domingo, 19 de noviembre de 2017

¡Detente, Gafapasta! Manifiesto por una cultura no clasista

Varias veces me he quejado en esta bitácora de la estúpida y condescendiente actitud elitista de algunos apóstoles de la cultura; generalmente los más ignorantes, los enanos mentales que han memorizado dos o tres citas en lenguas muertas y que reverencian a autores ignotos (a quienes en secreto son incapaces de comprender, si es que se han tomado la molestia de leerlos), por la única razón de que nadie más los conoce ni los reivindica.

El Arte es una herramienta de comunicación, una creación humana, dirigida a seres humanos; así pues, el Arte, como cualquier otro lenguaje, debería ser accesible a todo ser humano. Todos podemos aprender un idioma extranjero, aunque algunos lo hablen de corrido y otros sean incapaces de depurar su acento. Del mismo modo, todo Arte es accesible... o no es Arte.

La pretensión de algunos cínicos de reducir el Arte a coto privado de una minoría, un pequeño club en el cual solo se admita a los más inteligentes, los más leídos y cultos, es más que falaz: es despreciable.
(Para profundizar en este tema, te remito aquí.)
De ese mismo sentimiento clasista surge el hipstérico desprecio a formas de cultura no incluidas en el canon clásico o favorecidas por el gusto del público. Es la actitud de quienes detestan a John Grisham por ser John Grisham. Es la reacción de quienes arremetieron contra el cine porque iba a aniquilar el teatro, de los que años más tarde atacaron a la televisión, que iba a acogotar al cine, y de los que ahora arremeten contra Internet, que va a destruir a la humanidad.
Miserias del cine: cuando a los negros no les permitían ni interpretar papeles de negro.
Los medios de comunicación modernos: la televisión, el cine, Internet... permiten que el Arte llegue a un público mayor. Y la reacción de algunos espíritus liliputienses, que han buscado en el Arte, en la Cultura, un nicho selecto en el cual su patente mediocridad y flagrante ignorancia no sean tan evidentes, es la de arremetar contra la difusión del Arte, demonizar la democratización de la Cultura. Son peces pequeños que no quieren que los muden a una pecera nueva, más grande, donde cabrán muchos otros peces y alguno de ellos, ¡glups!, podría ser mayor y mas bonito que ellos.
(No voy a recordar aquí la reacción de los amanuenses medievales cuando se inventó la imprenta de tipos móviles. Ríase usted de la vendetta entre la familia Corleone y la familia Tattaglia.)
«O le ponemos remedio a esto o me quedo sin chollo.»
Como asiduo, en mis tiempos de estudiante, a galerías de arte y festivales de cine... Bueno, es que si empiezo a contar las historias de terror que viví en aquellos años, no acabo. No os imagináis, amados lectores, los extremos de perplejidad a los que puede llegar un antropoide cuando, al término de una proyección de... qué se yo, Ordet, de Dreyer, por poner un ejemplo, oye los comentarios de la media docena de despistados que comparten sala con él.
«Los subtítulos estaban como el culo», dice el que no habla ni puta papa de danés.

«Es una crítica descarnada al fanatismo religioso de las naciones nórdicas», dice el que se durmió durante los créditos iniciales.

«Yo creo que está mucho mejor Vampyr», dice el que no ha visto Vampyr, porque es muda.

Y sigue y sigue...
Y esto es lo que merecen todos ellos. En la punta del carallo.
Este fenómeno alucinante podría ser el caramelo envenenado de la Era Posmo (pronúciese pousmou, de «pousmoudernou»), en la que se entronizó la mediocridad y se escupió sobre la inteligencia y la sensibilidad. El «Arte», entre comillas, ya estaba al alcance de todos sin esfuerzo, sensibilidad ni talento; así que todo el mundo se creía con derecho a opinar sobre el tema y a que su parecer fuese validado como el Evangelio, aunque ese veredicto revelase una ignorancia palmaria, equiparable al cretinismo borderline, o estuviese en abierta contradicción con la realidad, el sentido común, el buen gusto o la opinión que ese mismo pichardo acababa de sostener y defender cinco minutos antes.

Como ese «Arte» estaba vacío, cualquiera podía llenarlo con sus prejuicios, sus ideas estereotipadas, sus pollardías mentales. Y de eso se trataba: de crear un molde lo bastante flexible para que cualquier inútil pudiese encajar en él. Para que nadie se sintiese intimidado por un poema de Blake, un grabado de Durero, una  acuarela de Turner, un mármol de Bernini; para que nadie volviese a pensar, humillado y herido en su orgullo, «¡Hostia puta, esto no lo hago yo ni en mil años!».

