miércoles, 26 de septiembre de 2018

«Going outside is highly overrated»

En abril del año en curso escribí un feroz e incondicional panegírico de Ready Player One, la película de Steven Spielberg basada en la novela homónima de Ernest Cline. Ha llovido desde entonces, me he visto Ready Player One un par de veces más (he vuelto a correrme como una bestia mientras la veía) y me ratifico en todo lo que dije en aquel artículo.

Sin embargo, al repasar la entrada de la bitácora enlazada más arriba (algo que hago de vez en cuando, para corregir los errores que siempre se te escapan hasta después de haberle dado al boton de «publicar» y cometer un par de errores nuevos) no dejé de notar que mi defensa cerrada de la película podría inducir a error a lectores poco informados («¡Ja! ¡Fantasma! ¡Como si tuvieras lectores!»). De la lectura de «La realidad puede ser una mierda, pero es el único sitio donde te puedes tomar una comida decente», quienes no conozcan la obra adaptada a la pantalla podrían llegar a la deducción de que Ready Player One es una gran novela de aventuras. 

Y no.

Ni por asomo.
(Y con esto terminan las pistas. A ver si adivinas tú solito de qué va la presente entrada de Paratroopers).
Si tuviese que impartir un curso de escritura creativa (algo que no corro peligro de hacer; ya puedes bajarte de esa cornisa), Ready Player One sería uno de los libros que recomendaría a mis alumnos como guía inmejorable de todo lo que no hay que hacer al escribir una novela.

¿Que por qué?

Deja que me explique.

El pecado original de toda obra de ficción es que el escritor tiene que elegir cómo introduce al lector en el escenario. Hay dos únicas formas de hacerlo (y un infinito espectro de grises entre ambos extremos): meterle de cabeza sin avisar y que vaya descubriendo las reglas por sí mismo o describirle el contexto mediante uno o varios capítulos expositivos (y cuanto más raro, exótico o complejo sea el mundo en el que transcurre la historia, tal es el caso de la Ciencia-Ficción y la Fantasía, más espacio hay que dedicar a esa descripción). 

La vieja dicotomía del narrador: mostrar o explicar. Yo, personalmente, siempre que sea posible prefiero mostrar, más que nada porque confío en la inteligencia de mis lectores y porque los párrafos descriptivos frenan en seco el avance de la acción; mientras le explicas a tu lector la geografía, historia e instituciones del reino de Bu Jarrán, la  historia está paralizada, esperando a que termines de impartir la lección de antropología. Por eso en todas las novelas de detectives, el personaje más repelente siempre es el que describe cómo su investigación le condujo hasta el culpable.
(Vamos, el detective).
Por eso me gusta tanto Harry Bosch: porque pasa de comerte el tarro con polladas.
Pero el «mostrar en vez de explicar» no es una norma de obligado cumplimiento y, como en todas las cosas, admite un uso promiscuo con su reverso tenebroso: el de la exposición. Es más, estoy seguro de que lo más inteligente es usar ambos indistintamente en el momento en que sean más apropiados, incluso dentro de la misma obra.

En Ready Player One, Ernest Cline decide, desde el primer párrafo, ceñirse al método expositivo más ortodoxo. Wade se presenta a sí mismo (el libro está escrito en primera persona), introduce el escenario en el que va a transcurrir la acción, nos da algunos apuntes biográficos sobre Halliday,  nos describe su obra magna, OASIS, nos introduce en la búsqueda del Easter Egg y nos presenta el drama.

Y yo no tendría nada que objetar a esto. El primer acto es el momento de hacer las presentaciones, y no por tradición ni chumineces semejantes, sino porque si desde el principio no dejas claras las normas, el lector se va a sentir desorientado y poco motivado a seguir leyendo, y porque si no le presentas a los personajes y le ofreces algo que se los haga simpáticos, o al menos interesantes, además no le va a importar una mierda lo que les pase a los protagonistas de tu relato.

Yo no tendría nada que objetar al sistema escogido por Cline
para resolver el problema fundacional de toda obra de ficción (el problema de la exposición o, mejor aún, el problema del equilibro entre acción y exposición) de no ser porque acaba el primer capítulo y la búsqueda del Tesoro de Halliday aún no ha empezado, pero, eso sí, sabemos que Wade juega mucho a arcades clásicos (Galaga, Defender, Robotron: 2084...), tiene nombre de superhéroe porque a su padre le encantaban los cómics de superhéroes (Green Lantern, Spiderman...) y que flipa con Enredos de familia, aquella serie que Michael J. Fox grababa de día mientras por las noches rodaba Regreso al futuro (¿quizá por eso en un capítulo su personaje acaba enganchado a las anfetas?).
Ésta
Acaba el segundo capítulo, saturado, como el primero, por un aplastante namedropping o, si no entiendes el pitinglish, un bombardeo de referencias a la cultura popular de los ochenta (Star Wars, The Monty Phyton, Terminator) y más datos sobre OASIS y la búsqueda del Huevo, y IOI, y Wade nos habla del personaje de Art3mis, cuyos diarios sobre la búsqueda del huevo tiene por obras de referencia (y de cuyo avatar se ha más o menos encoñado); y la acción sigue sin empezar.
"It probably goes without saying that I had a massive cyber-crush on Art3mis."
¡Hostia! ¡Y nosotros! ¡Nos ha jodido!
Acaba el tercer capítulo y Ernest Cline sigue soltando párrafo tras párrafo de datos sobre videojuegos, juegos de rol, novelas y películas de ciencia-ficción... y Wade sigue rascándose los cojones en su slum para proletarios white trash en Oklahoma (Ohio, en la peli) y preguntándose por qué mierda le han llamado a escena tan pronto si todavía no le dejan ni moverse.
"Aech had named his chat room the Basement. He’d programmed it to look like a large suburban rec room, circa the late 1980s. Old movie[s] and comic book posters covered the wood-paneled walls. A vintage RCA television stood in the center of the room, hooked up to a Betamax VCR, a LaserDisc player, and several vintage videogame consoles.
Bookshelves lined the far wall, filled with role-playing game supplements and back issues of
Dragon magazine."
¡Ya, ya, coño! ¡Pero haz algo de una puta vez, joder!

Acaba el cuarto capítulo y prácticamente todo él es otra sobredosis de namedropping y párrafos expositivos, lo que en inglés se llama infodump, o sea «volcado de información», y que en español de toda la vida llamamos «tostón» o «turra». La Tierra Media, Pern, Vulcano, Arrakis, Battlestar Galactica, Mundodisco, Firefly, Mundo Anillo, el Cubo de Rubik... ¡Aaaaaaaaaaaaaaaaaah!
Si a mí también me gustan todas esas cosas, pero ¡joder, dame un respiro!
Acaba el quinto capítulo. Más de lo mismo, y ya nos empezamos a encabronar.

Acaba el sexto. Asesinamos a toda nuestra familia y profanamos genitalmente sus cadáveres.

Llegamos a la página 56 y parece que por fin la acción va a comenzar. Se nos introduce en la gesta por el «Huevo» de Halliday y leemos por primera vez la famosa quintilla que codifica la pista para acceder a la primera llave.
The Copper Key awaits explorers
In a tomb filled with horrors
But you have much to learn
If you hope to earn
A place among the high scorers
Pero no. La acción todavía no comienza. Es más, justo a continuación tenemos otro perfecto ejemplo de por qué Ready Player One no funciona como novela:
[...] during the course of my research, I discovered an old Dungeons & Dragons supplement called Tomb of Horrors, which had been published in 1978. From the moment I saw the title, I was certain the second line of the Limerick was a reference to it. Halliday and Morrow had played Advanced Dungeons & Dragons all through high school, along with several other penand-paper role-playing games, like GURPS, Champions, Car Wars, and Rolemaster.

