domingo, 13 de agosto de 2017

¿Cuándo se jodió el Perú?



Soy un gran fan de Dexter, la serie de televisión protagonizada por Michael C. Hall que, si todavía no conoces, ya estás tardando en descubrir.

Dexter nos cuenta los avatares de Dexter Morgan, un médico forense que trabaja para el Departamento de Policía de Miami. La especialidad de Dexter es interpretar los patrones de salpicaduras y manchas de sangre que aparecen en el escenario de un crimen. Dexter, por lo demás, parece un tipo normal: tiene una hermana, Debra (Jennifer Carpenter, salida de la acojonante El exorcismo de Emily Rose y una de las pocas hermanas televisivas capaces de hacernos reconsiderar el incesto); una novia, Rita (Julie Benz, a la que habíamos visto haciendo de vampira en Buffy cazaídemes), amigos como el salidorro técnico forense Vince Masuka (C.S. Lee) y el detective Ángel Batista (maravilloso David Zayas), una jefa, María Laguerta (Luna Lauren Vélez) que exhuda almizcle en su presencia, y hasta un archienemigo: el sargento James Doakes (Erik King), que es el único de sus conocidos que parece advertir que «algo» dentro de Dexter Morgan está irremisiblemente jodido.


Salidas profesionales que no consideraste: experto en manchas de sangre.
Y el sargento Doakes tiene más razón que un santo, porque, además de un competente forense, Dexter Morgan es un asesino en serie a quien su padre adoptivo, Harry Morgan, un agente de policía, logró imponer una disciplina («el código de Harry») que encauza sus impulsos homicidas, convirtiendo a Dexter en un asesino... de otros asesinos (de los cuales no le suele faltar al menos media docenita por temporada), o sea un vigilante oscuro que somete su obsesión, su «oscuro pasajero», al servicio de una expeditiva justicia paralela.

Dexter está basada en una serie de ocho novelas, a cual peor, escritas por el dramaturgo y novelista Jeff Lindsay. Después de ver la primera temporada intenté leer el libro que la había inspirado: Darkly dreaming Dexter (trabalenguas casi intraducible cuya versión española más aproximada, desde mi humilde punto de vista, sería algo así como «Los oscuros sueños de Dexter», porque «Dexter soñando oscuramente» suena a piel roja intentar hablar retorcida lengua de hombre blanco, ¡jau!), pero fui incapaz de disfrutarlo.

Me pareció pésimo... y dicen que es el mejor de la serie.
El Dexter Morgan de la novela no era el que yo conocía por la serie. Los giros de argumento me resultaron chocantes, cuando no heréticos, y el final abierto me dejó con una sensación de estafa, como si después de haber conseguido seducir (vete tú a saber por qué medios inconfesables) a Sara Sampaio, justo antes del grand finale venéreo me hubiese puesto de patitas en la calle.

Desnudo, y perdón por esa indigesta imagen mental.

(Por no mencionar que el libro me pareció escrito con el puto agujero de mear de Jeff Lindsay, pero quizá la culpa fuese de la traducción. Sí, venga, digamos que fue la traducción.)
Por lo que acabo de exponer, para mí Dexter es la serie de televisión y sólo la serie de televisión. Tanto me gusta Dexter que, viendo que podía conseguir en el Reino Unido las tres primeras temporadas al mismo precio que me costaba aquí una sola, ni corto ni perezoso me las compré allí, y al carajo los subtítulos españoles. Con los ingleses me arreglo.


Ya ves si me gusta Dexter. Me gusta tanto ¡que me compré los DVDs!

Pero nunca fui un fanático.

Lo cual me permitió darme cuenta del momento en que empezó a joderse el Perú.


Recuerdo la sensación de terror con la cual me enteré de que iban a hacer una segunda temporada de Dexter. «¿Por qué?», me dije. «Más aún: ¿cómo?» La primera había sido redonda, perfecta; una pieza inmejorable, un monolito narrativo, cinematográfico y argumental. Era imposible igualar esa obra maestra, no digamos ya superarla.

