viernes, 6 de septiembre de 2024

No es que seas cada día más inteligente, es que a tu alrededor está creciendo el número de subnormales

Empecemos por lo realmente importante, que, puesto que nadie relee las entradas antiguas, nunca, nos vemos obligados a poner aquí:

A fecha de hoy, Deadpool y Lobezno, de la que hablamos aquí (cachondos perdidos y con el carallo en la mano), ha alcanzado los 1 262 millones de dólares de recaudación, convirtiéndose en la película de clasificación R más taquillera de la historia. Lo cual confirma que Zack Snyder es un palurdo, Kevin Feige no tiene ni puta idea de lo que los fans de los cómics queremos ver en pantalla grande y los ejecutivos de Marvel/Disney, que abrumadoramente no le veían viabilidad del proyecto (y ahora andan por ahí diciendo que la película fue idea suya y que menos mal que estaban allí para ponerlo todo en marcha), todavía menos.

Deadpool y Wolverine ha pulverizado récords: es el sexto mejor estreno de la historia del cine (211,4 millones), superando a Los Vengadores, Pantera Negra y la versión CGI de 2019 de El rey león. Es el mejor estreno en el mercado estadounidense desde Spider-Man: No Way Home y la película más taquillera en la tríada zombi (para las salas de cine) de los lunes-martes-miércoles en el mercado estadounidense. Es el cuarto mejor estreno de una película de superhéroes y el mejor estreno de una película clasificada R, tanto en el mercado doméstico como en el internacional. Es la película con (o de) Lobezno más taquillera (robándole la medalla a Logan con sus 619 millones). Es el mejor estreno doméstico (o sea de Estados Unidos) en un mes de julio desde que hay cifras al respecto. Es la segunda película más taquillera de 2024 y ya comienza roerle los talones a Inside Out 2 y sus 1 650 millones.
Corre, Inside Out 2. ¡CORRE!

Que me comas los cojones a dos carrillos, Kevin Feige. Y que sepas que llevo un par de días sin ducharme.

En otro orden de cosas, como actualización de esta entrada: nos congratula decir que ¡AAAAAAAAAAAAAH, KITAGAWA Y HOJO SE HAN DICHO QUE SE QUIEREN Y HAN PERMUTADO SALIVAAAAAAA! ¡AAAAAH, ME MUERO DE AMOOOOOOOOOOORLLLLLL AAAAAAAAAAAAH!

Ya está. Pasemos a la entrada de la bitácora.

EMPIEZA AQUÍ: Tú has visto mucho más cine de Alex Garland de lo que crees. Y te ha gustado.

¿Recuerdas aquella película con Leopoldo diCardio sobre un mochilero gringo medio soplapollas que, de viaje por Tailandia, «hereda» un mapa que conduce a una playa paradisíaca donde no tendrá otra cosa que hacer que tomar el sol, bañarse, follar y fumar porros? Pues, aunque estaba dirigida por Danny Boyle, La playa adaptaba a la pantalla una novela de Alex Garland (en la que el mochilero era británico). Su primera novela, de hecho.

(Casi 700 000 copias había vendido para 1999. Qué envidia le tenemos, al cabrón).

¿Recuerdas aquella película de zombis británicos dirigida también por Danny Boyle y protagonizada por Cillian Murphy, Naomie Harris (que todavía no le había disparado a 007) y un Christopher Eccleston pre-Dr. Who. Digo aquella rodada con cuatro peniques y que se convirtió en la piedra filosofal de 2002, al transmutar sus ocho millones de presupuesto en casi ochenta y cinco millones de recaudación (un 1 058% de retorno)? Pues el guion es de Alex Garland.
(28 días después... inició una franquicia con secuela dirigida por Juan Carlos Fresnadillo y segunda secuela, todavía en desarrollo y con estreno previsto para 2025).

¿Recuerdas Sunshine, aquella película de terror-ciencia ficción, otra vez de Danny Boyle, y que fue un sonoro fracaso de taquilla (algo menos de 35 millones de recaudación sobre un presupuesto de 40 millones) a pesar de que, honestamente, no está nada mal? Alex Garland escribió el guion.

¿Recuerdas Nunca me abandones, la desoladora adaptación de la desgarradora novela homónima de Kazuo Ishiguro protagonizada por Keira Knightley, Carey Mulligan y Andrew Garfield? A ver si adivinas el nombre del guionista.

¿Recuerdas Dredd, la mejor película de ciencia ficción de 2012 que casi nadie fue a ver al cine (quizá porque al personaje le faltaba tirón entre las grandes audiencias, quizá porque las grandes audiencias aún recordaban la espantosa adaptación de 1995 protagonizada por Stallone) y de la que seguimos esperando secuela (que probablemente nunca llegará)?

¿Recuerdas Ex Machina, con Domhall Gleeson pasándole el test de Turing a la androide Alicia Pikante, digo Vikander? Pues aquí Alex Garland no sólo escribió el guion, sino que dirigió la película. Ésa que dice, de momento, que es la que más ha disfrutado haciendo de toda su carrera.

¿Recuerdas aquel extraño artefacto titulado Aniquilación, que parecía el resultado de una mala digestión de Tarkovsky? De nuevo, guion y dirección corrieron a manos de Alex Garland.

Sí, Alex Garland tiene un fetiche por la ciencia ficción. Fetiche que alcanzó el paroxismo en Devs, miniserie de 2020 para Hulu que merece un par de párrafos.

Devs no es la ciencia ficción poética y casi mágica de Aniquilación, ni el romance electrodoméstico de Ex Machina (aunque también hay una historia de amor en Devs). No es la deprimente y violenta distopía punk de Dredd. Y no es la fumada de caspa del sobaco de rata mutante de alcantarilla de Chernobyl que es Sunshine (¿revivir un sol moribundo que ha agotado su combustible lanzándole una turbobomba nuclear del megainfierno a mano derecha? Nadie que tenga siquiera un conocimiento superficial de astrofísica escribiría semejante disparate). En Devs nos encontramos droja dura. Ciencia ficción pura de oliva que presenta problemas fundamentales de la filosofía, la psicología y la ciencia: el libre albedrío, el duelo, la naturaleza misma del universo, la muerte.