La reacción a esta ignominia tomó una forma, a veces extrema, de provincianismo. Un grupo de gilipuertas desubicados creyó su deber emprender una cruzada que el Arte no necesitaba (ha sobrevivido sin ayuda durante miles de años), que nadie les había pedido; pero que podría ser muy digna y obtener buenos resultados de no ser por el fanatismo y desprecio de sus paladines, especie de toros erguidos que arremeten como Miuras cuando creen ver un paño rojo; y el paño rojo es, en este caso, cualquier insinuación de que el Arte o la Cultura pueden salirse de las estrechas casillas dentro de las cuales ellos las han aprisionado.

No quiero ni pensar qué opinaría alguno de estos botarates gafapastas de Paratroopersdon'tdie; ¿una bitácora donde se habla de cine y libros con abierta promiscuidad, se reverencia a Stephen King, se publican más fotos de Sara Sampaio ligerita de ropa que retratos de popes de la novela decimonónica o facsímiles de portadas de Chaucer y que, y esto ya es el colmo, se permite darle consejos literarios a esa ramera advenediza de Sasha Grey, que por haber escrito un libro malísimo ya cree que no le huele más el aliento a cipote?
La inevitable foto de nuestra madrina.
Y no quiero ni pensarlo porque en realidad no pienso en ello y, además, me suda medio huevo.

Dudo mucho que alguno de esos botarates arriba citados sepa siquiera como utilizar un ordenador, y si aprendiesen estoy seguro de que nunca leerían Paratroopersdon'tdie. «¿Leer en la pantalla de un ordenador? ¿Qué somos? ¿Animales?»

Pero las leyes del azar existen. Así que hay una probabilidad, siquiera pequeña, de que Gafapasto Pedántez acabe, por accidente, dando con esta pequeña, humilde e intrascendente bitácora. Y yo no puedo desperdiciar esa oportunidad de causarle una apoplejía. Ya que no puedo exterminarlos en masa, intentaré el mismo resultado yendo uno por uno, aunque me lleve más tiempo.

Así pues, queridos lectores, me dirijo a todos aquellos a los que alguna vez han mirado por encima del hombro mientras hojeaban un Spiderman, dirigido un desdeñoso chasquido de lengua mientras comentaban el último capítulo de Juego de tronos (la serie de televisión, no el libro) o una mueca despectiva tras haberse declarado fans de Ken Follet.

«¿Cómo que nunca has leído a Mariki? ¿Qué eres? ¿Un fascista?»
(Única respuesta admisible para una pichorrez de este calibre: «No, nunca he leído a Mariki; pero estoy completamente seguro que es casi indistinguible de Bujarronovich, al que tampoco he leído.»)
Señoras y señores: va por ustedes. 

En peores plazas hemos toreado.
Tal y como yo lo entiendo, todos empezamos siendo «lectores» y «narradores». En nuestros juegos infantiles nos inventamos un relato, asumimos roles, transmitimos un mensaje. Con los años, nos apoltronamos y pasamos a ser meros lectores. Sujetos pasivos, aplastados por la molicie de unos gobernantes que nos quieren así, que fomentan esa pereza de consumidor de teletienda para hacernos olvidar que tenemos opciones, que podemos administrar de otra manera nuestro tiempo y energías, que podemos apagar el televisor, el router, ¡votar a otros partidos! ¡Abstenernos!

En el proceso, hemos perdido la mitad de nuestra alma.

Pero algunos de nosotros seguimos siendo niños y lo seremos toda la vida.

No hemos permitido que asesinasen nuestra imaginación. No hemos renunciado al asombro. No nos hemos dejado reducir a la vil condición de espectadores.

Para nosotros, los niños que ya peinamos canas, existe un Arte que nos convierte a todos en protagonistas, una forma de narración interactiva de la que disfrutamos hace muchos años, a la que defendemos siempre que la vemos atacada y con la que pretendemos reducir, desde esta bitácora, la población de culturetas desdeñosos.
Baja alta tecnología.
Este Arte no conoce más límites que los de su técnica en perpetua e imparable evolución; mueve legiones por todo el mundo, recauda ya más que todos los estrenos de Hollywood en un buen año, juntos; es vehículo de Cultura, une en empresas comunes a personas de los cuatro puntos cardinales e incluso se ha empleado como recurso pedagógico y terapéutico, con excelentes resultados.