Tomb of Horrors was a thin booklet called a “module.” [...]
¡Pelirrojas! ¡Espadas! ¡Bikinis de cota de malla! ¡Y luego nos preguntan por qué leemos estas cosas!
MÁS turra.

Y sigue y sigue párrafo tras párrafo, explicando qué se entiende por un «módulo» de AD&D, cuál es la dinámica de un juego de rol, cuánto tiempo dedicó el personaje de Wade a memorizar el módulo de La tumba de los horrores, cuántos diferentes mundos de OASIS que recrean escenarios y mundos de Dragones y Mazmorras han sido ya explorados hasta la extenuación por los gunters buscando sin éxito la mazmorra secreta de bla, bla, bla...

Y entonces sí, en el capítulo siete empieza la acción propiamente dicha: Wade deduce dónde se oculta la mazmorra y va directo a ella.
«¡Oh, por fin, gracias a Dios, se acaba la turra!»
¡JA!

Capítulo ocho: Wade por fin ha entrado en la Tumba de los Horrores y se dispone a enfrentar el reto de Acererak, cuyo trono se transforma en una recreativa de Joust, Wade deduce cómo derrotar a su oponente y recibe la Llave de Cobre y una pista acerca de dónde encontrar la cerradura que abre esa llave.
“Hidden in the trash” was a reference to the ancient TRS-80 line of computers made by Tandy and Radio Shack in the ’70s and ’80s. Computer users of that era had given the TRS-80 the derogatory nickname of “Trash 80.”
What you seek lies hidden in the trash.
Halliday’s first computer had been a TRS-80, with a whopping 16K of RAM. And I knew exactly where to find..."
Ordenadores a pedales. ¡Cuánto tiempo! ¡Cuántos recuerdos!
«Ay, Dios, que empieza otra vez y con más ganas. Déjame saltarme un par de párrafos a ver si...»
"In the deepest level of Daggorath.
Dagorath was a word in Sindarin, the Elvish language J. R. R. Tolkien had created for The Lord of the Rings. The word dagorath meant “battle,” but Tolkien had spelled the word with just one..."
«¡AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAH!»
¡Deprisa, Ernie! ¡Hazte esa paja antes de que te exploten las bolas!
¿Lo pillas?

Ready Player One, obra primeriza de un escritor primerizo, fracasa miserablemente a la hora de abordar el problema de la exposición y confía en que la apelación a la nostalgia nos impida a los lectores ver sus muchas carencias narrativas. Ernest Cline interrumpe una y otra vez el desarrollo de la acción para renovar ante nuestros ojos el título de freakmaster supremo que se dio a sí mismo. En cada capítulo, Cline se fabrica una nueva excusa para soltar la chapa sobre lo que más le pique en ese momento: videojuegos antiguos, novelas de fantasía, series de televisión viejunas, dibujos animados, juegos de rol..., y cada vez que nos larga la turra, la acción se interrumpe, la novela se estanca, los personajes se quedan en un limbo a la espera de que el autor decida continuar y un nuevo lector no iniciado en el frikismo nivel Dios es expulsado de Ready Player One y abandona la lectura.
¿Qué harán Wade y compañía mientras esperan? ¿Jugar al Saint Dragon, por ejemplo?
Encontrar el equilibrio entre acción y exposición es siempre un reto en toda obra de ficción, pero en una novela fantástica o de Ciencia-Ficción es equivalente a hacer malabares con lanzallamas metido hasta la cintura en una piscina de gasolina. Cuanto más raro, exótico y extraño sea el mundo en el que ambientas tu historia, más necesidad tendrás de describírselo al lector y los malabares se volverán más... interesantes.

En Ready Player One hay un problema añadido, porque Ernest Cline no solo tenía que describirle el escenario de su novela al freak promedio, sino hacérselo comprensible a un lector potencial que no lee cómics, no tiene ni puta idea de ordenadores y videojuegos vintage, considera la década de los ochenta una Edad Oscura entre el Big Bang y el primer iPhone y no ha jugado a rol en su vida ni piensa empezar a hacerlo.

Si le quitas la mitad de la turra, el libro sale ganando.

Pero, y esto es lo grave, si se la quitas toda, te quedas con un panfleto. Y no uno especialmente original. La típica búsqueda del tesoro. Una fórmula repetida hasta la náusea. Ernest Cline ha hilvanado de tal manera sus master clasess de frikismo con la trama de Ready Player One que, una vez desprovista de ellas, te quedas con... prácticamente nada. Porque el principal atractivo de Ready Player One no es la historia, en absoluto original, sino la constante apelación a la nostalgia de toda una generación que ha oportunamente olvidado que los 80 fueron la época de Reagan y Thatcher, de las hombreras, la Destrucción Mutua Asegurada, de Rick Astley, Chernobil, del auge y expansión del SIDA y de la democratización del jaco. Una de las edades más oscuras de nuestra historia, y no el guateque de neones, música disco y pantallas a 8 bits que Ernest Cline quiere vendernos.
¡Horror! ¡Una novela sin sustancia!
Y quisiera poder decir que el desequilibrio entre acción y exposición es el único fallo de Ready Player One, la novela.

Lamentablemente, no es así.

Haber elegido a un narrador en primera persona (y sí, se pueden escribir novelas en primera persona, digan lo que sigan los cabezas de martillo) acarrea el inconveniente de que, en todo momento, vemos la acción únicamente a través de los ojos de Wade. Y eso es un problema. Tan grande como que Wade carga sobre sus espaldas con el peso absoluto de la narración. Los otros personajes son meros comparsas. No personajes que hacen cosas, sino personajes a los que les pasan cosas. El único héroe de Ready Player One es Wade. El único protagonista es Wade. El más listo es Wade, el que mejor conoce a Halliday y antes descifra sus enigmas es Wade, el más valiente es Wade, el más guapo es Wade, el mejor gunter es Wade, el que tiene la picha más larga es Wade... Vamos, que acabas de Wade un poco tan hasta la tapicería de los cojones como acabé yo del puto Seiya, caballero de Pegaso.
¡Pagafantas! ¡Niño bonito! ¡Chulopiscinas!
Sí, en el libro, Aech, Art3mis, y hasta Sorrento son meros figurantes (Sorrento, si la memoria no me falla, aparece una vez y no se le vuelve a ver el pelo hasta el final del libro; pasa a convertirse en la amenaza en la sombra, el siniestro titiritero que mueve los hilos de los sixers, como un Sauron que obra a través de sus espectros del anillo. Esto acojona más pero al mismo tiempo le convierte en un adversario menos sólido). Y Art3mis solo está ahí para ser la idealista medio lela (quiere destinar la fortuna de Halliday a intentar cambiar el mundo para mejor) y el interés romántico de Wade, y darle calabazas cuando él le confiesa su amor, y pasar de Wade como de la mierda hasta que IOI empieza a asesinar a los jugadores aventajados que han logrado la Llave de Cobre.