Forest (Nick Offerman, uno de los actores fetiche de Garland) es un barbudo y ojeroso Steve Jobs que ha construido, en secreto, un computador cuántico. Una máquina capaz de calcular la posición y movimiento de todas las partículas del universo. ¿Comprendes lo que eso significa, amado lector con cuatro doctorados en carreras técnicas y científicas? Forest ha construido una máquina que puede predecir el futuro y «ver» el pasado. Pero el trasto no es del todo perfecto. Puede proyectar lecturas de los acontecimientos relativamente recientes, pero la incertidumbre introduce una creciente cantidad de «ruido» en los datos a medida que se alejan del momento presente. Puedes ver un monigote con corte de pelo a lo paje hablando algo que parece francés medieval, pero tienes que creerte que ésa es Juana de Arco. Puedes ver una silueta desdibujada colgada de algo que podría ser una cruz, pero sólo con un ejercicio de fe podrías considerar que ése es Jesucristo y que el estruendo que sale de su boca es arameo galilaico. Forest ha contratado a un grupo de matemáticos y programadores para que refinen el modelo matemático empleado en la interpretación de los datos, y aquí es donde entra Sergey (Karl Glusman), el novio de Lily (la bellísima y talentosa Sonoya Mizuno, actriz fetiche de Garland).
Y también nuestra.

No vamos a profundizar en el argumento de Devs, que no va de esto la presente entrada. Basta con que sepas que Forest está traumatizado por la muerte en accidente de coche de su mujer y su hija pequeña. Todo el proyecto de Devs es un medio multimillonario de lidiar con el dolor de la pérdida. Forest necesita un ordenador cuántico para descubrir si el universo es determinista (lo cual haría inevitable las muertes de su esposa e hija y absolvería a Forest de cualquier responsabilidad de haber podido prever o evitar el accidente) o múltiple (en cuyo caso Forest habría podido salvarlas y, lo que es peor, hay un número potencialmente infinito de universos en los que su hija está viva y fuera de su alcance). Mézclale un par de asesinatos, una profunda reflexión sobre la capacidad del hombre de tomar decisiones libres, o la ausencia de las mismas y un par de corazones rotos, y tienes Devs, que te recomendamos vivamente.
(Vale, han sido tres párrafos, no dos. No, tres párrafos no constituyen un par. ¡Son las cuatro de la madrugada! ¡No nos pidas milagros!).

Alex Garland también ha dirigido y escrito Men, de la que no podemos decirte más de lo que viene en su ficha de la IMDB, porque no la hemos visto. Salvo que en ella actúa Jessie Buckley, la actriz injustamente desaprovechada en la pretenciosa, lerda y narcotizante Estoy pensando en mandarte a cagar, que pusimos a mamar carburo en esta entrada de la bitácora.

Y, también, Alex Garland es el guionista y escritor de Civil War, la película que ha confirmado que el número de deficientes mentales no ha parado de crecer en la última década.

Con 50 millones de presupuesto (la más cara producción de A24 films, por lo que he podido indagar), un estreno doméstico de más de veinticinco millones y, hasta la fecha, más de 122 de recaudación global, Civil War está muy lejos de ser un blockbuster, aunque es obvio que lo ha hecho relativamente bien en taquilla.

Civil War es otra obra de ciencia ficción (género fetiche, ya lo hemos visto, de Alex Garland). La película nos presenta una distopía en la que los Estados Unidos se han ido a la mierda. Por motivos que no llegan a desarrollarse en el largometraje, el país está sumido en una guerra civil. Un presidente iluminado ha violado la Constitución estadounidense y un ejército rebelde armado y financiado por los Estados de Texas y California se han alzado en insurrección contra el gobierno federal y conquistado Estado tras Estado en su avance hacia la capital de la nación (también se habla de un segundo frente encabezado por Florida, pero la película no aporta excesivos detalles). En Civil War, un grupo de reporteros de guerra emprende un accidentado viaje por carretera con la intención de alcanzar Washington, a punto de caer, antes de que el ejército golpista tome la Casa Blanca y deje moñeco al presidente (de nuevo Nick offerman).
(Eeeeh, no sé por qué pones esa cara. Sí, Civil War es ciencia ficción. ¿O hay mayor fantasía que ver a California, el Estado de los ateos flower-power queer-friendly de mochaccino con soja y pelo violeta, fans de la mefistofélica Taylor Swift, ponerse de acuerdo con Texas, el Estado de ganaderos y proletarios cristianos, defensores de la familia tradicional y fanáticos de la Segunda Enmienda, del café solo y sin azúcar, la música country y la cerveza Budspenser?).
California apuntándose al estilo texano.

Civil War es mesmerizante. Un viaje al corazón de las tinieblas de un país arrasado por el odio y la tragedia. Una historia iniciática (la de Jessie, interpretada por Cailee Spaeny; la aspirante a corresponsal de guerra que atraviesa su bautismo de fuego en esta película). Una historia de crisis de fe (la de Lee, una envejecida, ¡esperamos que con maquillaje, copóns, que es más joven que nosotros!, Kirsten Dunst, veterana de mil batallas, cada una de las cuales le ha dejado una cicatriz que jamás cerrará del todo, y embrujado con unos fantasmas que nunca la abandonarán). Como en el clásico de Coppola, cada kilómetro que acerca a Washington a Lee, Joel (Wagner Moura, al cual suplicamos que no intente nunca más imitar el acento colombiano), Jessie y el anciano de la tribu Sammy (Stephen McKinley Henderson), es un nuevo círculo del infierno al que descienden de camino al trono de Lucifer. Porque Alex Garland, quizá a partir de su propia experiencia de mochilero, ha comprendido que todo viaje tiene dos dimensiones, la geográfica y la psicológica.

Recorremos el camino, y el camino nos penetra, nos transforma, a veces nos contamina. Detrás de las montañas, la dunas, las arboledas del paisaje descubrimos lo que estaba oculto a nuestros ojos, y esa nueva luz desvela lo que se escondía en las sombras de nuestra alma. Jessie deja atrás su carácter asustadizo de reportera wannabe y se convierte, al final del tercer acto de Civil War, en una profesional, valiente e incluso temeraria fotógrafa de guerra. Lee sufre la metamorfosis contraria, y la veterana corresponsal se derrumba. Lee, que ha cubierto conflictos en todo el mundo como advertencia al insensible o engreído público americano («¡por el amor de Dios, no permitáis que esto suceda en casa!») no puede soportar el peso de su fracaso. Esta guerra es su última guerra, porque su alma ya no lo soporta más.
(Bueno, y también porque ### ESPÓILERS NO PERMITIDOS EN ESTA ENTRADA ### ESPÓILERS NO PERMITIDOS EN ESTA ENTRADA ### ESPÓILERS NO PERMITIDOS EN ESTA ENTRADA ### EL ESPECTADOR TENDRÁ QUE VER CIVIL WAR PARA CONOCER EL DESENLACE ### en una entrega de la antorcha a la siguiente generación).

