida y segura y, repreguntado sobre el particular, asegura no tener la menor duda al respecto, ya se ha retratado: es un completo necio y deberías alejarte de él como el demonio del agua bendita. Hay pocos reactivos mejores para detectar analfabetos: nunca dudan de nada, están seguros de saber todo lo que se puede saber sobre cualquier tema y siempre tienen respuesta para todo.
Y ese teorema me incluye.
Sí.
Que sí, carallo.
Que yo también puedo ser gilipollas a veces. Aunque, lo juro, sin mala intención y por accidente.
¿Quieres que te un ejemplo? Te doy un ejemplo.
Hace algunos años escribí en esta bitácora que nunca había experimentado el llamado «bloqueo de escritor». Eso era cierto entonces, y no era menos cierto que la relativa chulería con la cual me saqué los cojones y di catorce golpes en la mesa con ellos, creyendo probar mi bravura y machorrez literaria, partían de un conocimiento superficial, en el mejor de lo casos, de lo que es el verdadero bloqueo de escritor, así como de la vanidad de no haberlo sufrido nunca.
La exitosa mentira de que sólo hay un tipo de bloqueo de escritor me llevó a incurrir en una afirmación tan falsa como delatora de mi ignorancia, doble pecado por el cual presento mis excusas. Desde mi desinformada perspectiva de lo que representa el bloqueo creativo, un escritor sólo se bloqueaba cuando es incapaz de llenar la pavorosa página en blanco. Si te quedas mirando la pantalla de tu procesador de textos o un folio todavía virgen y no eres capaz de poner una miserable frase en cualquiera de ellos, estás bloqueado.
Pero qué gilipollas puedo llegar a ser cuando me lo propongo, copón.
Que yo sepa, a estas alturas, y después de hacer examen de conciencia, existen al menos cinco tipos de bloqueo de escritor y, en un momento u otro, en mayor o menor medida, yo ya los he sufrido casi todos. Ahí va una pequeña clasificación surgida de mi experiencia. Las etiquetas son sólo eso y no deberían convertirse en categorías. Sólo las he puesto para distinguir unas razas de bloqueo de otras y podrían ser intercambiables con la taxonomía elaborada por cualquier otra persona informada:
1. I'm too sober for this shit. El bloqueo lingüístico: te sucede cuando sabes lo que quieres escribir, pero por alguna razón no consigues encontrar las palabras correctas para hacerlo. Todo te suena a manido, trillado. Todas tus elecciones para cada puñetera frase parecen vulgares, torpes, insuficientes. Cada adjetivo, una chepa. Cada verbo, pueril. Cada frase, tarada. Escribes mil veces la misma mierda y las mil veces la tachas, asqueado de tu ineptitud literaria. Esto le pasó al menos una vez a Joyce, del cual cuentan que, a la pregunta de un amigo, «¿qué tal ha ido el trabajo hoy, Jimmy?», contestó, «fatal; sólo he escrito tres palabras». «Pero eso está bastante bien, ¿no?» dijo su amigo, que parece ser que intentaba darle ánimos a este sucedáneo de escritor, a lo que Joyce contestó «sí, pero no sé en qué orden van».
2. I'm too old for this shit. El bloqueo motivacional: lo sufres cuando sabes lo que quieres escribir y eres capaz de escribirlo si te fuerzas a hacerlo, pero por alguna razón te faltan la energía y la motivación para hacerlo. algo falla, no en tu capacidad de escribir sino en tu rutina de trabajo. Quizá te han expulsado de tu rincón de escribir preferido, o unos vecinos particularmente folladores se han mudado al piso de arriba y se pasan el día distrayéndote con sonidos de apareamiento a escala zoológico. Es más o menos lo que le pasa al personaje de David Duchovny al principio de la primera temporada de Californication. No ha perdido su mojo con el diccionario, es sólo que no es capaz de obligarse a sentar el culo en una silla y escribir. Este tipo de bloqueo es el más dependiente de, el más profundamente arraigado en el estado anímico y las circunstancias personales del escritor, como, otra vez, se puede ver en Californication: después de vender por una millonada los derechos cinematográficos de su obra maestra, el temperamental y promiscuo enfant terrible de las letras inglesas Hank Moody se ha quedado afónico de gritar lo que Hollywood le ha hecho a su novela (que es lo que hace básicamente con todos los libros: violarlo en grupo hasta que revienta por las costuras), ha perdido a su mujer, que, harta de la pena que Hank se da a sí mismo, de las típicas neuras de escritor y de los cuernacos que le ponía, se ha divorciado de él y se va a casar con un supertriunfador multimillonario, fracasa una y otra vez en ser un padre medio decente para su hija y además va y le mete palmo y mitad de salchichón a una fan que, ay que joderse, resulta que era menor de edad, aunque no lo parecía.