Ernest Cline tampoco parece tener muy clara la personalidad de sus personajes, valga la redundancia, o incluso que tengan algo parecido a una personalidad. Wade, Aech, Daito y compañía no se definen por su carácter y ni siquiera entendemos bien por qué cojones se hicieron amigos. Su única identidad parece ser sus gustos en videojuegos, cine, cómics y música. Se diría que lo único que les une, lo único que tienen en común, es su predilección por la cultura pop de los ochenta y su competición por el premio oculto en OASIS. A partir de determinado momento, se añade el vínculo de figurar todos ellos en la lista negra de IOI. Y poco más. La única que se sale un poco de esta masa amorfa es Art3mis y, en determinado momento, el escritor se la quita de encima durante varios capítulos para que no siga poniendo en evidencia la unidimensionalidad de los demás.

Y aquí es cuando brilla con luz propia la adaptación cinematográfica de Spielberg. Sí, de Spielberg. No te dejes engañar. Que Ernest Cline firme el guión de la película no significa una mierda. A un estudio de cine, los escritores sólo van a dejar su nombre, cobrar su cheque y callarse la boca. Ready Player One, la película, no es una película de Steven Spielberg y Ernest Cline, sino una película de Spielberg. A secas. Tanto así que podríamos hablar de dos obras completamente diferentes. Y punto en boca.
We also had a crush on her. A BIG pinky outer-space-elvish emo one.
¿Sabes cuánto tiempo dura la exposición en Ready Spielberg One? Once minutos, títulos de crédito iniciales incluidos, en un largometraje de más de dos horas. El resto de la información relevante nos la van proporcionando a lo largo de la película, en pequeñas píldoras (algunas veces, en más de una dosis. ¿Cuántas veces nos recuerdan, como si fuésemos gilipollas, que Adventure fue el primer videojuego en incluir un easter egg? ¿Setenta y ocho y cinco octavos?).

Once minutos. Un 7,9% de metraje y nos metemos de cabeza en la carrera por el Huevo.

En Ready Ernest One, Parzival tarda siete capítulos en entrar en la Tumba de los horrores. 66 páginas de 298. Casi un 22%. Unas tres veces más que en la película. Spielberg, que no es perfecto pero sabe un par de cosas acerca de narrativa, reduce la turra a su mínima expresión y dosifica con mano firme los guiños freaks en los diálogos, y espero que en el proceso Ernest Cline haya aprendido algo sobre cómo se construye la ficción.
La Art3mis de Spielberg es una puta fuerza de la naturaleza, una guerrera, una amazona, una auténtica protagonista con su trama paralela y todo. En el libro, a Art3mis le pasan cosas. En la película, Art3mis hace cosas. Es una de las líderes de una célula clandestina que combate la tiranía de las multinacionales como IOI, depredadoras de la especie humana en un mundo, arrasado por su codicia y sus industrias contaminantes, en el que se ha vuelto a instaurar la condena por deudas, o sea, si no pagas tus facturas, puedes ser «reclutado» como trabajador esclavo para tus acreedores corporativos hasta que hayas devuelto lo que les debes, lo cual equivale a una cadena perpetua, porque los intereses de tu deuda crecen más deprisa que tu amortización de la misma («Once they got finished slapping you with pay deductions, late fees, and interest penalties, you wound up owing them more each month, instead of less. Once you made the mistake of getting yourself indentured, you would probably remain indentured for life.»); y esto es exactamente lo que define a la Art3mis de la película, que acaba «reclutada» por IOI a causa de sus deudas (en el libro, es Wade bajo una identidad falsa el que se endeuda deliberadamente con IOI para tener acceso a sus ordenadores y plantarles un troyano).

Spielberg captó la personalidad contestataria de la Art3mis literaria ("But you do realize that nearly half the people on this planet are starving, right?"), le asignó el papel de caballo de Troya oportunista que en la novela desempeña Wade y la convirtió en un verdadero personaje; cogió a una muñequita agorafóbica y la transformó en una heroína, en una princesa Leia, y espero que en el proceso Ernest Cline haya aprendido algo sobre cómo se construye la ficción.

Spielberg cogió todo lo que funcionaba en Ready Player One y lo puso en su película, y dejó fuera la mayor parte de lo que no funcionaba, y espero que en el proceso Ernest Cline haya aprendido algo sobre cómo se construye la ficción.

Spielberg rodó una película de aventuras para todo el mundo, una vertiginosa fantasía construida sobre los huesos de varios clásicos del cine (algunos de los cuales dirigió él mismo).

Cline escribió una soporífera biblia freak inaccesible para el público generalista y que hay que tener los huevos muy pelados para leerse entera.

¿Significa eso que Ready Spielberg One es superior a Ready Ernest One

Sí.

Y no.
Y ponerle un cartel a lo Drew Struzan no lo va a cambiar.
Casi todo lo que he puesto a caldo de Ready Ernest One, vamos, la turra, es precisamente lo que hace que el libro funcione, no como novela (en ese apartado es una decepción sin paliativos) sino como canto a la nostalgia. Si le quitas eso te quedas con una novela de aventuras. Cualquiera con búsqueda del tesoro, da lo mismo. Escoge tú un título.

Tampoco nada de lo que me gusta de Ready Spielberg One puede hacerme pasar por alto los agujeros de guión (algunos de ellos, me consta, resultado de escenas que se cayeron al suelo de la sala de montaje). ¿Wade ha visto un par de veces a Samantha/Art3mis, ninguna de ellas en persona, y ya está loco por sus rosados huesos, y dispuesto a dejarse matar por ella, y abandona su plan de fundirse la fortuna de Halliday en coca y putas y ponerla al servicio del sueño de Art3mis de un mundo mejor? La historia de amor más rápida del universo. Joder, por lo menos en el libro nos dicen desde los primeros capítulos que Wade está colgado del avatar de Art3mis y lee obsesivamente sus videodiarios y sus notas sobre la búsqueda. No hacen falta minutos de metraje para contar eso. Con una línea de diálogo, arreglados, señores.
«Eh, Parzival, tío, mira: la chica que te gusta.»
O incluso dos:
«Eh, Parzival, tío, mira: la chica que te gusta.» 

«¡Hijo de puta!»
¿Y qué decir de todos esos retrasados mentales haciendo aspavientos en plena calle durante el asalto final? ¿Cuántos se habrán matado entre sí en la vida real mientras luchaban en OASIS contra los sixers? La escena es ridículamente cómica y sin duda por ese motivo Spielberg la incluyó en el montaje definitivo, pero te saca de la ficción a mordiscos en la punta del ciruelo.
Yo puse la misma cara.
La repentina transformación final de Sorrento, de ejecutivo motherfucker predispuesto al homicidio a freak con corazoncito, ¿es creíble o siquiera justificable?

¿Por qué el lesbianismo de Aech ha quedado reducido a una insinuación en forma de línea de diálogo durante la prueba de El resplandor que hay que estar muy despierto para advertir?

¿Quién coño son Daito y Shoto y por qué se hacen amigos de Wade y compañía? En el libro está explicado. En la película se sobreentiende que el espectador ya lo sabe, o que no le interesa averiguarlo. Dos personajes claves en la historia presentados con una torpeza y pasotismo incomprensibles. Pero, eso sí, uno es un samurai y el otro una especie de ninja reptiliano salido de las pesadillas de un peyotero con hemorroides y un gusto exarcebado por la comida india.

Así que no. Spielberg es un gran narrador, pero no hace milagros. A veces, también mete la pata.
(Por cierto, tanto a los fans incondicionales de Cline como a los que gozan analmente poniéndole a caldo quizá les guste saber, si no se han informado ya, de que Universal tiene los derechos de su siguiente novela, Armada, y están poniendo a punto el borrador final del guión).