Civil War es, en cierto modo, un cuento con moraleja. Sin mojarse, o sea sin tomar partido, Alex Garland nos muestra las más graves consecuencias de la división provocada por los extremismos políticos: la guerra, que se convierte muy pronto en un monstruo alquímico, un ouroboros que se devora y engendra a sí mismo. La vida humana, que pierde su condición sagrada y se transforma en combustible de la guerra. La hiperinflación, que convierte el dinero en yesca y los productos de primera necesidad en auténtica mercancía de cambio que anhelan los saqueadores y que se defiende con las armas en la mano. Soldados que disparan a ciegas, sin saber quién está al otro lado de los cañones de su arma. Que disparan simplemente porque alguien, quien sea, tal vez un vecino, tal vez un amigo que los ha identificado erróneamente como objetivos, les está disparando a ellos. La «paz armada» de quienes fingen que nada ha cambiado e intentan vivir como en los buenos viejos tiempos, al precio de una vigilancia totalitaria. Los paletos armados que deciden aprovechar el conflicto para acometer, sin temor a las consecuencias, su largo tiempo acariciada limpieza étnica...

Alex Garland nos conduce por pueblos devastados, calles destruidas en las que alguna vez jugaron niños hoy muertos, campamentos de refugiados, carreteras vacías, campos incultos que antaño alimentaron a multitudes, industrias abandonadas, maquinaria ruinosa, y ensordecedores escenarios de guerra urbana iluminados por las estelas de las balas trazadoras y las llamaradas de las explosiones y los blancos destruidos. Lee, Joel y Jessie se convierten en nuestros ojos y oídos en este pandemonio. Su horror nos conmueve. Su miedo se convierte en el nuestro. Su agonía nos desgarra. Investidos de la profilaxis sacerdotal del reportero de guerra, Lee, Joel y Jessie se meten en el fango, les salpica la sangre, caminan entre cadáveres, recogen con sus cámaras la violencia, el heroísmo, el terror, la muerte, como si fuesen invulnerables a las balas, la metralla, la violencia (no lo son); porque alguien ha de dar testimonio, documentar el espanto, el sinsentido, el odio, pero también el valor, la generosidad, la camaradería que florecen en las guerras. Y nosotros, los espectadores, los acompañamos en ese viaje a través del disparate de la guerra civil.

Por si no lo hemos dejado lo bastante claro: Civil War es una gran película, que te recomendamos
muy encarecidamente, oh lector sensible a las almizcleñas seducciones del Séptimo Arte.

Civil War también, sorprendentemente, es un papel de tornasol para identificar gilipollas. Y el director, Alex Garland, parece haber sido el primer sorprendido al respecto.

Es realmente muy curioso navegar las críticas de Civil War y descubrir, ojipláticos, que la mayoría de las reseñas positivas de la más reciente obra de Garland elogian sus valores cinematográficos, su ambición artística, su impecable factura y su mensaje provocador contra la polarización ideológica... y la mayoría de los análisis negativos exponen al director por no haberse posicionado políticamente en contra del pensamiento de derechas.

«‘Civil War’ delivers visceral thrills but stays muddled in its political message», dice la crítica de Brian Lowry para CNN.

«Alex Garland’s Civil War is a political thriller that’s light on politics», afirma la crítica de Devan Coogan para Entertainment Weekly, que obviamente ha visto esta cinta bélica y de terror y ha creído que estaba viendo otra cosa.
Creo que estoy viendo a Sonoya Mizuno. Again.

Adrian Horton, en su análisis para The Guardian, se lamenta de que la película, con su falta de implicación ideológica sea «good news for those who feared Civil War would swerve too close to the present election-year polarization for comfort, or wring entertainment out of the beyond oversaturated national presence and specter of Donald Trump».

Lovia Gyarkye, en The Hollywood Reporter, se queja de que la película es fría y sus personajes distantes, una opinión muy respetable con la que no tenemos por qué coincidir y que constituiría una crítica válida... de no empezar su artículo quejándose de su carencia de partidismo: «The details of American politics do not concern Alex Garland in Civil War». Y, también para el The Hollywood Reporter, Richard Newby culpa de cualquier incomodidad que 
Civil War pueda producir en el espectador a Alex Garland por no haber dejado bien sentado quiénes son los buenos y quiénes los malos en esta película. ¡Como si hubiese tal cosa en una guerra entre hermanos! «Alex Garland's latest feature is difficult to watch because it does not give people clearly defined sides to root for (or against)».

El crítico David Fear, para la Rolling Stone, afirma desdeñoso: «Civil War offers a lot of food for thought on the surface, yet you’re never quite sure what you’re tasting or why, exactly». Todo eso después de dedicar su párrafo inicial a quejarse de la polarización en la que están sumidos actualmente los Estados Unidos («What was once an ideological divide now seems like an unbridgeable chasm. No one can seem to agree on simple concepts like, say, "facts" or "reality."») y gritar «¡lobo!» a la vista de las próximas elecciones («Given the election year we’re in and the feeling that we’re about to reprise a truly contentious contest for the country’s highest office, however, it’s hard not to think we’re on the brink of a second conflict between citizens on our own soil. It can happen here. It can happen again»).
Y es por este tipo de línea editorial que la Rolling Stone lleva años cubriéndose de proverbial mierda.

Si sientes, oh amado y preclaro lector, que tu cociente intelectual ha caído una docena de puntos leyendo los cinco últimos párrafos, probablemente estés en lo cierto.

Lo resumiremos así para tus nuevas y lisiadas capacidades cognitivas: hay SOPLAPOLLAS EMPORRADOS cabreados con Alex Garland porque el presidente de Civil War NO SE PARECE LO BASTANTE A TRUMP y porque los periodistas protagonistas de la cinta no son ACTIVISTAS TURBOIZQUIERDOSOS AUTOINVESTIDOS DE SOBERANÍA MORAL POR SU DEVOCIÓN CIEGA A LA SENTINA IDEOLÓGICA POST-SOVIÉTICA DE UNIVERSIDAD PROGRE GRINGA DE LA IVY LEAGUE.

Así, como suena.

Al crítico cinematográfico cabreado con Civil War le resulta intolerable que no le hayan dado la película bien masticadita para que no se lastime sus delicadas mandíbulas ideológicas. Que Nick Offerman no saliese en pantalla diciendo «grab them by the pussy» o «make America great again!». Que Kirsten Dunst no culpase de la guerra a haber retirado de las empresas del Fortune 500 las cuotas para negros, lesbianas, caníbales y transexuales. Que Cailee Spaeny, cuyo personaje es la inocencia a punto de inmolarse en combate y, en cierto modo, la brújula moral de la película, no se identificase como no binarie. Que Joel no afirmase que, con suficientes inmigrantes palestinos, el conflicto se habría acabado en dos días (que le pregunten, si no, a los libaneses. ¡Mira qué bien les vino a ellos acoger a 110 000 refugiados palestinos tras la guerra de 1948. , es SARCASMO). Que la guerra no terminase porque el presidente cambió sus pronombres y transicionó a mujer, porque ya se sabe que, si gobernasen las mujeres, no habría guerras (Isabel I de Castilla, Isabel I de Inglaterra, Catalina II de Rusia, Margaret Thatcher, Indira Gandhi, Golda Meir... ¿quieres que siga?).