¡Si es que no lo parece! |
(La dulce Madeline Zima ya tiene tablas, ¿eh? A ver si la reconoces en esta otra foto):
(Pista: no es la morena, ni tampoco el niño).
3. I don't have time for this shit. El bloqueo estructural: te asalta cuando no tienes realmente un plan claro para la historia, o los personajes. No tienes ni siquiera demasiado claro el argumento de tu libro, guion, cuento, y el trabajo se prolonga párrafo tras párrafo, página tras página, dispersándose en mil direcciones distintas, y lo que iba a ser una novela de cien mil palabras es un ilegible bégimo con más páginas que velas la tarta de cumpleaños de Jordi Hurtado pero sin pies ni cabeza y al que sigues añadiendo palabro tras palabro sin verle todavía el final, que es exactamente lo que le pasa al personaje de Michael Douglas en Jóvenes prodigiosos (una «novelita pequeña» se convierte en un monstruo de más de 2600 páginas sin final a la vista) y lo que me ha pasado a mí en al menos dos ocasiones.
4. I'm too tired for this shit. El bloqueo de fin de proyecto: te acosa al final de un trabajo, sobre todo si ha sido especialmente retador, o prolongado en el tiempo, o emocionalmente exigente. Es un momento «¿y ahora qué?», un gélido dedo de «Sarah Sampaio Dominatrix, ¿qué se supone que voy a hacer a continuación?» en tu columna vertebral y, si el proyecto finalizado es, o al menos te lo parece en su momento, tu obra maestra, el bloqueo de fin de proyecto es una patada en los cojones de «nunca podré hacerlo mejor». Es decir, que cuando ya estabas acabando esa puñetera novela que tanta guerra te había dado y comenzabas a ver la luz al final de túnel...
Créeme, esto pasa más de lo que a los escritores nos gustaría. Apechuga y aprieta los dientes, que la cosa tiene mal remedio.
5. I can't get my shit together. El turbobloqueo masivo súpermaster del universo de destrucción mutua garantizada surgido del pútrido chumino satánico de la mismísima hija bastarda pansexual, vegana y yonqui de la gran puta bisiesta de Babilonia: se te come vivo cuando no puedes escribir nada. Literalmente NADA. El bloqueo clásico, que yo creía que era el único, en el que te quedas mirando como un emporrado la página en blanco y preguntándote si será demasiado tarde para preparar oposiciones a engrasador de concursantes de certamen provinciano de culturismo patrocinado por una discoteca de ambiente participada en un 60% por el Cártel de Sinaloa. Éste, gracias a Blas, no lo he sufrido... todavía. Pero, eh, la fiesta acaba de empezar, así que no diré «de este agua no beberé».
¿Soluciones?
Eh... perdona pero ¿me estás puto preguntando por soluciones? ¿A mí?
Joder, pues sí que estás desesperado, paisano.
A ver, no quiero untar mierda en tu tostada, pero básicamente del bloqueo literario se sale... escribiendo. No hay trucos mágicos. Y sí, ya sé que la respuesta toca los nakasones a cuatro manos. Es como estar cojo y que te digan que eso se cura con un paseo. No tiene sentido ni es lo que quieres oír. Al que se está asfixiando no se le pasa el ahogo porque le digan que respire.
Pero, en serio, la única forma de romper el bloqueo de escritor es escribiendo. Así que estos consejos, que te doy desde mi experiencia personal y bajo ningún concepto puedo garantizarte que sirvan para tu caso, te van a resultar un poco monótonos.
a. Cómo romper el bloqueo Tipo I: «I'm too sober for this shit».
Simplemente escribe. Tira pa'lante y no te preocupes de hacer el guapo con el diccionario. Ya habrá tiempo para eso. Cuenta tu historia, desarrolla tus personajes, aunque para hacerlo emplees el lenguaje de un apache con frenillo. Tira millas como un puma. Como quiera que el 90% del trabajo de un escritor no es escribir, sino reescribir, o sea corregir, cuando tengas tu primer borrador habrá llegado el momento de buscar frases floridas y escoger el vocabulario adecuado, tareas que podrás acometer con mayor confianza en ti mismo porque, ¡sorpresa!, habrás superado tu bloqueo.
Eso, eso: tú tira pa'lante que ya lo arreglarás luego. |
Este consejo, que te aseguro que a mí nunca ha dejado de funcionarme, además es una excelente prueba del nueve para tu proyecto. Si tienes una buena idea, que se pueda volcar en un argumento del cual extraer una historia interesante, serás capaz de exprimirla con léxico de parvulario, con viñetas de romance de ciego o con muñecos de guiñol. Si no eres capaz de desarrollar esa historia, puede que tus fundamentos no sean tan sólidos como pensabas. Puede que incluso no tengas fundamento alguno.