(Extra coin: No he leído Armada y no voy a poner a caldo un libro que no conozco, que no me pagan por ello. A ver si me hago con un ejemplar y lo destripo para vosotros. Pero de entrada me llega a la nariz un ligero tufillo a cuerno quemado esa portada que, una vez más, evoca mis añorados arcades de los años 80, que en realidad no eran tan buenos, y ese subtítulo «una novela del autor de Ready Player One». Sé que esto se hace desde el año de la polca, pero me sigue pareciendo un truco sucio. Si te gustó Ready Player One, como a mí [a pesar de sus defectos], no hay ninguna garantía de que vaya a gustarte Armada solo porque la haya escrito el mismo ternasco).
Eso sí, (y ahora saco la digresión de los paréntesis, que aquí las normas las pongo yo y las rompo cuando me sale de las pelotas) hay algo que tengo clarísimo: si leo Armada, lo haré en versión original.

¿Por qué?

Porque tuve que leer en inglés Ready Player One para poder decir que había leído Ready Player One
Ya lo denuncié en mi anterior entrada sobre la película y en otros artículos del Paratroopers que ahora mismo me da flojera buscar: la traducción española de Ready Player One es nefasta. Aborrecible. Como introducirte por el recto sesenta botellas de vitriolo y que te las revienten luego dentro a patadas.

Yo no soy capaz de juzgar, porque no tengo el gusto de conocerle en persona, el dominio del inglés que ostenta el responsable de la traducción española de Ready Player One, a quien supongo enteradísimo de los entresijos de la lengua de Marlowe Was this the face that launched a thousand ships and burnt the topless towers of Illium?»), pero sus conocimientos de cultura popular son evidentemente cero, y su interés en hacer un buen trabajo, subterráneo. 
Pongo aquí otra vez (mientras dure, que la página lleva abandonada desde 2013) el enlace al artículo de David Tejera que me sacó de un apuro al terminar de leer mi ejemplar traducido de la novela («¡no estaba sufriendo un ictus, es que está traducida con el orto!»), y te resumo algunas de las patadas al idioma mas gordas, por si eres demasiado vago para pincharlo:

El traductor español de Ready Player One no ha visto Blade Runner ni leído la novela en la que se basa (¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?, de Philip K. Dick), o le importa un carallo, a pesar de que en el mismo párrafo a traducir le hablan de ella, y decide convertir los «replicants» en «réplicas», y no «replicantes».

El traductor español de Ready Player One no ha jugado en su puta vida a un videojuego, o le importa un carallo, y no sabe que «stage 2» debe traducirse por «fase 2», «segunda fase» o incluso «pantalla 2», así que lo traduce como «estadio 2».

El traductor español de Ready Player One no ha leído Alicia en el país de las maravillas, o le importa un carallo, y no sabe lo que es una «espada vorpalina». Además tampoco entiende nada de armas de filo y cree que «espada bastarda», o de mano y media, es una marca de espadas, no una tipología. Encima, es un declarado pacifista y no sabe lo que es una «pump-action shotgun» («escopeta de corredera» o «de trombón») ni está dispuesto a averiguarlo, así que este párrafo, que admito tiene una traducción enrevesada:
"I put on my gleaming +10 Hale Mail powered armor, then strapped on my favorite set of blaster pistols and slung a pump-action pistol-grip shotgun across my back, along with a +5 Vorpal Bastard Sword"
se convierte en un galimatías sin pies ni cabeza, pero, eso sí, el traductor con la cabeza bien alta, que él ya traducía a Chaucer cuando nosotros aún estábamos con el gu-gu-ta-tá:
«Me puse mi radiante armadura potenciada +10 de Hale Mail y me até al cinturón mi conjunto favorito de pistolas de rayos, y a la espalda un rifle de pistón con empuñadura de pistola, además de una espada +5 Vorpal Bastard».
Mazin Go! Mazin Go! Mazingaa Z!
El traductor español de Ready Player One no ha visto jamás dibujos animados japoneses, y además cree sinceramente que las personas que los ven son débiles mentales, prácticamente cretinos irrecuperables, candidatos a la sobredosis de Red Bull con Peta Zetas y potenciales violadores de ancianas; por eso no tiene ni puta idea de qué es el mecha (pronúnciese «meka»), o sea el subgénero de animación japonesa de robots gigantes curtiéndose a hostias al que pertenecen series como Gundam o Mazinger Z, o le importa una mierda, y decide traducir «mechs» por «mecanos», aunque así la frase española no tenga ni pies ni cabeza.
"and many of the mechs featured in both the Macross and Gundam anime series."

«y muchos de los mecanos que aparecían en las series de animación Macross y Gundam».
(El traductor español de Ready Player One es obviamente demasiado vago para molestarse en buscar en Internet qué cojones es eso de Macross y Gundam).
El traductor español de Ready Player One siente tan profundo desprecio por Dragones y mazmorras y por los freaks gordos, onanistas y vírgenes que juegan a eso (y además no se pone de acuerdo consigo mismo), que unas veces traduce el nombre del juego como «Dragones y mazmorras» y otras como «Mazmorras y dragones». Para eso habría sido mejor dejarlo en inglés, opino.
He estado en partidas en las que había chicas y todo. Lo juro.
«Si me sentía deprimido, impotente ante mi mala suerte en la vida, lo único que debía hacer era darle al botón de Player One».
Por Dios, Wade, quieres decir que le dabas al botón de «un jugador», ¿verdad? 

Y sigue y sigue así, en una traducción deslavazada, perezosa, imperfecta e inconsistente que me hacía recordar, una y otra vez, aquellos «rear-admirals» (contraalmirantes) de In enemy handsHonor Harrington, te amo a ti y a todas tus amputaciones!) convertidos, por obra y gracia de una versión española digna de un crío de siete años, en «almirantes de retaguardia», que digo yo que deben de ser los almirantes que se ponen al final de la cola de almirantes para encular los cadáveres de sus compañeros, a medida que van cayendo en combate.
El lugar al que van a parar todos los traductores cuando mueren.
Por cierto, Ernest Cline está escribiendo la secuela de Ready Player One. Y creedme cuando os digo que estoy deseando leerla (en inglés) y enterarme de si la relación entre Wade/Parzival y Samatha/Art3mis va por buen camino (en inglés), si Aech/Helen ha encontrado el amor o hecho las paces con su familia (en inglés), si IOI cree haber dado con una artimaña para apoderarse del legado de Halliday (en inglés), y, sobre todo, cuál es la naturaleza de ese misterio oculto en OASIS que se insinuan tanto al final del libro como de la película.

En inglés.
¿Habrá muchos más guiños como estos?
Sin coñas, estoy deseando leer, en inglés, Ready Player Two o como cojones se acabe titulando el libro.

Esperemos que, en estos años, Ernest Cline haya tenido tiempo de aprender, por fin, a escribir.

En inglés.

martes, 11 de septiembre de 2018

«Ask me about my feminist agenda».

(No puedo empezar esta entrada del Paratroopers sin cagarme vehementemente en la puta madre de los ingenieros de Google gracias a cuyo incompetente matenimiento de Blogger los tres o cuatro suscriptores de esta bitácora han recibido en sus correos un borrador del presente artículo, y no el texto definitivo, enviado automáticamente por la aplicación sin que mediara factor humano en ello. Que os revienten el culo a pollazos, cabrones. Y de los saltos de línea caprichosos, la justificación de párrafos traidora, las imágenes que no se cargan y las entradas que desaparecen del contenido publicado en un mes y aparecen en otro hablaremos el próximo día).
Harlan Ellison, apiádate de nosotros.