Como en su día Sound of Freedom (de la que dimos nuestra opinión aquí), Civil War se ha convertido en un inesperado detector de tarados.
Por el suelo, las neuronas de algunos críticos de Civil War.

Y no es que el cine deba ser aséptico y no comprometido. Por poner sólo el primer ejemplo que nos ha venido a la cabeza: Buenas noches y buena suerte es una película politizada y sesgada que recoge un triste episodio en una de las épocas más negras de la historia de los Estados Unidos, período en el que la mera sospecha de simpatizar con gente adepta a determinada ideología podía destruirte socialmente y acabar con tu carrera profesional (¡menos mal que esos tiempos se han terminado! ¡, ES SARCASMO!). Buenas noches y buena suerte nos habla de cómo unos periodistas valientes y librepensadores defendieron su derecho a presentar los hechos a la inteligencia y el buen criterio del público americano, su derecho a alternar con quien les diese la gana independientemente de las ideas de esa persona, y el derecho universal a la libertad de conciencia y la libertad de expresión, sin los cuales no puede construirse un debate público sano y libre que es la piedra angular de la democracia. Porque no hay democracia allí donde tienes miedo de decir lo que piensas.

Buenas noches y buena suerte es una película que defiende los valores fundamentales de la convivencia en medio de una caza de brujas, que postula el libre intercambio de ideas frente al dedo acusador y la censura, que glorifica los argumentos frente a la histeria y las emociones desatadas. Si la película de George Clooney se hubiese limitado a tratar de imponer una receta intelectual única y excluyente, 
Buenas noches y buena suerte no sería Arte. Sería propaganda. Los comemierdas zurdos le reprochan a Alex Garland no haber querido convertir su película en un panfleto. Porque vivimos un nuevo macartismo donde la moneda se ha dado la vuelta y ahora son los «progresistas» (sí, es sarcasmo) los que llaman a silenciar, enajenar y destruir («cancelación», lo llaman) a todos aquellos que cuestionen el menor o el más disparatado mandamiento de su catecismo fanático o no se adhieran fervorosa y acríticamente a sus disparatadas majaderías. Cosa que Civil War ha renunciado a hacer, dejando a los espectadores la tarea de extraer la moraleja de la película.

¿Y qué es lo que opina Alex Garland de toda esta absurda polémica desatada por un puñado de periodistas a los que, obviamente, les quitaban la merienda en el recreo del cole?

Se la pela.

Se la pela mucho. Lo cual es la única actitud realmente sana frente a los majaderos. En diversas comparecencias públicas inscritas en la promoción de Civil War, Garland se ha tomado la molestia de tumbar los reproches más llamativas que ha recibido su cinta por parte de la prensa babiosa y canallesca.

A las críticas de apoliticismo, Garland pregunta desde cuándo la política es, única y exclusivamente, ese diálogo para besugos de izquierda contra derecha.

A las acusaciones de no haber aprovechado la oportunidad para hablar sobre cómo la ausencia de un firme control de posesión de armas en manos de civiles podría conducir a una catástrofe nacional, Garland nos recuerda la Ruanda de 1994: «Some civil wars have been carried out with machetes and still managed to kill a million people».

Ante el crecimiento de la intolerancia, la persecución de la disidencia intelectual, la construcción de cámaras de ecos donde se enciende la gente demasiado frágil para exponerse a opiniones diferentes a la suya: «Why are we shutting [conversation] down? Left and right are ideological arguments about how to run a state. That’s all they are. They are not a right or wrong, or good and bad. It’s which do you think has greater efficacy? That’s it. You try one, and if that doesn’t work out, you vote it out, and you try again a different way. That’s a process. But we’ve made it into ‘good and bad.’ We made it into a moral issue, and it’s fucking idiotic, and incredibly dangerous…».

Para quienes se quejan de que la película es extraordinariamente confusa y no llega a aclarar el trasfondo de la historia, más allá de una breve exposición señalando al presidente por haber disuelto el FBI (parecido a lo que Trumpo amenazó con hacer cuando empezaron a investigarle a él; y éste es el único momento del guion donde Alex Garland casi toma partido): «"I personally think questions are answered. [...] There is a fascist president who smashed the Constitution and attacked [American] citizens. And that is a very clear, answered statement. If you want to think about why Texas and California might be allied, and put aside their political differences, the answer would be implicit in that. So I think answers are there but you have to step to it and not expect to be spoon fed these things. It makes assumptions about the audience.».

Y los cretinos siguen sin entenderlo. La contribución de un espectador de Civil War a un subforo de Reddit sobre la película expresa su temor a que la escena de los rednecks (comandados por Jesse Plemons, fichado in extremis por incomparecencia de otro actor cuando la producción ya había empezado, y ya es el segundo prota de Estoy pensando en mandarte a cagar del que hablamos en esta entrada) llenando de inmigrantes una fosa común pueda, de alguna manera, inspirar a grupos de milicianos MAGA.

Lo cual es el mejor ejemplo de que no sirve de nada discutir con gilipollas. Te rebajarán a su terreno y te someterán con su experiencia. Lo único sensato que se puede hacer cuando te encuentres con uno es correr en dirección contraria a toda la velocidad que den tus piernecitas.

Así que debemos agradecer a Alex Garland que nos haya proporcionado otra herramienta para detectarlos.

viernes, 16 de agosto de 2024

Necesitas un poco más de Katsugen en tu dieta (III)

En las dos entradas homónimas precedentes (ésta y aquesta otra) te hemos recomendado, oh fénix de los lectores, luz del mundo, algunos títulos de manga japonés que, estimamos, podrías encontrar entretenidos.

Como este nuevo invento es socorrido y nos resuelve la entrada cuando no hay temas urgentes que tratar (o cuando nos sale del agujero de mear del reverendísimo carallo), ahí va otra ronda de cuadritos japoneses y gifs de asiáticas jamonas:


Empecemos con una (re)vuelta al tropo de rom-com adolescente con pintitas de elementos ecchi que empezó este espacio de la bitácora; revuelta que nadie en Paratroopers vio venir: ちえりの恋は8メートル / Chieri no Koi wa 8 metorou / El amor de Chieri mide ocho metros, de Mitogawa Wataru, retoma casi los mismos ingredientes de My Dress-Up Darling (gyaru extrovertida, tirada pa'lante y sexy; estudiante de instituto tímido y huidizo, amor adolescente, situaciones picantuelas...), y les da un montón de hormona del crecimiento. 