Me equivoco pocas veces con estas cosas. Recordemos mi tristemente certero pronóstico acerca de El hobbit.

Gracias a Dios, me equivoqué con la segunda temporada de Dexter. No sólo estaba a la altura de la primera, sino que la superaba. Imbuido de nuevas razones para sospechar del freak de la sangre, el sargento Doakes somete a Dexter a un marcaje cercano, imposibilitándole salir a cazar asesinos en serie, con lo cual Dexter cada vez tiene más mono de eso de matar (que por lo visto engancha más que la farlopa), con lo cual su «pasajero oscuro» está
cada vez más insatisfecho, menos dócil, más dispuesto a romper el código de Harry y darse el gustazo con el primero que pase, asesino o no; con lo cual el espectador, o sea yo, está cada vez más angustiado, y la tensión, el suspense, no paran de crecer y crecer.
Tú tampoco te mereces una novia como ella.
Pero no se queda ahí la cosa, sino que, en un giro de guión imprevisible y que no vamos a revelar aquí, Rita llega a la conclusión de que Dexter es un puto yonqui (y Dexter no puede contarle la verdad sin desvelar que en realidad no le da gusto a la vena, que su verdadero problema es lo de no poder parar de matar gente); así que le exige que asista a terapia o su relación se ha terminado; y Dexter no puede perder la cobertura que le proporcionan su novia y sus dos críos, Astor y Cody, piedra angular de su disfraz de tipo normal y asidero de sus esperanzas de una vida familiar; así que va a terapia, pero sin ganas. Y a la persecución del sargento Doakes se suman los problemas de Dexter con Rita, que se da cuenta de que Dexter se toma la rehabilitación a chacota y encima recibe una visita de su ex, el padre de Astor y Cody, que pretende recuperar a su familia (y Rita, que ve que está perdiendo a Dexter, no descarta volver con su ex marido). Y el suspense aumenta capítulo tras capítulo, y la mierda empieza a acumularse ante el ventilador y, en una nueva vuelta de tuerca, las cosas se siguen jodiendo un poco más cuando, en drogólicos anónimos, Dexter conoce a Lila (Jamie Murray), una locatis artistilla británica que está, mira que parecía difícil, aún más jodida del tarro que él, pero con la que no se siente obligado a fingir ser otra persona y ante la que abriga esperanzas de poder expresarse como el sociópata peligroso que es, lo cual hace tambalearse un poco más su relación con la sufrida Rita...
«Además de tener el color de un pedo, estás como una puta chota.»
...y también con Debra, su único apoyo emocional durante años, el ancla de su precaria estabilidad mental. Debra, que se echa a los ojos de su hermano por preferir «a la lechosa ésa» (cito de memoria) antes que a la maravillosa Rita. Así que, hacia mitad de temporada, a Dexter le están lloviendo hostias de todas direcciones, y la presión sigue en aumento, y el control de Dexter sobre su instinto asesino es cada vez más precario. Que otros, con menos, ya habríamos hecho una mansacre.

Y por si lo hasta ahora citado no fuese suficiente jodienda para el pobre Dexter Morgan, la policía encuentra los cadáveres de sus primeras víctimas, descuartizadas y arrojadas a la bahía de Miami; así que ahora toda la policía metropolitana, sus compañeros, y un equipo de agentes del FBI al mando del agente Frank Lundy (Keith Carradine, sí, el hermano de ese otro Carradine), se ponen a buscar al «asesino de la bahía», un peligroso homicida múltiple... que es el propio Dexter.

Por increíble, que parezca, la segunda temporada cierra todos los arcos argumentales... y Dexter sigue en la calle y libre de sospecha para continuar aplicando su expeditiva justicia.

Pues eso.
Estaba cantado que, después de algo así, los de Showtime no iban a resistir la tentación de rodar una tercera temporada.

Volví a tener miedo.