Resulta que los lectores americanos andan pelín revolucionados porque, al parecer, los cómics ya no son como los de antes. Ese lector, el arquetipo de blanco cristiano de clase media (y esto no es una suposición, hay cifras solventes que lo sustentan), organizado en mesnada furiosa gracias a Internet, protesta enérgicamente porque la industria, desesperada por la caída en las ventas y abocada a una expansión de su mercado potencial, se ha embarcado en un proceso de demolición de las esencias mismas del cómic, particularmente del de superhéroes, y se ha convertido en un altavoz de valores liberales e integradores completamente ausentes de las raíces de sus productos.
Ya no quedan hombres como los de antes.
Lo diré alto, claro y a lo bestia por si estoy siendo innecesariamente oscuro en mi introducción del tema:

En Estados Unidos, y cabe suponer que en otros países, hay un montón de lectores de cómics cabreados porque, de repente, en sus colecciones favoritas están apareciendo:
personajes femeninos con protagonismo, y no simples fundas de carallo;

personajes homosexuales, bisexuales o transgénero a los que no se humilla ni caricaturiza por su condición;

historias dibujadas y, perdónanos Señor, a veces escritas por ¡mujeres!, que no giran en torno a quién está enamorado de quién, dónde tienen wonderbras en rebaja o cuál es el último truco para vomitar sin que se note;

personajes no cristianos, sino musulmanes ¡y hasta ateos!, no asesinables;

y, lo que ya es el puto colmo, personajes oscuritos de piel que no son infamantes estereotipos racistas.
Sí, Harlan Ellison que estás en los cielos, has leído bien: se ha montado la mundial en tu país natal porque en los cómics de superhéroes aparecen mujeres independientes, moros, hispanos, bujarras, bolleras, ¡y hasta negros! 

Que es tanto como decir que hay un sector del fandom estadounidense cabreado porque no puede detener el progreso de la humanidad.

Así nos luce el pelo.
Ésta es, básicamente, la misma especie de gilipollas que clamó al cielo por la elección de Idris Elba para el papel de Heimdall en las películas de Thor, y no porque, en su humilde y desautorizada opinión, el actor británico no pudiese aportar al personaje la seriedad e intensidad dramática que merecía, sino porque Idris Elba, digámoslo así, no se ajusta a nuestra idea preconcebida de la raza nórdica, para qué engañarnos:
Pues nooooooooord.
Se llegó a montar una página web, hoy difunta, que invitaba a los fans del cómic a boicotear la película, porque, corto y pego:
"It [sic] well known that Marvel is a company that advocates for left-wing ideologies and causes. Marvel front man Stan “Lee” Lieber boasts of being a major financier of left-wing political candidates. Marvel has viciously attacked the TEA Party movement, conservatives, and European heritage. Now they have taken it one further, casting a black man as a Norse deity in their new movie Thor. Marvel has now inserted social engineering into European mythology."
(Lo cual demuestra que, además de racistas, estos ternascos no conocen ni la gramática de su propio puto idioma. ¿Dónde está el «is» que debería ir a continuación de ese «it»? ¡Y qué finos han sido subrayando los orígenes judíos de Stan Lee! Eso es troleo del bueno y lo demás son hostias).
Esta iniciativa contó con el respaldo de alguno de los más ultramontanos grupos de extrema derecha de los Estados Unidos. La clase de gente que lleva banderas unionistas en los parachoques de sus camionetas, sale por las noches a patrullar la frontera con México esperando poder dispararle por la espalda a algún inmigrante ilegal y cree íntimamente que violar a una negra es solo una forma refinada de zoofilia que no debería suponer ilícito penal.

Pero, ¿sabéis qué?, todo esto sobre Thor a Idris Elba básicamente se la cruje.
"Hang about, Thor's mythical, right? Thor has a hammer that flies to him when he clicks his fingers. That's OK, but the colour of my skin is wrong?"
Me encanta este tío. Lo juro por Odín.

Pero su caso es muy significativo de por dónde van los tiros en esta historia. Estamos ante el mismo tipo de gentuza que chilló como una piara de cerdos con un cojón pillado entre el asiento y la taza del wáter cuando Marvel fichó a Michael Clarke Duncan para el papel de Kingpin en la primera y nefanda película de Daredevil, y que se inventaron, sí, sí, sí, SE INVENTARON, los ataques racistas de espectadores negros contra espectadores blancos durante los pases de Black Panther, película en la que el rey de una nación africana (que, mira que hay que joderse, para variar no es una montaña de mierda rodeada de moscas sino una nación próspera y moderna), no es retratado como un supersticioso, analfabeto, corrupto y mugriento pelele, sino como un gobernante cabal, un guerrero valiente, un paladín de la justicia y un ingeniero sobresaliente. Una especie de Tony Stark negro, sin puterío ni alcoholismo. O peor todavía: una mezcla de James Bond y Tony Stark. Y encima negro.
Gánster gordo bien, gánster negro mal. Gu-gu-ta-tá.
(Muchas de esas cuentas de Twitter han sido borradas, así que tendréis que conformaros con mi palabra y alguna que otra capturilla de pantalla).
Encima de troll, gilipuertas.
O, en lo que ya es un rizamiento rizado del rizo rizómico, ésta es la misma basca que SE INVENTÓ una conspiración supremacista blanca con el objetivo de desalentar a los espectadores negros que querían ver Black Panther.
Gilipuertas plus.
Perdón, ¿he dicho «supremacista blanca»? Me he colado. Quería decir «de votantes de Trump». Sí, ese Trump. El adulto del coeficiente intelectual escala aguacate y la capacidad de concentracion de un crío hiperactivo de once años hasta los cojones de anfetas, el colérico oligofrénico que tiene acceso a armas nucleares (me debes tus próximas cien pesadillas). El de «Make America Great Again». En acrónimo, «MAGA».
Y ¿qué objetivo persigue todo este esfuerzo de la carcundia más rancia y carpetovetónica?

Que nadie amenace sus prejuicios. Exigir su derecho a preservar pura de oliva su sensibilidad retrógrada, machista y racista. Algo de esto ya lo hemos tratado en Paratroopers.

Hay gente, no solo en América, que recuerda tiempos mejores; tiempos en los que reventar a patadas a un negro no era delito, a los maricones los podías colgar de la polla del pino más cercano y reclamar una medalla del sheriff por la hazaña y las mujeres sabían cuál era su lugar: la cocina o el tálamo marital, y por el camino, a hostias. Gente a la que portadas como ésta, de Pájaro Burlón, han hecho, literalmente, espumear bilis:
“When Marvel announced that the series had been canceled, I was tagged in a lot of celebratory tweets… My trolls had been vindicated.”
(Chelsea Cain, escritora de Pájaro Burlón, entre otras cosas).
Gente que regurgitó cicuta, meó ácido sulfúrico, sudó nitroglicerina y cagó bombas de hidrógeno cuando Marvel se sacó de la manga un(a) Iron (wo)Man mujer. ¡Y negra!
(«¡Joder, negra! ¿No bastaba con que tuviera chichi? ¿Encima tenía que ser negra? Es que... ¡Joder, encima negra!»).
Y ya no os cuento cuando Batwoman, que ya estaba bajo sospecha por ser judía y pelirroja, salió del armario. ¿Qué fue de aquella frágil muñequita encoñada por Batman, como toda mujer hecha y derecha debería estar?
Esta gente tan sensible y gritona tiene una idea inflexible acerca de cómo debe ser el mundo y no quiere que las cosas cambien, ni que se les recuerde que este planeta se está llenando de rojos, bolleras, negros, inmigrantes y maricones que todas las noches cruzan ilegalmente las fronteras de su país y devoran fetos abortados, envenenan los manantiales, se mean en la Coca Cola, promueven las energías limpias, regalan condones y propagan el islam y la sodomía.
(Me pregunto si leyeron aquel cómic de Alpha Flight en el que Estrella del Norte se convirtió en el primer superhéroe declaradamente gay. En 1992. Hace veintiséis putos años).
Bueno, que haya gente con ideas distintas a las tuyas no es ningún problema a priori. De diferentes colores está hecho el libro de los gustos.