Pero que UN MONTÓN de hormona de crecimiento.


Kotaki Yumeji, «Yume-chan» para los amigos, ya tenía bastante lidiando con todos los problemas inherentes a la pubertad, la vida del estudiante de secundaria y todas esas mierdas. La llegada de Oomine Chieri, una estudiante transferida de otro instituto, introduce un nuevo e inesperado estresor en su vida. Yumeji y Chieri se conocen desde niños, pero se perdieron la pista muy pronto, y durante años. Oomine regresa en plena adolescencia y su obvio desarrollo físico le crea a Yume-chan no pocos problemas.

Que no es que a Chieri haya echado tetas. Que las ha echado. Dos. Y de buen tamaño. Es que, además, desde la última vez que los dos amigos de la infancia se vieron, Oomine ha crecido. Mucho.

Muchísimo.

Cuando Yumeji y Chieri se separaron, los dos eran niños de una estatura normal. Cuando se reencuentran, Kotaki es un adolescente de talla normal (para un japonés) y Oomine mide OCHO PUTOS METROS.

No es que la menarquía haya hinchado las mamas de Chieri. Es que, si a algún pobre cristiano se le cae encima una teta de Oomine, LO ATOMIZA.

Chieri es tan COLOSAL que le tienen que poner el pupitre (pupitre gigantesco hecho a medida, se entiende) FUERA del edificio, porque dentro no cabe ninguno de los dos; y la pobrecica asiste a clase A TRAVÉS DE LA VENTANA, abierta para ello. Y aún nos preguntamos de dónde coño saca la ropa, el calzado, el MATERIAL ESCOLAR GARGANTUESCO que se lleva al cole todos los días (que el gobierno japonés le proporciona a través del «Departamento de Apoyo a la Chica Gigante»).

Y, para todas aquellas otras cosas que el gobierno no puede proveer a Chieri, la escuela ha designado un «cuidador», una persona que la ayude a hacer las tareas que su gigantesca estatura no le permite, que le sirva de apoyo emocional, que la ayude a integrarse (no imagino lo difícil que debe de ser encajar en un grupo cuando, además de adolescente, mides OCHO PUTOS METROS. ¡Si su teléfono móvil lleva un letrero enorme de «¡Peligro!, caída de objetos»!).

Naturalmente, como son amigos desde niños, esa tarea recae en Yumeji. No por decisión administrativa, sino porque la propia Chieri «se atribuye» la potestad de escoger a su cuidador, y, naturalmente, se apropia de Kotaki como si fuese un muñeco Ken.

La usual cantidad de equívocos, accidentes sexys y situaciones embarazosas propias de la comedia romántica adolescente, y que hacen la salsa de este género, se multiplica por ocho cuando estamos hablando de un titán teñido, pechugón y ADORABLE como Oomine Chieri.

Por ejemplo: es realmente difícil tallar la ropa para una chica de OCHO JODIDOS METROS, así que a veces se le abre por las costuras, o se le salta un botón (siempre con erótico resultado, claro). Además, algo que nunca se me había ocurrido, que no soy un puto degenerado, a una chica de ocho metros de altura con falda resulta exponencialmente más fácil verle las bragas, deporte oficial de los adolescentes japoneses, aparentemente (pero Chieri es resuelta e imaginativa y ya ha chapuceado una solución que preserva su pudor... o eso cree ella).

Y, sin embargo, pese a su colosal tamaño, Chieri sigue siendo una chica, y a veces se siente indefensa y entonces es cuando Yumeji, que para Oomine tiene el tamaño de un Satisfyer, tiene que comportarse como un gigante él mismo y defender a su amiga. Y se dice a sí mismo que es lo que haría cualquier hombre que se precie. Lo menos que una chica tiene derecho a esperar de un amigo. Pero, entonces, ¿por qué el corazoncito de Yume-chan hace «doki doki» tan fuerte cuando Chieri le expresa su agradecimiento o su cariño en forma alguna? Y ¿por qué Chieri se sofoca y ruboriza cuando Kotaki le expresa, muy virilmente, su lealtad y afecto, o cuando comparten un momento íntimo, como cuando él le da a probar su almuerzo?

Chieri no Koi wa 8 metorou es una tierna y divertida historia de primer amor entre adolescentes, con todos los tropos de este tipo de historias, cuando son contadas por un autor japonés.

Tierna y divertida historia de primer amor entre adolescentes, con todo el melocotón añadido de que uno de esos adolescentes mide OCHO PUÑETEROS METROS. ¡Puf, el capítulo en el que Chieri le prepara un bentō a Yumeji! ¡Trabajo de relojería! (el propio bentō de Chieri sería suficiente para alimentar a toda la población de Saitama) ¡La risión de cuando caminan juntos al colegio y, como cada zancada de Chieri mide lo menos dos kilómetros, Yumeji hace el viaje en el hombro de su amiga y llega a decir «es como pilotar un robot gigante»!

Tierna y divertida historia de primer amor entre adolescentes, con una adolescente que es, técnicamente, una SUPERHEROINA capaz de levantar un coche para reñirle a un conductor desconsiderado que se ha saltado un paso de peatones en el momento en que cruzaba una anciana, apartar un árbol que se ha caído, atrapar a un carterista a la fuga (y, jum, Yumeji la «acompaña» jum jum, medio aplastado entre sus desaforadas bufas).

Cuando eran niños, Yume-chan cuidaba de Oomine. Ahora que son adolescentes y Chieri mide OCHO METRAZOS ME CAGO EN DIOS QUÉ CACHONDO QUE ESTOY, es ella la que cuida de Kotaki. Y de toda la ciudad. Del mundo entero, si hace falta. Porque ahora PUEDE HACERLO, gracias a su tamaño y fuerza proporcional. «[…] Amo más la grandota que soy que la pequeña que fui».

Chieri es ADORABLE. VALIENTE. BONDADOSA. GIGANTESCA en generosidad y ternura, que no sólo en talla de bragas.

Y ya va siendo hora de que le des una oportunidad a Chieri no Koi wa 8 metorou, amado lector.

異世界でチート能力(スキル)を手にした俺は, 現実世界をも無双する ~レベルアップは人生を変えた~ / Isekai de Cheat Nouryoku Ote ni Shita Ore wa, Genjitsu Sekai o mo Musou Suru / Habiendo adquirido habilidades para hacer trampa en otro mundo, no tengo rival en el mundo real ~Subir de nivel cambió mi vida~; de Miku y Minatogawa Kazuomi, es el isekai que toca en esta entrada del Paratroopers. Porque sí. Porque nos ha hecho mucha risión esa leyenda, sin confirmar (no queremos investigar y llevarnos un desengaño) de que el sindicato de camioneros de Japón había elevado una protesta contra los dibujantes de manga. ¡Que ya está bien que casi todos los personajes de isekai se reencarnen después de ser atropellados por un camión, copóns!