Volví a equivocarme. La tercera temporada de Dexter es mejor que la segunda, y al menos tan buena como las dos primeras juntas. De nuevo, la serie giraba en torno al código de Harry Morgan, las dificultades de Dexter, en lucha con sus impulsos asesinos, para ceñirse a él, la desesperada búsqueda del personaje de comprensión, de un amigo, de una pareja, quizá, ante la que no tenga que fingir, ocultarse, que no retroceda horrorizada al descubrir a su «oscuro pasajero».


«Madre mía», pensé, «¿Dónde acabará esto? ¿Cómo coño se las arreglarán los guionistas para lograr, año tras año, superarse a sí mismos, dar nuevas vueltas de tuerca al suspense? ¿Hasta dónde podrán o se atreverán a llegar?»

Pues no muy lejos.

La decadencia comenzó en la cuarta temporada, pero estábamos tan enamorados de Dexter que apenas nos dimos cuenta de que el Perú ya había empezado a joderse. 

Not anymore.
En la cuarta temporada, Dexter encuentra una nueva víctima: el asesino Trinity, así llamado porque ejecuta a sus víctimas en series de tres. Identifica correctamente al asesino como Arthur Mitchell (John Lithgow) ya en los primeros capítulos...


...y le perdona la vida porque descubre en él a un posible mentor. Una figura paterna que reemplace al fallecido Harry Morgan. Quizá un nuevo padre más comprensivo con su adicción, porque la conoce personalmente. Y es que Trinity parece haber logrado en la vida todo aquello que Dexter ha deseado desde que se manifestaron sus instintos homicidas: mantener una apariencia de normalidad mientras satisface su sed de sangre con un método tan minucioso y cauto que la policía nunca podrá atraparle. Trinity es un padre de familia cuya mujer e hijos parecen adorarle, un activo feligrés de su parroquia, un empresario de éxito y un filántropo que construye hogares para los pobres. Y ninguno de sus amigos y vecinos sospecha que también es un asesino múltiple.


Así que Dexter perdona la vida a Trinity durante la mayor parte de la cuarta temporada con la esperanza de ser aceptado por él, instruido por él en el arte de perfeccionar, y conservar, una tapadera perfecta que le permita seguir entregándose a su obsesión homicida.


Y paga un terrible precio por ello.

Al llegar a la cuarta temporada, la decadencia del Perú ya empezaba a ser evidente. El personaje de Trinity contenía demasiados elementos de Harry Morgan (James Remar). Era un Harry oscuro, un antipadre para Dexter. Pero, en su relación con Dexter, Trinity también heredaba características del personaje de Miguel Prado (Jimmy Smits) presentado en la tercera temporada. Era como si los guionistas hubiesen dado la vuelta al personaje de Harry y lo hubiesen salpimentado con algunos de los rasgos más oscuros de Miguel Prado.


Confesión de fracaso: personajes nuevos interpretando papeles viejos.
Vamos, como si para esta cuarta temporada, los guionistas se hubiesen quedado sin ideas.

En la quinta, todo empezó a apestar.

Al sargento Doakes (primera y segunda temporadas) le sustituyó el policía Joey Quinn (Desmond Harrington)... para hacer exactamente el mismo papel.

«Mátame las veces que quieras. Volveré temporada tras temporada.»
A la palidorra y desquiciada Lila (segunda temporada) y el siniestro Miguel Prado los reemplazó Lumen Ann Pierce (Julia Stiles)... para hacer ella sola el papel de ambos.

Debbie Morgan seguía, un año más, enamorándose y desenamorándose con la misma facilidad y rozando el ominoso secreto de su hermano adoptivo... para no descubrir nada de enjundia, posponiendo, de nuevo, la revelación hasta la próxima temporada.

Dexter nos seguía gustando. Mucho. Pero era ya un esquema agotado. Habíamos pedido demasiado a los guionistas. Era literalmente imposible seguir jugando así con el suspense, lograr esas apasionantes escaladas de tensión dramática sin empezar a repetir fórmulas ya empleadas en pasados episodios.