A través de dicho Arte he participado de la historia de la Humanidad, desde la cavernas a la Era Industrial; he viajado al Japón feudal y participado en la guerra civil que desembocó en el shogunato, y muerto, y renacido, más sabio, y retomado la lucha.

Amo y respeto este Arte denostado por la aristocracia cultural y vilipendiado por los hipsters reaccionarios porque, como los buenos libros, como las buenas películas, este Arte me permite vivir otras vidas, habitar otros cuerpos, amar a otras personas que tal vez nunca existieron, o que murieron hace tiempo.

Este Arte me transporta a estrellas remotas donde combato a amenazas alienígenas surgidas de la órbita de un agujero negro, me convierte en el mejor ninja de la provincia y me permite explorar, por la promesa de un tesoro, húmedas mazmorras llenas de peligros, con el ánimo tenso ante la posibilidad de despertar a un dragón.

He combatido a Drácula en su propio castillo. Y perdí. Y resucité. Y regresé una y otra vez, hasta derrotarle.
¿Cuánto paga de contribución este tío?
Vi a una raza de máquinas arrasar mi planeta natal. Y juré por lo más sagrado que volvería con refuerzos y los reventaría a hostias, aunque me costase la vida.

Y volví.

Y los reventé a hostias.

Y me costó la vida.

Y regresé. Una y otra vez. Una y otra vez.

Una y otra vez.
Lo de McArthur, en comparación, parece un flato.
Detuve una invasión infernal en Marte. Vencí al Imperio Galáctico. Conseguí salir vivo de aquella siniestra mansión llena de horrores. Detuve una Ruina. Custodié al camarada que plantó la bandera con la hoz y el martillo en el tejado del Reichstag y contemplé Berlín en ruinas, antaño capital de la luz y la ciencia, más tarde templo del odio y la muerte, y ahora humeante mausoleo del fascismo.

Sí, has leído bien: de no ser por mí, la bandera con la hoz y el martillo jamás habría flameado en el tejado del Reichstag.

No lo vi en una pantalla.

No me lo contaron.

Lo hice.

Y todavía me estremezco al recordarlo. 
He sido un rechoncho y estereotipado fontanero italiano, un rudo mercenario envuelto en una conspiración internacional, la única superespía capaz de interponerse entre la Tierra y una invasión alienígena; he conquistado Roma, he salvado Hyrule, he conseguido el grado N7 del curso de Fuerzas Especiales y vestido con dignidad el manto del Señor de la Noche.
Sí, has oído bien: yo soy Batman.

Ah, amigo gafapasta, al fin lo pillas.

Pretendo provocarte una hernia cerebral afirmando que los videojuegos también son Arte.

Y soy capaz de tal osadía porque no he permitido que asesinasen mi imaginación. No he renunciado al asombro. No me he dejado reducir a la vil condición de espectador.

Por eso escribo. Y por esa misma razón también juego a videojuegos; esa nueva herramienta narrativa que me convierte en personaje, en protagonista, en héroe; como durante mis juegos de niño.

Tal vez, amigo gapasta, entre dosis y dosis de anticonvulsivos quieras expresarme tu discrepancia; contundentemente.

Que sepas que estoy más que dispuesto a recibirte, y a recibirte bien.

Pero tendrás que ser tú el que venga a por mí.
Creo que esta rave se nos ha ido un poco de las manos.
Búscame en los tejados de Gotham. Búscame en la primera mazmorra a la izquierda. Búscame entre los dalishanos de Thedas. Búscame en en el frente más reñido del cerco de Stalingrado. Y, si no estoy en ninguno de esos sitios, mira al cielo nocturno y tal vez veas la estela de mi Normandía en maniobra de inserción orbital.

Allí o en otra parte estaré; portando la antorcha de la civilización, dando mi vida por la justicia, rescatando a la princesa de las mazmorras del rey de los koopas, matando dragones, desfaciendo entuertos, pisoteando tesoros, salvando la galaxia; porque yo soy Mario, soy Shepard, soy Belmont, Soap, Snake, Cloud, ¡soy Batman!, y lo seré una y otra vez.

Una y otra vez. 

Una y otra vez.

Una

y

otra

vez.