Isekai de Cheat Nouryoku Ote ni Shita Ore wa, Genjitsu Sekai o mo Musou Suru es la enésima expresión de una vieja fantasía de nerd gordo, feo, socialmente lisiado, vapuleado en el cole y sin pericias atléticas. Como tantos otros títulos tratados en anteriores entregas, empezó sus días como novela ligera, firmada por el propio Miku, en Kakuyomu, una página web de libros electrónicos que publicó las primeras páginas de la obra en marzo de 2017. La versión manga llegó en 2019 en la página web de Dengeki PlayStation Comic Web.

Ahí va el argumento: Tenjō Yuuya es el típico adolescente introvertido, fondón y atocinado al que dan de hostias sus compañeros de clase, ningunean sus propios parientes y aborrecen las chicas. Todo cuanto Tenjō tiene es la antigua casa de su abuelo, que se la dejó en herencia cuando falleció (y de su negativa a venderla o ponerla a nombre de sus hermanos pequeños, vino la ruptura definitiva con su familia). Yuuya se paga el ramen instantáneo con empleos a media jornada, no tiene amigos, no tiene contacto con su familia (además de unos padres que lo han echado de casa y se niegan a mantenerlo, tiene dos hermanos pequeños, Sora y Yōta, que lo putean todo cuanto pueden y más), está en pésima forma física, tiene una depresión de caballo y la autoestima en niveles subterráneos.

Pero Tenjō no ha perdido su buen corazón, cultivado y fortalecido por su abuelo (los psicópatas de sus padres poco han hecho por darle valores). «Nunca te rindas». «Atesora a aquellos que son amables contigo». «Sé amable con aquellos que te necesitan». Así que, como pese a todos los esfuerzos de su familia, sus compañeros de estudios y del mundo mismo por convertirle en un despojo sin dignidad, cuando, de regreso a casa desde el trabajo del que acaba de ser despedido (por llegar tarde, ya que cuesta ser puntual cuando tienes que arrastrarte, baldado, tras la más reciente paliza de los matones de tu instituto) Yuuya ve a una chica acosada por los hijos de puta de una banda, se mete a defenderla tras un momento de duda.

Y le dan de hostias hasta el cielo de la boca, claro. No sabemos si ya encallecido de tantas golpizas en el colegio o todavía entumecido por la que acaba de recibir, Tenjō resiste la somanta hasta que llega la policía y pone en fuga a los acosadores. La chica quiere expresarle su gratitud en alguna forma, pero Tenjō se niega incluso a permitir que llame a una ambulancia («no puedo permitir que le hable a un tipo tan feo como yo»; recordemos que tiene la autoestima por los suelos) y abandona el lugar de los hechos para refugiarse en la casa de su abuelo.

Allí, frustrado por su impotencia, tira un cubo contra un espejo, lo rompe y una sección de esa pared se retira, revelando una habitación secreta de la que nuestro agitado héroe no sabía absolutamente nada.

Tenjō acababa de descubrir el almacén secreto de su abuelo. Y allí dentro hay algo muy raro: una puerta tallada con el símbolo de un búho. Una puerta en mitad de la habitación. Una puerta que no parece llevar a ningún lado. Pero, cuando Yuuya la abre, accede a una cabaña construida en una pequeña parcela de otro mundo (algo así como el armario de los libros de Narnia, claro). Un mundo poblado de monstruos, gobernado por la magia, donde puede obtener puntos de experiencia (una vez más mecánica de videojuego de rol) y gastarlos en sí mismo. Y en esa cabaña hay ropas exquisitas, como de cuento de hadas. Y armas fabulosas, que Tenjō (que es un hombre a fin y al cabo) no se resiste a probar. Y sale al huerto de la cabaña. Y ve, al otro lado de la cerca, un ogro gigantesco y agresivo de nivel 300 (más mecánica de videojuego de rol) que le ruge. Y Yuuya le tira la «Lanza Absoluta», y lo mata en el acto. Y sube de golpe a Nivel 100. Y, después de repartir los puntos de atributos, vuelve a cruzar la puerta del búho en dirección a su mundo nativo, se echa a dormir, pasa una noche toledana (siente dolor) y despierta convertido en un adonis esbelto y físicamente superdotado, con un six-pack en el que dan ganas de cagarte y lamer la mierda después.
Tenjō puede «farmear» en el mundo que se abre más allá de la puerta mágica del búho y traerse las recompensas a éste. Matar bichos en el mundo de Arceria y después quedarse catacróquer de estupor cuando las dependientas de las tiendas se le quedan mirando babeantes, perplejo de que de repente las desconocidas corran a pedirle su número de teléfono y atónito de que sus propios compañeros de clase no le reconozcan, pero los chavales le odian al primer vistazo, y los más bravos se acercan a marcar terreno y desafiarle, y las chicas se chorrean vivas a su paso e intentan meársele encima; para marcar terreno, también (estoy exagerando un poco, ya lo sé). Usar sus nuevas habilidades para salvar a una niña extranjera a punto de ser atropellada en un paso de peatones no por un camionero, por una vez, sino por unos moteros hijos de puta (y Tenjō, traumatizado como está, se alegra de que la niña no lo demande por manosearle).

Yuuya comienza, pues, a vivir una doble vida: explora el mundo al otro lado de la puerta del búho y sigue yendo al instituto (obviamente se tiene que comprar un uniforme nuevo, porque ya no cabe en el viejo) e intentando sobrevivir a los retos de la adolescencia. En ambos escenarios afronta retos de diferente naturaleza que nunca se le habrían presentado a su antiguo yo. Rescatar a la princesa semi-elfa Lexia von Arceria, y devolverla ilesa a su castillo. Reemplazar a un modelo masculino tardón para un photoshoot de moda con la bellísima y adorable Miu (Tenjō se ha vuelto demasiado guapo para pasear impunemente por un centro comercial). Farmear aún más sus habilidades y limpiar de monstruos peligrosos los alrededores de la cabaña de su abuelo. Llevar un pollón de cajas a los clubes de su instituto (en castigo por hacer una traducción perfecta de un texto, con su nueva habilidad de «dominar idiomas», o algo así, y ser acusado de hacer trampas... y técnicamente las hizo). Rastrear, identificar y detener al asesino en la sombra que amenaza la vida de, otra vez, Lexia. Aceptar la oferta de Kaori Hōjo, la chica a la que salvó de los matones de la banda, y que quiere reclutarlo para la Academia Osei, la escuela privada más prestigiosa del país, y que preside su padre. Una escuela que prioriza el carácter de los alumnos a sus notas o su extracción social.