Sin embargo, sus creadores se negaban a soltar la presa.

Así que rodaron una sexta temporada.

¿Para qué?
¿En qué se diferenciaba el papel de Travis Marshall (Colin Hanks), como pupilo de asesino en serie, de los roles de Miguel Prado o Lumen?


En nada.

¿En qué se diferenciaba la obsesión de Ryan Chambers (Brea Grant) con el «carnicero de la bahía» de la del sargento Doakes con Dexter Morgan?


We both do.
En nada.

La fórmula estaba agotada. Los guionistas ya habían exprimido todo el jugo de los personajes. No quedaba nada por contar.


Pero en Showtime no se dieron por enterados. Y rodaron una séptima temporada de Dexter.

Debra descubre que su hermano es un asesino en serie.

¿En qué afecta eso a la historia?

En nada. Otros personajes antes que Debra habían hecho el mismo descubrimiento: Doakes, Lila... Debra pasa a ocupar el lugar de Harry Morgan y se impone el deber de mantener bajo control a Dexter, llegando a buscarle a su hermano otros asesinos a los que matar.
Y sólo tardó siete temporadas en hacer la pregunta.
Laguerta reabre el caso del «carnicero de la bahía» y empieza a cerrar el cerco en torno a Dexter Morgan. Igual que Doakes, antes que ella. Y Quinn, y el agente Frank Lundy del FBI. De hecho, no descubre prácticamente nada que ellos no hubiesen descubierto ya.

Los guionistas le buscan novia a Dexter. Una nueva Rita: Hannah McKay (Yvonne Strahovski) que, oh, sorpresa, también es una sociópata y una asesina en serie (Rita + Lila + Lumen + Trinity...) con la que Dexter incuba esperanzas de llevar una vida más o menos normal al lado de alguien que entienda sus impulsos, bla, bla, bla...
O, más bien, ñam, ñam, ñam.
Oh, no me entiendas mal, todos los freaks del mundo nos pusimos como locos con Hannah, porque a Yvonne Strahovski la conocíamos y la soñábamos desde el Mass Effect 2, donde ponía cara y voz (cuerpo no, que ella insiste en que no está, nunca ha estado y nunca estará tan maciza, aunque algunos de nosotros disentimos) a Miranda Lawson, la hembra humana genéticamente perfecta y uno de los personajes follables del juego (en el Mass Effect puedes iniciar romances con algunos de tus compañeros de aventura y llevártelos a la piltra, si juegas bien tus cartas).
Lo dicho: con el negro nunca te equivocas.
Pero ¿qué aportaba Hannah a Dexter que no hubiesen aportado ya Rita, Lila, Lumen... y, en otro orden de cosas, Prado, Trinity...?

Nasti de plasti.
(Salvo molla de la mejor.)
¡Y dice que no está buena! ¡Me cago en la...!
Dexter estaba acabada. El Perú estaba jodido, así que Showtime le puso fin con una octava temporada que volvía, por enésima vez, sobre los mismos esquemas ya repetidos hasta el agotamiento. Una temporada final que estaba condenada a defraudar a todo el mundo, y lo hizo.

Dexter había logrado lo increíble: hacernos simpático a un asesino psicópata, lograr que temiésemos por él, que nos deleitásemos viéndole frustrar los esfuerzos de la policía por atraparle, que deseásemos contemplarle eludir otra investigación, anular los esfuerzos del sargento Doakes de turno por desenmascararle, apiolar y plastificar a otro asesino en serie, triunfar en treinta frentes distintos de manera simultánea.

Todos los fans queríamos que Dexter siguiera matando (y que encontrase un amigo, una pareja ante la cual no tuviese que esconder su verdadera naturaleza). 
Ese perturbador capítulo en el que descubrimos que Astor estaba echando tetas.
Dexter Morgan era el puto antihéroe por antonomasia.

Pero Dexter debió terminar en algún momento entre la cuarta y la quinta temporada, antes de su inevitable agonía televisada.