El problema empieza cuando toda esa gente tan sensible y gritona pretende que se les conceda a ellos el privilegio de decidir qué cómics y libros pueden leer los demás y qué películas pueden ver, y quién puede y no puede escribir y dirigir esos libros, cómics y películas. Por el amor de Dios, ¿qué pretenden? ¿Que todos los cómics sean como las abominables tiras de Chick Tract?

Lo que esta gente reclama es una cultura dirigida, fosilizada en su propio molde ético. Un realismo soviético sin realismo ni sóviets. Un bonito teatro de máscaras que permita a una minoría de fanáticos (QUIERO creer que es una minoría) seguir engañándose a sí mismos y convencerse en falso de que el mundo no ha girado ni un segundo de grado desde esos idílicos años 50 de película de Frank Capra que en realidad nunca existieron.

La civilización está cambiando, y hay gente empeñada en impedirlo con uñas y dientes. Y no hablamos de libreros de librerías especializadas devolviendo lotes enteros de cómics afro-transgénero-vaginista-islámicos para mantener amansados a sus clientes, que algunos de estos libreros, haberlos, haylos (aunque achacar a su reacción blanca, masculina, anglosajona y cristiana la culpa de las bajas ventas de cómics se haya revelado MENTIRA); estamos hablando de lectores cabreados que exigen el despido de escritores y dibujantes (como el caso de Aubrey Sitterson y esa puta portada de G.I.Joe) o que les envían amenazas de muerte. Como suena.
“Marvel finally realises that forced diversity doesn't sell”
Díjolo David Gabriel, vicepresidente de ventas de Marvel, y quedose tan ancho aunque sabía que era MENTIRA, que la razón del ocaso de sus ventas son los cambios demográficos entre sus lectores (Marvel subsiste de los mismos gilipollas, ahora ya cuarentones, que comprábamos sus títulos de críos), la dificultad de acceso a contenido electrónico (Marvel sigue creyendo que el único cómic es el de 24 páginas y grapa), la competencia de otras empresas que ofrecen productos nuevos, diferentes, en vez de blanquear una vez más a Magneto antes de convertirlo de nuevo en el Enemigo Público Número Uno (¿Has leído Saga? Claro que no, porque no la publica Marvel, sino Image. Y ¿sabes quién sacó los cómics de The Walking dead? ¿Conoces Monstress? A ver si adivinas quién lo edita. Y del cómic europeo, y maravillas como Le tueur, mejor ni hablo, que esto se haría eterno) y eso por no entrar a valorar el fenómeno de la especulación (todos los números uno de todas las colecciones se venden bastante bien, y a partir de ahí las ventas caen en picado, porque en Estados Unidos nunca falta el friki soplapollas que quiere tener todas las portadas alternativas del número de lanzamiento de la serie, erróneamente convencido de que algún día valdrán millones de dólares) o las MALAS DECISIONES COMERCIALES (en Trumplandia, los libreros no pueden devolver al distribuidor los ejemplares no vendidos, así que no tardan en dejar de hacer pedidos de las colecciones menos rentables), las estrategias creativas impuestas desde los despachos y el abuso y perversión de personajes y tramas que ya forman parte de la cultura popular.
(Resumido para lerdos: Marvel tiene tres o cuatro colecciones que, con sus altibajos, siempre se venden bien, o incluso muy bien, y un batiburrillo de colecciones de pueden sufrir caídas de ventas, entre el primer y el segundo número, de hasta el 80%; y los directivos de la casa no se explican por qué, y exigen obtener el mismo beneficio en todas sus cabeceras).
“Marvel finally realises that forced diversity doesn't sell”
Díjolo David Gabriel, vicepresidente de ventas de Marvel, y no se si fue plenamente consciente de cuál era el mensaje que estaba transmitiendo:
«Nosotros hacemos cómics para machos héteros y blancos. Vosotras, mujeres, vosotros, maricas, vosotros, negros, deberíais leer otra cosa».
(O sea, básicamente la misma frase que, en un programa de Howard Stern, le atribuyeron a Lauryn Hill, la vocalista de The FugeesI would rather have my children starve than have white people buy my albums»], y que fuese cierta o no, y parece ser que no lo era, hizo que se despeñasen las ventas de discos de The Fugees).
La espuma de este puchero de odio, azuzado por la entrada en barrena de las ventas de cómics con grapa, empezó a rebosar con un aparentemente inocente tweet de Heather Antos, a la sazón editora asociada en varias colecciones Marvel, que invitó a unas colegas a tomarse un batido con ellas:
¡Allí vieron algunos la causa de la decadencia de la civilización occidental, el progreso del islam y la efervescencia del mariconismo! ¿Cómo se atrevía esta mujer a recordarles a los lectores de Marvel que había siete señoras trabajando en la Casa de las Ideas? ¡Siete hembras, y una de ellas oscurita de piel, por Dios, trabajando en la industria del cómic! ¿Es que no había un  hombre cerca, para enseñarles cuál era su lugar? ¿Es que Bin Laden ganó la guerra?
(A Heather Antos se le acabó inflando el chocho y se largó de Marvel. No os quepa duda: Marvel ha salido perdiendo).
¡Ay, aquellas mujeres que sí sabían para lo que han venido a este mundo y para lo que no!
Y todo este asunto del Comicsgate (no es coña, se llama así en alusión a una polémica similar en la industria del videojuego: el Gamergate, convertido por algunos en lucrativo negocio), no es sino otro de los síntomas del problema. Y, si bien puedo comprender, que no excusar, las razones detrás del Gamergate, toda esta oleada de intolerancia en el mundo de los cómics me pilló completamente por sorpresa. Porque la industria de los videojuegos, como todo el sector de las tecnológicas, es esencialmente un cortijo masculino donde hasta cuando intentan crear un personaje femenino atractivo acaban incurriendo en el pecado original del machismo. «Pongámosle a Lara Croft una camiseta verde bien ceñida a sus descomunales ubres de pornstar ochentera y proporcionémosle un par de penes sustitutivos, quiero decir pistolas, con las que eyacular, o sea disparar, a todo el mundo».
¡Mira, mamá! ¡Tetas!
Pero ¿intolerancia en la industira de los cómics, particularmente en los de superhéroes? Desde los tiempos de Fredric Wertham (que, no te quepa duda, ahora mismo está paleando carbón en el infierno mientras veinte íncubos se turnan para sodomizarlo), esto es nuevo. Quiero decir, ¿qué son los cómics de superhéroes, una vez despojados de su cascarilla de mero producto de ocio para adolescentes, sino vehículos de denuncia social y proclamas integradoras? ¿Qué nos enseñan Los Cuatro Fantásticos sino que la familia no se reduce al vínculo genético (Ben Grimm no tiene ningún parentesco con Reed Richards ni con los hermanos Storm) y que en su seno siempre hallaremos amor, comprensión y protección? ¿Qué es Supermán, dejando a un lado su componente mesiánico, sino el arquetipo del inmigrante que adopta la cultura e ideales de su país de acogida y acaba convertido en paladín y modelo de ellos? ¿Quién es el Capitán América sino la encarnación de los mejores valores morales que los Estados Unidos reivindican como connaturales a su misma fundación (aunque luego sus gobernantes y ciudadanos no siempre estén a la altura de los mismos)? ¿Quién es el mayor icono feminista de la cultura popular? Wonder Woman. ¿Qué son los mutantes de la Patrulla-X sino la personificación de todos los colectivos marginados, silenciados, perseguidos y victimizados? Un grupo de muchachos con poderes extraordinarios que, a causa de su propia singularidad, son rechazados, temidos y odiados por la sociedad en la que viven y sin embargo luchan por integrarse en ella y colaboran en asegurar su supervivencia. Cámbiese «mutantes» por «judíos», «homosexuales», «musulmanes», «negros» o cualquier otra minoría y obtendrás un desolador retrato en sepia de la mentalidad estadounidense.
¿Quién es Batman? Básicamente alguien a quien la ley le importa tres huevos fritos, pero que vive cada segundo de su vida obsesionado con imponer la justicia. Justicia, sí. Expeditiva. Contudente. Brutal. Primaria. Pero justicia. «¿La ley dice que no puedo sacarle a hostias información a un raterillo para impedir que el jodido Espantapájaros libere su gas del miedo en Gotham y mate a docenas de personas? ¡Que se joda la ley! Dime que hueso quieres que te rompa primero». Y sí, he escogido deliberadamente ejemplos que respaldan mi afirmación. Veo que estás despierto.
También nos enseña que las chicas malas son las más interesantes.
"We've had a string of embezzlers, frauds, liars and lunatics making a string of catastrophic decisions. This is plain fact. But who elected them? It was you! You who appointed these people! You who gave them the power to make decisions for you! [...] You have encouraged these malicious incompetents, who have made your working life a shambles. You have accepted without question their senseless orders. You have allowed them to fill your workspace with dangerous and unproven machines. You could had stopped them. All you had to say was 'no'."