Esa puerta que se abre a otro mundo ha cambiado la vida de Tenjō. Para mejor. Ahora tiene un cuerpo, un aspecto y unas habilidades que le permiten sacar partido de su buen corazón y la ética personal cultivada por su abuelo. Ahora puede hacer nuevos amigos. Verdaderos amigos. En ambos mundos (y el momento en que Kaori le dice que reconoció al Kenjō transformado porque, más allá de la obvia pérdida de peso, tanto el Kenjō gordo y feo como el Kenjō delgado y guapo tienen la misma mirada, es para arrancarnos una lagrimita a todos aquellos que alguna vez creímos que existen chicas así en el mundo real). Ahora puede ser un héroe. Aspirar incluso a tener novia (de hecho, le sobran candidatas).
A través de las mecánicas de videojuego, Yuuya se convierte en el hombre que todos los fans de los videojuegos hemos querido ser siempre, aunque nunca tuvimos ni tendremos esa oportunidad.

Y, sí, hay anime de esto. Una temporada de una serie, de la que se ha anunciado continuación, si bien no el formato de la misma. De nada. Aunque tampoco es que te vayas a herniar por leerte los
, en el momento en que escribimos esto, 29 capítulos publicados, recogidos en seis volúmenes, de Isekai de Cheat... (la lentitud de Minatogawa y Miku a la hora de entregar páginas nuevas empieza a tocarnos los huevos. ¿Se habrá cancelado o estará a punto de cancelarse Isekai de Cheat etcétera?).

Con lo muy VERRACOS y mucho VERRACOS que nos ponen a los paratroopers las amazonas y los abdominales de Lean Beef Patty, ya es raro que todavía no hayamos cubierto ningún manga de macizas atléticas. Así que, para subsanar esa deficiencia, ahí van tres, si bien muy diferentes entre sí:

彼女のそれにやられてる / Kanojo no Sore ni Yarareteru / Soy adicto a ella, de Oomi Tabi nos presenta a Tamiya (sí, como la marca de acrílicos para miniaturas), el típico lúser de instituto sin novia ni carisma, que se pasa el día leyendo manga en el club de Literatura (de hecho es el ÚNICO miembro del club), satisfecho de la tranquilidad que disfruta en él, hasta que es interrumpido en su solitario solaz por Natsuki Shino, la maciza estrella del club de atletismo, que está hasta su núbil potorro de tanto entrenamiento y entra en el club buscando refugio, perseguida por la capitana del equipo. Por supuesto, en contraste con el apestado social de Tamiya, Natsuki es popular, extrovertida, buena estudiante, desenfadada y optimista, y siempre está rodeada de admiradoras y pretendientes (mientras Tamiya está en un rincón oscuro, cazando pokemons).

Y, en cuanto Natsuki («la leoparda», le llama el protagonista de nuestra historia) atropella el espacio sagrado de Tamiya, le desbloquea al pobre ratón de biblioteca un fetiche que no sabía que tenía: abdominales femeninos. Porque hay dos clases de heterosexuales: heterosexuales a los que les gustan las chicas con un buen six-pack y heterosexuales a los que les van a gustar.

Aunque a ellas no les gustes tú.


Luego los abdominales le llevan a todo lo demás: axilas, tetas (Natsuki calza un buen par de aldabas). Y, como Tamiya es un torpón del carajo (los bibliotrastornados solemos serlo, porque si no lo fuésemos se nos rifarían para jugar al fútbol en el recreo y tendríamos coordinación y reflejos), provoca accidentalmente o se ve envuelto en toda clase de hilarantes equívocos sexys con el rotundo y bien definido cuerpo de Natsuki. Y, aunque al principio Tamiya no quiere otra cosa más que perder de vista a la Leoparda, librarse de ella, que Shino deje de avasallar su refugio en el club de Literatura, esto es una comedia romántica, así que no sólo acaba acostumbrándose a su compañía, sino que pronto se descubre esperando su llegada. Le cede el único sofá del club. Hasta se lo desinfecta y perfuma y todo, creyendo que ella no se sienta en él porque Tamiya lo ha «apestado» con su olor corporal. Y le crea un pequeño trauma porque Natsuki cree que Tamiya le está diciendo, diplomáticamente, que la que hiede es ella (a sudor, se entiende, que es de los dos la que hace deporte). Y Shino nos muestra su lado vulnerable e inseguro (¡es una adolescente, cojones!). Y, aclarado el malentendido, Tamiya le compra un cojín a Natsuki para que deje de sentarse en el suelo y todo queda dispuesto para el siguiente equívoco. El próximo tropezón de Tamiya. El nuevo accidente pícaro de contacto, roce, estrujamiento o aplastamiento no intencionado de turgencias femeninas o exposición más o menos explícita del bien fibrado cuerpo de la muchacha, como cuando pierde una partida de dados con Tamiya y éste la castiga a hacer sentadillas. Y se pone morado mirándola.

(Sí, este manga lo ha escrito un pajero. ¿Te sorprende?).
«Eso es, Sheldon. Pásate al Lado Oscuro».


El creciente amor entre Tamiya y Natsuki enfrentará obstáculos, empezando por los amigos de Tamiya (sí, no es un completo leproso como el pobre de Gojo en Sexy Cosplay Doll), sobre todo Sonoya, que no deja de recordarle a Tamiya que Shino está muy por encima de sus posibilidades y que su obsesión por ella está a dos fotos con el móvil de convertirle en un acosador. Pero también Fuumin, una amiga y compañera deportista de Natsuki, que inmediatamente, y no podemos decir que de forma injusta, identifica a Tamiya como un marranete obsesionado con las chicas atléticas y se propone destruirlo.


Kanojo no Sore ni Yarareteru nos lleva a エロティックxアナボリック / Erotikku X anaborikku / Erótico X Anabólico, de Achumuchi. Cuando me lo empecé a leer me esperaba algo parecido a Kanojo no Sore ni Yarareteru, manga con el que comparte no pocas temáticas (marginado adolescente morbosamente interesado en una compañera deportista que no puede estar más jamona porque no hoza).

Y me equivocaba.