Dale una pensada.
Escribe. Escribe borradores de mierda, que ya tendrás tiempo de arreglarlos luego. Y, si tienes el vocabulario de un alumno de ESO medio tonto, ¿por qué no coges a algún escritor que sí sepa lo que se hace (Dostoievsky, Auster, Baudelaire, Murakami, Pérez-Reverte, Corín Tellado, Sasha Grey) y copias las frases, los párrafos que más te gusten? En el peor de los casos, puede que aprendas un par de términos nuevos. En el mejor, quizá te enseñes a ti mismo a ser un plagiario medio decente.
b. Cómo romper el bloqueo Tipo II: «I'm too old for this shit».
Bueno, éste es más complicado porque puede deberse a diferentes causas y, si no son evidentes o no puedes identificarlas en un primer momento quizá te desanimes, te agobies y tu bloqueo se agrave. Y no, no te recomendamos que intentes alguna «ayuda química», particularmente si para ese suplemento cerebral necesitas receta médica o unas vísceras a prueba de bomba. Desde Paratroopers, servicio público, servicio Comansi, doble función, sensación única, recomendamos enérgicamente hacer una literatura sana y 100% libre de drojas.
(Joder, Riley, deja de hacer esa guarrerida española con el dedo y líame otro porro, joder, que estoy intentando escribir. ¡Siempre pensando en lo único, copón!).
¿Has pensado en cambiar el lugar en el que escribes? Para mí funcionó. Durante años escribí en la cocina de mi casa, con la tele encendida. En algún momento, eso dejó de funcionar. Probablemente mi cerebro se resecó un poco y ya no me resultó posible concentrarme en un cuarto en el cual, en un día normal, había gente entrando y saliendo cada treinta segundos, abriendo y cerrando la nevera, preparándose un bocata de Nutella con chorizo Revilla, cambiando canales, insultando a Rociíííííto... Simplemente un día descubrí que llevaba tres años atascado en el segundo capítulo de un libro (que acabó teniendo dieciséis) y llegué a la conclusión de que no podía seguir así. Me mudé a un cuarto en el que raras veces entraba nadie (aunque misteriosamente, y porque las leyes de Murphy son las leyes de Murphy, de repente todo el mundo tenía algo que ir a hacer o buscar en aquel cuarto, varias veces diarias, y entraban como un pelotón de GEOs, cortándome la meada en medio de un párrafo) y allí acabé ese libro y escribí tres más.
También me resultó muy útil establecer una rutina. Un horario de oficina, por así decirlo. Empezaba todos los días a la misma hora, a menos que los pequeños problemas de mi mala salud de hierro o algún imponderable me lo impidiesen, escribía durante dos horas, me tomaba una pausa de veinte, veinticinco, treinta minutos para oxigenarme, preparar un té, tomármelo, trabajaba de nuevo hasta las siete de la tarde, hacía una hora de ejercicio (mis problemas de espalda todavía no se habían vuelto una jodienda perpetua por aquel entonces), me duchaba, cenaba y trabajaba otro par de horas, tres como mucho, para estar a las once, once y media en la cama. Y al día siguiente, repetir.
Ponerme un horario, una disciplina y unos objetivos (cuatro, cinco páginas diarias mínimo), tenía un efecto muy llamativo: en el momento de sentarme, mi cerebro ya estaba en «modo escritor» y listo para empezar emborronar cuartillas como un poseso. La disciplina me hacía ser más productivo que nunca. Haz la prueba y ya me darás las gracias.
(¡Riley! ¡Se acabó! ¡No te aviso más! ¡Apártame tu grupa del hocico, que esta noche te quedas sin follar! ¡Pecadora de la pradera!)c. Cómo romper el bloqueo Tipo III: «I don't have time for this shit»
Resume el argumento de tu novela en un par de páginas como máximo. Haz un esquema de tu obra. Una guía de personajes. Un resumen por capítulos. En pocas palabras: aplica el Método Sommer.
Nueve de cada diez veces que he perdido el control de una novela, ha sido por no haber hecho los deberes. Por no aplicar el método que he desarrollado a base de dejarme los dientes y pelarme los huevos resolviendo los problemas que yo mismo, mi bisoñez y mi osadía nos habíamos autoinfligido.
Es difícil dispersarte y provocarle un edema a tu libro si sabes exactamente lo que quieres contar, los personajes que vas a emplear y cómo se relacionan unos con otros, dónde y en qué marco de tiempo se desarrolla la acción y cuáles son los temas que quieres tratar en tu historia. Un buen mapa de tramas, una cronología básica y algunos apuntes biográficos te ayudarán a airear tu libro y que todo fluya como la seda.