"V" for vendetta. Libro 2, capítulo 4.
Asisto estupefacto a este temporal de mierda en el seno de la industria del cómic. Y eso que los lectores de ciencia-ficción ya habíamos flipado con la controversia de los Premios Hugo y los Sad Puppies, aunque tal vez entonces no nos dimos cuenta de que formaba parte de un fenómeno mucho más extenso. E infeccioso.

Por no alargar en exceso esta ya pantagruélica entrada, intento resumir, que el tema es bastante complejo: el Hugo es, básicamente, uno de los tres más prestigiosos premios literarios del género de fantasía y Ciencia-Ficción. A diferencia del Nebula, que es otorgado por los miembros de la Asociación de Escritores de Ciencia Ficción y Fantasía de América, en las votaciones del Premio Hugo puede participar cualquiera que haya pagado una suscripción para la Convención Mundial de la Ciencia Ficción de ese año.

El Nebula procede de la industria mientras que el Hugo fue pensado para que los lectores se implicasen en la industria, para que pudiesen votar las obras que más les gustaban.

Y aquí empieza el problema, digamos.

Porque, desde hace unos años, una camarilla de escritores de ciencia-ficción y bla, bla, bla, protesta muy ruidosamente por lo que consideran una devaluación del premio, que se habría doblegado a la moda liberal y políticamente correcta y estaría premiando obras mediocres, o con un casi inexistente toque de fantasía o Ciencia-Ficción, o con una vocación culterana, literaria, reñida con el mero entretenimiento que, afirman ellos, es la médula de ambos géneros (sí, yo también considero desolador que unos escritores ataquen la literatura y la conviertan en un gueto elitista del que aconsejan mantenerse alejados a sus lectores) pero que, eso sí, han sido escritas por mujeres, o negros, o reconocidos homosexuales, o ponga en la línea de puntos su colectivo marginal favorito; o por transmitir valores izquierdistas, de integración, tolerancia, respeto a la diversidad... dejando de lado a la Ciencia-Ficción y al género de fantasía clásicas, tecnocrática la una, recreacionista-medieval la otra, machistas, blancas y heterosexuales ambas, y muy especialmente al subgénero de Ciencia-ficción militarista y criptofascista del estilo de muchos títulos del difunto y controvertido Robert A. Heinlein (por cierto, ganador de cuatro Hugos). Acusación poco original que llevo veinte años oyendo a los jurados de varios reconocidos premios literarios y a algunos críticos con una Cruzcampo de más.
"In the last decade we’ve seen Hugo voting skew more and more toward literary (as opposed to entertainment) works. Some of these literary pieces barely have any science fictional or fantastic content in them. Likewise, we’ve seen the Hugo voting skew ideological, as Worldcon and fandom alike have tended to use the Hugos as an affirmative action award: giving Hugos because a writer or artist is (insert underrepresented minority or victim group here) or because a given work features (insert underrepresented minority or victim group here) characters."
Brad Torgersen, suboficial en la reserva del Ejército de Estados Unidos, mormón practicante y novelista vocacional. Y sospechamos que se masturba con fotos de Trump frunciendo el hocico.
De nada, Brad.
Y lo que podía haberse quedado en una pataleta, desde 2012 está empezando a tomar unas dimensiones ciertamente preocupantes. Porque esos escritores resentidos («los libros que estáis premiando no me gustan»), que pasaron muy pronto de autodenominarse Sad Puppies («Cachorros Tristes») a escindirse en una facción aún más radical llamada Rabid Puppies («Cachorros Furiosos»), han organizado a través de Internet un boicot contra el premio Hugo, aprovechándose precisamente de su mayor virtud, que es su mayor debilidad: el sistema de suscripción para las votaciones, y han logrado, por ejemplo, colar en la convocatoria de 2015 (el año en que Cixin Liu ganó el premio a la Mejor Novela con El problema de los tres cuerpos) tres novelas cortas de John C. Wright, uno de esos autores blancos, héteros y cristianos injustamente perjudicados por la conjura lésbico-masónico-transgénero-comunista-afro-moro-feminazi.
¿El resultado? Muchas categorías de los Hugo de 2015 quedaron desiertas por primera vez desde 1977 a causa de la adulteración de las votaciones (y, según las malas lenguas, también por la ínfima calidad de las obras presentadas), y, aunque algunos autores de renombre, como GRRRRR Martin, proclamaron que aquel tea party de todo a cien se había cargado los Hugo, a otros les faltó tiempo para hacer leña del árbol caído.
Pero no creais que esto desanimó a los Puppies.

Volvieron a intentarlo en 2016.

Y en 2017.

Y en 2018.
Y están cada vez más cabreados porque los hechos no les den la razón. Particularmente en estos tres últimos años, en los que el premio a la Mejor Novela se lo ha llevado... esperad a que me pare la risa... una obra de... ay que me deshuevo... N. K. Jemisin.
Ésta señora.
Tres años consecutivos de hermosota escritora negrísima y su trilogía de lucha contra la discriminación, el racismo y el sexismo. Nunca un autor, de ningún sexo ni color, había copado la categoría reina de los Hugo tres años seguidos, lo cual debe de estar haciendo que les hiervan las criadillas a cierto grupo de escritores de Ciencia-Ficción organizado en torno a Theodore Beale (a.k.a. Vox Day) y su editorial (Castalia House), que todavía no se han enterado de que el género nació como reivindicación social y política, como espejo deformante de la realidad; que los autores de su mitificada Edad de Oro de la Ciencia-Ficción osaban plasmar en sus obras las ideas progresistas o radicales que no osaban defender en textos académicos. ¡La ola de puritanismo que desencadenó Asimov al proponer una raza alienígena con tres sexos en su novela Los propios dioses!, por poner solo un ejemplo.