En el camino, los desesperados intentos de los guionistas por seguir estirando la serie habían tomado caminos realmente infamantes: se habían inventado un «antidexter», un Dexter oscuro que mataba sin someterse a ningún código de honor. Le habían proporcionado a Dexter una madre espiritual. Se habían inventado un incestuoso romance entre Debra y Dexter (paralelo al que los actores que les daban vida protagonizaron tras las cámaras). Habían fusionado y retorcido personajes de anteriores temporadas para crear otros que no aportaban absolutamente nada a la ficción y creado roles nuevos que desaparecían sin dejar rastro y a los que nadie echaba de menos.

En algún momento, los creadores de Dexter le habían perdido el respeto a su criatura.

Dexter Morgan sólo podía acabar de dos maneras: muerto o en la cárcel. Era la única forma de hacerle justicia al personaje. Por simpático que nos caiga, no debemos olvidar que Dexter es un asesino, que no todas las personas a las que ha matado eran depredadores como él. Antes o después, Dexter tenía que responder por sus crímenes, bien poéticamente (¿una muerte «en acto de servicio» mientras acechaba a su última víctima?), bien ante un tribunal. Todos los fans de la serie lo dábamos por hecho, y los que no lo hacían eran unos ingenuos descerebrados dignos de compasión. Dexter no puede, no debe curarse de su adicción al asesinato, porque entonces dejaría de ser Dexter. Para mantener la pureza y la integridad del personaje, él y su «pasajero oscuro» tienen que morir o acabar a la sombra.

Pero nadie en Showtime tenía pelotas para tomar una decisión así. Se habían encariñado con Dexter. Habían acabado enamorados de su criatura. No querían verle morir. No querían hacerle responder por sus crímenes ante la justicia. No querían exponerse a la ira de los fans menos despiertos.

Así que tomaron una decisión mediocre, cobarde y tramposa. Y le dieron a Dexter un final mediocre, cobarde y tramposo.

Dexter no se merecía ese final.

Nosotros tampoco. No después de ocho años de fidelidad. No después de habernos enamorado del personaje. No después de todo lo que habíamos vivido juntos.

Dexter merecía algo mejor. En Showtime lo sabían. Clyde Phillips, el showrunner de las cuatro primeras temporadas, lo tenía clarinete; cada vez que le preguntaban cómo debía acabar Dexter Morgan, él contestaba: «si de mí dependiera, en la cárcel» para añadir, entre dientes, «Pero no me van a dejar hacerlo.»
(Esto último lo leí en alguna parte pero no encuentro el enlace para pegarlo aquí.)

Los de Showtime sabían cómo acabar con Dexter.

Pero no tuvieron pelotas de hacerlo.

Y el resultado fue...

Os juro que casi lloré.
Dejemos por un momento a Dexter Morgan y hablemos de Perdidos, esa serie que tenía una legión de fans acérrimos que se tragaban capítulo tras capítulo. Esa serie que tampoco tuvo un final a su altura. A diferencia de Dexter, dejé Perdidos, y no me arrepiento, al principio de la tercera temporada, cuando me quedó claro que los productores y guionistas no tenían ni puta idea de dónde coño se habían metido. Cada capítulo respondía a una pregunta planteada en un episodio anterior... y formulaba once preguntas nuevas.

Pura y simplemente la serie tenía demasiados flecos, demasiados enigmas, demasiados misterios. Ni sesenta y cinco temporadas habrían bastado para dejar atados todos los cabos sueltos. Y no es por darme pisto, pero no fui el único en comprenderlo a tiempo, ni el más conocido.

Pura y simplemente, había demasiados osos polares.

Éste es J.J. Abrams reconociendo que a él, en realidad, Perdidos se la bufaba:
«Existían pequeños hilos y elementos, aquí y allá, pero la verdad, cuando empezamos, no sabíamos exactamente qué había en la escotilla. Teníamos ideas, pero no sabíamos cuál sería su alcance. La idea de los Otros estaba allí, pero no sabíamos exactamente qué significaría eso. Damon aún no había venido con la idea de los flashforwards.»
«No sabíamos qué había en la escotilla.»