¡Que he dicho tu libro! ¡Tu libro! |
Es difícil desparramarte si sigues este método de trabajo... y, sin embargo, en la novela más larga que he terminado hasta la fecha, un libro para el que reuní más documentación e hice más índices, glosarios, roles de personajes y cronologías que para todos los demás juntos, acabé con dos mil páginas de texto.
Y créeme que le he quitado paja. Reiteraciones, sobre todo (había temas que se repetían una y otra vez, como si los lectores fuesen cortitos y no lo pillasen a la primera). Y sin embargo, y aunque aún no he terminado el borrador definitivo y, por lo que a la extensión del texto se refiere, tal vez sea posible afeitarle un 1% más, estoy razonablemente satisfecho del resultado y, a grandes rasgos, creo que he contado la historia que quería contar, pasando por los hitos argumentales y temáticos que quería recorrer y con bastante dignidad, modestia aparte.
Lo cual es peligroso, porque dando por cierto que esto sea así y no esté intentando justificar mi incapacidad para la síntesis, eso significaría que en ocasiones una historia puede extenderse porque es necesario que lo haga, y, en ese caso, ¿cómo distinguir una historia que necesita ese desarrollo de un típico caso de bloqueo Tipo III?
¿O cómo interpretar correctamente el lenguaje no verbal de esta señorita? |
No tengo ni puñetera idea, lo siento. No soy un gurú ni Piter Sánches. No tengo respuesta para todo.
d. Cómo romper el bloqueo Tipo IV: «I'm too tired for this shit»
Éste tipo de apollardamiento creativo lo he sufrido un par de veces, sobre todo al finalizar proyectos un poco largos o particularmente exigentes, ya sea en el plano técnico o el emocional (hay libros que me ha dolido escribir). Hasta el momento, he salido más o menos bien librado echando mano de alguno de mis proyectos inconclusos, de alguna de mis ideas, de mis tratamientos, de las novelas en reserva de las que, a lo mejor y a lo sumo, sólo tenía un puñado de notas, un índice de personajes principales y quizá unos párrafos de prueba.
Y no me ha ido mal del todo.
Tal vez eso signifique que el bloqueo «I'm too tired for this shit» es, como su nombre indica, una expresión de agotamiento. Acabas un proyecto y acabas intelectual, y a veces físicamente, exhausto. Es normal pensar que lo has dado todo en ese (pen)último libro. Que no te queda nada. Que has chocado contra «el muro». Y es que escribir una novela se parece mucho a correr una maratón, y es igual de exigente, aunque consume otro tipo de energías.
Pero, en fin, como ya hemos dicho que del bloqueo de escritor se sale escribiendo o no se sale, si sufres este tipo de parálisis creativa y no tienes unos ahorros en forma de historias inconclusas a las que echarles el diente, ¿por qué no pruebas a, simplemente, escribir?
¿Por qué no pruebas, yo qué se, a extraer el argumento de alguna de las obras capitales de la cultura humana y vestirlo con una nueva historia? Cámbiale el sexo al protagonista. Ambienta la acción en una época o un país diferente. No, no importa que lo que escribas sea una mierda. El 90% de lo que se escribe es mierda y tú no eres una excepción. Lo importante es que estás escribiendo, aunque sea mierda. Ya no estás bloqueado.
Si eso no te funciona, ¿por qué no, simplemente, escribes que estás bloqueado? Escribe sobre lo difícil que te está resultado romper el bloqueo. Sobre que estás tan desesperado que hasta has seguido los consejos de un indocumentado soplapollas que tiene una bitácora en Blogger sobre cómo romper el bloqueo de escritor. Una vez más, no importa lo que escribas ni cómo lo escribas mientras escribas, porque, y no sé si hemos insistido lo suficiente en ello, el bloqueo de escritor se rompe escribiendo.
e. Cómo romper el bloqueo Tipo V: «I can't get my shit together»
No tengo ni reconchudísima idea.
Ajo, agua y resina. |
Lo siento. Vuelve a preguntármelo dentro de unos años y quizá tenga la respuesta.
Es lo que hay. No voy a escribir una entrada protestando contra las mentiras duraderas y contarte otra que, aunque fuese por accidente, se convirtiese en otra falacia de larga vida.
A pesar de todo, espero que esta entrada del Paratroopers te ayude a romper cualquier posible bloqueo literario y terminar tu libro, mi querido lector.
Aunque en el fondo no importa, porque ambos sabemos que ese libro será una mierda.
A pesar de todo, espero que esta entrada del Paratroopers te ayude a romper cualquier posible bloqueo literario y terminar tu libro, mi querido lector.
Aunque en el fondo no importa, porque ambos sabemos que ese libro será una mierda.
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