Ageki Kyōsuke es un adolescente gordote y tragaldabas (¡que se pide una pizza a domicilio desde el puto instituto para comérsela entre clases, cagonsancarallo!) que siempre ha estado obsesionado con Mitsukura Itsuha, «Sanzo-san», una compañera de clase que no parece tener nada de especial. Ni es particularmente guapa ni horrorosamente fea, ni una plasta amorfa ni la moza más popular del Japón, ni un cero a la izquierda ni la mejor estudiante de la galaxia. Pero a Kyōsuke le gusta Itsuha (aunque sería más correcto decir que le gusta su cuerpo, o al menos la parte de él que conoce), aunque sospecha que ella le odia. Cosas del amor a esas edades.
Te acabas de enamorar.

Kyōsuke está a un par de gafas de sol y una mascarilla de acabar en un correccional. Se imagina a Itsuha desnuda. La dibuja (es un buen dibujante aficionado y miembro del club de Arte de su instituto) en poses eróticas, le pinta cuero de dominatrix y látigo. Quizá por eso un día, intrigado por el comportamiento furtivo de ella al final de una jornada escolar, la sigue hasta la azotea del instituto... y se la encuentra embutida en un sucinto bikini, sacándose selfies en poses aún más eróticas de las que Ageki se ha atrevido a dibujar.

Y en ese momento Kyōsuke descubre que Mitsukura está CAÑÓN. Tiene un cuerpazo cincelado en el gimnasio y, al mismo tiempo, rotundamente femenino. Culoso. Pechugoso. Musloso. Mucho más hermoso y erótico de lo que Kyōsuke había pintado en su imaginación. Y menuda sorpresa cuando Sanzo-san ve sus dibujos verdes DE ELLA, y oye sus explicaciones acerca de la obsesión que siente hacia el cuerpo de Mitsukura, y cómo desde hace tiempo ya no puede ni quiere dibujar otra cosa, y, lejos de vaciarle en la cara un espray de pimienta y salir corriendo, vuelve a quedarse en paños menores, deja que el muchacho la admire y le pide que la dibuje.

La relación disfuncional entre estos dos chavales se basa en el deseo de Mitsukura de ponerse maciza («quiero alcanzar mi cuerpo ideal y mostrarlo», dice en una viñeta, y en otra, más adelante, «mi meta es conseguir un cuerpo erótico») y el de Kyōsuke de dibujar el macizo cuerpo de Itsuha. Aparte de eso, estos dos personajes no pueden ser más diferentes (de nuevo un componente clásico de la rom-com adolescente en el manga). Él come toneladas de comida basura. Ella se lleva al instituto un bentō de brócoli, pechuga de pollo y patatas hervidas, y todo medido con balanza de precisión hasta el último gramo.

A partir de ahí, consejos de entrenamiento y dieta aparte, Erotikku X anaborikku está veteado de los típicos episodios de este subgénero manga. El dibujo está muy lejos de ser una maravilla (de hecho es regularcillo con algunos momentos realmente bajos) y los capítulos son una sucesión de tópicos, no por trillados menos divertidos o entrañables. Cambia al dibujante y cambia los personajes y podrías estar leyendo Kanojo no Sore ni Yarareteru.

Erotikku X anaborikku podría ser OTRA historia de lúser enamorado de chica deportista salvo por ÉSE CAPÍTULO, que nos rompió el corazón a sus lectores y que sugiere una razón mucho menos frívola, y un poco más SINIESTRA, por la cual Mitsukura quiere alcanzar un «cuerpo ideal» y se machaca en el gimnasio para alcanzarlo.
Te juro que me eché a llorar.

Giro dramático que nunca esperarías encontrarte en ダンベル何キロ持てる? / Danberu Nan Kilo Moteru? / ¿Cuántos kilos en mancuerna puedes levantar?, de Sandrovich Yabako y Maam. La divertidísima historia de un grupo de amigas que se apuntan a un gimnasio. Cada una por sus propias y, a menudo, desternillantes razones. Sakura Hibiki es una alumna de instituto, desenfada y glotona (y otra gyaru), que sólo quiere perder parte del peso que ha ganado comiendo mal y tener un buen cuerpo que lucir en bikini cuando llegue el verano. Y sólo se queda en el gimnasio por el crush COLOSAL que se pilla por el instructor, Machio-san (que es básicamente la misma motivación de su profesora cosplayer clandestina, Tachibana Satomi, aunque ella no quiera quedar bien en bikini, sino en los disfraces que confecciona para su hobby).


Sōryuun Akemi, la compañera de clase de Hibiki, lo que tiene es un fetiche con los cuerpos musculados que roza la patología. Así que el gimnasio es como un sueño hecho realidad para ella. Y nos referimos a esos sueños de los que te despiertas mojada.


Uehara Ayaka ya hace bastante ejercicio en el club de boxeo de su familia (de hecho tiene unos abdominales del cagarse sin hacer, nunca, nada de trabajo abdominal), pero con la superafluencia de alumnos no queda ya sitio en el gimnasio familiar y se va a entrenar y dar clases de boxeo al Silverman Gym en el que entrenan Akemi, Hibiki y Satomi.

(Ah, y Akemi también descubre el talento oculto de Hibiki).


Y Zina Void... pero mira, mejor te lees el manga y te enteras de lo de Zina Void.

Danberu Nan Kilo Moteru? es una divertida y ligera tontada llena de escenas surrealisticamente cómicas, Macchio-san sacando bola, viñetas sexys y personajes adorables. Hibiki, tal vez la más frívola, es la más simpática de todos. «¿Que las sentadillas te ponen el culo duro?» y pega sentones hasta tener que irse a casa haciendo eses. «¿Que el press de banca te deja el pecho bonito?», y tienen que quitarle el balancín porque sus pectorales están a punto de licuarse. No hay, a priori, un componente romántico como tal en Danberu..., y sí mucha comedia, momentos picantuelos, dibujos bonitos y consejos sobre dieta y ejercicios.

Por cierto, de Danberu Nan Kilo Moteru? también hay anime (y con una de las intros más divertidas, enérgicas y llenas de positividad y entusiasmo que he escuchado jamás). Sólo una temporada, lamentablemente, pero si eres un flojo cojonazos quizá te sirva para cogerle el gustillo a este tebeo desperrechante.

«Vale, ya lo pillo. Tú sólo lees comedias románticas adolescentes en las que un inadaptado se trajina a una maciza, ¿verdad?
Me pregunto por qué, je, je, je. Y además sólo lees manga japonés».

No, y sí, y no, y te preguntas por qué porque eres un hijo de puta.
Así que prepara el orto para un cambio de dieta. La próxima vez que hablemos de manga no te voy a servir katsugen. Te voy a servir wasabi radiactivo de Fukushima. Pero antes vas a comer andong jjimdak. Porque se nos pone a nosotros en los cojones.
Cabrón.

Pero eso será en otra entrada, que ésta ya nos ha quedado de potato o de balrog.

«Has llegado tan abajo que has encontrado un balrog».