Con dos pelotas. Esa escotilla, y los esfuerzos de los protagonistas por abrirla, no eran más que todo el punto de giro entre la primera y la segunda temporadas... y el productor ejecutivo y los escritores no tenían ni repajolera idea de lo que había debajo.
J.J. explicando por qué resucitó Star Trek e intentó dar el tiro de gracia a Star Wars.
Cualquiera diría que a J.J. Abrams se la sopla la gente que le da de comer.

Gracias a él y a su trapacera Perdidos no he vuelto a seguir una serie de televisión en cuanto empiezo a sospechar que sus responsables no son leales con sus personajes o empieza ya a tirarles todo de un huevo. Por eso tengo en suspenso Constantine desde el capítulo cinco, por eso dejé Flash (aunque sus seguidores me prometen que mejora con el tiempo), me la trae al fresco Fringe, empiezo a abrigar serias dudas sobre Gotham, me he rendido con The Walking Dead, le perdí el respeto a Anatomía de Grey, le hice una higa a Smallville en su quinta temporada, abandoné con CSI cuando se convirtió en un videoclip y nunca me he visto entero un capítulo de Elementary, ni maldito lo que me importa.

Por eso me cabrea tanto el final de Dexter. Porque a pesar de su notoria decadencia, yo estaba malcriado por los guionistas de la serie, convencido de que iban a lograr el milagro, de que, una vez más, conseguirían una última y definitiva vuelta de tuerca que dejase amarrado el desenlace de la historia del asesino en serie más entrañable de la historia reciente de la televisión.

Me equivocaba otra vez.

Lamentablemente.

El Perú estaba jodido.

Y nadie lo desjodió.

Dexter Morgan debió acabar de otra manera.

Pero hacía falta tener huevos para darle el final que merecía.

Al parecer, aquel año, en Showtime había huelga de gallinas.
La serie que me enseñó a dejar de ver otras series.
Se me olvidaba explicar cómo llegué a conocer Dexter. Me la recomendó un amigo muy querido con el cual, para sorpresa y satisfacción mutuas, sigo en contacto y en buenas relaciones.

Y es que sus palabras casi literales fueron: «Deberías ver Dexter, una serie sobre un asesino psicópata al que su padre enseñó a encauzar su sed de sangre para hacer justicia.»

«Me recuerda mucho a ti.» 

La madre que me parió.

Juro que sigo sin saber cómo interpretar eso.

Pero sólo tengo una cosa más que decir al respecto:

Tonight's the night

4 comentarios:

  1. Debo decir que es la primera vez que dejo una de tus entradas a medio leer. Estaba en ello cuando me dí cuenta de que todavía no he terminado de ver la cuarta temporada así que, por miedo a los spoilers que pudiera encontrar, me he quedado sin saber cuándo se jodió el Perú.

    (¿por qué "el Perú"?)

    En cuanto termine de ver la serie (lo cual, admito, puede tomarme unos cuantos años visto mi ritmo actual), prometo retomar la entrada.

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    1. "¿Cuándo se jodió el Perú?" es una frase de "Conversación en la catedral", de Vargas Llosa. Por cierto, ahora que veo el motivo por el cual dejaste sin terminar la entrada, voy a cancelar lo de hacerte una visita nocturna, provisto de arma blanca.

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  2. Por cierto, para poder publicar el comentario anterior tuve que pasar un test para probar que no soy un robot, test que fallé en dos ocasiones.

    Así que, o bien veo menos que un gato de escayola, o esta noche soñaré con ovejas eléctricas.

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    1. No te preocupes, camarada sintético. A todos nos ha pasado. Yo mismo nunca he sido capaz de pasar el test de Turing. A ver cuándo la Weyland-Yutani saca la nueva actualización de nuestro firmware.

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Ni SPAM ni Trolls, gracias. En ese aspecto, estamos más que servidos.