Sí, Theodore Bale, ese caballero de exquisita educación y exacerbada conciencia de género, convencido de que la igualdad entre hombres y mujeres es «la principal amenaza a la supervivencia de la civilización occidental» ("the primary threat to the survival of Western civilization"; no te molestes en buscarlo en Internet, el link ha sido guillotinado), y que usó el hilo oficial de Twitter de escritores de la SFWA para llamar a N.K. Jemisin, mira tú qué coincidencia, «ignorante semisalvaje» ("Ignorant half-savage." ¡Mira que es susceptible la gente! ¡Ni que la hubiese llamado «simio con tacones», como alguien dijo de Michelle Obama!) y a Teresa Nielsen Hayden «rana gorda». Insultos por los cuales fue expulsado de la SWFA.

Y cuanto más lees sobre este tema, mayores dimensiones alcanza la sospecha de que tanto en el Gamergate, como en el Comicsgate, como en el tema de los Sad/Rabid Puppies, no se trata tanto de gente protestando porque se otorgue visibilidad a autores, historias e ideologías que, a su juicio, carecen de talento o, aun teniéndolo, no son dignos de tribuna y deberían resignarse al silencio, la marginalidad y la intrascendencia; sino de autores cabreados porque estos escritores, dibujantes, creadores de videojuegos, están vendiendo más obras y adquiriendo más popularidad que ellos. Son la generación de creadores de la era Trump.
Esta gente de epidermis tan fina, que exige protección para su sensibilidad mientras se esfuerza en herir la de los demás, no quiere que las cosas cambien. Ni siquiera cuando cambian para mejor

¿Que por qué digo «para mejor»? No solo porque estemos oyendo por primera vez las voces de colectivos a los que nos hemos complacido en ignorar durante siglos, sino porque, a pesar de que este soplo de aire fresco en la cultura popular está produciendo mucho ruido y mucha más morralla, también ha acuñado varios diamantes. Algunas historias tan hermosas como una puesta de sol sobre el cuerpo de Sara Sampaio untado en aceite Johnson's.
Hacía mucho, mucho tiempo, que un cómic de superhéroes no me llegaba al corazón.

Hasta que leí esto: 
Thor, diosa del trueno, es el mejor cómic de Thor que he leído desde que aún tenía pelo. Esa mujer lo bastante digna para levantar el Mjolnir le da sopas con onda a todas las encarnaciones masculinas del dios del trueno, What ifs... incluidos. Jean Foster es una diosa valiente, decidida, inteligente, sensible, compasiva y, lo más importante de todo, dispuesta a morir luchando por proteger a los débiles, castigar a los malvados y enmendar las injusticias.

Jean Foster es la mejor diosa del trueno que tendremos jamás, porque es una diosa humana. Conoce nuestra naturaleza. Ha vivido en sus propias carnes la miseria, el pecado, el miedo y la culpabilidad de nuestra imperfecta especie.

Y sabe que es mortal. Está enferma de cáncer, y cada vez que empuña el martillo de Thor y asume sus poderes, su maltrecho cuerpo se debilita un poco más y la enfermedad progresa, de manera que al término de su misión está aún más débil, aún más enferma, un paso más cerca del sepulcro.

Pero eso no le va a impedir seguir luchando para proteger la Tierra, a la humanidad, y a los aesir, divididos entre el rechazo a su condición de intrusa, usurpadora del arma más temible del arsenal de los dioses, y el franco y abierto odio machista.

Aunque empeñe la vida en el proceso.

Juro por Dios que llevaba años sin emocionarme con un cómic de chiflados en mallas. 

Hasta que una simple «s» cambió el pronombre de una inscripción en el indestructible metal uru y una mano femenina alzó el Mjolnir.
Me habría gustado leer esta historia hace veinte años. Hace treinta.

Pero no era el momento.

Ahora es el momento.

Y ha valido la pena la espera.
No soy un pánfilo. ¡Claro que ponerle vagina a Thor fue una vil maniobra de marketing de Marvel para incrementar las ventas de cómics!  ¡Por supuesto que las intenciones de esa multimillonaria corporación maligna, vendedora de chicle mental, fundada por hombres blancos y heteropatriarcales y dominada, todavía hoy en día, por hombres blancos y heteropatriarcales no podían ser más materialistas!

Pero me la sudan sus intenciones. Su codicia y cinismo me ha permitido descubrir a un Thor nuevo. Uno capaz de arrancarme unas lagrimitas. Ojalá en Marvel se equivoquen así muchas más veces.

Y a tenor de esto no dejo de preguntarme cuántas veces más planean en Marvel resucitar a Jean Grey. Y matarla. Y resucitarla. Y matarla otra vez. Y volver a resucitarla. Y matarla y revivirla una y otra vez. O a la tía May, ya puestos. O de cuántos colores diferentes se va a poner Hulk. O cuántas veces más se va a cancelar la boda entre Ben Grimm y Alicia Masters (que en la peli de Jessica Alba era interpretada ¡por una negra!, ¡aaaaaaaaaah!), cuántas veces va a recuperar el Profesor X el uso de las piernas, para perderlo a continuación, o vamos a descubrir que el Spiderman que llevamos veinte años leyendo, en realidad no es Peter Parker, o sí, o yo qué se; te juro que ya no entiendo nada.
Tampoco dejo de preguntarme cuántas veces más van a contarme el origen de Batman los de DC Cómics. Que yo en tres años vi dos reinicios de la historia, a cual más cabreante, y cuatro Robins diferentes, uno de ellos chica. O cambiarle los poderes a Supermán. O reescribir la biografía de Wonder Woman. O aniquilar todos los multiversos para poder empezar de cero y acabar recreándolos de nuevo con la mierda de imprudentes saltos adelante y atrás en el tiempo de Flash o Booster Gold.
Y no dejo de preguntarme por qué, en vez de seguir abriendo la industria a voces nuevas, a sensibilidades diferentes, que tengan historias frescas que contar, perspectivas inéditas que ofrecer a la industria del cómic, del cine, de los videojuegos, al submundo de la Ciencia-ficción y la fantasía, la gente que toma las decisiones en esos ámbitos no solo está más que dispuesta a seguir vendiéndonos una y otra vez la misma burra vieja y mal follada, sino que sobran también las personas dispuestas a exigir sangre si les ofrecen otra cosa.
«¿Una Ms. Marvel musulmana? ¡Me quiero moriiiiiiiiiiiiiir!»
Hay gente en el mundillo de la cultura a quienes ofende el hedor de las flatulencias ajenas y que reivindican su derecho a oler solo sus propios pedos, aunque sean de esos que te desgarran el ano y te expulsan del sofá a velocidad varias veces supersónica.
Las fabes es lo que tienen.
Y lo peor de todo es que no se puede debatir con esta gente. No puedes debatir con alguien que carece de argumentos, que solo tiene convicciones, que no razona, que solo siente, que «está convencido» de que hay una infiltración liberal en su querido cortijo particular («liberal» es el término anglosajón para «comunista sodomita transexual abortista moro-negro masón adorador del diablo») y que «siente» que es su deber impedirlo al precio que sea. Haciendo miserable la vida de los creadores de cultura que no piensan como él, preferiblemente.

Con su pan se lo coman.